27.7.19

Alemanes que hacen historia: Michael Ende

Texto: Carlos Jesús González en Centro Alemán de Información para Latinoamerica
Imagen: Michael Ende

 
 
Este año, cuando se estrene en las salas de cine Jim Knopf und Lukas der Lokomotivführer (Jim Botón y Lucas el Maquinista), se habrán cumplido 58 años desde que la obra en la que se basa la adaptación cinematográfica apareció en las librerías alemanas. Valga saber que tal hecho viene cargado de un significado especial. Para empezar, la novela en cuestión realmente no se hallaba dirigida a un público infantil ni juvenil y por demás sufrió el rechazo de varias editoriales antes de que una pequeña firma de Stuttgart llamada K. Thienemann se animara a publicarla en el verano de 1960. En resumen, podría afirmarse que hace seis décadas nadie, ni siquiera el vidente más arriesgado, hubiese creído que ese escrito poblado por personajes exóticos y un manojo de veladas críticas al nazismo terminaría convirtiéndose no sólo en un éxito de ventas a nivel internacional, sino también una referencia obligada de la literatura de fantasía del siglo XX.

Pero además Jim Botón y Lucas el Maquinista ocupó un sitio especial en la vida de su autor, Michael Andreas Helmuth Ende (1929, Garmisch-Partenkirchen, Baviera), pues le marcó la entrada al mundo de las letras, un mundo que siempre le atraería más como una herramienta de transmisión de ideas que como una plataforma hacia la fama o el reconocimiento. Se entiende que nada de lo material ejerciese demasiada atracción en Ende, un alemán que, como otros tantos más, atestiguó de primera mano los estragos de la guerra. Siendo apenas un niño su alma fue cruzada por el miedo, la vergüenza y la humillación en el momento en el que la obra artística de su padre, el pintor surrealista Edgar Ende, fue clasificada de degenerada por los infames críticos de arte que servían a la dictadura nazi. Papá Ende continuó su labor a escondidas, pero es probable que nunca más en su vida haya recobrado el sosiego. De hecho en la actualidad se conservan muy pocos lienzos suyos, pues el estudio en el que trabajaba se quemó por completo en 1944 y la llamas se tragaron casi la totalidad de su producción plástica.

A esta suma de desgracias habría que agregar otras inenarrables atrocidades que Ende observaría en primera fila, como lo fueron el bombardeo dirigido por los Aliados sobre Munich cuando tenía doce años o el cruento carrusel de bombas que vio caer sobre la ciudad de Hamburgo en 1943. Indignado ante lo que concibió como el origen de los males de la época, hacia el final de la guerra rechazó la exigencia de que se incorporara a las tropas alemanas, a esas alturas compuestas casi por completo por soldados adolescentes como él, y en cambio se sumó a un grupo de resistencia en Baviera hacia el final de la guerra. Es arriesgado tomarlo como una aseveración, pero es probable que ya entonces, quizá inconscientemente y de manera incipiente, Ende concibiera al arte no sólo como mera forma de expresión, sino como la única posibilidad -al menos la suya- de conservar la cordura, de sobreponerse al horror.

De la actuación a la escritura
Vale la pena mirar las imágenes de Ende que pueden encontrarse en el Internet. Casi todas parecen tomadas en la misma sesión fotográfica, como si de los veinte años de edad hasta los sesenta y cinco que vivió -falleció el 28 de agosto de 1995- su rostro no hubiese sufrido ningún cambio. Parece un joven avejentado o, por el contrario, un hombre mayor al que la vida ha tratado muy bien. Un rostro sin fin, si es que se nos permite remedarlo. En cualquier caso su aspecto, similar al de un misionero jesuita perdido en el corazón de África o al de un Geppetto que arrulla a su Pinocho entre los brazos, inspira confianza y ternura. Ende es de alguna manera el abuelo que nunca fue -moriría sin descendencia- pero que se apropió del sitio categóricamente y además con un alcance universal gracias a sus libros. En definitiva hay algo especial en ese caballero de pelo cenizo y eternos lentes de montura, algo que genera en uno la necesidad de creerle. Frases suyas como: “en cada persona existe un niño eterno, algo indefinido y vulnerable” o “debemos crear entre todos los pueblos del mundo una cultura mundial, empezando en el mundo de los sueños y la imaginación, si no acabaremos en la más completa barbarie” podrían asumirse sin problemas como máximas de vida. De alguna manera no parecen elaboradas por quien fuera considerado el último de los escritores románticos alemanes, sino por alguien que se percibe próximo, cercano, acaso aquel tío que cuando venía a visitarnos nos decía cosas que nos hacían reír o pensar.

Quizá una sensación similar de familiaridad fue la que Ingeborg Hoffmann experimentaría el día en el que se conocieron. Por aquel entonces -inicios de la década de los cincuenta- ambos se dedicaban a la actuación aunque ella, ocho años mayor que él, tenía un recorrido bastante más amplio y reconocido dentro del oficio. Poseedor de una creatividad incombustible, Ende consideró una buena opción el explotarla sobre los tablados de las salas de teatro. Con el tiempo, sin embargo, y quizá gracias a su afición a la lectura de textos de Bertolt Brecht, Kafka y de la poesía de Rainer Maria Rilke y Georg Trakl, reconoció que lo suyo no era actuar dramas teatrales sino crearlos.

Ende comenzó con pequeños encargos, entre ellos la elaboración de una pieza que rememorase los ciento cincuenta años de la muerte de Friedrich Schiller. Hoffmann, entre tanto, se dedicó a la nada sencilla tarea de proporcionarle a su amado -se casarían en 1964 y permanecerían juntos hasta la muerta de ella, en 1989- de los ánimos necesarios para dedicarse a la escritura. Sin embargo, el reconocimiento tardaría aún muchos años en tocar a su puerta. Cual si se tratase de un viaje iniciático, Ende previamente tuvo que descubrir que escribir era una aventura -de la que, por cierto, Hoffmann formaba parte- o, como él mismo afirmaría décadas después, “un viaje del que no se conoce el destino”.

En el camino emprendido por la pareja hubo, por supuesto, cariño, comprensión y solidaridad, pero también penurias y momentos de duda. La situación se había tornado tan complicada que lo primero que Ende hizo luego de recibir el dinero que acompañó el Deutscher Literaturpreis (premio alemán de literatura juvenil) que ganó con Jim Botón y Lucas el Maquinista, fue pagar los siete meses de renta que Ingeborg y él le debían al casero.

Tras la aparición de esta novela, que por cierto se publicó en dos partes, el éxito arribó a las manos del escritor con todos sus beneficios pero también con ciertos elementos indeseables. Gracias a la nueva fortuna monetaria, los Ende tuvieron la posibilidad de mudarse en 1971 a Genzano, un poblado cercano a Roma, específicamente a una casa que decidieron bautizar como Liocorno (el unicornio). El cambio surtiría un efecto positivo, pues fue justo en Italia donde Ende escribiría Momo, en 1971 -en alemán también conocida bajo el peculiar y eterno título: Momo oder Die seltsame Geschicthe von den Zeit-Dieben und vom dem Kind das Menschen die gestohlene Zeit zurückbrachte- y, en 1979, La Historia Interminable (Die Unendliche Geschichte), sin duda sus obras más reconocidas y aclamadas y, junto con las dos partes de Jim Botón, las responsables principales de que a la postre la obra de Ende fuera traducida a más de cuarenta idiomas y alcanzara ventas superiores a los 35 millones de ejemplares.

Pero ni siquiera un logro de tales alcances fue capaz de acallar a los eternos críticos de Ende. Ciertos sectores de la izquierda alemana lo acusaron de fomentar el escapismo con esos mundos imaginarios donde hay monstruos que comen rocas y princesas hermosas que lamentan la pérdida de la fantasía, mientras que otros insistían en que era un autor exclusivamente dirigido al público infantil. Ni unos ni otros entendieron que entre líneas -y ni siquiera de forma tan velada- Ende criticó claramente a las sociedades modernas e industriales que son cada días más esclavas de la tecnología. Asimismo, y como si en el fondo les aterraran las ideas más simples, sus detractores no fueron capaces de comprender que al negar al niño que todos llevamos dentro negamos también un viaje al mundo interior, viaje que podría permitirnos un cambio de conciencia que se antoja cada vez más necesario y vital. Pese a las interminables críticas, Ende nunca dejó de trabajar, por el contrario se entregó una y otra vez a la página en blanco, y cuando no escribía se dedicaba a estudiar la filosofía y el estilo de vida del pueblo nipón. Era tal su admiración por lo japonés -al parecer mutua, pues su figura se ha prestado a varias exposiciones- que no fueron pocos los viajes que Ende hizo a la isla oriental, siempre en compañía de su segunda esposa, Mariko Sato. Y así pasó el tiempo hasta que el cáncer se encargó de demostrarle que, por desgracia, no todas las historias son interminables.

“No creo ser más inteligente o ilustrado que mis lectores”, decía Ende con frecuencia, consciente de que los libros no pueden cambiar al mundo ni él tenía o debía asumir la misión de transmitir un mensaje de tintes mesiánicos. Lejos de eso, se contentaba con construir puentes hacia otro tipo de realidades que él consideraba, de alguna manera, posibles, propias de quien cree en Dios, en las matemáticas y la cábala, en una unidad que es capaz de abarcarlo todo.

Hay que leerlo. Leerlo siempre.

15.7.19

Jim Knopf und Lukas der Lokomotivführer 2018

Texto: Festival de Cine Alemán
Imagen: ---




Prácticamente todos en Alemania pueden tararear el tema principal de la serie Jim Knopf und Lukas der Lokomotivhührer, producida por Augsburg Puppet Factory desde 1961, y que se convirtió en un éxito extraordinario con el que generaciones de alemanes han crecido. Dennis Gansel, nacido en 1972, siempre quiso convertir la novela de Michael Ende, uno de los grandes best-sellers de la literatura juvenil en Alemania, en una película moderna.

Tras catorce años de preparación, llega ahora a las pantallas una de las producciones más monumentales y costosas de la industria germana, un relato fuera del tiempo en torno a la amistad, la nobleza y la valentía, que entrega una fantasía épica para todos los públicos. Jim Botón, su amigo Lucas el Maquinista y Emma la Locomotora viven en una pequeña isla llamada Lummerland, hasta que un día deciden emprender la gran aventura. Su viaje les lleva hasta las tierras del Emperador de Mandala, donde se proponen rescatar a su hija Li Si, raptada y detenida en la Ciudad de los Dragones, donde Jim descubrirá también los secretos de sus verdaderos orígenes.

El viaje es largo y peligroso, y en el camino harán nuevos amigos, como un gigante o un medio-dragón. Pronto descubren que quien ha raptado a la hija del Emperador es la Sra. Maldiente, un dragón de pura raza y la principal villana de esta primera historia de las aventuras de Jim Botón, que con seguridad tendrá sus secuelas.

Dennis Gansel, nacido en Hannover en 1973, rodó su primer telefilm El fantasma siendo aún estudiante de cine en la HFF de Múnich. Le siguieron la comedia Chicas al ataque (Mädchen, Mädchen) (2001), Napola (2004), protagonizada por Max Riemelt y Tom Schilling, y el drama La ola (Die Welle) (2008), protagonizada por Jürgen Vogel. En 2012 rodó la historia de suspense El cuarto estado (coautor del guión), con los protagonistas Moritz Bleibtreu y Max Riemelt. Por último, en 2016 rodó su primera superproducción en Hollywood, Mechanic: Resurrection, secuela de un éxito del género de acción, con Jason Statham, Tommy Lee Jones y Jessica Alba en los papeles protagonistas.



Género: Infantil, fantasía y familiar 
Dirección: Dennis Gansel 
Guión: Dirk Ahner, Andrew Birkin, Sebastian Niemann 
Dirección de fotografía: Torsten Breuer 
Montaje: Ueli Christen, Ana de Mier y Ortuno 
Música: Ralf Wengenmayr 
Productor: Christian Becker 
Producción: Rat Pack Filmproduktion 
Intérpretes: Solomon Gordon, Henning Baum, Annette Frier, Christoph Maria Herbst, Uwe Ochsenknecht, Milan Peschel, Rick Kavanian, Volker Michalowski 
Año de producción: 2018 
Duración: 105 min 
Formato: DCP 
Versión original: Alemán subtitulado en castellano 
Subvencionado por: FFF Bayern, MFG Baden Württemberg, Medienboard Berlin-Brandenburg, DFFF, FFA, German Motion Picture Fund Festivales: Giffoni 2018, Cape Town Int.Film Market & Festival, Film Festival May Ophüls, Toronto Black FF 2019, Goldener –Spatz 2019, Hsinchu City Children’s FF Taiwan 2019, etc. 



 

Jim Botón y Lucas el maquinista de Michael Ende

Imagen: cubierta de libro
 
 
 
 
El otro día estaba mirando por mi biblioteca habitual y me pasé por la sección juvenil e infantil y descubrí este libro, el cual me llamó la atención, era un libro que conocía de oídas desde la más tierna infancia incluso no sé si llegaron a hacer unos dibujos animados, los recuerdos son muy vagos.

Pero por lo que lo escogí fue sin duda por el autor: Michael Ende. De pequeño en el colegio me hicieron leer dos libros suyos: Momo y La historia interminable que me causaron los dos una honda impresión; Momo primero y un curso o dos después La historia interminable.

Ambos son libros para niños como la mayor parte de la obra del autor “o así tengo entendido” aunque también tiene obra para adultos, al menos cuentos.

Los dos libros son para niños algo mayores, el segundo incluso para preadolescentes, las sensaciones que me provocaron me parecen difíciles de describir, pero hay que decir que contienen fantasía pura pero a la vez son educativos y contienen mensaje que para mí es lo mejor la combinación de ambas cosas y más, desde entonces el autor alemán cuenta entre mis favoritos de la literatura de cualquier tipo.

Hace algunos años leí también otra obra del autor: El ponche mágico que era más infantil que las otras dos obras pero que me divirtió sobremanera, en una tarde lo leí.

Jim Botón y Lucas el maquinista data del año 1961 y realmente es para niños muy pequeños, puede que fuera de las primeras novelas del autor, en principio tiene una continuación: Jim Botón y los trece salvajes. Que una vez leído el primero debe retomar las aventuras de sus personajes a raíz de unos cabos sueltos del primer libro de Jim Botón. Y que tarde o temprano caerá en mis manos.

Jim Botón y Lucas el maquinista tiene un lenguaje muy infantil, pero es un libro con mucho contenido y que gracias a cómo va revestida la obra llega a los más pequeños, pero que despojado de sus vestiduras lleva un montón de ideas y una trama que los niños deben seguir y que a diferencia de otros libros de su estilo “o también como otros muchos libros de su estilo” busca educar y contiene valores digamos universales, pero son unos valores sin una ideología aparente pero con los que el autor demuestra ser un gran humanista, ya que sus libros podían llegar a cualquier rincón del globo sin provocar rechazo, superando las barreras culturales o religiosas que pudieran haber, o así lo veo yo al menos. Siempre que no caigan en manos de adultos que quieran adoctrinar o conducir a los niños por lugares transitados por el fanatismo ideológico, cultural y religioso como pasa en algunos lugares del mundo.

El libro trata sobre los dos personajes del título y de muchos más que nos presenta o con los que se van encontrando. Desde la presentación del pequeño país de Lummerland hasta situado con sus personajes para llevar al pequeño Jim Botón “siempre acompañado por Lucas el maquinista que pasaría por ser el personaje adulto protagonista” hacía un viaje tal vez iniciático como en tantas obras, o de descubrimiento del ancho mundo “ y también del mar” y siempre acompañados por la locomotora Emma, por un mundo fantástico en el que tienen que resolver el asunto que le da el contenido al libro y sirve como excusa para pasearnos por mundos de fantasía y oníricos, siempre comprensibles para el niño más pequeño; hacia el que va dirigida la obra, “ por supuesto ya debe poder leer y razonar”. Para mostrarnos unos valores como la amistad y el amor o el cariño hacia los semejantes, da igual la raza, el credo o la cultura, todo dirigido hacia un niño sensible y gracias a las aventuras interraciales e interculturales que nos muestra a lo largo de sus páginas.

El libro para mí tiene un carácter extraordinario en la unión de dos temáticas con las que no siempre se sale exitoso: la fantasía pura junto a algo como la amistad y que también será tema recurrente para el autor en los otros libros que he nombrado antes.

Y el desenlace de la novela deja cabos sueltos como ya comenté tras solucionarse la trama principal con lo que la cosa no acaba aquí.

Yo recomiendo a los padres que se preocupen por la formación de sus hijos al nivel más humano, y que tengan algo de inquietud vital que hagan que lean las obras de Michael Ende y si puede ser por el siguiente orden: Jim Botón, El ponche mágico, Momo y La historia interminable. Intercalados claro está por otras lecturas y a medida que el niño vaya madurando. Porque los valores que contiene Jim Botón se reafirmarán y cambiarán de forma así como no en su contenido más profundo, porque son universales tanto para niños como para adultos.

Y que este libro entre otras cosas como la música, las artes plásticas o manuales llegarán al niño y servirán de complemento a su educación.

Y así la galería de personajes que nos presenta Jim Boton y Lucas el maquinista puedan quedar así en el corazón de niños como mayores y favorecer el desarrollo de la imaginación. 


Una lectura de El teatro de sombras de Michael Ende

Texto: Coni Salgado en Eterna cadencia
Imagen: cubierta de libro



Con ilustraciones de Friedrich Hechelman (Ed. Macmillan).


¿Qué vínculo extraño se genera entre un libro y su lector? ¿Qué efecto atrapante se instala en un niño que abre la gruesa portada de un libro que lo llevará a donde nunca imaginó? ¿Puede un libro cambiarte la vida? Resulta fácil viajar a través del tiempo cuando esa página pesada y exquisita suspende el mundo real.

Michael Ende es sinónimo de magia. Quién no quiso ser, en algún momento de la infancia, como Bastián, ese niño renegado de La historia interminable que se esconde en el colegio y encuentra en el hechizo de un libro aquello que necesita para salvarse. La apuesta de Ende por la fantasía le generó un sin fin de críticas despiadadas, a la vez que otro sin fin de premios y reconocimientos que confirmaron su maestría y fortalecieron su convicción en la defensa del género fantástico por sobre cualquier opinión. “La ficción, la fantasía, necesita de la vida”, dijo alguna vez.

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Otro maravilloso libro que Ende ha dejado como legado es El teatro de sombras y, aunque la muerte ronda cerca, es una historia dulce y mágica como las abuelas de cuento.

Recientemente publicado en la colección “Todos distintos” de la editorial Macmillan, El teatro de sombras cuenta la historia de Ofelia, una viejita cuyos padres soñaban que fuera actriz. Vinculada a las artes escénicas, Ofelia no llega a consagrar una carrera, pero su voz suave y delicada, la convierten en especialista de esa caja oculta bajo el escenario, y desde donde se le dicta la letra a los autores en caso de que la olviden. Ofelia aprende de memoria las grandes comedias y tragedias teatrales. Pero los tiempos cambian, Ofelia se vuelve anciana y corre la modernidad en el mundo. El pequeño teatro de la ciudad cierra sus puertas dejando a Ofelia sin trabajo.

Mientras la viejita se despide en soledad de su caja y de su querido teatro, una sombra huérfana se antepone ante sus ojos. Luego, algunas otras más, buscan en Ofelia, un bolsillo para vivir. La viejita, que ya no puede pagar el alquiler, se queda sin techo ni futuro. Sola. Pero con sus sombras, su magia y su ternura. Entonces Ofelia le enseña a las sombras todas las letras de las obras de teatro más inolvidables y comienza a viajar por los pueblos tendiendo una gran sábana, el despliegue de sombras se vuelve encantador a todos los espectadores que lloran, ríen, aplauden y festejan el arte. Ofelia viaja por el mundo en compañía de la magia de las buenos cuentos. La historia podría terminar a donde me hubiera gustado que termine. Pero Michael Ende, ofrece otro final en donde la sombra mayor se encuentra con Ofelia y el final se vuelve inevitable.

Las ilustraciones del libro son obras de arte impresionantes realizadas por Friedrich Hechelman que acompañan el clima del texto resaltando con talento fantástico aquel silencio que se apodera del lector y en donde el mundo real carece de rastros.

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Un verano de mi infancia, en la playa, mi hermano y yo dormíamos en el living del departamento. Mi abuela Paca llegó para pasar unos días e preparó su sofá cama entre nosotros. Cada noche, cada uno con su linterna en mano, esperábamos la hora para el ritual, y cuando todo se volvía oscuro, la luz aparecía en la magia de sus historias reflejadas en la pared. Muchos animales de cuento salían de sus manos inolvidables. Mi abuela se fue hace rato, igual que Ofelia. Cuando pienso en ella, enseguida viene a mi mente ese recuerdo... Sus manos, la sombra de esos personajes que hicieron de mi infancia una época fantástica y feliz. Este libro me recordó a mi abuela y me devolvió por un rato la ternura de aquellos primeros años. El espacio esencial en donde los libros nos modifican para siempre. 
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