Imagen: Philippe Charles Jaquet
Es extraño que no se pueda desear simplemente lo que se quiere. ¿De dónde vienen realmente los deseos? ¿Y qué es eso, un deseo?
Bastian, “La historia interminable”.
“Haz lo que quieres” es la inscripción que Bastian encuentra detrás del ÁURYN en “La historia interminable”. En el relato de Michael Ende, su protagonista debe reconstruir Fantasía después de darle un nuevo nombre a la Emperatriz Infantil. Pero en su tarea de reconstrucción tiene un mandato colocado detrás del medallón: “haz lo que quieres”. Sin embargo, Bastian, en cierto modo, fracasa. ¿Por qué fracasa al cumplir un mandato como ese? ¿Es tan difícil hacer lo que uno quiere? A lo mejor lo que no es fácil es saberlo, o ¿acaso no existe un “lo que uno quiere”?
El personaje de Bastian que Ende plasma en el libro -muy diferente al de la película-, tiene que resolver sobre la marcha una tensión inevitable entre lo que desea y lo que le conviene. Deseo e intereses no son sinónimos, aunque se cruzan de manera inevitable, a veces de forma amigable y a veces conflictiva. En el caso de Bastian, es significativa su cadena de deseos, porque expresan de alguna manera un orden de prioridades que irá poco a poco haciéndole fracasar. El hecho de que los primeros deseos de Bastian tengan que ver con ajustar su aspecto físico al estándar social, y que continúe con una serie de deseos relacionados con la lógica social del poder (ser la persona más fuerte de Fantasía, por ejemplo), nos remite a los procesos de producción deseante y a sus dispositivos. “Haz lo que quieres” no tiene un sentido unívoco. El reto de Bastian es decodificar lo que la máquina social ha codificado, liberar su deseo del encapsulamiento al que la socialización lo ha sometido. ¿Cómo de difícil es hacer lo que queremos? ¿Cómo diferenciar el deseo propio del socialmente construido? ¿Hay un “deseo propio” ajeno a los procesos sociales? Pero, entonces ¿qué quiere decir “hacer lo que quieres”? De repente, nada es menos obvio que esa consigna aparentemente tan sencilla. Saber lo que uno quiere se convierte en un reto desbordante en el que Bastian fracasa.
Lo que “La historia interminable” pone en juego de alguna manera es la dificultad de encontrar un “yo mismo” previo y ajeno a los procesos de socialización. Pero también la necesidad de pararse a pensar antes de dar por buenos los deseos personales porque, de hecho, tienen poco de personales. Aunque el relato de Michael Ende se encuentra todavía de forma precaria ante la impugnación del sujeto puro al estilo cartesiano-kantiano, el autor se desliza hacia el esencialismo cuando Graógraman, el león, le dice a Bastian que hacer lo que uno quiere es “hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil”. Y a continuación, añade que encontrar esa voluntad verdadera “exige la mayor autenticidad”. Parece, entonces, que Bastian es un sujeto puro, con deseos y una voluntad pura que de alguna manera la socialización ha malogrado. Se trata, entonces, de una vuelta al sujeto moderno que tiene una interioridad esencial, de la “mayor autenticidad”, que puede ser descubierta por él mismo de forma reflexiva, y quizás con esto no podemos estar de acuerdo. ¿De qué está compuesto ese “yo” puro y auténtico previo a los procesos de socialización? Nos inclinamos a pensar, como Foucault, que no existe ese deseo previo que el poder reprime, sino que más bien los poderes, incluida la fuerza de la cultura, son productivos más que represivos, nos producen como sujetos: “la relación de poder ya estaría allí donde está el deseo: ilusorio, pues, denunciarla como una represión que se ejercería a posteriori; pero, también, vanidoso partir a la busca de un deseo al margen del poder”. Hay, por tanto, una extraña vanidad en las palabras de Graógraman el león cuando afirma que es posible encontrar una Verdadera Voluntad, un deseo verdadero y primigenio anterior a cualquier influencia del exterior del sujeto.
En este sentido, el relato de Ende refleja una tensión que permanece en la cultura popular contemporánea entre la fuerza de la cultura y el concepto de “lo auténtico”. La autenticidad es una pieza clave en las estéticas urbanas, al menos desde los años 80. Desde el hip-hop hasta el trap, hay toda una estereotipia relacionada con “lo auténtico” o “lo real” que todavía hoy funciona como eje de validación. Pero, en realidad, todavía no sabemos muy bien qué es ser auténtico, porque no está nada claro que el Ser Humano tenga una esencia auténtica y pura previa a su contacto con la cultura. Entre otras cosas, porque ya nacemos en un contexto colectivo (como mínimo, en interacción con nuestra madre). Más bien parece que lo que somos tiene que ver con la interacción y no tanto con una esencia que sería después reprimida o modulada por la cultura.
Por eso, otro de los retos que nos sugiere la lectura de “La historia interminable” es pensar nuestra libertad (y la libertad de nuestros deseos). Ya hemos planteado en otra parte que concebimos la libertad de manera hasta cierto punto spinozista, y que esto nos lleva a valorarla de forma adjetiva. En este sentido, más que de una “libertad” sustantiva pensada en abstracto, nos gusta hablar de acciones libres (donde “libre” es un adjetivo que se aplica a un acto). Pero entonces se vuelve fundamental entender cómo funciona la acción, en qué plano se ponen en juego los desencadenantes de nuestros actos. ¿En el plano cognitivo? ¿En el emocional, volitivo? Parece que la gente no actúa por conocimiento/desconocimiento sino por deseo, y este deseo no es esencialmente individual, sino que está mediado por los dispositivos y discursos del poder. Pero entonces, es crucial preguntarse por el margen de libertad que nos queda. ¿Si los deseos de Bastian no pueden separarse de los dispositivos del poder, qué margen de agencia tiene? ¿Qué libertad tenemos?
Al final del relato, si bien Michael Ende no nos da una respuesta filosófica, porque no es el objetivo del cuento, nos queda una orientación hacia lo colectivo que nos parece sugerente. Quizás el empeño por definir la libertad individual de las corrientes liberales, y el empeño colectivista de algunos comunitarismos fracasa por la misma razón. Si somos interacciones, acontecimientos que tienen una causa física y una casi-causa relacional (por invitar a Deleuze a la fiesta), entonces la pregunta por nuestra libertad no puede hacerse siguiendo un orden causal desde lo individual a lo colectivo, ni viceversa. La libertad como adjetivo (libre) es aplicable a los actos, pero estos son siempre interacciones, el resultado de una historia material y simbólica de la que no son separables. Y esto, en vez de ser un límite, es la condición de posibilidad de nuestra agencia y de nuestra individualidad. Somos individuos como acontecimiento, no como esencia. Bastian lo aprende al quedarse sólo y perder a Atreyu y Fujur, perdiendo así su individualidad, porque no existe “La Libertad” sustantiva. Nuestra historia interminable es una interacción permanente de la que emerge, en algunos de nuestros actos y en determinadas condiciones, el adjetivo libre.
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