Texto: Hombre-Lupa Gardner en Iberia futura
Imagen: wuselarts
Os presento un texto-homenaje a un libro que llevo en el corazón desde la primera vez que lo leí, y que servirá para abrir el fuego en el tema de la literatura, donde se irán publicando de vez en cuando comentarios sobre libros de interés. Escribí este pequeñito homenaje durante la primavera, mientras realizaba un ayuno estricto de una semana -aproveché para releer el libro por enésima vez: lo tengo prácticamente memorizado-, y casi como tal lo presento a los gentiles lectores.
Si tengo que decir cuál es la novela que más veces he leído, sería La historia interminable del alemán Michael Ende. Le tengo mucho cariño a ese libro, que releo de vez en cuando, y que se convirtió en un clásico de la generación a que pertenezco. Que hoy en día grupos españoles se hayan bautizado en honor de la obra maestra de Ende (como Áuryn o Vetusta Morla) muestra que no exagero. De todas las lecturas de mi infancia, la considero la mejor, quizá ex-aequo con un par de libros más.
A mediados de los setenta, un Michael Ende que saboreaba el gran éxito de Momo (1973) afincado en Italia propuso a su editor una idea que parecía tener posibilidades: un niño se introduce dentro del mundo descrito en un libro y tiene problemas para salir. La idea, así expresada esquemáticamente, no parecía dar para mucho, de modo que Ende se comprometió a entregar en un plazo razonable un libro que quizá no llegaría a las 100 páginas. Es más, tal vez habría que meter "relleno" para alcanzar esa extensión.
Pero como en la vida uno sabe cómo empieza pero no como termina (algunos no saben ni lo primero) el relato-germen fue creciendo como una semilla llena de potencial caída en suelo fértil. Ende se dio cuenta de que ya no llegaría con 100 páginas para abarcarlo todo. La editorial aceptó prorrogar el plazo. Sin embargo la cosa no arrancaba. A Ende se lo tragó la tierra un año entero. Es más, la propia presentación del libro propuesta por el novelista en cuanto dio señales de vida (lujosa encuadernación, grandes letras capitulares, cierres metálicos) alarmó a su editor, al disparar los costes de edición (después llegarían a una solución intermedia). La extensión final del texto superaría las 400 páginas. Y además Ende no sabía cómo terminar el libro.
Es interesante retener el dato de que el alemán halló la idea durante un invierno durísimo en su casa de Genzano, a las afueras de Roma y a los pies de las Colli Albani. Las montañas y la nieve reaparecerán cuando comentemos con cierto detalle el libro. El niño se negaba a salir del mundo fantástico al que había sido transportado. Finalmente, La historia interminable estaba lista para ir a galeras, siendo publicada en 1979, tras más de dos años de gestación, conservando parte de la concepción estética propuesta por Ende: unas grandes letras de inicio de capítulo a cargo de Roswitha Quadflieg y la impresión del texto en dos colores (ambas cosas conservadas en la edición española de Alfaguara, que publicó entre nosotros el libro cuatro años después -actualmente Prisa -que acumula una deuda impresionante de más de 3000 millones de euros- está en largas negociaciones para vender Alfaguara a Random House, del gigante editorial germano Bertelsmann- con traducción muy meritoria del gran Miguel Sáenz, verdadera autoridad en la materia).
La repercusión de la novela ha sido enorme para la generación de que formo parte. A ello contribuyó su versión cinematográfica, a cargo de Wolfgang Petersen y estrenada en 1984, visualmente muy cuidada (excelente diseño de producción, con un despliegue de logrados matte paintings, cromas y animatronics) aunque lejos de satisfacer a los fans del original literario. De hecho, Ende se mostró muy descontento con el resultado y procuró retirar su nombre. Dos posteriores films inspirados en la misma temática, ya en los años noventa del pasado siglo, son sendos bodrios muy poco respetuosos con la inteligencia de los niños a quienes van dirigidos.