Texto: vonhou
Imagen: vonhou
Hace tiempo tuve un sueño, en donde luego de abrir una puerta, encontré a un hombre cómodamente instalado en la sala de estar, quien me dirigió estas enigmáticas palabras: si puedes elegir entre seguir soñando y despertar, sueña.
Imagen: vonhou
Hace tiempo tuve un sueño, en donde luego de abrir una puerta, encontré a un hombre cómodamente instalado en la sala de estar, quien me dirigió estas enigmáticas palabras: si puedes elegir entre seguir soñando y despertar, sueña.
Dicha frase quedó fuertemente impresa en mi memoria ya que encierra dos temas recurrentes en la obra de Michael Ende: el libre albedrío y el mundo de las imágenes-sueños; adquiridos en su infancia mediante el trabajo de su padre Edgar Ende y nutridos a lo largo de una constante búsqueda del sentido de la vida, el escritor no en vano se llamó a sí mismo “un vagabundo, como todos los demás juglares y artistas que aspiran a ser todos y nadie”[1]. Estos aspectos, junto al humor, la norma de la belleza y lo maravilloso y misterioso, constituyeron los ejes de su quehacer artístico.
Su noción de arte consistía en extraer las ideas-forma de lo oculto y extrapolarlas al mundo visible con el único objetivo de presentar mundos diversos, mostrar una faceta de la realidad y enriquecer la vida cotidiana. Decir que Michael Ende fue un pintor de palabras no es un concepto muy alejado de la realidad, pues mediante un puñado de letras, como si de pinceladas sutiles se tratara, plasmaba en el papel increíbles paisajes oníricos surgidos de su infatigable mente creativa; de forma por demás curiosa con unas cuantas palabras lograba transmitir el total de la imagen a su lector.
La historia interminable escapa a los estándares de los cuentos de hadas y constituye un destacado trabajo del escritor alemán, bebe de muy diversas fuentes, no sólo del ámbito literario con autores como Lewis Carrol, Rabelais y Homero; sino también de las artes plásticas tomando inspiración de Hieronymus Bosch, Francisco de Goya y Edgar Ende entre otros; así mismo de corrientes ideológicas como la antroposofía, la cábala y el zen.
Cuando Michael Ende era catalogado como escritor de literatura infantil, aducía que en todo caso, él escribía para el niño eterno que todos llevamos dentro, no es de extrañar entonces que sea posible identificar abundantes y deliberadas alusiones culturales, puesto que su intención fue escribir un patrimonio cultural de la humanidad y una obra que pudiera ser leída en todos los niveles, podemos decir que su objetivo es el de entablar un diálogo con el mundo interno de cada lector, el ser creativo capaz de compenetrarse con el universo de la imaginación.
Lejos de fomentar una literatura escapista, Ende estaba convencido de que la armonía lograda en el arte y la belleza como un equilibrio entre la realidad externa con la interna, era capaz de crear una cultura universal que beneficiaría enormemente a la humanidad y evitaría su caída en la Nada.
En uno de sus relatos, recopilados en El espejo en el espejo, Ende habla acerca de la búsqueda de una palabra por los habitantes de las Montañas del Cielo, escribe: “Era precisamente por la que todo se relaciona con todo… el mundo solo se compone de fragmentos que no tienen nada que ver los unos con los otros, esto es así desde que perdimos la palabra. Y lo peor es que los fragmentos se siguen descomponiendo y quedan cada vez menos cosas que guarden relación entre si, si no encontramos la palabra que reúna todo con todo, un día el mundo se pulverizará por completo por eso viajamos y la buscamos”[2].
A este respecto, si aceptamos que una de las vertientes por la cual surge la enfermedad mental es que las personas cada vez con mayor frecuencia se ven aisladas de su entorno y crean símbolos privados, perdiendo el sentido de la pertenencia y la cohesión grupal, volviéndose presa fácil de la mecanización y la cosificación del sí mismo, es del todo indispensable, a fin de evitar este proceso de alienación, el renovar nuestro mundo interno, conformado por elementos inconscientes, mitos y símbolos universales, cuya función es el expresar y comprender los contenidos ocultos de la psique, una necesidad tan antigua como el hombre mismo. Es necesario entonces, sumergirse y revitalizarse en la fragua de las imágenes, según diría Roman Hocke [3].
Ende, al pensar que “cada uno se transforma en aquello que busca”[4], es respaldado por Jung al enunciar: “la peregrinación es un andar por caminos sin fin y por esto mismo es al propio tiempo una búsqueda y una transformación”[4]. Enarbolando entonces, el signo del ÁURYN y con él, su máxima rectora, Michael Ende inicia dicha travesía e invita al lector a acompañarlo, convirtiéndose en buscadores de la palabra que reúna el todo con el todo, tal como los personajes de las Montañas del Cielo.
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[1][3][4] ENDE, Michael, Carpeta de apuntes, Alfaguara, Madrid, 1996, p. 406.
[2] ENDE, Michael, El espejo en el espejo. Un laberinto, Alfaguara, México, 1998, p. 60-62.
[4] JUNG, Carl Gustav, Psicología y alquimia, Grupo Editorial Tomo, México 2002, p.101.
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