Imagen: Moe Balinger
Los colores y el poder de la asociación.
Hijo de una nueva época –la posmoderna, en la que simultáneamente con las rupturas se da también el fenómeno de la globalización no solamente económica, sino en todos los aspectos de la vida social, intelectual y cultural-, Michael Ende combina elementos de distintas épocas. Por un lado, usa los símbolos tradicionales de diferentes religiones y corrientes místicas; por otro, aprovecha los descubrimientos de la ciencia moderna, concretamente la psicología.
Los colores, por su indiscutible influencia en los seres humanos, gozan de gran popularidad como símbolos en las más diversas culturas… según los psicólogos, “los colores expresan las principales funciones psíquicas del hombre: pensamiento, sentimiento, intuición, sensación”
Veamos el caso concreto de Die unendliche geschichte [La historia interminable]. Es imposible no percatarse de que el libro está escrito en dos colores nada más, mismos que se usan también para las ilustraciones: verde y rojo. Para abarcar el simbolismo en toda su riqueza analicemos primero cada uno de los colores por sí solo.
El verde por la asociación más directa, es atributo de la naturaleza, que –son su antiquísima y primordial existencia- es la madre de todos los seres vivientes. Ella conoce el mundo original e inocente, no transformado por la civilización. Por eso también el verde lleva el frescor de una existencia muy cercana a la creación, cuyo rasgo más relevante es la unidad original entre el mundo humano y el divino: “Verde es el despertar de las aguas primordiales, verde es el despertar de la vida”. Por otro lado, las plantas con su follaje verde, son la visión más anhelada en los desiertos, porque indican agua, vida, salvación para los viajeros sedientos. Probablemente por eso, a lo largo de los siglos, el verde se ha asimilado a la esperanza.
En relación con los oasis existe también la leyenda del Hombre Verde, llamado Al Khadir, Khisr, que encarna la providencia divina. Es el patrón de los viajeros que se aparece para aconsejarlos y guiarlos por el camino salvador. Fue precisamente él quien encontró la Fuente de la Vida y se volvió inmortal al sumergirse en ella. Habita en el lugar donde el cielo se conecta con la tierra y por eso representa la “medida del orden humano” una escala entre dos mundos opuestos y contradictorios.
En lo que toca al cristianismo, la regeneración de la naturaleza, que revive y se viste de verde cada primavera, se traslada a la leyenda fundamental cristiana: en la Edad Media la cruz de Jesucristo era pintada de verde, ya que el mensajero de Dios había venido para asegurar la regeneración del género humano. Verde es también la esmeralda, piedra de gran importancia, porque según las leyendas, el Santo Grial es un vaso de esmeralda, atributo de Venus. Si nos remitimos a los estudios de Jean Chevalier, para los sumerios Venus es “la hija de la Luna y hermana del Sol”. Es la primera estrella que aparece en la noche y la última que desaparece con el día, es estrella matutina y vespertina, es muerte y renacimiento, es la magia de la existencia que repite su ritual todas las noches.
La riqueza de un símbolo es casi inabarcable, pero curiosamente las correlaciones entre varios símbolos siguen una misma línea y, a fin de cuentas, resultan en una idea completamente coherente. Con gran maestría Michael Ende ha escogido e intercalado esta inmensa variedad de asociaciones y nexos en una novela de crítica social en congruencia con las características de sus personajes medio fantásticos, medio místicos. El color verde en la novela es el color en el cual se narran los sucesos ocurridos en el país de Fantasia, en los dominios mágicos de la Emperatriz Infantil.
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