14.1.15

Atreyu contra la Matrix

Texto: Orlando Morales en Revista Paquidermo
Imagen: Wuselarts



La Historia sin Fin (Die Unendliche Geschichte, en su título alemán original), cumple 30 años de estrenada y sin embargo se siente más moderna que nunca. Es de esas películas que aborda temas más complejos de los que uno podía entender a los 5 o 6 años, como qué es “la nada”, y, si la comparamos con otro género al que suele dársele más “seriedad” como la ciencia ficción, esta película parece pertenecer más a este género que al de la propia fantasía.

A través del velo de Maya. 
Una característica común de toda historia de fantasía es la entrada a esos mundos alternativos, la puerta por la que se “rompe” la realidad y se accede al mundo paralelo en que existen otras criaturas y otras tierras más sorprendentes. Este famoso “velo de maya” que esconde la “verdad” tiene raíces religiosas y filosóficas muy antiguas, por ejemplo, el clásico Poema de Parménides donde el filósofo eleático cuestiona la “apariencia de las cosas” y afirma que no existe más que “lo uno”, lo verdadero, lo eterno . Esta filosofía seguiría nadando entre los mares del pensamiento durante siglos, pasando por Platón, anidando incluso en las religiones modernas, que en su composición teológica fundacional ubican la idea de un “más allá”, un “paraíso” que está fuera de esta realidad ordinaria.

Romper el velo de maya, por lo tanto, se convirtió en una característica necesaria para cualquier relato fantástico. Esta ruptura puede ser de carácter espacial o temporal. El mundo fantástico debe estar separado de la realidad, tener sus propias reglas y casi siempre es una liberación de alguna realidad menos placentera, o de alguna autoridad opresora (incluso nuestro propio cuerpo).

Por ruptura espacial podemos abarcar muchos de los cientos de cuentos clásicos que conocemos:Alicia en el País de las Maravillas, en el que Alicia atraviesa un agujero para llegar a otra dimensión mágica; Peter Pan, donde Wendy y sus hermanos viajan hacia una isla con sirenas y piratas,atravesando el cielo cerca del amanecer. C.S. Lewis utiliza un armario en su saga de Narnia para simbolizar el cruce entre la dimensión mágica y la real. En el mismo Harry Potter existe un portal que solo los magos pueden atravesar, aunque el castillo sí existe físicamente en Inglaterra, oculto por encantamientos a los ojos de los “muggles”.

En el caso de la ruptura temporal está El Señor De Los Anillos, que nos cuenta de un mundo fantástico que existió hace mucho tiempo, mucho antes de nuestra historia ordinaria. De igual manera, se usa ese recurso en La Guerra de Las Galaxias con su famosa introducción “hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…”. Aunque se habla de un tiempo pasado la ruptura de este filme sería futura por la naturaleza y tecnología de la civilización de esos momentos. La distancia temporal es una herramienta necesaria para justificar mundos extraordinarios. La misma muerte es vista en muchas religiones como un portal hacia otra tierra mejor (paraíso) o peor (infierno). En diversos relatos y textos se ha descrito la posible apariencia de estos lugares, como en La Divina Comedia de Dante, o en el mito del Valhalla.

Otra característica necesaria (y casi que la clave del éxito) en la fantasía tradicional es que los humanos sean capaces de acceder a esta realidad, por eso muchos de los mundos casi siempre son imaginados como otras tierras, con otros seres inteligentes, con otras criaturas, pero siempre con nuestra presencia humana. De alguna forma serían como un doppelgänger de nuestra realidad, clones mejores o peores que nuestro mundo que deseamos conocer. De ahí que la mayoría de historias siempre tengan razas “humanoides”, con las que nos podamos identificar, y también por eso las “entradas” a estos mundos son a veces tan comunes que no tenemos que hacer mucho esfuerzo para encontrarlos.

Cuando Atreyu se hizo humano. Esta última característica me lleva de nuevo a La Historia Sin Fin. Lo que hace a esta película tan diferente es que ni siquiera se trata de acceder a otro mundo, sino que siempre sabemos que Sebastián (el protagonista) está leyendo un libro, y todo lo que se nos cuenta queda de antemano establecido como una ficción. El giro fantástico de la historia es cuando Sebastián descubre que él es parte de la historia y que lo que le ocurre a él también afecta los eventos de la historia; estar leyendo el libro es necesario para que la propia aventura exista.

Sin lector o soñador no puede haber fantasía y por lo tanto la verdadera fantasía es siempre humana, pues siempre que pensamos en un mundo fantástico pensamos en un mundo fantástico para nosotros los humanos. El libro original, del autor alemán Michael Ende, está lleno de contenido filosófico y esotérico, y existen varias interpretaciones acerca de las conexiones que hace el autor con la fenomenología, como por ejemplo la idea hegeliana de una verdad e idea absoluta donde cada evento de la historia es solo un conflicto consigo misma para volver a autoafirmar la propia y única realidad. Una de las escenas donde Atreyu, el protagonista del cuento, se enfrenta a un espejo donde el que se refleja es Sebastián, el lector, podría hacer alusión a la filosofía especulativa, el momento en que tanto la ficción como la realidad se dan cuenta que no son diferentes, ambos dependen el uno del otro.

A diferencia de otras historias fantásticas, no hay buenos ni malos en Fantasía (el nombre del mundo en la película); el enemigo en la película es La Nada, porque en realidad el enemigo no es el conflicto, sino la ausencia de este, la ausencia de historia, el final o vacío, el “regreso” a la realidad. Los obstáculos que atraviesa Atreyu no se comportan como enemigos, sino como pruebas que le permiten a él, y al lector ir descubriendo el camino a la verdad: la de que no hay final, no hay solución, no hay más que un nuevo comienzo, en manos de un nuevo protagonista, que es el lector mismo.

El acto heroico de Sebastián cuando Fantasía queda casi destruida es darle un nombre a la Emperatriz, y este nombre significa la creación de un nuevo universo, un nuevo Big Bang. Todos vivimos una historia sin fin, porque con nosotros siempre habrá historia, sin nosotros deja de haber historia. El gran engaño de la fantasía siempre fue el querer suplantar la realidad cuando la realidad es el único fundamento para cualquier fantasía. El esclavo que se rebela contra el amo, el humano que se rebela contra la deidad y decide que la realidad es suya, esa es la verdadera historia sin fin.

Ciencia ficción como farsa. No es extraño que la misma ciencia ficción, a la que suele dársele más credibilidad, haya sido succionada por los abismos de las dicotomías fantásticas. Un ejemplo claro es el contraste entre The Matrix, exitosa película de 1999, y su precursora, Dark City de 1998. The Matrix fue la más reconocida mundialmente por su compleja trama y sus efectos especiales, y sin embargo es la más simple en su premisa, no pasa de ser una historia de fantasía en lenguaje de ceros y unos. Se propone un mundo paralelo que debe ser accedido por el mismo método del rompimiento del” velo de maya”, descubriendo una verdad oculta y real, detrás de nuestra experiencia cotidiana e ilusoria. La “entrada” a este mundo es una pastilla. La única idea que deja The Matrix al final de la película es la ya conocida pregunta de: “¿Estaré viviendo un sueño o es la realidad?”.

Dark City, la original, no tiene efectos tan impresionantes pero la historia sí supera la dicotomía y sabe que los sueños no son opuestos a nuestra realidad, sino que la nutren y la forman. En la cinta, un hombre despierta en una ciudad donde todos viven dormidos, casi que programados, y es perseguido por unos agentes misteriosos. El filme se comporta como un thriller noir, donde el verdadero misterio no es encontrar la “realidad” sino a los culpables que programan nuestras mentes para entender una única realidad. El proceso es inverso a The Matrix porque más bien se afirma que “la mente es el lugar menos indicado para entender nuestra humanidad”, y antes de entender las aparentes ficciones que nos rodean, hay que saber primero cómo y quiénes crean esas ficciones.

La ciencia ficción de hoy en día se comporta más como la fantasía al servicio de grandes intereses económicos, sacralizando lo ideal sobre lo concreto, lo económico sobre lo humano, lo individual sobre lo colectivo, añorando escapismos y buscando finales felices a nuestra existencia particular. Clásicos como La Máquina del Tiempo y El Día que la Tierra se Detuvo son la ciencia ficción ya olvidada que solía lidiar con los peligros de la tecnología y las armas, que no cuestionaba la naturaleza de nuestra realidad, sino lo que los humanos hacíamos con ella. Con nuestras propias manos podemos crear utopías o distopías según nos plazca. Orwell y Wells fueron padres de esta corriente, y voltearon nuestra atención hacia las ficciones que sutilmente nos imponen los altos poderes mundiales.

Hay que reconocerle a la Historia sin fin las fronteras que cruzó y la historia tan revolucionaria que sigue siendo hoy en día, pues no nos propone una salida o una realidad opuesta y alejada, tampoco un mundo del que seamos dioses absolutos, sino que nos da la llave para poder hacer de nuestro mundo una verdadera fantasía, haciéndonos conscientes del papel no solo propio sino del de los demás también. Es una alegoría de cómo los mitos no nos fundan a nosotros, ni existen por sí mismos; somos parte necesaria en la formación de los mitos, y cualquier fantasía es esencialmente humana.


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