13.7.16

La historia interminable. Una singularidad cuántica literaria

Texto: Rubén Muñoz Herranz en El electrobardo
Imagen: Jian Guo



Habitualmente utilizo en los talleres de narrativa del electrobardo el ejemplo de Michael Ende para ilustrar lo que es la memoria sensorial, la imaginación y todos los porqués que explican que no es necesario haber experimentado algo para hacer un uso narrativo de ello. 

¿Cuál es el conflicto central de La historia interminable? Una Nada que no deja de crecer ha surgido y hace desaparecer a los personajes y tierras del país de Fantasía. Ende no solo emplea esa Nada como elemento neurálgico de la trama de su libro: dota de vida propia esa no presencia que no habla, que no huele, que no se puede ver, palpar ni destruir. 

Pero está ahí, y cómo. Nos enteramos de ella por lo que cuentan los personajes de Fantasía, refugiados privados de su hogar ante su «destructivo» paso (entrecomillo el vocablo ‘destructivo’ porque los actos de la nada tampoco son destructivos, como sí lo serán los de Bastian cuando el libro avance: los actos de la Nada no se pueden catalogar, porque no corresponden a las categorías creativas que conocen los personajes de Fantasía). 

Momo de Michael Ende

Texto: Beatriz Abad en Mecánico unicornio
Imagen: Marianna



Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes.

La pequeña Momo vive en un anfiteatro en ruinas, es huérfana y viste un abrigo masculino que le queda enorme. No posee nada, y tampoco sabe el nombre de sus padres ni la fecha de su nacimiento: «que yo sepa, siempre he existido», responde cuando le preguntan. Momo es una niña extraordinariamente sensible y tranquila, que posee una manera muy particular de escuchar, por eso los demás acuden a ella en busca de consejo. Sin embargo, ella no da ninguna orientación, no predica, ni siquiera les responde: se limita a dedicarles toda su atención. De esta manera, los hombres hallan por sí solos las respuestas a sus preguntas.

Como poco a poco va corriéndose la voz de las cualidades de Momo, alrededor del anfiteatro va consolidándose una comunidad de personas atraídas por la pequeña. Como recompensa a sus atenciones, la gente le lleva comida y algunos muebles para que su habitáculo, situado debajo del monumento, resulte más confortable. También llegarán niños de todas partes deseosos de jugar con ella, porque junto a Momo los viajes resultan siempre más fantásticos, los peligros más arriesgados y las aventuras más emocionantes.

El rincón utópico o el por qué de la fantasía

Texto: Alberto Coronel en Juego de manos



En 1940 un Michael Ende de doce años recorría eufórico las calles bombardeadas de Múnich atraído por la luz de las llamas como una polilla. Hijo de una psicóloga y de un pintor surrealista a quien los nazis prohibieron seguir pintando por degenerado, creció en un mundo en que las fronteras entre lo imaginario y lo real, lo subjetivo y lo objetivo se fueron difuminando primero en su infancia, luego aparecerán dibujadas en sus obras en línea discontinua. Con La historia interminable se metería en los estantes de literatura juvenil de media Europa —estantería más, estantería menos—. Este 12 de noviembre Ende cumpliría ochenta y seis años, y no hubiese querido presenciar las razones por las que hemos movido a Momo de la sección de literatura juvenil para ponerla en la de literatura imprescindible.

Poco se conoce el pasado de Michael Ende en el «Frente Libre Bavariano», una organización clandestina antinazi, de cómo hacía de mensajero entre ciudades bombardeadas. No cuesta imaginarse a un joven Ende con poco más de quince años recorriendo el mundo con algún mensaje urgente como haría después Atreyu, cuidándose ambos muy mucho de no ser absorbidos por la nada

Tras pasar una década en el teatro, la poesía y escribir todo lo que fuere que se vendiere, nuestro autor se irá volcando cada vez más en la literatura fantástica y el cuento infantil. Alemania durante los años sesenta estaba en el apogeo del realismo social, por lo que Ende fue criticado por producir literatura de evasión o escapismo. Esta crítica denuncia el mirar las estrellas en aquellas trincheras sociales en que habría que pasarse el día a tiros. Para colmo, el zángano invita a los demás a hacer lo mismo. En esas andaba y en esas andamos. El bueno de Ende hace una prosa que compite en cristalina con Stefan Zweig, y con ella enfrenta el espíritu de la producción de prisa.Momo apunta al corazón de lo que Weber identificó como el espíritu del capitalismo. Y es que uno no tarda en percibir que la literatura de Michael Ende tiene su némesis en aquella ética del ahorrador de tiempo, azote del zángano y acumulador de riquezas. La literatura de Ende es una apología luminosa de los jardines del mundo interior contra el «y yo qué gano» y la ansiedad del «quién soy yo al fin y al cabo»; en defensa del hablar con la calma y vivir con esa tranquilidad que llena el tiempo.
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