Texto: Beatriz Abad en Mecánico unicornio
Imagen: Marianna
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes.
La pequeña Momo vive en un anfiteatro en ruinas, es huérfana y viste un abrigo masculino que le queda enorme. No posee nada, y tampoco sabe el nombre de sus padres ni la fecha de su nacimiento: «que yo sepa, siempre he existido», responde cuando le preguntan. Momo es una niña extraordinariamente sensible y tranquila, que posee una manera muy particular de escuchar, por eso los demás acuden a ella en busca de consejo. Sin embargo, ella no da ninguna orientación, no predica, ni siquiera les responde: se limita a dedicarles toda su atención. De esta manera, los hombres hallan por sí solos las respuestas a sus preguntas.
Como poco a poco va corriéndose la voz de las cualidades de Momo, alrededor del anfiteatro va consolidándose una comunidad de personas atraídas por la pequeña. Como recompensa a sus atenciones, la gente le lleva comida y algunos muebles para que su habitáculo, situado debajo del monumento, resulte más confortable. También llegarán niños de todas partes deseosos de jugar con ella, porque junto a Momo los viajes resultan siempre más fantásticos, los peligros más arriesgados y las aventuras más emocionantes.
Los Hombres Grises
Sin embargo, este clima de armonía y compañerismo irá desvaneciéndose a medida que unos mezquinos personajes, los Hombres Grises, logran convencer a todos los ciudadanos de que no despilfarren su tiempo, de que lo ahorren. Ellos, cicateros representantes del Banco del Tiempo, les explican que deben dedicarse únicamente a lo esencial: visitar a los amigos, jugar con los niños, enamorarse o charlar con el vecino son actividades superfluas que deben suprimirse para economizar los minutos, las horas y los días, con la promesa de que podrán disponer en el futuro de todo el tiempo acumulado. Hombres y mujeres, seducidos ante la perspectiva de poder disfrutar algún día de un merecido descanso, se entregan con entusiasmo al ahorro del tiempo, por lo que ya no acuden a ver a Momo, despachan sus tareas sin dedicación, a toda prisa, y ni siquiera pueden permitirse cuidar de sus hijos, que deambulan por la ciudad, abandonados.
Por supuesto, los Hombres Grises han mentido: en realidad, la gente no está ahorrando nada, ese tiempo no se deposita en ninguna parte y literalmente, el viento se lo lleva: los Hombres Grises lo secan, lo enrollan y se lo fuman. De esos cigarrillos depende su supervivencia.
Así, el mundo que habitan los personajes de Momo va transformándose en una pesadilla. Los ciudadanos suplen su falta de tiempo con la compra de centenares de cosas, un consumismo que confunden con el progreso, perpetrando así el engaño. Sin embargo, Ende no arremete contra los personajes, sino que utiliza la metáfora de los Hombres Grises para criticar el sistema, para hablar de la aniquilación del individuo frente a la estructura y la masa. Tal como aseguraba en una entrevista de 1984, «En un sistema como el nuestro, que solo valora lo que puede contarse, pesarse o medirse, no puede hallarse más que un aburrimiento mortal. Es esa especie de enfermedad de postración la que abruma a los personajes de Momo». En efecto, los personajes de esta historia han entregado las riendas a los conductores equivocados.
El espejismo de lo material
Un claro ejemplo de la vacuidad de las cosas nos llega en el capítulo séptimo, en el que un Hombre Gris intenta engatusar a Momo con Bebelín, una muñeca perfecta que habla. Sin embargo, Momo no se deja seducir porque, aunque Bebelín es preciosa, siempre repite las mismas frases y no es posible jugar con ella. La solución al aburrimiento pasa por adquirir más y más vestidos para la muñeca, aplicando la absurda fórmula de tapar un vacío con otro mayor. Tal vez una idea seductora para otros, pero no para Momo. Ella no desea poseer nada, y tampoco se siente atraída por la idea de ahorrar tiempo: precisamente tiempo es lo único que siempre ha tenido de sobra.
Momo es un maravilloso cuento protagonizado por una vagabunda y sus dos amigos más fieles: Gigi, un charlatán, y Beppo, un barrendero. Pero la inteligencia y la bondad de la pequeña la convierten en una heroína, en una princesa custodiada por un ingenioso bufón y un prudente consejero. El elenco se completa con el Maestro Hora y la enigmática tortuga Casiopea, que ayudarán a la protagonista en su lucha contra la tiranía de los Hombres Grises.
Momo se publicó hace más de cuarenta años, pero hoy se mantiene tan vigente como el primer día. Dirigida a un público infantil, todo adulto debería, sin embargo, leer (o releer) este pequeño gran libro que enfatiza el valor de la amistad, del amor y la generosidad, en oposición al consumismo, a esa manía de acumular cosas que no colma ningún vacío.
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