15.4.22

Interpretación junguiana de «La leyenda de la luna llena»

Aproximación a la interpretación junguiana de «La leyenda de la luna llena» de Michael Ende
 
 

Texto: Irene Ulloa Ulloa en Amigos de la Psicología Analítica en Colombia
Imagen: Binette Schroeder


Siendo la interpretación de los sueños, cuentos, mitos y leyendas un arte y un oficio que se aprende con la práctica y la experiencia, este trabajo constituye una primera aproximación de la autora a la interpretación junguiana, en el cual no sólo se pretende hacer uso del método junguiano de interpretación, sino también dilucidar la mayor cantidad de elementos psíquicos que se presentan en una narración como es la leyenda a partir de la teoría junguiana (conceptos y principios). De tal manera, que el resultado no es solamente la puesta en práctica de un conocimiento, sino también la manifestación de los contenidos psíquicos conscientes e inconscientes de la autora, así como de su tipo psicológico.

Teniendo como objetivo la contribución al análisis junguiano de La leyenda de la luna llena, escrita por Michael Ende, se considera importante partir de una breve contextualización de ésta y de su autor para posteriormente realizar el análisis siguiendo la metodología empleada por Jung (1992) en la interpretación de los sueños, realizando la adecuación a este tipo de narración. Sin embargo, para mayor facilidad de su lectura se presenta en forma conjunta la estructura, el análisis del contexto, y la interpretación.

 
La obra y su autor

El texto analizado de La leyenda de la luna llena, fue escrito por Michael Ende y fue publicado en 1995 en Barcelona por la editorial El arca de junior. Esta publicación, presenta el texto en armonía con bellas ilustraciones de Binette Schroeder, nacida en Hamburgo en 1939, algunas de las cuales se presentan en este escrito. Su autor, Michel Ende, nació en Garmisch-Partenkirchen (Alemania) en 1929, y en su juventud estudió teatro y trabajó como actor. Por la publicación de su célebre libro Jim Botón y Lucas el maquinista le fue otorgado el Premio de Literatura Juvenil de Alemania en 1961. Durante su residencia en Italia (1971-1985) escribió Momo (Premio de Literatura Juvenil de Alemania en 1974) y La historia interminable. Sus obras, además de las mencionadas, han sido premiadas en numerosos países y han sido traducidas a más de treinta idiomas.

Antes de pasar al análisis, es importante recordar un poco sobre este estilo literario. La leyenda, es una narración tradicional o colección de narraciones relacionadas entre sí de hechos imaginarios pero que se consideran reales. La palabra procede del latín medieval legenda y significa “lo que ha de ser leído”. A diferencia del mito, que se ocupa de los dioses, la leyenda plasma en general a un héroe humano, como ocurre en el caso de la Iliada y la Odisea, la Eneida o el Cantar de mío Cid. Son legendarias también las historias que nutrieron muchas novelas de caballería durante la edad media y que han servido de fuente a escritores de épocas posteriores: así ocurre con la leyenda del rey Arturo, con Carlomagno y con el alquimista alemán Fausto (Microsoft, 2000).

Pasando a la teoría junguiana, las leyendas, al igual que los mitos y otros materiales mitológicos, permiten llegar a las estructuras de base de la psique humana. Las leyendas poseen un rico contenido de elementos culturales, ya que parten de experiencias comentadas que se amplían mediante la adición de elementos folklóricos propios de una cultura. Estas narraciones expresan procesos psíquicos del inconsciente colectivo, por medio de representaciones arquetípicas que permiten comprender los procesos que se desarrollan en la psique colectiva, se trata de subestructuras objetivas e impersonales de la psique humana y no de aspectos individuales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que tanto una leyenda como un cuento de hadas y un mito, no presentan todos los factores de la psique, algunos hacen alusión a la integración de la sombra, otros a la experiencia del ánimus o del ánima, etc. (Von Franz, 1993).

Partiendo de lo escrito por Marie-Louise von Franz (1993), las leyendas componen historias arquetípicas que se constituyen, la mayoría de las veces, a partir de experiencias individuales y tienen como origen la invasión de algún contenido inconsciente, ya sea un sueño o una alucinación en estado de vigilia, donde éstos suponen la irrupción de un contenido arquetípico en una vida individual, tratándose siempre de una experiencia numinosa (fuerza sobrenatural, impresión de sagrado que generalmente acompaña la aparición de una imagen arquetípica).


Análisis
 
Hace ya muchos años, (…) vivía en un bosque lejano, rodeado de montañas, un piadoso ermitaño. En su juventud había estado perdidamente enamorado de una dama a la que todos consideraban un dechado de virtudes y de belleza. Ambos se habían jurado fidelidad y amor eternos, pero un día antes de la boda su prometida rompió su juramento y huyó con otro hombre.

(…) Pasó muchos años consagrado a la lectura (…) Un día. Le pareció que la tierra se abría bajo sus pies y que una ráfaga de viento surgida del abismo le helaba la sangre en las venas. Aquella misma noche abandonó para siempre su casa y sus libros. Durante mucho tiempo vagó por el mundo, hasta que llegó a cierto valle apartado, donde halló una cueva excavada en la roca y oculta en medio de un bosque. Se echo a dormir en el suelo y soñó con un torbellino de fuego del que surgía una voz que le decía: «Quédate ahí, yo iré a tu encuentro».
 
(…) De vez en cuando se adentraba en el bosque para recoger bayas, frutos, tallos y raíces, de los que se alimentaba; pero pasaba la mayor parte del tiempo sentado a la entrada de la cueva con los ojos cerrados, absorto e inmóvil. (…) Su espíritu vagaba por otros mundos, unos mundos tan elevados y sublimes (…) pero nada había que fuera capaz de apartarlo de su diálogo con la eternidad. La paz de su alma era tan profunda que en las proximidades de la cueva incluso las fieras del bosque dejaban de atacarse (…)
 
Un día, el destino quiso que llegara a aquel lejano valle otro ser humano cuya vida no era menos solitaria que la del piadoso anciano, si bien por razones completamente distintas. Era un hombre que había sido expulsado de la sociedad, un hombretón fiero, de hirsuto pelo rojo, fuerte como un toro y tozudo como un mulo. No temía nada, pero tampoco había nada que fuera capaz de inspirarle respeto.
De muy joven, y en un arranque de ira, había matado a otro joven que había deshonrado a su amada. Su víctima pertenecía a una familia noble. Como él y su amada eran de origen humilde, los jueces no consideraron que tuviera derecho a defender su orgullo ni honor y lo condenaron a morir mediante el suplicio de la rueda. Sin embargo, el logró huir la víspera de la ejecución.
 
Encontró refugio en el bosque, donde se unió a una partida de salteadores de caminos que eran todos proscritos como él. (…) Un día, tras una pelea con el cabecilla de la banda, le toco escapar. A partir de ese momento empezó a actuar en solitario y a evitar la compañía de otros hombres, ya que ahora lo perseguían todos (…) Una profunda inquietud lo impulsaba a cambiar constantemente de escondrijo. (…) Sin embargo, el destino ya había decidido que esto no podía seguir así, de manera que se hizo inevitable que el bandido fuera a parar al lejano valle donde habitaba el ermitaño.

Esta primera parte de la leyenda indica el lugar, los personajes de la acción y la situación inicial. El lugar donde se desenvuelve la historia es un bosque, el cual es considerado como naturaleza protectora y procuradora de alimento, es un símbolo del inconsciente, punto de partida de viajes y aventuras. De acuerdo con lo escrito por Emma Jung y Marie-Louise von Franz (1999), éste representa el paso de un estado relativamente inconsciente a uno de mayor conciencia. Al estar rodeado de montañas, sitúa al ermitaño en el lugar donde empieza a orientarse, a adquirir firmeza y conocimiento de sí.

Los personajes son un ermitaño y un bandido. El primero, representa al maestro secreto, aquella persona que trabaja en lo invisible, basado en la tradición, el estudio y la reserva, que se sumerge en el trabajo paciente y profundo (Cirlot, 1992). El bandido representa a la Sombra, aquellos rasgos, en su mayor parte oscuros o infravalorados del ermitaño, que coexisten sin que el Yo consciente les preste excesiva atención; son rasgos de naturaleza emocional que gozan de cierta autonomía y ocasionalmente desbordan la conciencia; encarna los impulsos y emociones sombrías todavía no asimiladas, tales como celos, odio y pasión asesina (Jung y von Franz, 1999).

La situación inicial representa parte de un hecho real, – el rompimiento del juramento por parte de la novia, quien además huyó con otro hombre-, experiencia fuerte que lleva al joven a la búsqueda y al viaje por el inconsciente, inicio del proceso de individuación. Pero este mismo hecho, va a alimentar a su Sombra, quien vive la experiencia de manera distinta, ya que el joven en su psique mata al otro hombre por deshonrar a su amada, y su Ego, actuando como juez, condena estos contenidos a la muerte por considerarlos impulsos incivilizados, los reprime de tal forma que son enviados al saco de la Sombra, donde se encuentran todos los aspectos reprimidos de su personalidad. De tal manera que, mientras el joven vagó por el mundo, viaje al inconsciente, transfiriendo su centro de interés desde el mundo exterior hacia el mundo interior en busca de una espiritualidad sana; el bandido, su Sombra, sigue cometiendo fechorías, proveyéndose así de energía.

Hecho importante de esta situación inicial lo constituye el sueño del ermitaño, donde una voz le dice: “Quédate ahí, yo iré a tu encuentro”. Este tipo de mensajes es muy frecuente cuando se está iniciando un proceso de individuación, de búsqueda del conocimiento de sí mismo y de una espiritualidad sana. Estos emergen de lo más profundo del inconsciente, y en este caso, no solo está indicando que se está en el lugar correcto, sino que también debe esperar allí el encuentro con “alguien”, de tal manera que pone sobre aviso para que se esté atento y llegado el momento se le pueda reconocer.

Durante este proceso de individuación iniciado por el ermitaño, cuya meta es el desarrollo de la personalidad individual, implicando una creciente percepción de la realidad psicológica, incluyendo fortalezas y limitaciones personales, se da el encuentro con el bandido, su opuesto, su Sombra (Sharp, 1997).


Fue un día al atardecer (…) El salteador de caminos había descubierto un joven ciervo y empezó a perseguirlo (…) De pronto, el animal se detuvo y 1o miró de frente (…) No parecía asustado ni cansado, sólo 1o miraba atentamente con sus grandes ojos, y no tuvo valor para disparar la flecha.

(…) Confuso, miró a su alrededor. Entonces descubrió la entrada de la cueva y, sentado en el umbral, al ermitaño (…) El bandido se acercó al anciano y lo observó durante un buen rato, incapaz de adivinar qué o quién demonios era aquel ser que tenía delante. (…)
 
El anciano seguía inmóvil (…) El bandido alzó el puño para despertarlo de un buen golpe, pero al cabo de un rato volvió a bajarlo. (…) Al cabo de unas horas, cuando el ermitaño volvió desde el reino de lo sublime a su pobre y frágil cuerpo terrenal y abrió los ojos, descubrió, a la luz de la luna, que a sus pies yacía un hombre pelirrojo de aspecto fiero que dormía como un niño.

El anciano miró con afecto paternal a aquel extraño que Dios le enviaba y decidió convertirlo en su discípulo para instruirlo en los asuntos de la eternidad (…) el maestro nunca olvidaba exhortar a su discípulo a arrepentirse de la vida pecadora que llevaba y a rogar a Dios que se apiadara de él.

(…) A su manera, trataba de demostrar la gratitud que sentía por su maestro trayéndole presentes (…) Pero, invariablemente, el ermitaño rechazaba sus regalos y lo aleccionaba pacientemente: -No es eso, hijo mío. No debes tratar de cambiar mi vida. Eres tú quien debe cambiar de vida si no quieres ser presa de Satanás (…)
 
El bandido callaba entristecido, porque le resultaba imposible cumplir el deseo del ermitaño. Aunque ponía el mayor empeño en ello, no podía arrepentirse, y de ninguna manera quería mentir a su amigo, por el que sentía un profundo respeto (…) La bondad y la paciencia del eremita eran tan grandes como la tenacidad y la oposición de su discípulo (…)

Pero entonces sucedió algo que lo llenó de consuelo y que hizo cambiar la situación, aunque ese algo nada tenía que ver con el discípulo díscolo, sino con el sueño que había tenido años atrás y con la promesa que le había sido hecha en aquel sueño.
 
En la siguiente visita del bandido, el ermitaño le advirtió: -Hijo mío, a partir de ahora nunca deberás visitarme en una noche de luna llena. Prométeme que me obedecerás. -Está bien -respondió éste-, pero ¿por qué?. -Me ha sido concedida una gracia -contestó el ermitaño-, pero tu entendimiento está demasiado obnubilado como para que pueda confiarte mi secreto; por lo tanto, no me preguntes más.

(…) Durante mucho tiempo, la vida de ambos siguió como antes. Sin embargo, si bien el bandido era ciertamente inútil como discípulo de la sagrada doctrina, poseía una capacidad imprescindible para el género de vida que llevaba: nada, ni siquiera el detalle más insignificante, escapaba a sus dotes de observador. Así, se dio cuenta de que el ermitaño empezaba a cambiar poco a poco. Al principio no fue un cambio visible: su aspecto y su comportamiento eran los de siempre; pero, no obstante, advirtió que el espíritu de su venerado maestro se alejaba cada vez más de él (…) Esperaba que el ermitaño hablara cuando 1o creyera oportuno, y a éste, ciertamente, no le pasaba inadvertido el interrogante que se dibujaba en el rostro de su discípulo. Con todo, transcurrieron siete meses antes de que el maestro se decidiera a revelarle su secreto.

En esta sección de la narración se observa cómo el encuentro entre el bandido y el ermitaño está mediado por un ciervo, el cual simboliza un factor inconsciente que indica el camino que conduce a un suceso crucial, es un guía hacia el inconsciente. Este símbolo hace el papel de un puente que conecta con las capas más profundas de la psique, llevando hacia un nuevo conocimiento conciente (Von Franz, 1993).

Al ser el bandido quien descubre al ermitaño, se evidencia una progresión de la energía psíquica hacia la conciencia. La Sombra se manifiesta pero, en un primer momento no es reconocida, el ermitaño no despierta de su estado profundo; sin embargo, en su proceso de individuación logra hacer conciente la presencia del bandido, logra reconocer a su Sombra e intenta reconciliarse con ella tratando de transformarla. En este proceso el bandido trata de demostrarle la gratitud que siente por su maestro trayéndole presentes, adquiridos por medio del hurto, los cuales son rechazados por el ermitaño. Lo anterior representa las diferentes manifestaciones de la Sombra, las cuales son reconocidas conscientemente por el ermitaño, quien trata de aleccionarla, lo que suele denominarse en terapia, trabajo con la Sombra. Hay que tener presente que este proceso seguido por el ermitaño se da unidireccionalmente, el maestro busca transformar al bandido sin que éste lo transforme a él, lo que posteriormente trae consecuencias.

Con el transcurrir del tiempo el ermitaño reconoce la dificultad de cambiar al bandido, a su Sombra. Por ello, una vez al ermitaño le es concedida una gracia considera que es mejor que su discípulo no vaya a visitarlo las noches de luna llena. En la antigüedad, la luna ha sido relacionada con diosas, con lo femenino y hoy se conserva parte de la actitud arquetípica asociando a la luna con el amor y el romanticismo (Jung, von Franz, Henderson, Jacobi y Jaffé, 1969). La luna llena representa el símbolo del círculo, del sí-mismo. De acuerdo con lo escrito por Aniela Jaffé, en Jung y otros (1969), el círculo expresa la totalidad de la psique en todos sus aspectos, el cual aparece en el culto a los astros, en mitos y sueños, en dibujos mandalas de los monjes tibetanos, etc., señalando siempre el aspecto más vital de la vida, el completamiento definitivo.

Igualmente, los siete meses que transcurrieron antes de que el ermitaño revelara su secreto, representan la totalidad. Simbólicamente el 7 es el número de la perfección, de la plenitud, la totalidad: hay 7 días de la semana, 7 astros que rigen el zodíaco, 7 notas musicales, 7 colores en el arco iris, etc. El 7 tiene un papel importante en los relatos bíblicos, por ejemplo, en el Diluvio (Génesis 7, 1-4), Noé debió escoger 7 parejas de animales puros, 7 parejas de pájaros del cielo, fueron 7 los días de tregua antes de que el Diluvio cayera sobre la Tierra, y aún, Noé esperó 7 días y soltó de nuevo la paloma fuera del arca; otro ejemplo es la construcción de la “Casa de Yahvé” por Salomón, la cual duró 7 años (2 Reyes 4, 32-35). El número 7 está presente 77 veces en el Antiguo Testamento y constituye el eje central del Apocalipsis de Juan, que cierra el Nuevo Testamento y hace alusión a las 7 Iglesias, a los 7 sellos, a los 7 ángeles sosteniendo 7 trompetas, a los 7 signos, a las 7 plagas, a las 7 copas. El 7 también se encuentra en los cuentos de hadas, en el cuento de Pulgarcito, éste tiene 7 hermanos y el ogro calza unas botas que le permiten dar pasos de 7 leguas. Así mismo, Blancanieves se refugia en la casa de 7 enanitos. (Salvat, sfp).

En esta leyenda, la luna llena y los siete meses se presentan como una anticipación a la totalidad, la cual está fuera del alcance del ermitaño, ya que hay que recordar que este personaje se encuentra en un proceso de individuación, de búsqueda de la totalidad, se halla concentrado y preocupado por un centro, el sí-mismo (Sharp, 1997).

La petición del ermitaño al bandido, se da a manera de prohibición, lo cual indica la existencia de algo extraño y muy importante que requiere del aislamiento y represión de la Sombra por ser incompatible con la actitud consciente que se refleja en la Persona. Es una resistencia natural que se opone al desarrollo de una conciencia más alta, conservando el inconsciente apagado para mantener lo instituido socialmente o lo que es considerado como el Bien. El producto de esta inconsciencia negativa es la esclavitud del ermitaño a las instituciones sociales ancestrales, impidiendo así su desarrollo hacia un nuevo estado de conciencia.


-Hijo mío -le dijo-, no creas que te hice prometer que no vendrías en las noches de luna llena para castigarte. La razón es que me sucedió algo maravilloso, algo que me sucede todavía. Has de saber, hijo, que en el reino de los espíritus celestiales el arcángel Gabriel es el señor de la luna. Pues bien, en las noches de plenilunio, el arcángel Gabriel en persona desciende del cielo y me visita.
(…) ¿Cómo es? -preguntó.

-Más bello y noble de lo que puedo describir con palabras. Viaja en un carro tirado por grifos; en la mano lleva un lirio, símbolo del amor sin mácula y de la pureza, y viene por el aire desde aquel extremo del bosque, porque para su carro la luz de la luna es como un camino sobre tierra firme.

(…) El bandido 1o miro con admiración y masculló: -Pues vaya con la noticia, ¡que Dios me confunda!
El ermitaño le lanzó una mirada apesadumbrada y exclamó: -¡Ah, hijo mío! Si por lo menos pudieras dejar de maldecir. Pero ya ves tú mismo por qué tuve que prohibirte que vinieras en las noches de luna llena. ¡Imagina qué podría suceder!

(…) Había una cosa que tenía preocupado al bandido. Desde hacía un tiempo, los animales ya no se acercaban a la cueva del ermitaño. Si alguno se extraviaba por aquellos parajes, huía tan pronto como el se acercaba. Incluso, un día sucedió que un azor se apoderó de una cría de conejo junto a la entrada de la cueva, justo al lado del anciano, que estaba sumido en una profunda meditación. El bandido comunicó su preocupación a su maestro, pero advirtió que éste no se había dado cuenta de nada. (…)

La revelación del secreto, se presenta como un momento en que cede la resistencia, disminuyendo la tensión entre la conciencia y el mundo de los instintos, donde se trabaja con la sombra pero todavía no es integrada.

La descripción del arcángel Gabriel, en esta narración, se interpreta como la identificación del Bien, a través del cual el ermitaño va construyendo una Persona, sin darse cuenta, en su proceso de individuación. Va tomando del exterior normas y reglas que orientan su conducta sin tener en cuenta que dentro de él está la posibilidad de elegir. Esta persona está constituida por los aspectos ideales de un hombre espiritual que son aceptados y dignos de ser presentados al mundo externo. De tal manera que, cuando el bandido maldice, el ermitaño encuentra la justificación a su prohibición, ya que si éste aparece en las noches de luna llena, las mismas en que aparece el arcángel, podría suceder un desastre. Es decir, las manifestaciones de la Sombra podrían mancillar la Persona presente en las ocasiones determinas por el ermitaño. Lo anterior señala la lucha entre el Bien y el Mal en la psique del ermitaño, quien identifica su Sombra con el Mal sin ver los aspectos positivos que ésta posee.

Así, se muestra la ausencia de reconciliación con la Sombra, ya que en un proceso de individuación no basta con reconocerla hay que confrontarla para luego integrarla, lo que el ermitaño hace es simplemente reprimirla voluntariamente y, por ello, ésta sigue en el inconsciente. También, hay que tener presente que, como resultado de toda confrontación con la Sombra, ambas partes deben sufrir algún cambio, lo cual esta restringido en este caso dado el carácter unidireccional que le dió el ermitaño al proceso (Sharp, 1997).

Finalmente, la preocupación del bandido por lo que le está sucediendo al ermitaño, revela su lado positivo. La Sombra no es sólo el lado oscuro de la personalidad, también contiene instintos, impulsos creativos, habilidades y cualidades morales positivas, las cuales también deben ser reconocidas y aceptadas (Sharp, 1997). Esto se evidencia en el siguiente aparte de la leyenda: Si bien el bandido era ciertamente inútil como discípulo de la sagrada doctrina, poseía una capacidad imprescindible para el género de vida que llevaba: nada, ni siquiera el detalle más insignificante, escapaba a sus dotes de observador. Así, se dio cuenta de que el ermitaño empezaba a cambiar poco a poco. Cambios que se revelan en su exterior y lo más exterior lo constituye la Persona, pero el ermitaño no es consciente de sus propios cambios, lo cubre un velo que no lo deja percibir los aspectos negativos; en la búsqueda de la espiritualidad y la sabiduría, sólo ha aprendido a reconocer y adoptar el Bien sin cuestionarse acerca de la naturaleza de éste.


Cuando llegó la siguiente noche de luna llena, ya había tomado su decisión. Tan pronto como oscureció, cogió el arco y las flechas y, haciendo caso omiso de su promesa, se dirigió sigilosamente a la cueva (…)

En aquel momento la luna llena empezó a elevarse majestuosamente por encima de las ramas de los árboles e inundo el mundo con su luz plateada. (…) más allá de las copas de los árboles, un fuerte resplandor. (…) Primero surgieron los dos grifos, unos grandes seres alados con cabeza de águila y cuerpo de león (…) Después se vio el carro del que tiraban. Parecía hecho de zafiro. En el carro iba un personaje rodeado de un halo de luz suave y poderosa a la vez. (…)

El ermitaño se había inclinado profundamente y permanecía con la frente en el suelo. El bandido, que se había quedado boquiabierto contemplando aquella aparición, hizo un esfuerzo por salir de su asombro (…) Muy despacio puso una flecha en el arco, apuntó cuidadosamente y disparó. La flecha silbó en el aire y se clavó en el cuello de la figura luminosa.

(…) El ermitaño, que se había incorporado al oír el silbido de la flecha, había contemplado la escena horrorizado. Cuando se dio la vuelta y advirtió la presencia del bandido lo increpó duramente: -¡Hijo de Satanás! (…) ¿Qué has hecho, desgraciado perjuro? ¿Acaso no habías cometido ya suficientes pecados?

(…)-Escucha -repuso el bandido-, antes de enviarme al infierno directamente y para siempre, ven conmigo a ver qué ha pasado. (…) -¿Lo ves? -dijo el bandido (…)

El ermitaño miraba absorto el cadáver del tejon. Por fin susurro: -¿Cómo has podido adivinar la verdad, hijo mío, si ni yo mismo he sido capaz de descubrir el engaño?
-Muy sencillo -explicó el bandido-, tú me habías dicho que solo los santos pueden ver las cosas santas. Así pues, no tiene nada de extraño que tú, un hombre sabio que lleva una vida de santidad, pueda ver al arcángel Gabriel. Pero yo, que soy un pecador y un ignorante, lo he visto igual que tú. Entonces me he dicho que aquí había gato encerrado. Por eso he disparado.

(…)-¿Qué te pasa? -preguntó el bandido, solícito.
-Estoy avergonzado -contestó el ermitaño, con voz entrecortada.
-¿Por qué? -preguntó el bandido, sorprendido.
-Porque, en mi presunción, pensaba que tenía que salvar tu alma -respondió el ermitaño-, pero has sido tú quien ha salvado la mía. Se ha cumplido la promesa que recibí en sueños, pero de una manera muy distinta de como yo esperaba. Se ha cumplido a través de ti, ¿no te das cuenta?

(…) En cualquier caso, me he dado cuenta de que tengo que volver a empezar por el principio y quisiera que tu me ayudaras. Vamos.

En esta etapa final de la leyenda, se muestra en un primer momento cómo se fortalece el bandido armándose con un arco y flechas. El arco simboliza un vehículo de energía, implica la profunda idea de tensión, y a su vez, corresponde a la fuerza vital o espiritual. El arco y las flechas simbolizan la energía solar, sus rayos y su potencia fecundante y purificadora (Cirlot, 1992). Es una Sombra que se carga de energía psíquica para hacer un nuevo intento de salir a la conciencia más fuerte que antes, pero en su aspecto positivo.

La aparición del arcángel cargada de luz y precedida por dos grifos, corresponde a una visión numinosa. Donde los grifos son seres fabulosos en los que se mezclan dos animales superiores y solares que expresan un carácter benéfico. El grifo, como ciertas formas de dragón se halla siempre como vigilante de los caminos de la salvación; también simboliza la relación entre la energía psíquica y la fuerza cósmica (Cirlot, 1992). Es este carácter numinoso unido a la interiorización de los aspectos positivos lo que hace que el ermitaño, dominado por ellos, no dude de la naturaleza del Bien que se presenta ante sus ojos.

De tal manera que, el ataque del bandido a la imagen del arcángel, no es más que la lucha entre el Bien y el Mal en la psique del ermitaño, lucha superior a sus fuerzas que se presenta como una cuestión de vida o muerte. Es una lucha de opuestos, donde detrás de ellos, y en ellos mismos, está la verdadera realidad que ve y abarca todo (Jung, 2001). Por ello, la primera reacción del ermitaño al ver que el bandido había herido la imagen del arcángel fue increparlo. El ermitaño solo ve el carácter de maldad en su discípulo. Pero cuando ve que realmente no era un arcángel sino un animal, se da cuenta de su error, de que ha estado ciego y engañado. Es el momento en que descubre las verdaderas cualidades del bandido: reconoce que el Mal, -identificado con la Sombra-, en realidad es bueno, sólo que no lo podía ver dado su limitado punto de vista.

La transformación del arcángel en tejon, representa el desenmascaramiento del Mal en el Bien. Es una manera de mostrar cómo lo bueno, en el momento y lugar inadecuados, puede ser lo más erróneo (Jung, 2001). Esta escena revela la existencia de un sentido no comprendido todavía, es un momento en el que se hace luz sobre lo oculto; luz que inesperadamente proviene de la Sombra, lo cual no era contemplado por el ermitaño, él nunca esperaba nada bueno del bandido, no veía en él cualidades, y aún más, consideraba que éste no podía hacer nada por él; por ello, su función como sabio debía ser el transformar a su discípulo, salvar su alma. De allí que la vergüenza que siente es producto del reconocimiento de su error, del haber subestimado a su discípulo y sobre-estimado a sí mismo. En este sentido, se comprende que la Sombra sólo es mala durante el tiempo que su función es incomprendida.

Al reconocer el ermitaño el hecho de que ha sido el bandido quien salvó su alma, y que es a él a quien se refería la voz del sueño, está reconociendo la verdadera esencia de su Sombra y la necesidad de integrarla: verdadero significado del mensaje enviado por el inconsciente en su sueño. De allí, que la Sombra aporta un nuevo impulso al proceso de individuación y afirmación creativa de toda la vida.

De tal manera que, la finalidad tanto del sueño, como de la leyenda, es la necesidad de seguir un proceso de individuación en el que se integren todos los aspectos de la psique, donde no basta con reconocerlos y someterlos a voluntad, sino también integrarlos a partir del descubrimiento de sus aspectos positivos y negativos, lo cual va a enriquecer el auto-conocimiento, y por ende, lleva a alcanzar un mayor estado de conciencia que permita acercarse cada vez más a la totalidad, como integración dialéctica de todos los componentes. Además, se resalta la importancia de ver la individuación como un proceso que se lleva a cabo durante toda la vida; hecho que reconoce el ermitaño al darse cuenta que tiene que volver a empezar por el principio y con ayuda de su discípulo. Así, la individuación constituye un proceso recurrente, que debe volver sobre sí mismo para retroalimentarse.

Como se evidenció anteriormente, el conflicto psicológico que se elabora en esta leyenda corresponde a la lucha entre el Bien y el Mal en el proceso de individuación cuando se tiene un encuentro con la Sombra. Para Jung (2001), cuando se habla de éstos, se está haciendo referencia a lo que una persona considera bueno o malo, ya que parten de un juicio subjetivo donde solo Dios tiene la última palabra y donde se exige reaccionar como totalidad. La lucha entre el bien y el mal es una realidad que se encuentra en diversas situaciones en las que se está inmerso en la vida cotidiana, son situaciones en las que se debe hacer una valoración ética. Por ello, el enfrentarse con la Sombra hace que algunos de los definidos y claros valores con los cuales se ha vivido durante mucho tiempo se revelen inadecuados para enfrentarse a determinados problemas (Robertson, 2002).

En muchos casos, las personas que ven su Sombra, su lado oscuro, apartan la vista de ella y huyen, no la afrontan, y luego se ufanan ante los demás de ser buenas. En otros, como en el caso del ermitaño, las personas reconocen su Sombra, interactúan con ella pero la reprimen de manera consciente. Finalmente, se encuentran personas que al colocarse frente a su Sombra también ven su lado luminoso, es decir, perciben su Sombra y su Luz colocándose en el medio, por ello dice Jung (2001) que: “Detrás de los opuestos, y en los opuestos, está la verdadera realidad que ve y abarca el todo” (p. 429).

En el proceso de individuación se hace necesaria la integración de la Sombra, lo cual no sólo consiste en enfrentarse con los contenidos del inconsciente personal, sino además con el problema del mal, como aspecto inseparable del bien. Para Jung, en Jung y otros (2001), la respuesta al problema del mal se encuentra en el auto-conocimiento, en la adquisición del mayor conocimiento posible de la totalidad del individuo, descubriendo cuál es la capacidad que se tiene para hacer el bien y qué males se pueden cometer. Por ello, para evitar lo sucedido al ermitaño y vivir libre de engaños e ilusiones, se debe ser lo suficientemente consciente para no creer que el bien es real y que el mal es ilusorio, comprendiendo que ambos forman parte constitutiva de la propia naturaleza.

Este proceso requiere de decisión, paciencia y valor. La aparición de la sombra tiende a curar los excesos e impulsa al compromiso más consciente con el proceso del propio desarrollo. Al respecto Robertson (2002) escribe: “Todo cambio se inicia en la oscuridad del alma humana” (p.13), “Es imposible tratar con el mal simplemente evitándolo (…) Nadie puede llegar a la plenitud sin pasar antes por la oscuridad” (p.159). Siguiendo a este autor, se debe aclarar que la Sombra no es exactamente la parte oscura y malvada de la personalidad con la que hay que reconciliarse de alguna forma, ésta también contiene todo lo que se puede llegar a ser, es una primera mirada al Yo, es la parte que más se acerca a la divinidad. En el mismo sentido, John A. Sandford, entrevistado por Patrick Millar, en Jung y otros (2001), establece que “la Sombra no siempre es el mal, la sombra es únicamente lo opuesto al ego. Jung dijo que la sombra contiene un noventa por ciento de oro puro. Lo que se ha reprimido encierra una tremenda cantidad de energía y contiene, consecuentemente, un gran potencial positivo” (p.54).

El proceso de individuación, va de la mano con la espiritualidad. Ya sea un religioso, un profesional, un técnico, un doctor, etc., para acceder a una actitud religiosa y una espiritualidad sanas, debe mantener una constante y cuidadosa atención a la experiencia numinosa que sucede durante la comunicación entre su Yo y su Sí-mismo, lo cual se ha de convertir en una meditación diaria, canalizando la energía de su instinto religioso. Por ello, Jung concebía la religión como una actitud de una conciencia transformada por las fuerzas numinosas y la experiencia personal del poder numinoso de los arquetipos que dan sentido a la vida; de tal manera que esta actitud, permite vivenciar lo divino. Se debe sumar la experiencia individual al conjunto de la posesión común de la tradición religiosa, -cultos y rituales-, en cuyos símbolos se pueden encontrar equivalentes de la propia experiencia psíquica, ya que son comunicadores de la presencia divina, que deben ser vividos, utilizados y devueltos a la vida personal y comunitaria, para someterlos a la actitud religiosa. (Ulanov, Ann)

Pero en la búsqueda de la espiritualidad y en la vida religiosa hay que tener cuidado. Generalmente las religiones buscan la luz y descartan la oscuridad olvidando que la vida es compleja, que el bien y el mal no son siempre fáciles de distinguir, y que la oscuridad puede ser simplemente lo desconocido (Robertson, 2002). Como el ermitaño de la leyenda, muchos religiosos, creen haber terminado su proceso y creen llevar una vida espiritual y religiosa sana. Son aquellas personas cuya Máscara es resplandeciente como el arcángel de la narración, pero simplemente son el tejon, ya que reprimen su lado oscuro y se presentan falsamente como bondadosas o practican las virtudes religiosas por miedo a las consecuencias. También se encuentran aquellos que se aíslan de la sociedad creyendo que así pueden mantener su espiritualidad, no hay que negar que es reconfortante tener momentos de soledad que permitan avanzar en el proceso de individuación, pero cómo lograr una totalidad sin los otros?

La actitud religiosa y espiritualidad sanas deben conllevar una transformación, un convertirse en uno mismo, es un proceso hacia el auto-conocimiento conciente como totalidad, cuyo centro es el Sí-mismo. De igual manera, debe darse la reconciliación con la Sombra, con todos aquellos aspectos ocultos o inconscientes que el Ego ha reprimido o que no ha reconocido; hay que llegar a una comprensión psicológica de la Persona como función de relación con el mundo externo que permita asumirla o abandonarla a voluntad sin permitir identificarse con ella; también, se debe incluir como parte de la identidad yoica los aspectos contrasexuales de ánima y ánimus, conviviendo en armonía con ambos. Todo ello se puede logra a través de métodos como el de imaginación activa, la interpretación de los sueños y la terapia analítica, los cuales, ayudan en el desarrollo del proceso de individuación, cuyo objetivo es familiarizarse con la realidad psicológica, lo cual implica una mayor percepción de dicha realidad.





REFERENCIAS

Cirlot, Juan-Eduardo. (1992). Diccionario de símbolos. Madrid: Ed. Labor.

Ende, M. (1995). La leyenda de la luna llena. Barcelona: El arca de junior

Jung, C. (1992). Energética psíquica y esencia del sueño. Barcelona: Editorial Paidós.

Jung, C. (2001). Civilización en transición. Obra completa volumen 10. Madrid: Editorial Trolla.

Jung, C., von Franz, M.L., Henderson, J., Jacobi, J. y Jaffé, A. (1969). El hombre y sus símbolos. Madrid: Aguilar.

Jung, C. y otros. (2001). Encuentro con la sombra. El poder del lado oscuro de la naturaleza humana. Barcelona: Kairós.

Jung, E. y von Franz, M. (1999). La leyenda del Grial. Desde una perspectiva psicológica. Barcelona.

Microsoft Corporation. (2000). Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999.

Robertson, R. (2002). Tu sombra.aprende a conocer tu lado oscuro. España: Paidós.

Salvat. (sfp). Aprender y conocer la astrología y las artes adivinatorias.

Sharp, Daryl (1997). Lexicón Junguiano. Santiago de Chile: Cuatro Vientos Editorial.

Ulanov, Ann . Jung y la religión. El sí-mismo en oposición. En Introducción a Jung.

Von Franz, M. (1993). Érase una vez…una interpretación psicológica. Barcelona: Ediciones Luciérnaga.

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