Texto: Lucía Gómez Ruenes en Repositorio UNAM
Imagen: Avarataivas
La llegada de Bastián a Fantasia se produce a través de la articulación de lo simbólico con el mundo de lo imaginario, precisamente cuando da su nuevo nombre a la Emperatriz Infantil: Hija de la Luna. Nombrar para existir; lo que no se ha nombrado no existe, pero insiste en lo Real como algo no simbolizado, y al nombrarlo es como si se le creara. Se le otorga la posibilidad de un símbolo, de una articulación en la cadena discursiva que rodea, envuelve y funda al sujeto como un significante que representa a un sujeto para otro significante.
Ante el desconcierto de su llegada, Bastián pregunta: “¿Dónde estamos, Hija de la Luna?” y ella responde “Yo estoy contigo y tú estás conmigo”; Bastián vuelve a preguntar: “Hija de la Luna… ¿es esto el final?” “No –respondió ella- es el principio.” Acaso se trate de ese principio que nos hable del origen, de la época de nuestra vida en la que nos encontrábamos como flotando dentro de una oscuridad aterciopelada, tal como la que se describe; el principio de la historia, de nuestra historia, cuando éramos uno con nuestra madre, sumergidos en la completud de esa simbiosis que no dejaba espacio para nada más. Sin embargo, posteriormente se abre un hueco para un deseo, sustentado por la falta producida por la separación de esa unidad, que a su vez posibilita la subjetivación, la búsqueda de un lugar, comenzando a partir de ese momento la historia interminable de los deseos en torno a ese objeto irremediablemente perdido. Para Bastián (y quien le acompañe por su propio sendero) aquí inicia el largo recorrido que hará por Fantasia, yendo de un deseo a otro, persiguiendo siempre al siguiente, tratando de alcanzar esa otra cosa que se nos escapa cada vez.
La Emperatriz Infantil le ha hecho a Bastián la promesa de cumplir todos los deseos que él formule, pero sólo ha dicho una parte pues no ha hablado del costo; además, tratándose de deseo, la palabra “cumplimiento” debe leerse, como dice J.A. Peñalosa, en dos partes: cumplo y miento (1), pues los deseos son para perseguirse más no para alcanzarse… aunque eso sólo se descubrirá mucho después.
Ante todo, Bastián desea ocultarse tras una imagen que no permita vislumbrar aún el menor indicio de su verdad, de sus faltas. Una imagen que proyectar a los demás; un engaño por sostener, engaño en que se estructura eso que llamamos realidad, y que comienza por la imagen que un espejo nos confronta. Bastián renace en Fantasia como un fantasio a partir del momento en que se mira reflejado en el espejo de oro de los ojos de la Hija de la Luna, que nos remite a esa identificación lograda a través del estadio del espejo (2) en el que, dice Lacan, se estructura la función del yo (je) que se funda (¿y que se funde?) en una imagen, un yo que más allá del conocimiento va al reconocimiento del cuerpo como algo en un principio ajeno, de lo que cada vez nos apropiamos más aunque, como todo, no por completo, pues el registro del Imaginario también está articulado con lo Real, irrepresentable e inimaginable, esa parte que no alcanzamos a ver ni tocar, que sin embargo insiste como una forma de decir: “siempre ahí, pero nunca todo”, como una verdad.
De esta manera, Bastián cubre su verdad con un traje diferente que le permita pasar por Fantasia de incógnito, lo cual resulta muy humano de su parte pues ¿no es acaso lo que todos hacemos? Nos vestimos de apariencia para vernos como los demás y considerarnos y que nos consideren normales y semejantes, asistimos disfrazados a los desfiles de antifaces de los que habla Fernando Delgadillo en su canción (3), Bastián en Fantasia adquiere una figura fantástica que en un principio le sorprende, pues se encuentra con que esa imagen ideal que atesoraba de pronto se le plantea como tangible, posible y realizada en él, de manera que en apariencia es otro; y continuará revistiéndose de máscaras con nombres de belleza, valentía, astucia, bondad, dureza. Pero se había mencionado que cada deseo tenía un costo: el costo de un recuerdo, porque al poco de tener algo, se olvida que en otro tiempo no se le tenía y que, por tanto, se le deseaba, y a la vez se desea ya otra cosa: a cada paso, una pérdida; y así, los caminos de Fantasia se entrelazan y articulan como una metonimia del deseo que nos lleva de un lugar a otro.
Algo que dijo la Hija de la Luna a Bastián antes de dejarlo fue que debía dar un nombre a cada historia que iniciara en Fantasia, para continuar inventando la realidad en la resurja un nuevo reino sin fronteras. Sólo Bastián, en tanto sujeto deseante, es capaz de dar a las cosas su verdadero nombre, y al hacerlo va entretejiendo lo Simbólico y lo Imaginario en el entramado llamado Fantasia, en donde lo Real se deja ver en los huecos que el mismo entramado deja. Y esa facultad de nombrar de los seres humanos, de la que hablaba Uyulala, dice Ende que es “la más íntimamente humana de todas las facultades humanas” (4), pues sólo a través de la nominación puede conocer y así inventar la realidad, pero, añade, sólo con el nombre verdadero, ya que “el nombre no verdadero, la mentira, priva de su realidad a lo nominado.” (5)
De hecho, la primera en recibir su verdadero nombre ha sido la misma Emperatriz Infantil, y después de ella resurgirán numerosas historias, cada una a partir de un deseo y un nombre verdadero que las realiza, que “sin embargo son otras historias y deberán ser contadas en otra ocasión”, en la búsqueda de Bastián por vivir su propia historia, aquella que lo devuelva al mundo de los seres humanos.
La Hija de la Luna no vuelve a presentarse en el resto de La historia interminable, pero no desaparece; por el contrario, es la ausencia siempre presente en las historias, el hueco que forman las dos serpientes del ÁURYN al unirse en un óvalo, hueco que a la vez protegen haciéndole en apariencia inaccesible. Y justamente ella le deja el ÁURYN a Bastián, quien en él descubre la inscripción “HAZ LO QUE QUIERAS”, una invitación al deseo a la que hay que saber escuchar.
Bastián queda, así, “solo“ en la selva de Perelín, que recién ha creado, hasta que sus deseos lo llevan al desierto de Goab ,y ahí a conocer a Graógraman, un enorme león hecho de fuego que no solamente habita en el desierto, sino que “es” el desierto en sí ,y es a la vez la selva de Perelín, que cada noche a su muerte, renace, para al día siguiente con su despertar, dormir; paradoja de los extremos que al huir uno de otro, chocan, se conjugan y encadenan en continuos. Sim embargo, este ciclo que en apariencia transcurre interminablemente sin otro sentido que la repetición, sufre una ruptura cuando Bastián le da un significado al hablar de Perelín a Graógraman, quien nunca le ha visto (Dice Delgadillo “lo que soy yo mismo, no puedo verlo; lo que veas de mí, no puedo esconderlo” … 6) Hay pues, un corte que lo resignifica, una palabra que marca una diferencia en lo que antes parecía ser idéntico.
Así como Bastián revela a Graógraman uno de los significados de su existencia, tanto de su vida como de su muerte, Goab y Perelín, Graógraman le da a Bastián una lectura diferente de lo que implica el HAZ LO QUE QUIERAS que lleva al cuello, el compromiso de encontrar su deseo, es a lo que en La historia interminable se le llama la “Verdadera Voluntad”, y esta nueva lectura deja también una marca en la historia de Bastián, quien se pregunta entonces: ¿qué es un deseo? ¿acaso no se puede desear simplemente lo que se quiere? Justamente no. Porque el deseo no es “querer” algo, sino “desear” algo: el deseo es deseo de desear, es añoranza de un objeto que sabemos perdido desde el inicio de nuestra historia, deseamos e función de un objeto en falta, inaccesible, al que solamente podemos rodear, por estar inscrito en lo real.
Deseo es desear, ir de un deseo a otro; y de eso habla Graógraman cuando dice a Bastián: “Los caminos de Fantasia (…) sólo puedes encontrarlos con tus deseos. Y sólo puedes ir de un deseo a otro. Lo que no deseas te resulta inalcanzable. Eso es lo que significan aquí las palabras ´cerca’ y ´lejos’.” (7) Se alcanza algo deseando siempre otra cosa, pero finalmente eso es lo que nos hace avanzar de un lugar a otro. Por eso “lo que no deseas te resulta inalcanzable.” Y entonces nos encontramos ante el laberinto de las posibilidades que en Fantasia existe como el Templo de las Mil Puertas. A él se puede llegar desde cualquier lugar, cualquier puerta puede ser en un momento dado la puerta de entrada; pero para que éste exista, en primera instancia hay que desearlo. Un deseo para entrar y un deseo para salir, pues a través de todas las posibilidades solamente el deseo puede guiarnos; cada sujeto puede entrar, y de hecho, se encuentra ante este laberinto de deseos y decisiones. Pero para andar en él hace falta vencer el miedo de seguir nuestro deseo, y para vencer ese miedo lo que se necesita es, precisamente un deseo. Hace falta un deseo –(la) falta hace un deseo; no es solamente un juego de palabras, sino una forma de responder a la pregunta que se había planteado antes ¿deseo de qué? Eso es precisamente lo que hay que descubrir bajo las máscaras, esa falta que nos sostiene en tanto sujetos deseantes.
El Templo de las Mil Puertas se abre una noche ante Bastián, quien se adentra en él sin saber en un principio hacia dónde se dirige. Pero poco a poco el rumbo se define para finalmente llevarlo a encontrarse con Atreyu, quien en un inicio no le reconoce bajo su recién adquirida apariencia fantástica, pero posteriormente recuerda el momento en que vio su imagen en la Puerta del Espejo Mágico en el Oráculo del Sur, ese instante de la mirada que le hace comprender y finalmente concluir que efectivamente se trata de Bastián. Y curiosamente se reúnen en el lugar de Fantasia de donde proceden los narradores de historias: Amarganz, la Ciudad de Plata; y no por nada pues Bastián busca ser reconocido por el otro. Dice Lacan: “el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro.” (8) Así, Bastián desea significar para los demás y valer no por sus dones fantásticos, sino por sus “capacidades humanas” de nombrar e inventar historias, capacidades por las que es admirado, pues en Fantasia es el único capaz de crear realidades en tanto inventa historias que al entrelazarse van dando cada vez más consistencia a las imágenes.
Sin embargo, él mismo está sustentándose en imágenes que no son sino engaños, y de esta manera se adentra cada vez más en Fantasia hasta perderse en sus laberintos, pues para encontrar hay que saber lo que se busca y Bastián aún no ha comprendido lo que significa “hacer lo que quieras”, sino que se dedica a formular un deseo tras otro, al parecer sin tener una dirección determinada, y a su paso deja una infinidad de historias inconclusas, que también deberán de ser contadas en otra ocasión. Pero al mismo tiempo va dejando un rastro de recuerdos que, sin darse cuenta, va soltando en prenda a cambio del cumplimiento de los deseos que pide. Y este rastro solamente Atreyu parece haberlo notado, siguiéndolo de cerca como buen cazador.
Imagen: Avarataivas
La llegada de Bastián a Fantasia se produce a través de la articulación de lo simbólico con el mundo de lo imaginario, precisamente cuando da su nuevo nombre a la Emperatriz Infantil: Hija de la Luna. Nombrar para existir; lo que no se ha nombrado no existe, pero insiste en lo Real como algo no simbolizado, y al nombrarlo es como si se le creara. Se le otorga la posibilidad de un símbolo, de una articulación en la cadena discursiva que rodea, envuelve y funda al sujeto como un significante que representa a un sujeto para otro significante.
Ante el desconcierto de su llegada, Bastián pregunta: “¿Dónde estamos, Hija de la Luna?” y ella responde “Yo estoy contigo y tú estás conmigo”; Bastián vuelve a preguntar: “Hija de la Luna… ¿es esto el final?” “No –respondió ella- es el principio.” Acaso se trate de ese principio que nos hable del origen, de la época de nuestra vida en la que nos encontrábamos como flotando dentro de una oscuridad aterciopelada, tal como la que se describe; el principio de la historia, de nuestra historia, cuando éramos uno con nuestra madre, sumergidos en la completud de esa simbiosis que no dejaba espacio para nada más. Sin embargo, posteriormente se abre un hueco para un deseo, sustentado por la falta producida por la separación de esa unidad, que a su vez posibilita la subjetivación, la búsqueda de un lugar, comenzando a partir de ese momento la historia interminable de los deseos en torno a ese objeto irremediablemente perdido. Para Bastián (y quien le acompañe por su propio sendero) aquí inicia el largo recorrido que hará por Fantasia, yendo de un deseo a otro, persiguiendo siempre al siguiente, tratando de alcanzar esa otra cosa que se nos escapa cada vez.
La Emperatriz Infantil le ha hecho a Bastián la promesa de cumplir todos los deseos que él formule, pero sólo ha dicho una parte pues no ha hablado del costo; además, tratándose de deseo, la palabra “cumplimiento” debe leerse, como dice J.A. Peñalosa, en dos partes: cumplo y miento (1), pues los deseos son para perseguirse más no para alcanzarse… aunque eso sólo se descubrirá mucho después.
Ante todo, Bastián desea ocultarse tras una imagen que no permita vislumbrar aún el menor indicio de su verdad, de sus faltas. Una imagen que proyectar a los demás; un engaño por sostener, engaño en que se estructura eso que llamamos realidad, y que comienza por la imagen que un espejo nos confronta. Bastián renace en Fantasia como un fantasio a partir del momento en que se mira reflejado en el espejo de oro de los ojos de la Hija de la Luna, que nos remite a esa identificación lograda a través del estadio del espejo (2) en el que, dice Lacan, se estructura la función del yo (je) que se funda (¿y que se funde?) en una imagen, un yo que más allá del conocimiento va al reconocimiento del cuerpo como algo en un principio ajeno, de lo que cada vez nos apropiamos más aunque, como todo, no por completo, pues el registro del Imaginario también está articulado con lo Real, irrepresentable e inimaginable, esa parte que no alcanzamos a ver ni tocar, que sin embargo insiste como una forma de decir: “siempre ahí, pero nunca todo”, como una verdad.
De esta manera, Bastián cubre su verdad con un traje diferente que le permita pasar por Fantasia de incógnito, lo cual resulta muy humano de su parte pues ¿no es acaso lo que todos hacemos? Nos vestimos de apariencia para vernos como los demás y considerarnos y que nos consideren normales y semejantes, asistimos disfrazados a los desfiles de antifaces de los que habla Fernando Delgadillo en su canción (3), Bastián en Fantasia adquiere una figura fantástica que en un principio le sorprende, pues se encuentra con que esa imagen ideal que atesoraba de pronto se le plantea como tangible, posible y realizada en él, de manera que en apariencia es otro; y continuará revistiéndose de máscaras con nombres de belleza, valentía, astucia, bondad, dureza. Pero se había mencionado que cada deseo tenía un costo: el costo de un recuerdo, porque al poco de tener algo, se olvida que en otro tiempo no se le tenía y que, por tanto, se le deseaba, y a la vez se desea ya otra cosa: a cada paso, una pérdida; y así, los caminos de Fantasia se entrelazan y articulan como una metonimia del deseo que nos lleva de un lugar a otro.
Algo que dijo la Hija de la Luna a Bastián antes de dejarlo fue que debía dar un nombre a cada historia que iniciara en Fantasia, para continuar inventando la realidad en la resurja un nuevo reino sin fronteras. Sólo Bastián, en tanto sujeto deseante, es capaz de dar a las cosas su verdadero nombre, y al hacerlo va entretejiendo lo Simbólico y lo Imaginario en el entramado llamado Fantasia, en donde lo Real se deja ver en los huecos que el mismo entramado deja. Y esa facultad de nombrar de los seres humanos, de la que hablaba Uyulala, dice Ende que es “la más íntimamente humana de todas las facultades humanas” (4), pues sólo a través de la nominación puede conocer y así inventar la realidad, pero, añade, sólo con el nombre verdadero, ya que “el nombre no verdadero, la mentira, priva de su realidad a lo nominado.” (5)
De hecho, la primera en recibir su verdadero nombre ha sido la misma Emperatriz Infantil, y después de ella resurgirán numerosas historias, cada una a partir de un deseo y un nombre verdadero que las realiza, que “sin embargo son otras historias y deberán ser contadas en otra ocasión”, en la búsqueda de Bastián por vivir su propia historia, aquella que lo devuelva al mundo de los seres humanos.
La Hija de la Luna no vuelve a presentarse en el resto de La historia interminable, pero no desaparece; por el contrario, es la ausencia siempre presente en las historias, el hueco que forman las dos serpientes del ÁURYN al unirse en un óvalo, hueco que a la vez protegen haciéndole en apariencia inaccesible. Y justamente ella le deja el ÁURYN a Bastián, quien en él descubre la inscripción “HAZ LO QUE QUIERAS”, una invitación al deseo a la que hay que saber escuchar.
Bastián queda, así, “solo“ en la selva de Perelín, que recién ha creado, hasta que sus deseos lo llevan al desierto de Goab ,y ahí a conocer a Graógraman, un enorme león hecho de fuego que no solamente habita en el desierto, sino que “es” el desierto en sí ,y es a la vez la selva de Perelín, que cada noche a su muerte, renace, para al día siguiente con su despertar, dormir; paradoja de los extremos que al huir uno de otro, chocan, se conjugan y encadenan en continuos. Sim embargo, este ciclo que en apariencia transcurre interminablemente sin otro sentido que la repetición, sufre una ruptura cuando Bastián le da un significado al hablar de Perelín a Graógraman, quien nunca le ha visto (Dice Delgadillo “lo que soy yo mismo, no puedo verlo; lo que veas de mí, no puedo esconderlo” … 6) Hay pues, un corte que lo resignifica, una palabra que marca una diferencia en lo que antes parecía ser idéntico.
Así como Bastián revela a Graógraman uno de los significados de su existencia, tanto de su vida como de su muerte, Goab y Perelín, Graógraman le da a Bastián una lectura diferente de lo que implica el HAZ LO QUE QUIERAS que lleva al cuello, el compromiso de encontrar su deseo, es a lo que en La historia interminable se le llama la “Verdadera Voluntad”, y esta nueva lectura deja también una marca en la historia de Bastián, quien se pregunta entonces: ¿qué es un deseo? ¿acaso no se puede desear simplemente lo que se quiere? Justamente no. Porque el deseo no es “querer” algo, sino “desear” algo: el deseo es deseo de desear, es añoranza de un objeto que sabemos perdido desde el inicio de nuestra historia, deseamos e función de un objeto en falta, inaccesible, al que solamente podemos rodear, por estar inscrito en lo real.
Deseo es desear, ir de un deseo a otro; y de eso habla Graógraman cuando dice a Bastián: “Los caminos de Fantasia (…) sólo puedes encontrarlos con tus deseos. Y sólo puedes ir de un deseo a otro. Lo que no deseas te resulta inalcanzable. Eso es lo que significan aquí las palabras ´cerca’ y ´lejos’.” (7) Se alcanza algo deseando siempre otra cosa, pero finalmente eso es lo que nos hace avanzar de un lugar a otro. Por eso “lo que no deseas te resulta inalcanzable.” Y entonces nos encontramos ante el laberinto de las posibilidades que en Fantasia existe como el Templo de las Mil Puertas. A él se puede llegar desde cualquier lugar, cualquier puerta puede ser en un momento dado la puerta de entrada; pero para que éste exista, en primera instancia hay que desearlo. Un deseo para entrar y un deseo para salir, pues a través de todas las posibilidades solamente el deseo puede guiarnos; cada sujeto puede entrar, y de hecho, se encuentra ante este laberinto de deseos y decisiones. Pero para andar en él hace falta vencer el miedo de seguir nuestro deseo, y para vencer ese miedo lo que se necesita es, precisamente un deseo. Hace falta un deseo –(la) falta hace un deseo; no es solamente un juego de palabras, sino una forma de responder a la pregunta que se había planteado antes ¿deseo de qué? Eso es precisamente lo que hay que descubrir bajo las máscaras, esa falta que nos sostiene en tanto sujetos deseantes.
El Templo de las Mil Puertas se abre una noche ante Bastián, quien se adentra en él sin saber en un principio hacia dónde se dirige. Pero poco a poco el rumbo se define para finalmente llevarlo a encontrarse con Atreyu, quien en un inicio no le reconoce bajo su recién adquirida apariencia fantástica, pero posteriormente recuerda el momento en que vio su imagen en la Puerta del Espejo Mágico en el Oráculo del Sur, ese instante de la mirada que le hace comprender y finalmente concluir que efectivamente se trata de Bastián. Y curiosamente se reúnen en el lugar de Fantasia de donde proceden los narradores de historias: Amarganz, la Ciudad de Plata; y no por nada pues Bastián busca ser reconocido por el otro. Dice Lacan: “el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro.” (8) Así, Bastián desea significar para los demás y valer no por sus dones fantásticos, sino por sus “capacidades humanas” de nombrar e inventar historias, capacidades por las que es admirado, pues en Fantasia es el único capaz de crear realidades en tanto inventa historias que al entrelazarse van dando cada vez más consistencia a las imágenes.
Sin embargo, él mismo está sustentándose en imágenes que no son sino engaños, y de esta manera se adentra cada vez más en Fantasia hasta perderse en sus laberintos, pues para encontrar hay que saber lo que se busca y Bastián aún no ha comprendido lo que significa “hacer lo que quieras”, sino que se dedica a formular un deseo tras otro, al parecer sin tener una dirección determinada, y a su paso deja una infinidad de historias inconclusas, que también deberán de ser contadas en otra ocasión. Pero al mismo tiempo va dejando un rastro de recuerdos que, sin darse cuenta, va soltando en prenda a cambio del cumplimiento de los deseos que pide. Y este rastro solamente Atreyu parece haberlo notado, siguiéndolo de cerca como buen cazador.
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(1) Joaquín Antonio Peñalosa, El ángel y el prostíbulo. México, Editorial Jus, 1975.
(2) Jacques Lacan, El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, en Escritos 1, op. Cit.
(3) Fernando Delgadillo, Desfile de antifaces, del álbum Entre Pairos y Derivas, 1998.
(4) Michael Ende, El nombre verdadero, en Carpeta de apuntes, op., cit., p, 172
(5) Ibid
(6) Fernando Delgadillo, ibid.
(7) Michael Ende, La historia interminable, op., cit., p. 226
(8) Jacques Lacan, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, en Escritos 1 op., cit., p, 257
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