Texto: Daína Chaviano en Revista Cuatro Gatos
Imagen: Hieronymus Bosch
Hasta el presente, la Edad Media primitiva ha sido la principal fuente de la que se han nutrido los más famosos libros para niños. Parece como si la infancia de la humanidad hubiera servido para crear los eternos escenarios del mundo infantil. Incluso títulos relativamente recientes, como El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, apuntan hacia las fantasías que nacieron o se fortalecieron durante ese período de la historia. No obstante, algunos otros –recordemos La familia Mumín, de Tove Jansson; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, y Peter Pan y Wendy, de James Matthew Barrie– han logrado escapar en cierta medida al poderoso influjo de las hadas medievales y, utilizando poquísimos elementos antiguos, recrean el mundo moderno sin despojarlo de magia y candor.
La historia interminable, del alemán Michael Ende –publicada por primera vez en 1979– puede considerarse uno de los clásicos contemporáneos para niños. Tal afirmación podría resultar atrevida para cualquiera que no haya leído el libro. En efecto, ¿cómo calificar de "clásica" una obra que apenas tiene tres décadas de vida? ¿Quién podría asegurar en tan poco tiempo que pasará la difícil prueba de las generaciones?
Es que el libro contiene todos los elementos para ello: desbordante imaginación; el despliegue de una mitología propia sin que eso signifique el olvido de personajes legendarios; un enjuiciamiento de ciertas costumbres e ideas y, por tanto, la posibilidad de una lectura "entre líneas" que permita descubrir algo más que una simple narración; drama y tragedia conjugados con la sonrisa; y algunos otros factores que, de ser mencionados, harían demasiado larga la enumeración.
A esto debe agregarse una lista de recursos marcadamente modernos: la interesante estructura que permite a cada capítulo comenzar por una letra distinta del alfabeto, en orden ascendente desde la A hasta la Z; el buen balance que el autor logra al conjugar los más prosaicos hechos de la vida real con las más desatadas muestras de su imaginación, en ocasiones casi surrealista; la yuxtaposición de dos mundos (¿o dos dimensiones?) que en el libro se reflejan por el cambio de color en las letras (rojas para el mundo real, y verdes para el reino imaginario de Fantasia); la ingeniosidad del tono con que su autor alude y reafirma la "eternidad" de su historia, pues antes de dejar atrás algún elemento o personaje que no aparecerán de nuevo los encamina en pos de alguna nueva narración que dejará inconclusa, afirmando siempre que "esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión".
La historia interminable narra los afanes y temores de Bastián Baltasar Bux, un niño que se roba cierto libro maravilloso. Escondido en la buhardilla de su escuela, comienza a leer sobre el peligro en que se encuentra el reino de Fantasia: su princesa está gravemente enferma, a punto de morir, y solo podrá salvarla la llegada de un héroe desconocido que le dará su nuevo nombre, con el que podrá seguir viviendo y reinando. Mientras tanto, la Nada –una plaga que devora el universo, haciéndolo invisible– comienza a extenderse por Fantasia. Poco a poco, el niño va comprendiendo que ese héroe es él; y su angustia aumenta mientras piensa en el mejor medio para penetrar en Fantasia en busca del enigmático nombre que solo él logrará descubrir. La personalidad ligeramente negativa de Bastián, al principio de la trama, se va transformando paulatinamente a medida que intenta ayudar a los demás.
El autor trabaja con los mitos más diversos, como la Odisea ("Soy Nadie", pág. 140); el Viejo de la Montaña Errante; un dragón blanco que se esfuma de un sitio para aparecer en otro [Fujur] (¿leería Ende la tetralogía de Anne McCaffrey sobre los dragones de Pern?); la leyenda del Eterno Retorno, con sus serpientes que se muerden la cola en señal de eternidad, etcétera. También se hacen alusiones a Shakespeare (Chéxpir, "viajero de Fantasia en otros tiempos"; pág. 271). Y hemos creído descubrir en el lenguaje de la Vetusta Morla –que habla consigo misma utilizando el plural– al Gollum de El señor de los anillos. Todo esto, sin hablar de la descripción que hace de la ciudad de los Antiguos Emperadores: un cuadro digno de Bosco... aunque no tan onírico.
Estas referencias –que pueden ser conscientes o no– aparecen veladas a los niños y, paradójicamente, acerca esta obra a la de otros muchos clásicos debido a su riqueza, validez y concepción.
Aunque el libro propone varias lecturas, su tesis principal se resume en una frase: la realidad cotidiana es tan temible como el cáncer y, si no se la renueva cada cierto tiempo, terminará por destruir todo cuando vive en el reino de Fantasia.
Con esta tesis, el autor se pronuncia contra el dominio de la esterilidad imaginativa que otros muchos creadores contemporáneos también han atacado.
El temor a la pérdida de la imaginación y de la fantasía en medio del estrés provocado por la vida moderna resulta uno de los elementos más comunes (y menos estudiados) en los escritores fantásticos contemporáneos. Una breve mirada en torno sería suficiente para comprobar cuántos clásicos modernos han surgido de este profundo y latente miedo.
En uno de los diálogos entre Peter Pan y Wendy, el primero dice: "Como los niños de ahora quieren ser tan sabios, dejan enseguida de creer en las hadas, y cada vez que un niño dice 'Yo no creo en las hadas', se desintegra una de ellas..." Y la ingenua afirmación del personaje esconde un dolor sordo y adulto.
En las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, el embrujo de lo fantástico se niega a morir frente al frío utilitarismo de la tecnocracia, para darnos uno de los clásicos modernos más sorprendentes por la vehemencia con que se defienden la poesía y la imaginación.
También La historia interminable es un grito de angustia que nos previene contra el final inminente de Fantasia; un grito que, al parecer, refleja cierto temor generalizado en el mundo adulto a juzgar por la acogida extraordinaria de este título que, al año siguiente de su salida, se convirtió en un bestseller internacional en las listas de los libros para adultos.
¡Salvar al reino de Fantasia!: es el leitmotiv de la obra. ¡Vivan los duendes, las brujas, los leones bondadosos!: con ellos se han nutrido las mentes de científicos, hombre de estado y artistas en todas las épocas: no dejemos que desaparezcan... Y el llamado de Ende se extiende a todos; grandes y chicos por igual, sin distinción de edad, sexo o nación.
Los niños agradecen el derroche de magia y aventuras que recorre sus páginas. Y los adultos vuelven a vivir el delicioso mundo de la infancia, ahora al alcance de sus manos, gracias a una historia que, por lo compleja, sin duda merecería más de una lectura. Allí se encuentran riqueza de ideas, reflexiones sobre el mundo y propuestas ético-filosóficas implícitas en sus diálogos, que podrían parecer engañosamente ingenuos si no se leen con atención. De esto último podríamos poner algunos ejemplos, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión...
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