Texto: Hector Martínez Sanz en Retrato Literario.
Imágen: Uraltes Chymisches Werk
La historia interminable representa, por encima de trivialidades, un tributo a la historia literaria y filosófica. Siguiendo la actitud de su admirado Borges, Ende entreteje resonancias y ecos de toda la tradición literaria, desde la antigüedad a lo contemporáneo, en distintas escenas, personajes e interacciones. No hay ni se pretende originalidad, sino escribir sobre lo ya escrito, hacer texto sobre los textos. Intención invisible para una época en que primaba lo original y nuevo, lo distinto hasta la excentricidad. Una época cuyo juicio ha resultado fatal e inapelable para esta obra.
Apenas se sabe que en la novela de Ende resucitan Pegaso, el Ave Fenix, Quirón -el centauro instructor de antiguos héroes griegos-, las Sirenas de Homero, el Oráculo de Delfos, Heráclito, Erebo -divinidad griega del atardecer y la oscuridad-, Fenrir y Jörmungandr -monstruos de la mitología nórdica-, Shahriar y Scheherezade -de Las mil y una noches-, la Alicia de Carroll, Tolkien, Shakespeare, el propio Borges, Novalis -poeta fundamental para Ende-, Freud o una gran parte de Nietzsche, los surrealistas Salvador Dalí, Edgar Ende -padre de Michael- y Hans Bellmer; muy poco se repara en el autobiografismo de la obra, los efectos vanguardistas, del surrealismo en mayor medida… Acaso los admiradores de Tolkien cayeron en varias coincidencias, pero tan sólo aquellas que tocaban a éste. Como es lógico, no tardaron en calificar de plagio y necedad a La historia interminable y su autor -pese a que nunca lo harían con Don Juan Manuel o con el mismo Borges.
Michael Ende cometió un error garrafal al firmar los derechos para la adaptación a la gran pantalla. Sólo se dio cuenta cuando le enseñaron el resultado, y la batalla legal que emprendió para no aparecer avalando aquello en los créditos estaba ya perdida. Le habían destripado y reinterpretado la historia hasta hacérsela irreconocible. Más aún las secuelas. Y fue la sentencia definitiva para la obra escrita, cuando los años que corrían anunciaban el imperio de la imagen sobre la letra, y los cánones que aquel ordenaba. Bastián ya no era gordo ni Atreyu un piel verde. ¡Qué protagonistas más extraños frente a los estereotipos de tan buen resultado! Quizás de ello aprendió Ende, y decidió estar pendiente de la adaptación, en 1986, de su anterior éxito Momo. Aunque, en mi modesta opinión, no deja de ser paradójico que un escritor, y tras la experiencia vivida, quisiera cambiar sus páginas por unos metros de celuloide.
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