25.1.18

La biblioteca de Bastian

Texto: Emilio Pascual en Bibliotecas Imaginarias, CLIJ
Imagen: Hamid


Se dice que un resúmen urgente de la música se compondría de tres bes: Bach, Beethoven y Brahms. (Se dice que para la perfección de la sinfonía habría que añadir una cuarta, la de Bartók). Sinfonía o concierto, tres bes tenía el nombre completo de Bastián, como tres kas el de cierto librero de ocasión o el de una asociación infame. Bastián Baltasar Bux, o la música del libro.

Su pasión: los libros.

De pelo castaño, “pequeño y francamente gordo”, Bastián Baltasar Bux tenía diez u once años aquella mañana lluviosa de noviembre –parda y fría como la tarde de Machado- en que se detuvo ante el escaparate de una librería de ocasión. Los libros eran la pasión de Bastián.

No es que Bastián Baltasar Bux careciera de otras cosas. De hecho sabemos que tenía una bicicleta de tres marchas, un tren eléctrico, un hámster, un acuario con peces tropicales, una máquina de fotos, seis navajas… Pero los libros eran su pasión. Tampoco es que fuera un empelente repollón (perdón, quise decir “empollón repelente”), pues el año anterior incluso había sido suspendido. Pero su figura y una rara tendencia a la imaginación, a la invención de nombres y palabras, lo hacían blanco de la persecución de sus compañeros, que le llamaban cosas, le ponían motes y una vez lo arrojaron a un cubo de basura (1). También a veces Bastián hablaba solo, pero ni él mismo sospechaba que “quien habla solo espera hablar a Dios un día”, como había predicho el mismo don Antonio.

Los libros eran su pasión. Conocemos el número exacto de libros que atesoraba en su biblioteca –cincuenta y tres-, aunque no hay constancia de los títulos. Es de imaginar que leía sobre todo libros de aventuras, pues no parece que ni los de historia ni los de geografía gozaran de su predilección: de hecho no lograba “recordar las fechas de las batallas, los nacimientos ni los reinados de nadie”; tampoco le seducía “recitar ríos y afluentes, ciudades y cifras de población, recursos naturales e industrias”. En cambio sabemos que “prefería los libros apasionantes, o divertidos, o que hacían soñar”, y conocía “historias de muchachos que se enrolan en un buque y se van a correr mundo para hacer fortuna”. Había leído a Stevenson sin duda.

Los libros eran la pasión de Bastián, y las librerías, atracción irresistible. Una mañana lluviosa de noviembre se detuvo ante la librería de ocasión del señor Karl Konrad Koreander: era un viejo malhumorado con tres kas, pero llevaba en la mano un libro seductor. Sonó el teléfono, y el libro quedó abandonado en un sillón de cuero. ¿Quién podría resistir tal tentación?

Oigamos la llamada de la pasión lectora:

“Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo encima de la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado…
Quien no haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito…
Quien no haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…
Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces”.

Bastián Baltasar Bux arrancó el libro del sillón y salió corriendo. (2)

Leer e imaginar

Desde Aristóteles sabemos que las cosas “que pueblan este singular universo” se componen de materia y forma. El comisario Salvo Montalbano descifró la forma del agua, y el padre Brown previó la forma equívoca. Este anaquel que desde su prometedora firmeza ahora me mira, cuya materia podría ser de roble y tal vez sólo sea de aglomerado, tiene sin embargo la forma de biblioteca, una biblioteca que guarda el recuerdo de otra. Borges, que también vio la forma de la espada, afirmaba que el libro es “una cosa entre las cosas”; pero esa es solo la materia: la forma se la dan los lectores. el lector es la esencia del libro, y Bastián Baltasar Bux, lector apasionado, reescribió el libro trasplantado de una librería de ocasión, que llevaba por título el agotador de La historia interminable.

Bastián fue abducido por el libro, intervino en la historia, modificó el universo, como lo modifica el ala de una mariposa al agitarse. Ama et fac quod vis, “ama y haz lo que quieras”, escribió Agustín de Hipona. “Haz lo que quieras”, decía la inscripción de Áuryn, “la Alhaja, el Esplendor, el Signo de la Emperatriz Infantil”, el amuleto dorado que un día colgó del cuello de Bastián mientras participaba en las aventuras de una historia interminable encerrada en las tapas color cobre de un libro. “Porque ahora sabía: en el mundo hay miles y miles de formas de alegría, pero en el fondo todas son una sola: la alegría de poder amar. Eran aspectos de una misma cosa.” Y es que solo quien, como Bastián Baltasar Bux, ha sido capaz de sumergirse en el mundo de un libro y volver a este “devuelve la salud a ambos mundos”.

“Las pasiones humanas son un misterio”. La de Bastián era leer, y eso lo llevó a otra no menos misteriosa: la de imaginar. En algún lugar de Amarganz, la Ciudad de Plata, está la bilioteca que contiene las Obras completas de Bastian Baltasar Bux, todas las historias que él imaginó. La biblioteca se alza sobre un barco redondo y tiene la forma de una enorme caja de plata. Para abrir su puerta hay que conocer el nombre de una piedra engastada en ella y hacerla lucir. Tal vez la clave del enigma se halle en otra caja de plata y sea un viejo hexámetro de Homero o de Virgilio.



N o t a s

1.    Ellos no habías podido leer la Filosofía de la tensión, de Ignacio Izuzquiza, e ignoraban que “el ser humano es un ser condenado a la rareza y a la excepción. De hecho cultivar las propias rarezas no es sino cultivar la propia sensibilidad”. (Barcelona: Anthropos, 2004, p. 102).

2.    Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852), crítico mordaz, bibliófilo y bibliotecario, escribió un decálogo orientador sobre cuándo es lícito robar un libro. Por supuesto, cuando su dueño lo desprecia o deteriora; cuando un ejemplar precioso corre serios riesgos de desaparecer; cuando polillas, ratas y otros enemigos del libro lo someten a asedio intolerable; cuando… Al final del decálogo añadía: “Siempre que se pueda”.

Don Serafín Estébanez Calderón, el autor de las Escenas Andaluzas, le dedicó un soneto que empezaba:
“Caco, cuco, faquín, bibliopirata,
Tenaza de los libros, chuzó, púa,
De papeles, aparte lo ganzúa,
Hurón, cárcoma, polilleja, rata…”

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