En 1940 un Michael Ende de doce años recorría eufórico las calles bombardeadas de Múnich atraído por la luz de las llamas como una polilla. Hijo de una psicóloga y de un pintor surrealista a quien los nazis prohibieron seguir pintando por degenerado, creció en un mundo en que las fronteras entre lo imaginario y lo real, lo subjetivo y lo objetivo se fueron difuminando primero en su infancia, luego aparecerán dibujadas en sus obras en línea discontinua. Con La historia interminable se metería en los estantes de literatura juvenil de media Europa —estantería más, estantería menos—. Este 12 de noviembre Ende cumpliría ochenta y seis años, y no hubiese querido presenciar las razones por las que hemos movido a Momo de la sección de literatura juvenil para ponerla en la de literatura imprescindible.
Poco se conoce el pasado de Michael Ende en el «Frente Libre Bavariano», una organización clandestina antinazi, de cómo hacía de mensajero entre ciudades bombardeadas. No cuesta imaginarse a un joven Ende con poco más de quince años recorriendo el mundo con algún mensaje urgente como haría después Atreyu, cuidándose ambos muy mucho de no ser absorbidos por la nada
Tras pasar una década en el teatro, la poesía y escribir todo lo que fuere que se vendiere, nuestro autor se irá volcando cada vez más en la literatura fantástica y el cuento infantil. Alemania durante los años sesenta estaba en el apogeo del realismo social, por lo que Ende fue criticado por producir literatura de evasión o escapismo. Esta crítica denuncia el mirar las estrellas en aquellas trincheras sociales en que habría que pasarse el día a tiros. Para colmo, el zángano invita a los demás a hacer lo mismo. En esas andaba y en esas andamos. El bueno de Ende hace una prosa que compite en cristalina con Stefan Zweig, y con ella enfrenta el espíritu de la producción de prisa.Momo apunta al corazón de lo que Weber identificó como el espíritu del capitalismo. Y es que uno no tarda en percibir que la literatura de Michael Ende tiene su némesis en aquella ética del ahorrador de tiempo, azote del zángano y acumulador de riquezas. La literatura de Ende es una apología luminosa de los jardines del mundo interior contra el «y yo qué gano» y la ansiedad del «quién soy yo al fin y al cabo»; en defensa del hablar con la calma y vivir con esa tranquilidad que llena el tiempo.