Imagen: portada del libro
Publicada por primera vez en 1979 y traducida a más de 30 idiomas, La historia interminable (también traducida como La historia sin fin) de Michael Ende es uno de los grandes clásicos de la literatura juvenil. Federico Ivanier nos recomienda sumergirnos en la fantasía, seamos jóvenes o adultos, para volver a disfrutar de esta historia cargada de profundidad filosófica.
La novela comienza con el cartel sobre el cristal de una librería: dice «Libros de ocasión. Propietario: Karl Konrad Koreander», solo que escrito al revés, porque es como si lo leyéramos desde el interior de la tienda. Nada es casual en una novela (nada debería serlo, al menos) y esto tampoco lo es. Ese cartel invertido funciona como la ilustración de un libro álbum: es parte sustancial de la historia.
Porque este clásico de la literatura juvenil (que en 2019 cumplió cuarenta años de su primera publicación en alemán) escrito por Michael Ende trata de eso, de mirar desde otro lado, de romper el cristal de la realidad y construirla desde la imaginación. Habla de nuestra imaginación como un acto revolucionario, como un acto que es capaz de modificar el mundo.
La anécdota trata de un chico que roba un libro llamado La historia interminable, en cuyas páginas nos enteramos de que hay un mundo llamado Fantasia (sin tilde en la traducción), habitado por todo tipo de criaturas maravillosas y extrañas que está siendo devorado por algo cuya única definición es la nada. Fantasia está desapareciendo y la Emperatriz Infantil (una niña que, en realidad, no manda, sino que más que nada es el centro de la vida de ese lugar) está enferma y a punto de morir. Atreyu, un joven de ese mundo, deberá encontrar la cura y salvar a Fantasia.
Este libro (el que está dentro del de Ende), a su vez, es leído en el mundo real por Bastián Baltasar Bux, niño que sufre bullying y se encierra en un altillo de su escuela a leer. Como Michael Ende nos invita a romper con la realidad, alejándonos de ella para entenderla, tarde o temprano se rompe también la «cuarta pared» en pos de la resolución de la historia, desarrollando un juego metaficcional que está en el corazón propio de esta magnífica novela (y que es, también, parte del secreto de su inmenso éxito).
Ende, según él mismo ha dicho, ve La historia interminable como una crítica social y como una búsqueda de la realidad a través de la fantasía: «Para encontrar la realidad hay que […] darle la espalda y pasar por lo fantástico», es parte de una famosa cita suya. Lo fantástico, entonces, no es para Ende un mecanismo por el cual evadirse de la realidad, sino uno esencial para conectarse con ella. La fantasía es el camino por el cual entender nuestro mundo real y, de alguna manera, reconstruirlo. Y eso, claro, es una historia interminable.
Ende nació en el año 1929, en Alemania, y vivió durante su infancia el nazismo y la guerra posterior, lo que indudablemente dejó una marca fuerte en su vida que contrastó con el aire cultural y artístico que se respiraba en su casa, en la que su padre era pintor surrealista. Así como su otro gran megahit mundial, Momo, Ende hace sus novelas dentro de una reflexión filosófica que focaliza el arte y la imaginación como artilugios redentores y liberadores, seguramente en oposición a este nazismo que era la nada y la destrucción vivificada.
Este clásico de la literatura de fantasía, también se debería decir, es, además, un fenómeno transmedia que incluye películas (la primera denostada por su autor, sobre todo porque vio en ella lo que hoy podríamos clasificar de «tono Disney»), adaptaciones teatrales y de ballet, y que hoy tiene una escena memorable en Stranger Things, con la canción Neverending story, de Limahl.
La prosa ágil y envolvente, la pasión que denota Ende por entrar en todos los detalles posibles y contar, contar y contar, hacen de La historia interminable uno de esos libros que jamás se deberían eludir y que es deseable que estén en todas las casas, porque claro que es literatura juvenil, pero como toda buena literatura de este tipo, es antes que nada literatura y rompe los moldes del lector que inicialmente uno imagina para esta obra. Cualquiera de nosotros, cualquiera sea nuestra edad, seguro podemos participar de esta historia que cumple cuatro jóvenes décadas y que, sin duda, tiene para muchísimas más, por suerte.
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