Texto: Rubén Muñoz Herranz en El electrobardo
Imagen: Jian Guo
Habitualmente utilizo en los talleres de narrativa del electrobardo el ejemplo de Michael Ende para ilustrar lo que es la memoria sensorial, la imaginación y todos los porqués que explican que no es necesario haber experimentado algo para hacer un uso narrativo de ello.
¿Cuál es el conflicto central de La historia interminable? Una Nada que no deja de crecer ha surgido y hace desaparecer a los personajes y tierras del país de Fantasía. Ende no solo emplea esa Nada como elemento neurálgico de la trama de su libro: dota de vida propia esa no presencia que no habla, que no huele, que no se puede ver, palpar ni destruir.
Pero está ahí, y cómo. Nos enteramos de ella por lo que cuentan los personajes de Fantasía, refugiados privados de su hogar ante su «destructivo» paso (entrecomillo el vocablo ‘destructivo’ porque los actos de la nada tampoco son destructivos, como sí lo serán los de Bastian cuando el libro avance: los actos de la Nada no se pueden catalogar, porque no corresponden a las categorías creativas que conocen los personajes de Fantasía).
Y Ende ¿acaso puede ver, oler, palpar, tocar o experimentar la Nada? No, pero puede imaginársela. Algo muy importante que tantos siglos de racionalismo nos han propuesto ignorar, a veces creando convicciones tan verosímiles que parecen hasta naturales.
¿Es necesaria la experiencia empírica para «crear» artísticamente? Siempre hay alguien que defiende: ¡¿Pero eso es algo que ya conocemos, todos experimentamos el vacío, el desánimo?! De nuevo no: sí experimentamos el vacío o el desánimo, pero son sensaciones y emociones, no la Nada. El DRAE nos dice de la nada que es el:
No ser, o carencia absoluta de todo ser
La única forma de experimentar la Nada sería viajar al no ser, a esa carencia absoluta que no tiene nada que ver con una emoción o una sensación humana. ¿Dónde está eso en nuestro universo?
No está. Está en el no universo, en una singularidad cuántica que fue imaginada por el alemán Karl Schwarzschild (y seguramente por muchos otros y otras a los que no conocimos) y desarrollada por el coloso Hawking en su tesis posterior sobre los agujeros negros.
Cuando una estrella combuste su núcleo de helio e hidrógeno pierde su protección ante la gravedad que ataca por arriba y por abajo hasta que la enana blanca colapsa, generando un campo de gravitación que succiona toda materia y energía a partir de su horizonte de sucesos. Feynman sostiene en su teoría de la sumatoria de trayectorias posibles que sí hay partículas (neutrinos y fotones) que consiguen escapar del no universo y polinizar la siguiente generación de estrellas. Hawking imaginó después qué sucedería cuando uno es succionado por ese horizonte de sucesos. Las hipótesis son muchas, pero como no podemos experimentarlas nos las imaginamos. Es mucho más sano que meterse dentro del agujero.
Bueno, y ¿qué tiene que ver todo esto con la Nada? Pues todo. La única forma de experimentar esa Nada de la que habla Ende es estar dentro de ese agujero negro creativo que es la imaginación: ejerce de agujero negro porque succiona toda la experiencia vital, todo lo que nos parece utilizable, desechable, risible o considerable. A la imaginación le sirve todo lo que encuentra en la experiencia, claro, pero también lo modifica y lo crea todo. Hawking a menudo se ríe cuando lo llaman solipsista, veamos hasta qué punto es importante la imaginación que incluso la física moderna postula sus teorías y avances a través de juegos y propuestas imaginativas (Feynman y Hawking son, en esencia, dos niños juguetones).
¿Cómo da vida Michael Ende a la Nada?
Utiliza un argumento sencillo y en apariencia mágico. Bastian Baltasar Bux lee un libro que lo incluye en las aventuras que viven los personajes dentro del libro. Bastian salva al país de Fantasía y es incluido así en la historia interminable, derrotando a la Nada una generación más. La trama o discurso del libro es, sin embargo, más compleja.
La acción narrativa se desplaza desde el mundo «real» en el que Bastian lee el libro y soporta las reconvenciones de su padre y la ausencia de su madre (escuchando hasta la saciedad que «hay que poner los pies en el suelo») hasta el país de Fantasía en transiciones sutiles y divertidas, aunque a veces angustiosas debido a la omnipresencia muy creíble de lo que no existe y a que Atreyu no encuentra más que respuestas en apariencia genéricas durante su búsqueda. En un momento importante, la trama engulle a Bastian y ya no hay más transición a la otra realidad.
Nos quedamos en Fantasía, porque La historia interminable está actuando ya como una singularidad cuántica.
Bastian ha salvado Fantasía y, puesto que cada deseo suyo se cumple, se ha convertido en un héroe todopoderoso que pretende modificar todo lo que le disgusta o ve mejorable en Fantasía. Bastian está perdiendo el norte y el ego lo devora convirtiendo a sus amigos en apéndices de sus aventuras, a sus enemigos en estatuas o a criaturas inofensivas en enemigos jurados. Aunque piensa estar actuando por el bien de los demás, en realidad no modifica nada: solo tergiversa las modificaciones de otros que, como él, traicionaron su imaginación (salvó Fantasía solo con ella) y se desprendieron del presente para fantasear con la memoria de los tiempos (lo que pensarán de él las generaciones venideras, vaya).
Es un crimen quedarse solo en lo que cuenta la (aceptable) película de Wolfang Petersen, este no es un libro que se pueda pasar por alto: con su actitud Bastian está poniendo los cimientos para la nueva Nada, la que ha consumido la imaginación y la creatividad. El universo literario existe porque el creador o la creadora literarios le han dado forma; Fantasía está ahí desde siempre para que Bastian encuentre su camino, pero lo que Bastian interpreta es que si puede hacer cualquier cosa, también puede acomodar Fantasía a sus necesidades pueriles.
Pero no puede, porque Bastian ya ha dejado de ser un hombre (niño) que utilizaba la imaginación para crear mundos y salvar Fantasía. Ahora es solo un personaje más dentro de la historia interminable y nada que haga puede salir de Fantasía.
Como todos lo hemos leído no hay sonrojo en anticipar el final (digo yo). Sus dos únicos amigos, por mucho que les ha decepcionado, se sacrifican por él para que pueda regresar a su dimensión. Una vez allí nos encontramos con la charla memorable que tienen el padre y el hijo, un padre con el que tiene tanto en común como lo tenía con los héroes fracasados de Fantasía: Bastian Baltasar Bux ha entendido. A partir de ahora creará sus propios mundos, porque un valiente guerrero siempre lucha contra la Nada.
Y un escritor, valiente o cobarde, le da forma.
— ¿No vas a decirme dónde encontrar las fronteras de Fantasía? ¡Tú también eres parte de Fantasía! ¡Desaparecerás!
— No puedo decírtelo, porque Fantasía no tiene fronteras —replicó Viento del Sur.
No estoy de acuerdo en absolutamente nada.
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