23.5.14

Arte auténtico, arte mecánico

Texto: Gabriel Arturo Castro en La pipa de Magritte
Imagen: Green Ink 



¿Cuál es el futuro de la imaginación y de la cultura en los próximos años? La respuesta puede estar situada dentro del reto de pensar en los peligros de la cultura masificada. Noción inquietante. La cultura de masas (efectos del capitalismo y de la postmodernidad) es una degradación-comercialización de la cultura, una fuerza alienadora, una expresión segregada por los medios de aglomeración y su sistema de valores que someten al individuo a una fuerte y amplia presión de seducciones.

Entre ellas es posible citar la legitimación del hedonismo y el individualismo; la incorporación triunfante de la realidad virtual; la limitación de las libertades sustantivas; el reemplazo del Estado por las transnacionales; el dominio, mando y señorío de la noticia y la rapidez de los eventos; la coexistencia pacífica entre las modas, la imposición vertical de la eficiencia y del éxito, la profundización de las desigualdades, la vida cultural al ritmo dictado por el neoliberalismo, la quiebra del concepto de historia universal, el hábito de lo desechable, la informática como el reemplazo de las cosmovisiones religiosas y filosóficas; la desconfianza en el poder de las ideas, la pérdida de la solidaridad humanista y del sentido colectivo de la existencia; la banalización de la información de los medios, la dicotomía entre lo público y lo privado, la abolición de la reflexión social y filosófica, el imperio de lo económico y lo burocrático, el divorcio entre racionalidad y libertad, la vuelta a la retrógrada tradición del provincianismo, el ahondamiento de la crisis cultural, la entrada a una nueva Edad Media y su orden feudal (complejas redes de dependencia, vasallaje, absolutismo, distribución de feudos, el oscurantismo y la nueva Inquisición), tal como lo advirtiera Umberto Eco; y como consecuencia, el nefasto abordaje del postmodernismo, la otra cara del neoliberalismo, un difuso movimiento que se define por adoptar posturas eclécticas, individualistas, pragmáticas, facilistas, carentes de compromiso social, bajo los esquemas decadentes de la antiforma, la casualidad, anarquía, descreación, antítesis, performance, diferencia, combinación, dispersión, inmanencia, antinarración e indeterminación.


Es una nueva época que desea uniformarlo todo en beneficio de un individualismo anárquico, “al paso que tiende a destrozar toda universalidad en el orden espiritual”, según sabias y visionarias palabras de Igor Stravinsky, quien afirmaba que ciertos artistas contemporáneos y lectores ingenuos, hacen parte de esta infernal maquinación cosmopolita. Dicho compositor hacía la diferencia entre lo universal y el cosmopolitismo. Lo universal supone la fecundidad de una cultura esparcida y comunicada por doquier, mientras que el cosmopolitismo no prevé acción ni doctrina y entraña la pasividad indiferente de un eclecticismo estéril.

¿Cuál es el peligro de esta moda, producto de la cultura de masas, de las nuevas formas que toma el capitalismo?: caer en el simulacro o la simplicidad; reducir todo a la ironía (a su versión empobrecida); aceptar el ocaso de la profundidad por la superficialidad de las obras; la limitación del concepto de lo lúdico, de la intensidad y lo visual; la abolición del sentido crítico; la expansión de maneras televisivas, la telenovela y el espectáculo, como el centro de la producción “artística”; acatar con docilidad la extinción de los límites entre arte y vida cotidiana, y aprobar una arbitraria promiscuidad estilística general. Tal aberración sólo lleva al pragmatismo y al preferente utilitarismo, donde las ideas de comodidad, escape, contraimaginación, decoración, liviandad, simplicidad, esquematización, reducción, estilización, vaguedad, palabrería superflua (el arte como desecho y relleno, o lo que es lo mismo: ripio), consumismo, docilidad y conveniencia, se imponen.

Pero el verdadero Arte puede retar la cultura de masas y sus tendencias actuales, sin importar el disfraz que ellas asuman o los rimbombantes nombres, bajo los cuales ocultan sus intenciones.

Si es así, entonces, ¿será capaz de restituir la cohesión, la correspondencia entre las condiciones de existencia del hombre y de la sociedad, con el universo simbólico que lo interpreta, recrea y transforma?

En la medida que el Arte se resista a ser sustituido por nuevos o viejos fetiches de la sociedad capitalista, la respuesta a la anterior pregunta será positiva y el arte no morirá, ni el lenguaje artístico y sus contornos van a desaparecer hasta límites fantasmales. La sobrevivencia de los cimientos antropológicos y estéticos del arte actual se colocará por delante de las sensaciones y pronósticos apocalípticos. Como lo escribe Antonio García Berrío: “El arte continuará siendo reconocible como ficción literaria, como exhortación lírica de la imaginación y el sentimiento o como la tecnología narrativa de la memoria”.

Las bases humanas, éticas y estéticas del arte, aunque sean variadas o transfiguradas, resurgirán entre las necesidades del hombre. El arte cambiará sustancialmente si se transforma la medida de la imaginación antropológica sobre las estructuras espacio-temporales de la sensibilidad y la simbolización. Mientras tanto deberá convivir con las presiones de una sociedad que ha separado la tecnología de la humanística, relegándola al puro asunto mecánico, a la exclusiva idea de productividad material, sin reparar en su dimensión social e intelectual.

Claro que la constancia del arte se halla junto a su variación, dinámica y modificación, pero todas sus expresiones seguirán con su influencia y continuarán enunciando, como lo pensó Kant, las intuiciones del individuo mediante formas inventadas por éste, siendo capaz, una y otra vez, de comunicar, conmover y de dar goce universalmente.

Ese extraño progreso tecnológico que ha hecho infeliz al hombre, no puede asfixiar al arte, pues según Walter Benjamín, la actividad artística es una anticipación utópica. Es más, la utopía coincide con el origen. Este no es un pasado histórico, sino un presente eterno, “un tiempo del ahora”.

Michael Ende nos enseñó que el acto creativo siempre se produce en el instante actual y es, por naturaleza, acausal, libre, indemostrable. Indica el autor alemán que en los diarios de Kafka hay una extraña anotación: “Cristo: el instante”. “Suena como una paradoja: sólo en el aquí y ahora aparece lo no-temporal, lo eterno-creador, lo único que libera verdaderamente al hombre”.

Ello distingue el “presente”, de la repetición postiza en la que se halla inmerso el gesto artístico. En la reproducción (llámese inmovilidad, yugo, ceguera, mutilación o cautividad) y reiteración mecánica, el arte pierde su autenticidad.


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