Imagen: Raúl Cantú
– Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:
– Entonces es divertido; esto es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.
(Michael Ende, «Momo»)
Siempre se ha considerado a Michael Ende como un autor de obras para niños, y supongo que a él le gustaba esta etiqueta porque en el fondo nunca había dejado de ser niño (En el artículo Reflexiones de un indígena centroeuropeo, recogido en el libro «Carpeta de apuntes», afirma con orgullo: «provengo de una reserva llamada literatura infantil»).
Los niños disfrutan leyendo sus libros, sintiéndolos como propios, tan llenos de imaginación y de Fantasía (sí, con F mayúscula), pero sus libros son mucho más que simples historias, y detrás de cada uno de los personajes protagonistas se esconde Michael Ende, escritor, pensador y gran estudioso de otras culturas y religiones. Así lo demuestran muchos de los diálogos de sus libros:
-¿Eres tú la muerte? El maestro Hora sonrió y calló un rato antes de contestar:
-Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida.»
(Momo)
- Entonces, ¿todo es sólo reflejo y contrarreflejo? -preguntó ella.
Y él escribió, mientras ella le oía decir:
- ¿Qué se ve en un espejo que se mira en otro espejo?
(La historia interminable)
Esto es sólo una pequeña muestra de lo que cualquier lector (y no tiene porqué ser un niño) se puede encontrar en los dos libros más famosos de Michael Ende y también de la llamada literatura infantil. Desde luego, preguntar al Tiempo si es la Muerte, pensar en la infinita imagen de un espejo que se mira en otro espejo, o la misma idea de la nada, son cosas que dan que pensar.
Además Michael Ende tiene muchos más libros, menos conocidos, como son «La prisión de la libertad», «El espejo en el espejo» o «Carpeta de Apuntes», el libro póstumo en el que se publican reflexiones y anotaciones de sus diarios, además de apuntes para relatos o poemas, en una palabra, la faceta más desconocida de este autor, para quien el escritor o artista tan sólo es un náufrago que envía mensajes en una botella, mensajes que no tienen otro destino sino el de ser recogidos por otros náufragos.
«La prisión de la libertad» y «El espejo en el espejo» se componen de varios relatos independientes, pero sólo al llegar al último de ellos se pueden entender los demás por completo. Esto pasa sobre todo en «El espejo..» donde los cuentos se entrelazan de manera sorprendente. En este libro el lector no es sino un soñador y los protagonistas, personajes que le hablan desde su sueño: «¿O acaso nuestro soñador no sabe que sólo nos sueña a nosotros? ¿Puedo yo, un sueño, explicárselo para que despierte de una vez? ¿Qué sucede con un sueño cuando despierta el soñador? ¿Nada? No quiero seguir soñando que existo.Tampoco quiero dejarme soñar por no se sabe quién.¿O acaso nos soñamos todos los unos a los otros? ¿Somos un tejido de sueños, una selva de sueños sin límites y sin fondo? ¿Somos todos un único sueño que nadie sueña? «. Este es un libro en el que todo es reflejo y contrareflejo…
Y si todavía seguís considerando a Michael Ende un autor sólo para niños, pensad que tampoco es tan malo volver a la infancia, y dejarse llevar por las aventuras de Bastian, Atreyu o Momo. En todo caso Michael Ende siempre será imprescindible para cualquier edad y en cualquier época.
Donde la magia era posible
Recuerdo que estaba en segundo de E.G.B. cuando, una tarde a la semana, nuestro profesor nos leía un fragmento de «La historia interminable». Cogía el libro de encuadernación barata, lo habría por una página cualquiera, y comenzaba a leer. En el aula el silencio era mortal; se podría haber oído una pluma caer al suelo. Todos nosotros, fascinados, nos dedicábamos a escuchar, y las alas de la imaginación se desplegaban y nos conducían a un país maravilloso donde los dragones eran blancos y buenos, los niños de color verde aceituna o de piedra, donde la magia era posible. Nunca llegué a saber de nadie a quien no le gustara la historia. Y, cuando nos pidieron hacer un dibujo para evaluar nuestra expresión artística, allá por aquella época en que dibujaba los manos con seis dedos y resultaba imposible diferenciar una moto de una burra a partir de mis garabatos, yo dibujé un niño a lomos de un dragón blanco surcando los cielos, que me valió un cinco pelado, por no suspenderme, supongo. Pero lo que de verdad importa es que muchos de nosotros pensamos que, cuando fuéramos más mayores, leeríamos ese libro. A pesar de que fuera un tocho enorme de más de cuatrocientas páginas. Y algunos así lo hicimos.
Al cumplir los diez años me regalaron «La historia interminable». Con él reí, lloré, imaginé y soñé, pero sobre todo disfruté como no había disfrutado hasta entonces con libro alguno. Más adelante leí también «Momo», y mucho más adelante pensé que el mayor error que puede cometerse es calificar a Ende como un escritor de historias para niños. Porque «Momo» debería ser de lectura obligatoria para todos aquéllos de edades comprendidas entre los diecisiete y los diecinueve años.Siempre he pensado que uno de los mayores retos de Ende ha debido ser la dificultad a la hora de definir palabras tan abstractas como el tiempo y la nada. En «Momo», el tiempo es el protagonista fundamental, y salva el bache por medio de unos hombrecillos grises que se dedican a robarlo.
En «La historia interminable» es la nada la que pretende abarcar todo Fantasia y hacerla desaparecer. Pero, en el fondo, ¿qué es la nada? ¿Cómo definirla? Porque nada es sencillamente nada, pero eso no es aclarar mucho las cosas, ¿verdad? Si yo tuviera que dar mi propia definición de nada, diría que es como una de esas mañanas vitorianas con niebla, en las que te levantas de la cama, te asomas a la ventana y parece que los edificios del otro lado de la calle han desaparecido bajo un manto blanco, como si nunca hubieran estado allí. Es el choque que produce no encontrar lo que esperabas en el lugar que por fuerza debería ocupar. Claro que Ende no habrá tenido la oportunidad de contemplar una de nuestras mañanas con niebla.
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