Texto: Paula Rivera Donoso en Espacio Creamundos
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Michael Ende debe ser, con toda seguridad, uno de los escritores más valiosos y de mayor calidad literaria en el siempre exigente terreno de la literatura infantil. Lamentablemente, es también uno de los más desconocidos en nuestro país, en parte por la magnífica complejidad de sus dos novelas más famosas (Momo y La Historia Interminable), totalmente lejanas a la ñoñería y complacencia habitual de cierta LIJ chilena, y en parte por la paupérrima labor de difusión que han llevado a cabo las editoriales con el resto de sus obras, estando la mayoría de ellas discontinuadas.
Una de las obras que sin embargo sigue haciéndose leer en establecimientos educacionales, y que por su brevedad y planteamiento puede ser interesante para trabajar en las aulas de enseñanza básica, es Tranquila Tragaleguas, pequeña novela para lectores a partir de 6 años.
La temática, en principio, parece bastante simplona y habitual en este tipo de libros: Tranquila Tragaleguas es una tortuga que tiene la fortuna de enterarse de que el Gran Sultán Leo Vigésimo-Octavo se encuentra a punto de celebrar su casamiento. Entusiasmada, la tortuga decide ponerse en camino para llegar al lugar de la boda, sin importar que todos los animales que se vaya encontrando en su largo y demoroso viaje intenten disuadirla de seguir adelante.
Con un planteamiento semejante, es fácil suponer que esta será otra de esas historias empeñadas en exhibir una moraleja sobre la importancia del esfuerzo o la perseverancia. Sin embargo, Ende se ha caracterizado siempre para usar la fantasía como un elemento completamente subversivo, y eso no es una excepción en el caso de Tranquila Tragaleguas.
La estructura de la obra es más o menos fija, lo que la acerca a las narraciones orales infantiles y sus clásicas reiteraciones para favorecer la comprensión por parte del niño. El patrón suele presentar a Tranquila caminando lentamente hasta toparse con algún animal, cada uno muy bien caracterizado por el incomparable talento de Ende al momento de asignarle personalidades únicas a sus personajes. Los breves diálogos que intercambian la protagonista con estos animales exponen el choque entre el sentido común (lo lenta que es la tortuga, el hecho de caminar en una dirección equivocada, ausencia del Sultán, etc.) y la ciega voluntad de Tranquila por seguir adelante.
En el fondo, Tranquila se muestra completamente sorda y desobediente ante los sabios consejos y advertencias de los animales, con un convencimiento de sus decisiones que se escapa al esfuerzo y se acerca más bien a la terquedad. ¿Es este un valor que se debería inculcar en los niños chilenos?
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Por supuesto que sí. En una nación que insiste constantemente en difundir en los más pequeños el discurso de la tolerancia y el respeto, siendo que en la sociedad adulta estos no ya no tienen ningún valor concreto, la terquedad, esa voluntad de seguir adelante con nuestros propios propósitos inocentes de espaldas a las opiniones negativas de los demás, se yergue como un valor inestimable.
He aquí lo más bello de la obra: Ende no cae en la ridícula lógica de las consecuencias más evidentes; Tranquila no resulta así castigada por su terquedad, como sería lo esperable. De hecho, ni siquiera se le da oportunidad para que se desilusione al enfrentarse con una verdad irrebatible como es la muerte del propio Sultán, mientras ella se encuentra de viaje. El giro maestro del autor, al menos en cuanto a argumento, consiste en premiar la obstinación de la protagonista de una manera insólita, graciosa y muy tierna, enseñándonos que a veces está bien desoír a nuestros mayores con tal de avanzar hacia nuestros sueños, por muy desatinados que sean ante los demás.
Al fin y al cabo, Tranquila Tragaleguas demuestra que nunca es demasiado tarde para llegar a donde queremos llegar… Aunque las circunstancias finales puedan cambiar un poquito.
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