Texto: Ana Garralón
Imagen: Aquarium de Surika
Como si de uno de sus cuentos se tratara, Michael Ende conoció tempranamente el sabor amargo del éxito. Y no de una manera placentera sino con la crítica más vehemente y, en ocasiones, desmedida hacia el espíritu que quiso reivindicar en sus cuentos: la fantasía. Ende nace en 1929 en Garmisch-Partenkirchen. Hijo del pintor surrealista Edgar Ende, desde pequeño convive con la bohemia de Schwabing entre pintores, escritores y escultores; «ya de pequeño aprendí todas las teorías (también aquellas que hoy en día todavía son revolucionarias) sobre el arte y la literatura» en una familia de pocos recursos económicos pero con una rica vida interior que permite a Ende disfrutar con naturalidad el arte fantástico y el surrealismo, elementos que formarán parte de su bagaje cultural y que aparecerán una y otra vez en su obra.
En 1940 entra en el Instituto Humanístico, donde estudia cinco años hasta que toma la resolución de ser actor. Tras unos cortos años de trabajo inestable se instala en Múnich como escritor libre. Escribe todo lo que le da dinero: canciones, monólogos para cabarets político-literarios, sketchs... y teatro que nadie quiere publicar. Cuando parecía llegar a una situación económica y moral insoportable, un grueso libro para niños, publicado después de muchas dificultades, obtenía el Premio al Libro Infantil Alemán. El libro, Jim Botón y Lucas el maquinista, sorprende por la densidad de su contenido, mostrándonos un Ende que domina mundos fantásticos inusualmente presentados al público infantil que, incluso en ocasiones, resultan excesivamente extensos. Este libro, que pronto tendría una continuación con Jim Botón y los trece salvajes relata las aventuras de un niño que, equivocadamente, llega a una isla tan pequeña que un habitante más representa un serio problema de espacio. Al crecer decide marcharse y Lucas, el maquinista, le acompañará con su maravillosa locomotora recorriendo todo un mundo real y fantástico.
Con esta primera novela Ende cosecha las primeras críticas, que ya sintió cuando muchos editores rechazaron el manuscrito por excesivamente fantástico, pues en el ambiente de los años sesenta en Alemania reinaba la reivindicación a ultranza del realismo y de textos comprometidos socialmente. «Reinaba el debate del escapismo. La crítica oficial afirmaba que sólo los libros de efecto didáctico en política y en la crítica social constituían la verdadera literatura. Todo el resto era descalificado como literatura de evasión. Sobre todo, por supuesto, la literatura fantástica». Ende es obligado una y otra vez a justificarse hasta que decide irse a vivir con su primera mujer a Italia donde espera huir del acoso intelectual para poder dedicarse a esa literatura que enlaza con la «idea mágica del mundo» que tanto le atrae y a la que no está dispuesto a renunciar.
A las afueras de Roma escribe Momo, el, para muchos, texto más interesante en su trayectoria como escritor, que cosecha el Premio al Libro Juvenil Alemán en 1974. Momo, llevada incluso con poco acierto al cine, nos introduce en el mundo de la protagonista, Momo, de procedencia desconocida cuya misión es hacer recuperar a la gente del país su tiempo robado por los hombres grises. Es una larga historia que consigue mantener el interés hasta el final combinando acertadamente elementos reales y fantásticos y planteando el problema de la sociedad de consumo.
Sin embargo es con La historia interminable con la que salta a la fama y a la discordia. En Alemania, donde la literatura realista ya tenía un lugar destacado, se obliga de nuevo a Ende a justificarse. Pero el éxito superó lo previsto y, no sólo fue leída por niños y adultos, sino que obligó a cuestionar nuevamente el concepto de literatura juvenil mientras que los grupos pacifistas iban a las manifestaciones con el libro bajo el brazo. Pese a la opinión y actitud generalizada de muchos escritores, Ende se mantuvo fiel a sus principios y a su filosofía defendiendo la literatura fantástica, la fantasía, no como una vía de escape de la realidad, sino como una parte integrante de la misma. «La ficción, la fantasía, necesita de la vida».
La historia interminable marca, sin duda, una pauta en la historia de la literatura infantil y juvenil, y supone una renovación del género y una reivindicación del lugar que ocupan los libros para niños. Bastián, el protagonista, es un niño gordito y con problemas, un antihéroe, en definitiva, que roba un atractivo libro y se refugia a leerlo en el desván del colegio. Allí se da cuenta de que es invitado, desde las páginas que está leyendo, a participar en la aventura de salvar el reino de la fantasía, víctima de una extraña enfermedad. La extremada variedad de tiempos, espacios y personajes que pueblan las páginas de esta novela quizás sean lo más atractivo y también lo más arriesgado al tener en ocasiones el lector la impresión de que el mundo de la fantasía es, efectivamente, interminable.
Reanuda su escritura con textos para niños pequeños en los que repite, a veces excesivamente, los mismos temas: el protagonista debe cumplir una misión como ir a la boda de un león en el caso de Tranquila Tragaleguas, la tortuga cabezota, un cuento donde se incluyen canciones para acompañar el texto, bellamente ilustrado por Agustí Asensio. También van apareciendo continuas referencias al teatro, bien por la estructura de la obra, bien por estar escrito como si de una obra de teatro se tratase o bien porque lo sea el tema, como en El teatro de sombras, donde, acompañado por las sugerentes ilustraciones de Friedrich Hechemann nos introducimos en el tema de la muerte. Quizás haya sido la tremenda plasticidad de los escenarios que describe en sus novelas lo que hace que éstas sean tan sugerentes como para llevarlas al cine o al teatro. Lástima que en el caso del cine las adaptaciones hayan sido tan incompletas y aciagas, víctimas de la comercialidad, aunque en teatro se conocen interesantes montajes.
En 1985, debido a la muerte de su mujer, Ende regresa a Alemania instalándose a las afueras de Múnich y contrayendo, poco tiempo después, matrimonio con la que fue su traductora al japonés. Allí continúa escribiendo textos para niños y cuentos para adultos que él mismo ilustra aunque una lectura de textos posteriores a sus grandes éxitos denota en ocasiones falta de la originalidad y ambición literarias que caracterizaron sus primeras incursiones.
Quienes no hayan leído todavía El ponche de los deseos, una de sus últimas obras, no le aconsejamos que busque en ella los mundos fantásticos y maravillosos de otras, o la acción y la tensión que predominaron en sus historias. Estamos ante un texto de extremada sencillez, tanto, que parece haber sido escrito para ser representado directamente, tal es su simpleza. En este cuento, lo que Ende calificó como «esa estupidez del llamado mensaje» parece ser un aspecto importante en la historia donde un gato y un cuervo tratan de impedir que Belcebú Sarcasmo y Tiranía Vampir cometan la mayor desgracia del año. Una ingenua trama cuyo final parece adivinarse desde el principio al haber una clara oposición entre el bien y el mal, nos permite incluso aventurar que la historia fue escrita con la clara intención de polemizar.
Pero Ende es ya un fenómeno que publica lo que quiere y es llevado a congresos y encuentros a dar su visión de la literatura infantil y de la fantasía. En unas declaraciones en un seminario sobre la fantasía celebrado en Madrid hace pocos años nos sorprende su reclusión del mundo de la literatura infantil al decir: «pertenece a esas reservas que toleran, con sonrisa condescendiente, los habitantes del Desierto Cultural, a las que algunas asociaciones benéficas incluso miman, pero que todos, en el fondo, desprecian... como desprecian, por cierto, la mayoría de las cosas que tienen que ver con los niños».
Con una obra cada vez menor y aquejado por un cáncer, Ende muere a los 65 años de edad en su tierra natal. A pesar de una obra variada y, en ocasiones, discutible, la recuperación que hizo de la fantasía, no como algo irracional o escapista o «comoquiera que recen todos esos vocablos utilizados en sentido peyorativo» sino como la esencia del ser humano que ha sido apartada del camino por la racionalidad y el utilitarismo propios de la sociedad de consumo en que vivimos, le ha hecho merecedor de un destacado lugar en la historia de la literatura infantil y juvenil de nuestros tiempos.
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Bibliografía
La historia interminable. (Traducción de M. Sáenz). Alfaguara, 1987.
Tranquila tragaleguas, la tortuga cabezota. (Tr. M. T. López). Ilustraciones de Agustí Asensio. Alfaguara, 1987.
El dragón y la mariposa. (Tr. M. T. López). Il. Agustí Asensio. Alfaguara, 1986.
Norberto Nucagorda. (Tr. A. de Zubiaurre). Il. Viví Escribá. Alfaguara, 1989.
Filemón el arrugado. (Tr. R. García Badell). Alfaguara, 1989.
Momo. (Tr. S. Constante). Il. del autor. Alfaguara, 1989.
Jim Botón y Lucas el maquinista. (Tr. M. Mattons). Il. J. F. Tripp. Noguer, 1985.
Jim Botón y los trece salvajes. (Tr. M. Matons). Il. J. F. Tripp. Noguer, 1985.
Tragasueños. (Tr. H. Dauer). Juventud, 1986.
El libro de los monicacos. (Tr. A. de Zubiarre). Noguer, 1987.
El Goggolori. (Tr. de Luis Pastor y M. Villanueva). Il. J. M. Pérez. Ayuso, 1985.
Teatro de sombras. (Tr. M. Terzi). SM, 1989.
El ponche de los deseos. (Tr. J. Larriba y M. Terzi). SM, 1989.
Jojo, historia de un saltimbanqui. (Tr. A. L. Geruber). Debate, 1987.
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