Texto: Leticia Carrera en Taller de pequeña ensayista
Imagen: fotografía de Momo
Espero y espero despertar por fin,
pero no puedo.
Como un nadador que se ha perdido
debajo de la capa de hielo,
busco un lugar para emerger.
Pero no hay ningún lugar.
Toda la vida nado con la respiración contenida.
No sé cómo podéis vosotros hacerlo.
-Michael Ende-
La literatura se desdobla sobre si misma para el lector que se arriesga a encontrar en sus líneas secretos abiertos, lecturas infinitas a cada momento. Dentro de cada lectura surgen distintas ideas para quien se adentra en ella. La poesía se forma ante los ojos como un juego desenfrenado de ideas, formas, figuras; de igual manera, en la prosa, los personajes nos seducen a seguirlos por ficticios que parezcan. Los libros no son inocentes, nos proponen seguirlos, nos conducen por veredas y caminos difíciles, que el lector decidirá seguir o abandonar. Entonces, al llegar a la última página, se respira un aire diferente, leer es abrir caminos a mundos impensados, accesibles sólo mediante la lectura. La literatura no anda sola en su mundo, ni se queda sola en sus palabras, se da licencia de coquetear con otras disciplinas; se emparenta con algunas, se compenetra con otras. En su libertad de ser, se permite adentrarse y cohabitar en otros temas sin el riesgo de perder su rostro, sin olvidar su cometido: ser un engranaje de palabras. Es por ello que creer que la literatura no debe mezclarse con la filosofía genera una idea cerrada e ignorante de la realidad literaria. No significa que una lectura de placer deba convertirse en un tratado filosófico, pero sí que en sus entrañas puede convertirse en un vertedero de ideas que ante ese placer, se combinan con sabiduría y belleza.
En el juego se consolida la idea de unir filosofía con la literatura, su base es un proceso creativo donde existe el sentir de la literatura con sus imágenes y conjugarse con el pensamiento de la filosofía. Donde a veces, encontramos que de inicio la primer idea es literatura: escribir una narración, un poema, dejar todo en sus parámetros; pero dejando surgir en sus líneas la filosofía, aparentan ser un juego azaroso de encuentro y desencuentro la forma en que se conjugan y, cuando terminan de construirse, se descubre una figura atrayente para dos miradas, tal vez no lejanas pero sí distintas. Lo cierto es que se encuentran diversos autores que se atreven a conjugarlos, quedando en su fondo más que la forma, permitiendo que su conexión aproxime a cualquier lector, sin traicionar la búsqueda de esa imagen literaria por la cual llegó, pero sin olvidarse de las ideas filosóficas que de una u otra forma pueden germinar sin poner en riesgo la lectura del conjunto. Los autores que han logrado literatura con rasgos filosóficos son muchos: Milan Kundera, Albert Camus, Michael Ende por mencionar algunos. Son autores que se plantean en un contexto literario permitiéndose el juego en sus escritos con la filosofía.Ciertamente existen casos contrarios que hacen de los filósofos, escritores literarios, como el caso de Sartre, autor que además de tratados filosóficos encontramos novelas y obras de teatro, sin traicionar a ninguna, pero teniendo como punto de partida la filosofía.
En este momento hablar de cualquiera de los cuatro autores anteriores sugiere cierto riesgo, ya que sus obras son referencia de muchos estudios, creo oportuno ejemplificar lo que estoy diciendo: en Ende. Al paso de las páginas se rastrea en sus libros de una forma muy sutil el sentir de una idea filosófica en un plano totalmente literario. Ende tiene la belleza de fascinar a chicos y grandes, sus libros superan la barrera del tiempo, podemos leerlos varias veces y encontrar distintas direcciones a partir de nuestra experiencia. Recordemos que todo libro que se relee tiene una nueva lectura. Lo importante de Ende es que sus libros contienen una fuerza literaria que se combina con ideas filosóficas casi a la par. Debo mencionar que en un sólo texto de Ende su personaje principal es un “filósofo”, el cuento de Filemón el arrugado[1], un elefante que piensa ideas enormes como luna, sol, nube. El cuento se basa en un torneo de fútbol que las moscas organizan, los diminutos quieren ganarle al elefante, y éste nunca se da cuenta del partido. La descripción general está compuesta de imágenes, sólo son retoques de rasgos filosóficos de forma tan sublime que pueda llegar a un niño y a cualquier lector: un cuento, sin que esto implique mostrar sólo la parte dura de la filosofía.
Es un autor que dentro de cada libro genera una visión particular. Es decir, encontramos en uno de sus títulos más famosos Momo[2] la visión del tiempo. Se gesta una serie de ideas sobre cómo los hombres utilizan el tiempo, se reflexiona cómo lo perdemos y se olvidan las cuestiones importantes para el autor: la familia, los amigos, la libertad. Ciertamente el libro se construye con personajes de personalidades fuertes generando un mapa que por momentos nos lleva a la reflexión, pero que en realidad su objetivo es habitar este ambiente fantástico por el cual Ende siempre lucho, dejando la misma Alemania para alejarse de la critica y sus ataques, señalándolo como literatura“evasiva”. En esta novela aparecen los hombres grises, que nos roban el tiempo, los que nos obligan a no pensar, ni disfrutarlo, sólo correr tras él; aparece el maestro Hora que lo defiende y lo crea, y el complejo personaje de la niña Momo, que será la heroína por su forma de escuchar; ya que sus amigos al sentirse escuchados por ella, se encuentran y logran resolver sus problemas. Es en su contexto infantil o juvenil, según la clasificación que se le da, donde inserta temas filosóficos, narraciones abiertas a cualquier lector sin importar su edad. Además que según los comentarios recopilados sobre los lectores endeanos, sus libros deben releerse varias veces, en varios tiempos, pues así se encuentra el valor de las palabras que según la edad nos construyen el entorno.
La obra de Ende apuesta por una búsqueda personal asumiendo el reto de la vida, de los pensamientos, de las ideas. Su libro El espejo en el espejo[3] está planteado como un laberinto, lleno de cuartos, narra la constante angustia de esperar, constante la búsqueda: libertad, amor, la complejidad de lograr el deseo, el destino. El espejo en el espejo tiene una orquestación íntegra, de entrada aparenta una compilación de cuentos, cada uno presenta a su personaje o personajes, llega un momento en que el libro toma una sola idea convirtiéndose en una novela que se entrelaza, los personajes parecen reaparecer a lo largo del libro, para al final volver a plantear la idea de cuentos inarticulados. En cada fragmento se va narrando una historia que permite caer en una infinidad de sentires al tiempo que ideas sobre cada narración, en ellos impera la expectativa y la angustia, ideas basadas en el existencialismo. Leer ante otros fragmentos de estos libros, es riesgoso, en un instante puede provocar caras de asombro de los que escuchan, y en algunas ocasiones la discusión puede llegar hasta la idea de Dios, de destino, de creencia, y en Ende muy especialmente la idea de existencia y sociedad. Ende quiere convencernos de leerlo por su belleza, cuando en sus entrañas surgen una infinidad de dudas sobre la propia vida.
Uno de los cuentos de El espejo en el espejo habla de la búsqueda de una palabra perdida, aquella que un día desapareció del Espectáculo ininterrumpido, sus personajes son arlequines, saltimbanquis y otros tantos seres vestidos con extravagantes trajes multicolores; provenientes de las Montañas del Cielo andan caminando en la tierra, esperando encontrarla, ya que el día que la palabra se perdió, el mundo quedo fragmentado. ¿Cuál es la palabra que se nos ha perdido? Algunos responden libertad, otros amor, cada uno tiene una palabra que puede ser esa palabra perdida. Es notorio cómo una visión completamente literaria se involucra con conceptos filosóficos sin perder su base, su centro lleno de juego y sentir. Las imágenes o los personajes cobran vida en sus mundos fantasiosos, su personalidad definida es la guía, en los complejos entramados de la historia que se narra, y es en ellos donde también surgen las ideas, los rasgos que se enlazan con la filosofía. Es Ende un autor que ha logrado incursionar en el campo de la filosofía bajo esta forma de hacer una literatura fantástica, tal vez la más alejada de la llamada “realidad”, pero orientándolos en las narraciones quedando al alcance de cualquier lector.
Tal vez la idea aparenta utilizar a la filosofía y traicionarla, dejarla como un complemento; pero ciertamente se podría decir lo contrario también. Ante todo, es necesario percibir la idea de fusión, no sentir que la filosofía se incrusta en la literatura, sino que ambas precisan converger en un punto equidistante, un lugar donde cohabiten y pueda sentirse o no su combinación. Es abrir una puerta a los no lectores, llevarlos por una literatura llena de ideas y que ambas pueden ser sentidas de la forma más noble. Es prudente hacer notar que existen muchos autores que tratan de hacer esta fusión y que pueden pecar de ser más literatos o más filósofos, según su obra y el momento de la misma creación; pero esto no es una disculpa para que se excluyan. Lo que debo resaltar ahora es que fusionar la literatura con otra disciplina es importante, es la literatura tal vez la portadora de ese papel curativo, ese punto de libertad y encuentro en sus líneas mismas; el reto es no perder el rostro de la literatura, entender su propia armonía, adentrarse en ella, combinarla sin dañarla es el deber de todo escritor, respetar las licencias literarias sin destruir ese balance.
Por lo que respecta a una literatura con rasgos filosóficos, creo que es indiscutible, existe en diferentes momentos y negar esta posibilidad es cerrar el horizonte literario, algo que va en contra de sí mismo. La literatura es portadora de la posibilidad de engarzarse con otras áreas, precisamente por la libertad que en ella misma se genera.
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[1] Michael Ende, Filemon el arrugado, México, Alfaguara, 2001.
[2] Michael Ende, Momo, España, Salvat-Alfaguara, 1987.
[3] Michael Ende, El espejo en el espejo, México, Alfaguara, 2000.
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