6.5.14

El aleman suave

Texto: Hermann Tertsch en El País
Imagen: Michael Ende




Muere Michael Ende, el gran renovador de la literatura fantástica y juvenil

Un literato alemán puede desfilar por los Campos Elíseos de París en carro de combate y pedir tormentos de acero, convocar al diablo para hacer eterna su potencia viril y total su conocimiento de lo que une en su seno al universo, entonar los más bellos cánticos al cuello femenino más esbelto de los salones en Marienbad o soñar con monstruos. Malos o buenos. Michael Ende soñaba por vocación y describió con maestría. e inmenso éxito editorial sus sueños en paginas de cuentos fantásticos de misterios felices, tiernos, en un mundo brumoso y extraño y sin embargo acogedor y amigo.Se veía Ende en la larga tradición del cuento romántico alemán, de ETA Hoffmann, Novalis o Jean Paul. Pero decía también que en su mundo fantasía bondadosa montaban guardia Cervantes y Borges, mezclando humor sueño y los enigmas que el hombre alcanza a intuir en su peregrinaje hacia las oscuridades de las que procede.


Su éxito se produjo en años de introspección e intimismo después ae la intoxicación política de generaciones sesentaiochistas. Muerto Dios, a descartado el mundo feliz del proletariado sobre la tierra, condenada la nación por los crímenes cometidos en su nombre y desechado por árido el racionalismo, se añoraba la ventana a la emoción, a la ternura y lo niño. Es el, triunfo de Momo y La historia interminable, dos libros de época. El éxito nunca pareció sacarlo de un equilibrio relajado, de hombre de poco pecado, expectante sin mayor ambición, de alemán suave, de barba, chimenea pantuflas y muy dibujante con el humo de su, pipa.

Era un alemán nacido en muy mal momento, en 1929, con tiempo para ser consciente durante el nacionalsocialismo. Poco después, Hitler ya creía poder realizar todos sus planes y no ahorró esfuerzos en intentarlo. Fracasó, pero Ende entró en la adolescencia con los bombardeos incrustados en la memoria, su país convertido en un páramo de escombros y él atenazado por el anhelo de humanidad y armonía. Ni su afición de juventud alteatro de Bertold Brecht le dotó de la mínima agresividad y de ese patetismo tan común en escritores alemanes de posguerra. Envidiaba de las culturas mediterráneas su falta de complejos ante el sentimiento.

No tenía mensaje, insistía, y era también de agradecer. Demasiados de sus contemporáneos nos quisieron hacer felices a la fuerza. Él lo sabía y le daban tanto miedo los redentores como caer en el insoportable paternalismo de ciertos hombres de letras alemanes. "No creo ser más inteligente o ilustrado que mis lectores". No hay mucho escribidor teutón capaz de pronunciar esta frase. Y decía creer en Dios, en la matemática y en la cábala, en una unidad, física y espiritual que todo lo abarca" .

Su obra es ternurista, cierto, y simple, si eso es algo en literatura. Pero fue un gran describidor de fantasías y contó historias que evocan en el lector esos. suaves encuentros con los sueños que, como decía, son un viaje continuo entre la vida y la muerte.


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