Texto: MiánRos en Literatura horizontal
Imagen: Edgar Ende
Hace unos días terminé de leer, El Espejo en el Espejo, del escritor alemán Michael Ende (1929-1995). Creador de tan magníficas obras como, Momo y La Historia Interminable, esta última se encuentra entre las novelas que más me han cautivado y de la que guardo imborrables momentos.Con esta misma influencia, y deseando encantarme una vez más con la fantasía del escritor germano, me introduje en El Espejo en el Espejo.
Perdóname, no puedo hablar más alto.
No sé cuándo me oirás, tú, a quien me dirijo.
¿Y acaso me oirás?
Mi nombre es Hor.
Te ruego que acerques tu oído a mi boca, por lejos que estés de mí, ahora o siempre. De otro modo no puedo hacerme entender por ti. Y aunque te avengas a satisfacer mi ruego quedarán bastantes secretos que tendrás que desvelar por tu cuenta. Necesito tu voz donde la mía falla.
Esta debilidad se explica quizás por la manera de vivir de Hor. Habita, hasta donde puedo recordar, un edificio gigantesco, completamente vacío, en el que cada palabra pronunciada en voz alta produce un eco interminable.
Hasta donde puedo recordar. ¿Qué significa?
La ternura aterciopelada de las historias que recordaba de Michael Ende, tal vez, quedaron escondidas en algún lugar, pero no lejos. Es cierto que según leía la sensación que sentía esta vez era diferente. Mi deleite, sin embargo, subió y bajó por entre los mundos imposibles y de ensueño creados a partir de la nada, casi incompresibles de no ser por una mente abierta y extremadamente adaptada a la perspectiva abstracta y nada racional, que en cuyo caso y de no haber sido de esta manera, no hubiera comprendido la mitad de la mitad; y aún así, y con todo mi atrevimiento me sentí apartado de lo que creía que iba a descubrir realmente. Tanto fue así, que pese a mi entrega, a veces insistente, me perdí, y dentro de esa vorágine, volvía a mí una y otra vez, y me veía junto a ellos (personaje de cuento), en medio del relato y ahondado por las innumerables capas de espejismos, y me negaba a salir.
Ende nos descorre en El Espejo en el Espejo los múltiples mantos que enlazan los sueños, un reflejo en el espejo que se reproduce de manera infinita. Trazos absurdos que únicamente en los sueños pueden crecer y tomar forma y vida.
Los invitados a la boda eran llamas que bailaban y festejaban en el palacio de cera de colores la fiesta más brillante de todas las fiestas. Desde lejos se veía en el paisaje nocturno el resplandor de las traslúcidas y multicolores paredes, torres, puertas y ventanas.
Había hinchadas llamas doradas que se movían majestuosamente y delgadas lenguas de plata que corrían ágiles confundiéndose, había también llamitas diminutas que brincaban por todas partes, y grandes incendios callados que casi permanecían inmóviles en su sitio.
El Espejo en el Espejo es una magia que oscila entre la realidad y lo fantástico, creando un territorio propio donde todos los encantos son verosímiles. La imaginación del lector, puesta en marcha por la maestría del autor, recorre un camino secreto de gozos y miedos, de placeres y espantos, de sabiduría creciente, de experiencia profunda. Son breves relatos con la potencia que solo un mago puede otorgar a las palabras.
Me dirijo a ti, al que me sueña, quien quiera que seas. Sé que no puedo hacer nada contra ti, tú eres el más fuerte. Llévame a donde quieras, pero ten presente que a mí ya no me engañas.
Ende nos da rienda suelta para soñar, pero limita el confín de la ilusión ya que nos sacude la conciencia en cada párrafo para recordarnos que no debemos alejarnos demasiado, pues caeríamos en otro sueño.
Como caminan todos toda su vida sin conocer el momento siguiente, sin saber si con el próximo paso pisarán suelo firme o caerán en la nada. Este mundo es tan precario que cada paso es una decisión.
Para el lector todoterreno, tanto comprensible como irreverente, de mente fatua que sabe acumular sorpresas, este puede ser el libro: El Espejo en el Espejo, de Michael Ende. La obra está acompañada e inspirada en las ilustraciones de Edgar Ende, su padre.
Todo es sueño. Sé que todo es sueño. Siempre lo supe desde que empecé a soñar que yo existía: este mundo no es real.
Pero si resulta que sólo soy vuestro sueño común, que todos vosotros me habéis soñado desde el principio, que nunca fui otra cosa que el sueño de mi venerado público; entonces os ruego, mis queridos soñadores, os pido de todo corazón: ¡dejadme marchar! ¡Soñad a partir de ahora con otra cosa, pero no conmigo! No puedo más. No pretendo que os despertéis. ¡Por mí seguid durmiendo mientras queráis y dormid bien, pero dejad de soñarme! Os habéis divertido conmigo, dejad ahora que me vaya, ¡por favor!
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