1.4.14

Michael Ende

Texto: Luis Daniel González en Bienvenidos a la fiesta 
Imagen: Ilustración del libro Jim Botón y Lucas el maquinista



Por situarse lejos del realismo social de moda en su país y escribir relatos de fantasía, hubo quienes tacharon a Ende como «escapista». Quizá por seguir el juego, algunas veces declaró que sus novelas no tenían mensaje alguno..., aunque fuera manifiesta su intención de protestar contra las estructuras sociales de un mundo tecnificado. Con un lenguaje cuidado, unos diálogos ágiles y unas descripciones vivas, Ende quiere hablar de la soledad y los miedos del niño también para provocar un análisis crítico del comportamiento de los adultos. Y propone como necesario volver a la poesía, a la naturaleza, a saber escuchar, a renunciar al consumo como camino para obtener una riqueza interior más valiosa. Como la de STEVENSON en su tiempo, la de Ende es una reacción de rechazo de la mentalidad dominante y una crítica del mundo desde una perspectiva ¿infantil? que, como en El principito, se basa en una fuerte reivindicación de los razonamientos que vienen del corazón. Algunos especialistas consideran los libros sobre Jim Botón como los más originales, los más sueltos, los que revelan mejor el ingenio y el dominio de los mundos imaginativos que tenía Ende. Aunque no faltan en ellos puntadas irónicas hacia la burocracia y hacia los modos de gobierno tiránicos, aquí a Ende no se le notan ni la retranca ni el afán de llenarlo todo de símbolismos y significados que a veces lastrarán sus libros posteriores.


Con el paso del tiempo, sin embargo, parece que su libro más popular ha llegado a ser Momo, cuyo atractivo se basa en las definiciones acertadísimas de la protagonista, una niña entre ocho y doce años pero cuya edad es realmente indeterminada, y de sus enemigos los hombres grises; y en que es un relato inteligente y tenso, que mantiene hasta el final el interés, que combina con acierto lo real y lo fantástico, que plantea sabiamente cuestiones de gran calado humano. Las ilustraciones del mismo Ende añaden misterio a la trama y revelan también lo que se ha dado en llamar su imaginación arquitectónica.

En su momento fue La historia interminable el libro que mayor resonancia internacional obtuvo, también debido a razones distintas de su calidad literaria y narrativa: eran innovadores el armazón de la historia y el diseño físico del libro, con el recurso a la impresión en dos tintas para mostrar los dos planos en los que se desarrolla el argumento; contenía una vibrante reivindicación del poder de los libros; supuso una cierta renovación del género de aventuras y, al conseguir lectores de todas las edades, avivó la discusión acerca de qué libros deben ser catalogados como literatura juvenil. Pero, independientemente de cualquier otro factor, está muy bien dibujado su protagonista Bastián y es un gran logro el entrelazamiento de las dos líneas argumentales: la lectura que hace Bastián del libro que ha robado y las aventuras de Atreyu dentro del libro. También engarzan perfectamente las dos historias cuando Bastián entra en Fantasía y allí une sus fuerzas con las de Atreyu, aunque a partir de ahí hay tramos que pueden resultar más arduos: Ende tiende a dejarse arrastrar por su poder de fabulación y a incrementar en exceso tanto los ambientes y personajes como la complejidad simbólica y descriptiva. Pero el final vuelve a ser excelente y, en cualquier caso, la trama está bien construida y presenta de modo brillante los poderes a la vez curativos y adictivos de la fantasía, su necesidad y sus peligros.

El secreto de Lena tiene otro tono y otros objetivos distintos a los de Momo y La historia interminable. Su comienzo es sensacional: «Lena era una niña extremadamente amable siempre que sus padres se portaran bien y obedecieran a lo que ella les mandaba. Desgraciadamente, eso ocurría pocas veces». Y a partir de tal premisa, Ende construye un relato tan ingenioso en su planteamiento y en su desarrollo como certero en su mensaje para padres e hijos. La narración es corta y está contenida al máximo: el autor sólo dibuja el mundo interior de Lena, su enfado con sus padres y su afán de revancha, que se transforma en agobiante tiranía cuando tiene la oportunidad. Al poder poner en práctica sus deseos, Lena entiende la otra cara de la moneda: todo lo que sus padres hacían por ella, la necesidad que tiene de su ayuda. La sensata lección, para Lena y para sus padres, es que deben aprender a contradecirse sólo cuando sea realmente necesario, y no por tonterías.

En cada uno de los cuentos que se incluyen en la recopilación mencionada, Ende intenta explicar algo: una lección al modo de la fábula de la tortuga y la liebre en Tragaleguas; la vinculación afectiva de un niño con sus juguetes en El muñequito de trapo; la vanidad tonta del poderoso en Norberto Nucagorda; la dificultad de lidiar con los propios deseos porque, muchas veces, uno no sabe de verdad lo que desea, en La escuela de magia y La historia del deseo de todos los deseos, una idea recurrente del autor; etc. De algunas historias contenidas en esta selección, y de otras, hay ediciones independientes, unas en formato álbum y otras en libro pero con ilustraciones de calidad: la riqueza imaginativa de las descripciones de Ende hace que sus textos sean apropiados para que un buen ilustrador se luzca. Es el caso ya citado de El secreto de Lena, y del álbum El pequeño títere (el cuento titulado arriba El muñequito de trapo) ilustrado por Alfonso RUANO.


Influencias básicas

Las ideas de Ende tienen su origen en la educación artística que recibió en su hogar, en particular en el talante que observó en su padre de continua búsqueda de lo misterioso de la vida. Él mismo explica cómo la pintura de su padre, calificada de surrealista, no tiene nada que ver con la variante francesa del surrealismo, a la que califica como «la deformación de algo verdadero» pues no conduce a un encuentro con lo espiritual sino a una intuición de lo caótico y demoníaco, que también es espiritual pero desfigurado. Para su padre, la realidad de un mundo espiritual no perceptible por los sentidos estaba fuera de toda duda, y no de modo abstracto sino de modo personal y esencial.

El año 1946 entró en contacto con el movimiento antroposófico fundado por Rudolf Steiner. También, con ocasión de sus viajes a Japón intentó ahondar en la filosofía zen. Ende manifestó que, a lo largo de su vida, anduvo metido en azarosos laberintos siempre a la busca de referencias y que, por esa razón, no había figura medianamente importante del esoterismo, del ocultismo, de la cábala, de la magia, y de todo tipo de materias semejantes cuyas enseñanzas no hubiera estudiado.

En lo literario, se confesaba heredero del romanticismo alemán, en primer lugar y, particularmente, del poeta Novalis (1772-1801), y del movimiento calificado por él mismo de «idealismo mágico», una interpretación mística y panteísta del universo. Ende sigue a Novalis cuando afirma que no busca verdades objetivas sino sabiduría, que su religión es la poesía y que poesía «es la capacidad creativa que tiene el hombre de vivirse y de reconocerse a sí mismo una y otra vez en el mundo y al mundo en sí mismo», y que «por eso toda poesía o es, en su esencia, “antropomórfica”, o dejará de ser poesía».

Además, admiraba las obras de Tolkien y Lewis, a las que hay numerosas referencias en La historia interminable, y compartía con los autores ingleses un alto concepto de la fantasía como género literario. Según Ende, el realismo es una parte de la literatura fantástica pero muchas veces sin una clara visión de sus condicionamientos previos, pues «la literatura fantástica parte del supuesto de que la única realidad que podemos describir honradamente es la que inventamos nosotros mismos. Lo mismo que hace el realismo, con la diferencia de que éste no lo sabe o afirma no saberlo».

Era confeso deudor de Borges, de quien toma ideas e imágenes y recursos dialécticos, y la querencia por escenarios laberínticos y oníricos. En esta última línea se pueden apreciar también, tanto en los textos como en las ilustraciones que él mismo hace para Momo, la influencia de pintores como Magritte, Dalí, De Chirico… Otro elemento que contribuyó a configurar y a reforzar sus planteamientos son las mismas controversias públicas en las que participó, no pocas motivadas por críticas poco sensatas a sus libros.
Ideas recurrentes

Tal como él lo exponía, y como se puede deducir de sus libros más conocidos, su pensamiento se apoyaba primero en un vigoroso rechazo de la visión cientificista y materialista de la vida, cuya incapacidad para dar cuenta de los más profundos anhelos humanos para él resultaba evidente. Ende afirmaba que «el materialismo es una ideología que ofrece una explicación para todo excepto para su propia existencia» y que «sólo puede existir mientras que no se piense a sí mismo hasta las últimas consecuencias». Los hombres grises que dibujó en Momo, que luego llegaron a ser un nuevo arquetipo de malvado en tantas ficciones populares posteriores, ejemplifican ese modo de contemplar la vida que sólo valora lo que se puede pesar, medir y contar: «Los hombres grises son el puro intelectualismo científico en el sentido materialista».

A la vez, y como consecuencia de lo anterior, pensaba que la fantasía es un camino necesario para llegar a un conocimiento más profundo de la realidad, aunque continuamente advertía que puede ser un camino peligroso. En La historia interminable hay una escena en la que Graógraman, el león, explica un lugar de Fantasía que no tiene exterior pero cuyo interior está formado por un laberinto de puertas. Cualquier puerta, «una puerta completamente corriente de establo o de cocina, incluso la puerta de un armario, puede ser, en un momento determinado, la puerta de entrada al Templo de las Mil Puertas. Si el momento pasa, la puerta vuelve a ser lo que era. Por eso nadie puede entrar una segunda vez por la misma puerta. Y ninguna de las mil puertas conduce otra vez al lugar de dónde se vino. No hay vuelta atrás». El león le dice a Bastián que para orientarse debe guiarse por «un deseo auténtico», por su «Verdadera Voluntad», que es el secreto interior más profundo que sólo puede ser conocido con una gran autenticidad.


Qué libros han de darse a los niños

En cuanto a los libros que han de darse a los niños, Ende manifestaba estar «convencido de que un libro infantil, debido justamente a la porquería, al desamor, a la fealdad que se vierte sobre los niños por dondequiera que se mire, ha de ofrecer a sus lectores algo que ellos consideren hermoso y que puedan amar. Ninguna otra cosa es importante, pues sólo de eso pueden alimentarse espiritualmente los niños». Para él era casi un crimen mostrar a los niños antes de tiempo algunos aspectos de la realidad tal como es: es como si «a un niño que tiene frío se le quita también la chaqueta para que se haga consciente del frío y se distancie críticamente de él». Sus palabras más duras se dirigían contra esos «inculcadores de una actitud crítica» que «sólo traspasan a los niños su propio relativismo intelectual, su propia impotencia para encontrar valores vitales». Su mismo respeto a los niños, su mismo tomarse en serio su trabajo como escritor de libros infantiles, le hicieron ser cuidadoso en las formulaciones de sus ideas. Por eso sus libros infantiles y juveniles pueden ser mal interpretados, como pueden serlo los Evangelios —según él mismo dijo una vez que alguien le criticó—, pero no contienen nada inconveniente ni molesto para nadie con sentido común.


Gente tonta que hace preguntas inteligentes

Momo es «pequeña y bastante flaca [...], pelo muy ensortijado, negro como la pez y unos pies del mismo color pues siempre iba descalza. [...] Su falda estaba hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, cuyas mangas se arremangaba alrededor de la muñeca». Su cualidad distintiva, «lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar. Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única. Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él».


Regresar de Fantasía

Si Momo viaja hacia el lugar de donde procede el tiempo, Bastián camina hacia su interior. En Momo y en La historia interminable, a la vez que reivindica el valor de la fantasía, Ende plantea la necesidad de no escapar de la realidad mintiéndose a uno mismo. El mejor amigo de Momo, Beppo Barrendero, opinaba que «todas las desgracias del mundo nacían de las muchas mentiras, las dichas a propósito, pero también las involuntarias, causadas por la prisa o la improvisación». Bastián comprende que la Fantasía también puede atrapar y hacer olvidar que más importante que leer o soñar es vivir y ayudar a vivir. Bastián termina su aventura lleno de alegría, «alegría de vivir y alegría de ser él mismo. Porque ahora sabía otra vez quién era y de dónde era. Había nacido de nuevo. Y lo mejor era que quería ser precisamente quien era. Si hubiera tenido que elegir una posibilidad entre todas, no hubiera elegido ninguna otra. Porque ahora sabía: en el mundo hay miles y miles de formas de alegría, pero en el fondo todas son una sola: la alegría de poder amar». Y, como le explica el señor Koreander, «hay seres humanos que no pueden ir a Fantasía, y los hay que pueden pero que se quedan para siempre allí. Y luego hay algunos que van a Fantasía y regresan. Como tú. Y que devuelven la salud a ambos mundos».



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Bibliografía:

—Olivares, Juan Carlos. Michael Ende, el escritor de los niños-adultos. Revista CLIJ, n. 78, XII.1995.
—Ruzicka Kenfel, Veljka. Momo y Bastián: volver al romanticismo. Revista CLIJ, n. 46, III.1993. 
—Algunos textos entrecomillados de Michael Ende usados en el texto están tomados de Carpeta de apuntes (Michael Ende’s Zattelkasten, 1994); Madrid: Alfaguara, 1996; 406 pp.; col. Textos de escritor; trad. de Carmen Gauger; ISBN: 84-204-2829-9.

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