Texto: Alvaro Abellan en Dialogical Creativity
Imagen: Minimuff007
La escucha activa es un tema recurrente tanto en las técnicas de comunicación interpersonal como en las de negociación, de convivencia familiar, etc. Sin embargo, es un tema poco trabajado en el ámbito de la comunicación social. Quizá la razón es que parece algo evidente: sin escucha no hay comunicación. El comunicador debe saber escuchar (a otros, a la realidad, a sí mismo) para poder decir algo. Dicho con radicalidad: cualquier palabra valiosa es hija de la escucha. Y esa máxima vale para un profeta y para un tuitero, pasando por un periodista, un publicitario o un guionista. Sin embargo, el tema no es tan evidente (como reflejan los estudios sobre negociación o sobre comunicación interpersonal), porque hay diversas formas de escuchar, así como diversos grados o niveles de escucha. En última instancia, la escucha radical exige algo que es muy difícil, y que está más allá de toda técnica. La escucha radical exige silencio interior.
Para quien crea que sabe escuchar, traigo hoy un texto que inaugura una colección (testigos de la escucha y el silencio). Es un fragmento de Momo, la novela de Fantasía Metafísica del genial escritor de libros para niños-que-ya-son-adultos Michael Ende. Escuchar de verdad es escuchar como Momo. Es decir: escuchar de tal manera que “a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes”, sabía escuchar de tal manera que “la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería”, sabía escuchar de tal manera que “los tímidos se sentían de repente muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres”. En última instancia, sabía escuchar de tal manera que los que se creían insignificantes se descubren, misteriosamente, únicos e importantes para el mundo. Ende nos revela también por qué Momo era capaz de esa magia. Momo era capaz de escuchar así porque vivía desde un profundo silencio interior.
Esa es la magia de la escucha auténtica. Y funciona, porque en última instancia el hombre es “Oyente de la palabra”, y el hombre ha de aprender a ser “su propia palabra”, es decir, el hombre llega a ser quien es configurando su propia vida como “respuesta” a los retos que le propone el mundo y el tiempo que le ha tocado vivir. Por eso, escuchar y ser escuchado está en la base de todo lo que consideramos propiamente humano. Por eso, al escuchar y al ser escuchados, ponemos las bases para ser nosotros mismos. ¿Sabes escuchar así? ¡Inténtalo! ¡Prueba!, nos exhorta Ende. Te dejo con un extracto del capítulo II de Momo. En él presenta Ende a la protagonista… y la presenta como una maestra de la escucha y el silencio interior. Espero que lo disfrutes… y te animo a intentar escuchar como Momo. Yo lo intento, y no tengo palabras para describir los maravillosos frutos de esa tarea.
«[Las personas del pueblo] Necesitaban a Momo, y se preguntaban cómo habían podido pasar sin ella antes. […] Pero, ¿por qué? ¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras adecuadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos?
No, Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de eso.
Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que -ya que vivía en una especie de circo- sabía bailar o hacer acrobacias?
No, tampoco era eso.
¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo?
Nada de eso.
Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; […] Pues eso es un error. […]
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes […]
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de repente muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba perdida y que era insignificante […] y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante, a su manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo! […]
Algunas noches, cuando ya se habían ido a sus casas todos sus amigos, [Momo] se quedaba sola en el gran círculo de piedra del viejo teatro sobre el que se alzaba la gran cúpula estrellada del cielo y escuchaba el enorme silencio. Entonces le parecía que estaba en el centro de una gran oreja, que escuchaba el universo de estrellas. Y también que oía una música callada, pero aun así muy impresionante, que le llegaba muy adentro, al alma.
En esas noches solía soñar cosas especialmente hermosas.
Y quien ahora siga creyendo que el escuchar no tiene nada de especial, que pruebe, a ver si sabe hacerlo tan bien».
(ENDE, Michael, Momo, Alfaguara, Madrid, 1985, pp. 25-26).
Qué, ¿has probado a escuchar como Momo?
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