Imagen: Jacek Yerka
No creo que Michael Ende quisiera que La historia interminable fuera interpretada como un libro absolutamente fantástico, de hecho nos hacía entrar en su enrevesada peripecia de la mano de un chaval gordo, del que hacen mofa los otros, y que cura su forzosa soledad con la lectura y con la fantasía. Hay algo que une al lector con el protagonista, Bastian: su deseo de ser otro, sus ganas de escapar, y el anhelo del solitario por encontrar un amigo.
Seguramente yo no hubiera leído La historia interminable de no ser por la presencia de un niño con una infelicidad repleta de sentimientos reales. Comparto con Michael Ende la melancolía que alimenta a sus criaturas literarias, niños poéticos y de un salvajismo interior, como es el caso de Momo, que siempre me ha parecido un personaje escapado de una película de Fellini.
Ende supo manejar con esa falta de gravedad que a menudo convierte en fracasos algunos proyectos de literatura fantástica. Sabía que lo mágico debe tener un ancla para unir lo imposible a la tierra. El señor Koreander el librero de La historia interminable, explica cómo puede relacionarse uno con lo fantástico: "Hay seres humanos que no pueden ir a Fantasia y los hay que pueden, pero se quedan para siempre allí. Y luego hay algunos que van a Fantasia y regresan, y que devuelven la salud á ambos mundos". Bastian acaba su aventura tan gordo como la empezó, pero más acompañado. Es el final para una historia que comienza con un robo. por parte de su protagonista. Es de agradecer en -un momento en que muchos educadores pretenden que los libros infantiles sean pedagógicos, pero ésa "es otra historia y debe ser contada en otra ocasión"
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