A vueltas con la luna, la noche y el sueño. La semana pasada nos dimos un paseo por la noche y nos dedicamos a la contemplación del astro que contempla el sueño: la luna. Álbumes que inducen al sueño, su cadencia repetitiva como un arrullo, un caudal en la voz del adulto que acompaña al niño para que no se sienta atemorizado por la oscuridad y velar por el sueño apacible. En estos meses conciliar el sueño también ha sido problemático con el torrente de noticias y el cambio de las rutinas derivadas de la pandemia. Y miedo, mucho miedo por sufrir el contagio o contagiar a las personas queridas. La incertidumbre y las preocupaciones que alteran los ritmos circadianos, ansiedades y temores de todo tipo que no solo pertenecen al mundo infantil, también al adulto sin fecha concreta. Manejar lo intangible: la salud mental. Por este motivo, entre otros, nos adentramos en el corazón de la noche, en el reino del sueño que traza Michael Ende (1929-1995). Un autor reconocido por clásicos universales como Momo (1973) y La historia interminable (1979) que amplificaron su alcance en el imaginario cultural gracias a las adaptaciones cinematográficas.
En esta narración infantil, nos ubica en una tierra de fantasía llamada Dormilandia en la que sus habitantes valoran el “buen sueño” dado que, como explica el texto, no es lo mismo dormir que dormir bien. Y, dormir bien, acarrea beneficios en las personas que así lo hacen: mejora su carácter y aclara la mente. Creo que estaremos todos de acuerdo con estas cualidades reparadoras frente a las noches insomnes y en vela. Lo curioso de esta presentación de la situación inicial narrativa es que el rey se nombra por estas virtudes: el que duerme más profundamente es nombrado rey y habita en el palacio de los sueños. Pero, desafortunadamente, su hija Dormilina no quiere acostarse (¿les resulta familiar esta situación a las familias que tengas hijos o sus recuerdos de infancia? ¿Han dicho alguna vez aquello de “no estoy durmiendo, estoy pensando”?). Los motivos para no querer dormir son sus sueños extraños y permanecer en duermevela y, como pueden imaginar, aquello era una crisis en la casa real, además de la desmejora en el semblante de la princesita.
Con el esquema de los cuentos tradicionales, Michael Ende narra las fases por las que reparar la situación el conflicto en aquel lugar fantástico ubicado fuera del tiempo, pero reconocible por las actitudes humanas de los personajes que allí habitan: la llamada del rey a todos los médicos que tengan la capacidad de ofrecer la solución a tal problema. Ante la falta de soluciones para tal preocupación, comienza el viaje del rey a la búsqueda (la llamada a la aventura) de un remedio para su pequeña. Un viaje que las ilustraciones de Annegert Fuchshuber (1940-1998) ilumina en la primera doble página de su viaje y que, en la siguiente, oscurecerá con la severidad de las heladas del invierno y reforzar la abnegación del padre por conseguir una respuesta sanadora. Flaquean las fuerzas en la travesía y, en ese momento, aparece el personaje mágico (un hombrecillo con la piel plateada como la luna): el tragasueños. Así, con la solución en forma de sortilegio para invocar al tragasueños, el conjuro para alimentar a ese personaje fantástico que pone a prueba la bondad del rey será la solución a los males del Palacio del sueño. Una narración entrañable para ahuyentar a los malos sueños y que conocí en un hilo de Manuel Marsol que se preguntaba por la ausencia en el mercado editorial de álbumes con ilustraciones inquietantes y misteriosos.
El libro-álbum ha tenido una gran difusión editorial y, al igual que sus temáticas han seguido tendencias culturales, las ilustraciones también se han estandarizado según la tendencia gráfica del momento y el manto de lo “políticamente correcto”. Una excesiva simplificación de las capacidades de la infancia para aproximarse al arte que ha provocado una montaña de títulos con ilustraciones que siguen una idea simplista o que intentan imitar el estilo del ilustrador/a de turno que más vende. Esto me recuerda a otro momento de la ilustración en publicidad con la “labandización” (por Jordi Labanda) de anuncios, cartelería y otros soportes relativos al diseño. Por suerte, muchas editoriales fuera del circuito de los grandes grupos se arriesgan por respetar a la infancia y ofrecerles títulos de calidad estético-literaria. En circuitos especializados, esta es una máxima innegociable. El reto, como siempre, es aproximarse al mediador en formación (ya sea maestro, bibliotecario, familiar) para que rompa esos prejuicios y deje de lado la instrumentalización de valores y contenidos didácticos. Poner en valor lo que realmente importa: fascinar al lector.
En esta narración infantil, nos ubica en una tierra de fantasía llamada Dormilandia en la que sus habitantes valoran el “buen sueño” dado que, como explica el texto, no es lo mismo dormir que dormir bien. Y, dormir bien, acarrea beneficios en las personas que así lo hacen: mejora su carácter y aclara la mente. Creo que estaremos todos de acuerdo con estas cualidades reparadoras frente a las noches insomnes y en vela. Lo curioso de esta presentación de la situación inicial narrativa es que el rey se nombra por estas virtudes: el que duerme más profundamente es nombrado rey y habita en el palacio de los sueños. Pero, desafortunadamente, su hija Dormilina no quiere acostarse (¿les resulta familiar esta situación a las familias que tengas hijos o sus recuerdos de infancia? ¿Han dicho alguna vez aquello de “no estoy durmiendo, estoy pensando”?). Los motivos para no querer dormir son sus sueños extraños y permanecer en duermevela y, como pueden imaginar, aquello era una crisis en la casa real, además de la desmejora en el semblante de la princesita.
Con el esquema de los cuentos tradicionales, Michael Ende narra las fases por las que reparar la situación el conflicto en aquel lugar fantástico ubicado fuera del tiempo, pero reconocible por las actitudes humanas de los personajes que allí habitan: la llamada del rey a todos los médicos que tengan la capacidad de ofrecer la solución a tal problema. Ante la falta de soluciones para tal preocupación, comienza el viaje del rey a la búsqueda (la llamada a la aventura) de un remedio para su pequeña. Un viaje que las ilustraciones de Annegert Fuchshuber (1940-1998) ilumina en la primera doble página de su viaje y que, en la siguiente, oscurecerá con la severidad de las heladas del invierno y reforzar la abnegación del padre por conseguir una respuesta sanadora. Flaquean las fuerzas en la travesía y, en ese momento, aparece el personaje mágico (un hombrecillo con la piel plateada como la luna): el tragasueños. Así, con la solución en forma de sortilegio para invocar al tragasueños, el conjuro para alimentar a ese personaje fantástico que pone a prueba la bondad del rey será la solución a los males del Palacio del sueño. Una narración entrañable para ahuyentar a los malos sueños y que conocí en un hilo de Manuel Marsol que se preguntaba por la ausencia en el mercado editorial de álbumes con ilustraciones inquietantes y misteriosos.
El libro-álbum ha tenido una gran difusión editorial y, al igual que sus temáticas han seguido tendencias culturales, las ilustraciones también se han estandarizado según la tendencia gráfica del momento y el manto de lo “políticamente correcto”. Una excesiva simplificación de las capacidades de la infancia para aproximarse al arte que ha provocado una montaña de títulos con ilustraciones que siguen una idea simplista o que intentan imitar el estilo del ilustrador/a de turno que más vende. Esto me recuerda a otro momento de la ilustración en publicidad con la “labandización” (por Jordi Labanda) de anuncios, cartelería y otros soportes relativos al diseño. Por suerte, muchas editoriales fuera del circuito de los grandes grupos se arriesgan por respetar a la infancia y ofrecerles títulos de calidad estético-literaria. En circuitos especializados, esta es una máxima innegociable. El reto, como siempre, es aproximarse al mediador en formación (ya sea maestro, bibliotecario, familiar) para que rompa esos prejuicios y deje de lado la instrumentalización de valores y contenidos didácticos. Poner en valor lo que realmente importa: fascinar al lector.
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