30.4.19

De Fantasia, la Nada y otras aventuras sin fin

Texto: Sarahí García en Langosta literaria
Imagen: Ma Laura Brenlla



Toda historia es una Historia Interminable


En febrero de 1977, Hansjörg Weitbrecht’s, editor de Michael Ende, decidió visitar al autor para persuadirlo de escribir una nueva historia. Una vez puesta la trama sobre la mesa, el propio Ende no sólo se comprometió con la hazaña de publicar un nuevo libro, sino de entregarlo un par de meses después. Lo que asumió que sería un proyecto corto y sin contratiempos terminó por ser una de sus obras más reconocidas, en la que invirtió dos años y varios dolores de cabeza para el editor: La historia interminable.
Michael Ende, nacido en 1929, creció rodeado de cultura, arte, fantasía y surrealismo debido a las aficiones de su padre, quien llegó a ser un reconocido pintor surrealista en Alemania. Aunque nunca tuvo grandes lujos, su infancia fue plena y llena de creatividad, por lo menos hasta que la guerra llegó, cuando a su corta edad Ende se vio expuesto a los horrores de un mundo en transición. Sin embargo, toda esa experiencia y madurez reforzarían sus constantes inquietudes y lo llevarían a reflexionar sobre la realidad humana y lo que perseguiría durante el resto de su vida: la escritura. Tal y como Tolkien, C. S. Lewis o Andersen inventaron mundos imaginarios a través de sus propias vivencias, así Michael Ende, como un fiel adepto, construyó nutridos espacios fantásticos a través de sus propias batallas entre el bien y el mal; los sueños y el olvido; la fantasía y la realidad. Aunque Ende nunca tuvo hijos, trató de entender su historia (pasado), sus pasiones (presente) y su propia visión de lo que los niños, jóvenes y adultos buscan en la literatura (futuro): más adultos y niños descifrando los sinsentidos de esta vida y disfrutando de ello. Esto lo hayamos compuesto en una de sus historias más reconocidas, la historia del mundo de Fantasía.

Todo comienza cuando la curiosidad de Bastián Baltasar Bux lo lleva a robar un libro y encerrarse en un desván de su escuela por horas, hasta terminar (si es que es posible) esa misteriosa narración. El título, ya lo saben ustedes, La historia interminable, lo atrajo a tal grado que no le importó robar ni evitar sus quehaceres académicos ni eludir su receso ni desaparecer de su padre. Total, ese libro era la excusa perfecta para evitar un día más de las burlas y maltratos de sus compañeros en la escuela y las pocas atenciones de su padre. Después de varias páginas de lo que se leía como una historia de aventuras de la Emperatriz Infantil, Atreyu y Fújur, algo extraño sucede al continuar su lectura: un personaje insólitamente parecido a él es descrito por el narrador. Entonces Bastián entra al libro y a la historia con el fin de convertirse en el salvador de un mundo próximamente extinto llamado Fantasía, para luego convertirse en el personaje principal en busca de respuestas sobre ese mundo y sobre él mismo para regresar a casa.

Ahora bien, a diferencia de lo que algunos creen —que la literatura fantástica te aleja de la realidad, te pierde y te absorbe fuera de este mundo— la buena literatura infantil y juvenil te permite acercarte más a la realidad de este mundo. Sus canales de asimilación permiten que el lector medite y llegue a ideas más aterrizadas sobre lo que sucede en el día a día sin estar leyendo explícitamente sobre esos temas. Por ejemplo, en este libro uno de los villanos de la historia es la Nada, que amenaza con devorar todo el mundo de Fantasía y transfigurar a cuantos se acerquen a ella, quienes caen en mentiras, desvaríos, miedos y desesperación, que enferman la mente de los hombres. La Nada es un personaje, sí, pero también pensamos en la Nada o las muchas Nadas de nuestro mundo, como los desaciertos y peligros de la sociedad moderna. Aunque a Ende nunca le atrajo dar una interpretación tajante de este libro —o sea que bien podríamos no hacer esa relación entre la Nada y la sociedad moderna, o sí— es conocido su empeño por ser un crítico de su sociedad, las guerras, las transfiguraciones ideológicas y todo cuanto a su paso enturbiara nuestra humanidad. Así que no es ningún secreto que, independientemente de qué apropiación queramos otorgarle a la historia, Ende escribió su mundo fantástico a través de lo real, en plena comunicación con el aquí y con todo lo que, como a él, nos cuesta trabajo definir aunque ávidamente deseamos descubrir en cada página que leemos.

A lo largo de 400 páginas, la fantasía es más que una estructura, es una narrativa independiente en su propio espacio y con sus personajes y creaciones. A diferencia de los cuentos de hadas, lo fantástico en este libro le construye a Bastián la oportunidad de no convertirse en un príncipe, sino en un superhéroe y finalmente en un niño que decide ser únicamente él mismo. A manera de homenaje, Michael Ende escribe una carta de amor a los mitos bíblicos, a los temas medievales, a la tradición oral, a los cuentos de hadas y a las referencias fantásticas literarias (como las del gran Tolkien); es decir, estimula la imaginación de sus lectores contándoles muchas historias en una: la de sus abuelos, la propia y las que vengan. En ese sentido, este libro es en toda extensión una historia interminable.

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