Texto: Ezequiel Dellutri, en diario El Remanente; consultado en Tierra firme.
Imagen: Twilight magic de FictionChic
Si hay una puerta, hay una pregunta: ¿qué hay del otro lado? Y por supuesto, también están nuestras ganas de darnos una vuelta para ver qué se esconde al cruzar el umbral.
Que construir un mundo no es fácil, eso lo saben bastante bien los creadores de fantasías. Desde la Tierra Media de J. R. R. Tolkien hasta la más tecnológica saga de la Guerra de la Galaxias, los inventores de universos han enfrentado un gran problema: ¿Cómo vincular sus mundos imaginarios con la realidad? Algunos han optado por darles autonomía, pero otros intentaron establecer una puerta de comunicación.
Lewis Carroll eligió una forma radical: la protagonista de Alicia en al País de las Maravillas ingresa a un reino absurdo persiguiendo un conejo blanco que nada tendría de sorprendente de no ser porque está mirando un reloj que ha sacado del bolsillo de su chaleco. En A Través del espejo, el segundo libro de la serie, el portal es mucho más enigmático: un espejo que refleja otra realidad, ¿se animará Alicia a atravesarlo?
Jonathan Swift optó por la tragedia: Lemuel Gulliver visita distintos países imaginarios de manera involuntaria al sufrir naufragios y extravíos en altamar. Así, conoce un reino poblado por seres diminutos, otro por gigantes, una isla voladora repleta de sabios locos y por último, el país de los houyhnhnms, caballos parlantes de extrema inteligencia.
Quizás el más prolífico creador de puertas a la fantasía sea C. S. Lewis, quien en sus Crónicas de Narnia explora medios tan disímiles como creativos para acceder a su país de animales parlantes y seres míticos: ponerse un anillo mágico, tirarse a un pozo de agua, mirar fijamente un cuadro, esperar un tren en una estación típicamente inglesa y claro, cometer la imprudencia de encerrarse en un ropero mágico.
Tal vez el más creativo de todos haya sido el escritor alemán Michael Ende, quien optó por convertir un libro en la vía de acceso a Fantasía, un mundo en pleno apocalipsis. Así es como el acomplejado y solitario Bastián cree ser un simple lector, cuando en realidad terminará convirtiéndose en el protagonista de La historia interminable.
Siete libros le permitieron a J. K. Rowling cartografiar un mundo maravilloso que convive secretamente con nuestra realidad en la saga protagonizada por el mago adolescente Harry Potter. Si no vimos nunca una bruja, es porque se esconden muy bien: el Ministerio de la Magia aplica severas multas para quienes hagan mal uso de sus poderes y muestren a los muggles –personas como usted y yo– que existen los verdaderos magos.
Originales y creativos, los grandes maestros de la fantasía supieron sortear con singular pericia el camino que conduce desde nuestra realidad hasta sus universos de ficción. Sin embargo, ninguno imaginó que el portal hacia un mundo distinto podía ser una persona. Jesús se definió a sí mismo como una puerta, un umbral que permite el acceso a otra realidad, pero también una protección contra los peligros de la vida. Uno se pregunta si los arquitectos de lo maravilloso no estaban intentando imitar en sus historias ese acto redentor que selló Dios de una vez y para siempre con el sacrificio de su Hijo para mostrarnos que hay un mundo de plenitud escondido detrás de cada ser humano.
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