Texto: José de Segovia en Entrelíneas
Imagen: Tamás
El movimiento pacifista y ecologista alemán, de tanta relevancia en nuestros días, tomó como símbolo de su sueño de rebeldía dos novelas fantásticas de un autor germano, casi desconocido, excepto por el público infantil: Michael Ende. Sus libros Momo y La historia interminable se han convertido en dos de las obras de ficción de más popularidad en todo el mundo.
La literatura alemana no había conocido tal éxito de ventas desde el legendario Tambor de hojalata de Günter Grass, en 1959. Ahora, Michael Ende ha vuelto a la ciudad alemana de Münich, de donde ha estado alejado desde 1971, cuando se marchó con su mujer, Ingeborg, a una finca italiana cerca de Roma.
Allí, el famoso hijo del pintor surrealista Edgar Ende había pasado sus últimos quince años escribiendo, hasta la desgraciada muerte de su esposa, el año pasado. Ende se dio a conocer al público infantil con cuentos como Jim Botón o El tragasueños, pero hace ya demasiado tiempo que ha dejado de ser aquel desconocido autor de oscuras ediciones para pequeños lectores. Una película e infinidad de ediciones y traducciones le han hecho un artista de extraordinario testimonio social, de una joven Alemania que cree que ′el sueño no se ha acabado′.
Su último libro, El espejo en el espejo, es una colección de relatos, entrelazados entre sí, a modo de cuadros íntimos e interiores. En palabras de su autor, ′auténticas escenas infernales′, que no pretenden ser nada más que ′historias de la tragedia humana′. Cada una de ellas nos introduce en un mundo cerrado, como su subtítulo indica, laberintos, pero éstos sin salida.
′Desde luego, este no es un libro para niños, aunque sólo fuera porque hay ciertas facetas oscuras en la vida que no deben mostrarse a los niños′, dice Ende. Y es que realmente son pesadillas, en las que la muerte y el horror son el principal protagonista. La tragedia de gente desamparada, en una estación de la que nadie puede salir jamás; un buscador de ángeles, que al regresar a casa la encuentra cubierta de repugnantes ratas; un novio impaciente, que busca toda su vida el camino hasta la casa de su amada, para encontrarse ya viejo y maltrecho con la decepción…
′Mi existencia es incomprensible y ridícula -escribe Ende-. Pero nunca estuvo a mi alcance elegir otra […] Estamos ciegos, cegados por el futuro. No vemos nunca lo que está ante nosotros, hasta que nos rompemos la nariz contra él. Vemos sólo lo que hemos visto ya. Es decir, nada.′
Más allá del espejo
Oscar Wilde escribió que ′soñador es todo aquel que busca un camino a la luz de la luna; y, en castigo, ve la aurora antes que todos los demás hombres′. El papel del artista es ése. El del visionario que contempla la realidad, y la expresa, de un modo que muy pocos pueden hacerlo.
Ende ha contemplado ′el espejo en el espejo′, y su mensaje es de desesperanza; como Peter Shaffer en Equus, puede decir: ′he visto al enemigo, y ése somos nosotros′. Ha contemplado la vanidad de la vida bajo el sol, y se encuentra en un laberinto de horror y muerte. Pero ¿qué hay más allá del espejo?
Me pregunto si habrá oído la voz del profeta, que grita: ′Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia′. Ha visto desde el collado que ′el pueblo que anda en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos′, dice Isaías, tras su visión de Dios.
Esa luz verdadera ′venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron′. Por eso estamos como en un laberinto, que nos parece sin salida, en terror y en desesperación.
Pero Juan continúa escribiendo en su Evangelio que a todos los que le reciben, ′a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios′. Esa es la Palabra, que obra también como un espejo, y el desoírla nos hace ′semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era′, dice Santiago.
′Sin adorar, te pudres; es tan brutal como eso′, escribía el dramaturgo, compatriota de Ende, Shaffer, en su obra Equus. Ahora todo depende de a quién entregues tu adoración; puede ser al Señor de la Luz o al de la Oscuridad. No cerremos los ojos al espejo de la Palabra. Mira, que el oírla puede producir la fe, y ésta la Vida, y con ella la salida a este laberinto.
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