Texto: Irma Jeannette Ake Castillo en Enlace de dos mundos: Fantasia y Realidad en La historia interminable de Michael Ende. Repositorio UNAM
Imagen: Michael Ende
Imagen: Michael Ende
Si se me permite, quisiera asociar a las palabras de Goethe del «eterno femenino», con toda la modestia que hace al caso, el eterno infantil sin el cual el hombre deja de ser hombre.
Para ese niño en mí y en todos nosotros cuento yo mis historias.(Ende 1989:8)
Escribir un libro para niños no es fácil y mucho menos que alcance éxito entre grupos de todas las edades. Son pocos los autores que lo han logrado, y que con su labor intentan borrar la diferencia existente entre literatura para niños y adultos.
Michael Ende sobresalió como escritor en Alemania durante el periodo comprendido entre 1960 hasta nuestros días. Sus obras han sido traducidas a 28 lenguas con un tiraje mayor a cinco millones de ejemplares. Por su obra obtuvo diversos premios literarios.
En 1986, Ende intervino en el XX Congreso de la Asociación Internacional para el Libro Infantil (IBBY) en Tokio, donde aseguró haberse visto en aprietos desde el momento que se le notificó el tema de la conferencia: ¿por qué escribo para los niños? Inicio su ponencia con el siguiente relato (Ende 1989:7)
Sobre una piedra grande y lisa bailaba cada día, cuando brillaba el sol, a una hora determinada, un ciempiés. Los otros animales venían de lejos para contemplarle cuando, a su manera inimitable llena de encanto, trazaba sus lazos y sus espirales, mientras su cuerpo fulguraba a la luz y brillaba como si estuviese hecho de piedras preciosas. Era un placer mirarle y todos los animales encomiaban su arte y su gracia. Sin embargo, el ciempiés no bailaba para conseguir la fama y la admiración de los demás. Apenas echaba de ver a sus espectadores, tan ensimismado estaba en su danza.
Pero he aquí que vivía cerca de él, bajo las raíces de un árbol, un sapo grande y gordo, y a éste le irritaba lo que hacía el ciempiés. Ya fuese porque tenía envidia de su gracia y su fama, ya fuese porque estaba en contra de actividades inútiles como la danza, lo cierto es que había decidido aguarle la fiesta al ciempiés. Pero eso, por otra parte, no era tan fácil, pues lo que él no quería era exponerse a las críticas y reproches de los demás animales. Estuvo reflexionando largo tiempo y un día le vino una idea grandiosa, y escribió al ciempiés una carta que decía más o menos lo siguiente:
«¡Oh tú, admirable, maestro en el danzar armonioso y en los complicados lazos y espirales! Yo sólo soy una cosita pobre, húmeda, viscosa, y no tengo más que cuatro patas pesadas y torpes. Por eso te admiro sobremanera a ti, que consigues mover con tan maravilloso orden tus cien pies. Me gustaría tanto aprender un poquito de ti. Por eso dime, admirable maestro: cuando empiezas a bailar ¿mueves primero el primer pie izquierdo y luego el número noventa y nueve de la derecha? ¿O comienzas por el número cien de la izquierda y echas después el número cincuenta y tres de la derecha, moviendo después el tercero de la izquierda y luego el número setenta y dos de la derecha? ¿O lo haces al revés? Explica, por favor, a este ser tan pobre, húmedo, viscoso, con sólo cuatro patas, cómo te las ingenias, para que yo, indigno y reptante bicho, aprenda a moverme con un poquitín de gracia.»
El sapo colocó la carta sobre la piedra bañada por el sol y cuando el ciempiés llegó para bailar, allí la encontró y la leyó. Comenzó entonces a reflexionar sobre cómo lo hacía. Movió un pie, luego el otro, tratando de recordar cómo lo había hecho hasta entonces. Y comprobó que no lo sabía. Y no pudo hacer el menor movimiento. Estaba allí, inmóvil, y pensaba, pensaba, y movía tímidamente alguna de sus cien patas, pero lo que ya no podía era bailar. En efecto: lo de bailar había pasado a la historia.
Con esto no pretendía Ende compararse con el milpiés en cuanto a talento, sino que comparaba la situación similar de reflexión en que ambos se vieron sin saber realmente cómo o por qué hacían lo que hacían, Michael Ende dejó bien claro que no pensaba en los niños cuando escribía, ni aceptaba o rechazaba un tema por considerarlo apropiado o inapropiado a estos; simplemente él escribía libros que hubiese disfrutado de niño o que disfrutaba el niño que había aun en él y en cualquier adulto (Ende 1989:7)
Yo creo que en toda persona que todavía no se ha vuelto completamente banal, completamente a-creativa, sigue vivo ese niño. Creo que los grandes filósofos y pensadores no han hecho otra cosa que replantearse las viejísimas preguntas de los niños: ¿de dónde vengo? ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Adónde voy? ¿Cuál es el sentido de la vida? Creo que las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno y divino niño que hay en ellos: ese niño que, prescindiendo totalmente de la edad exterior, vive en nosotros, ya tengamos nueve o noventa años; ese niño que nunca pierde la capacidad de asombrarse, de preguntar, de entusiasmarse; ese niño en nosotros, tan vulnerable y desamparado, que sufre y que busca consuelo y esperanza; ese niño en nosotros que constituye, hasta nuestro último día de vida, nuestro futuro.
Las obras infantiles de este escritor también son para adultos porque Ende escribió historias que se pueden leer en dos planos: uno lleno de aventuras donde intervienen brujas, dragones, héroes medievales, locomotoras, etc., que emocionan a los niños y que por su sencillez motiva a una lectura continua; y otro plano para los adultos en el que hay una historia con trasfondo que invita a la reflexión. Aunque enfaticemos que sus novelas van dirigidas a lectores de cualquier edad, Michael Ende continua siendo clasificado entre los autores para niños; este es el riesgo que corre todo autor que utiliza la fantasía con características infantiles, pues aunque estamos en pleno siglo XX no se ha podido nulificar del todo el rezago en que ha vivido el niño dentro de la familia y la sociedad a través de muchos siglos, ya sea porque la infancia sigue vinculándose con la etapa de debilidad e inmadurez, o porque el niño no es un ser económicamente activo.
Cabe aclarar, que el hecho de que a Michael Ende se le encajone dentro de la literatura infantil no es denigrante, lo que debe preocupar es que la literatura infantil continúe siendo relegada a una especie inferior de literatura, siendo que la primera contribuye a formar futuros lectores adultos, que aumentan el número de lectores con preferencia al arte llamado Literatura, por lo que se le debe aquilatar debidamente.
El héroe de La historia interminable es un héroe muy humano, es decir, tiene cualidades y defectos como cualquier persona común y corriente; comete errores, pero aprende a superarlos y a salir adelante. Esto permite al lector, sea niño o adulto, identificarse con la figura principal que en este caso es un héroe-victima, cuyo comportamiento agrada o decepciona según la experiencia que esté viviendo en la novela y que va definiendo su personalidad. Este protagonista rompe el estereotipo del héroe bello y fuerte, perfecto e irreal. Bastián es un niño gordo y débil con problemas emocionales y de autoestima; huérfano de madre y al que su padre dedica poco tiempo. En su ambiente escolar se siente rechazado ya que sus compañeros se burlan de él y todas estas situaciones provocan que Bastián se vuelva un niño solitario.
Michael Ende como literato alemán de este siglo, se preocupó por el abandono en que viven muchos niños en la actualidad y nos presentó en esta novela un protagonista aislado y tímido, que sintiéndose excluido dentro de su núcleo familiar y escolar, es incapaz de afrontar y resolver sus problemas. Ese miedo lo conduce a cometer algunas faltas. El temor de Bastián y su escape a Phantásien son descritos por Ende con tal maestría, que parecen reales y es que el escritor lo vivió en carne propia durante su infancia, según cuenta su amigo Boccarius, Michael Ende fue un mal estudiante y los maestros siempre decían que tenía mucha fantasía, que era un niño que vivía en otro mundo (Boccarius 1990:61)
Pero las cosas no eran tan sencillas. Ciertamente, Michael tenía imaginación y Fanti le había mostrado claramente el país de Fantasia. Pero el niño no vivía sólo allí, también le hubiera gustado vivir en el mundo de la realidad, si no hubiera estado aquí el miedo: el miedo eterno de perder su nido, la preocupación de que las dos personas, a las que más necesitaba, pudieran separarse. No era la fantasía la que apartaba sus pensamientos de la clase, era el miedo el que consumía su fuerza, por esa razón estaba ensimismado en el banco escolar. ¿Sabía él pues lo que sucedía en casa en ese momento? tal vez allí alborotaba nuevamente el diablo, tal vez, más tarde, cuando Michael tocase el timbre de la casa, ya no estaría más allí el padre… o la madre.
Los problemas acobardan, pero hay que enfrentarlos. En el transcurso de la historia, el protagonista de la novela, Bastián va a experimentar vivencias positivas y negativas que poco a poco harán que vaya superando sus temores, que alcance cierta madurez y se incline al fin por algunos valores morales: honradez, humildad, disposición a ayudar y lealtad, entre otros, que le permitirán desafiar la vida con responsabilidad.
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