17.12.14

Tributo a Fantasia

Texto: Hombre-Lupa Gardner en Iberia futura
Imagen: wuselarts



Os presento un texto-homenaje a un libro que llevo en el corazón desde la primera vez que lo leí, y que servirá para abrir el fuego en el tema de la literatura, donde se irán publicando de vez en cuando comentarios sobre libros de interés. Escribí este pequeñito homenaje durante la primavera, mientras realizaba un ayuno estricto de una semana -aproveché para releer el libro por enésima vez: lo tengo prácticamente memorizado-, y casi como tal lo presento a los gentiles lectores.

Si tengo que decir cuál es la novela que más veces he leído, sería La historia interminable del alemán Michael Ende. Le tengo mucho cariño a ese libro, que releo de vez en cuando, y que se convirtió en un clásico de la generación a que pertenezco. Que hoy en día grupos españoles se hayan bautizado en honor de la obra maestra de Ende (como Áuryn o Vetusta Morla) muestra que no exagero. De todas las lecturas de mi infancia, la considero la mejor, quizá ex-aequo con un par de libros más.

A mediados de los setenta, un Michael Ende que saboreaba el gran éxito de Momo (1973) afincado en Italia propuso a su editor una idea que parecía tener posibilidades: un niño se introduce dentro del mundo descrito en un libro y tiene problemas para salir. La idea, así expresada esquemáticamente, no parecía dar para mucho, de modo que Ende se comprometió a entregar en un plazo razonable un libro que quizá no llegaría a las 100 páginas. Es más, tal vez habría que meter "relleno" para alcanzar esa extensión. 

Pero como en la vida uno sabe cómo empieza pero no como termina (algunos no saben ni lo primero) el relato-germen fue creciendo como una semilla llena de potencial caída en suelo fértil. Ende se dio cuenta de que ya no llegaría con 100 páginas para abarcarlo todo. La editorial aceptó prorrogar el plazo. Sin embargo la cosa no arrancaba. A Ende se lo tragó la tierra un año entero. Es más, la propia presentación del libro propuesta por el novelista en cuanto dio señales de vida (lujosa encuadernación, grandes letras capitulares, cierres metálicos) alarmó a su editor, al disparar los costes de edición (después llegarían a una solución intermedia). La extensión final del texto superaría las 400 páginas. Y además Ende no sabía cómo terminar el libro.

Es interesante retener el dato de que el alemán halló la idea durante un invierno durísimo en su casa de Genzano, a las afueras de Roma y a los pies de las Colli Albani. Las montañas y la nieve reaparecerán cuando comentemos con cierto detalle el libro. El niño se negaba a salir del mundo fantástico al que había sido transportado. Finalmente, La historia interminable estaba lista para ir a galeras, siendo publicada en 1979, tras más de dos años de gestación, conservando parte de la concepción estética propuesta por Ende: unas grandes letras de inicio de capítulo a cargo de Roswitha Quadflieg y la impresión del texto en dos colores (ambas cosas conservadas en la edición española de Alfaguara, que publicó entre nosotros el libro cuatro años después -actualmente Prisa -que acumula una deuda impresionante de más de 3000 millones de euros- está en largas negociaciones para vender Alfaguara a Random House, del gigante editorial germano Bertelsmann- con traducción muy meritoria del gran Miguel Sáenz, verdadera autoridad en la materia).

La repercusión de la novela ha sido enorme para la generación de que formo parte. A ello contribuyó su versión cinematográfica, a cargo de Wolfgang Petersen y estrenada en 1984, visualmente muy cuidada (excelente diseño de producción, con un despliegue de logrados matte paintings, cromas y animatronics) aunque lejos de satisfacer a los fans del original literario. De hecho, Ende se mostró muy descontento con el resultado y procuró retirar su nombre. Dos posteriores films inspirados en la misma temática, ya en los años noventa del pasado siglo, son sendos bodrios muy poco respetuosos con la inteligencia de los niños a quienes van dirigidos.




El hombre que se creía Michael Ende

Texto: Jesús Marchamalo en Alfaguara
Imagen: Michael Ende



En 1973, Michi Strausfeld, una joven alemana que estaba terminando su tesis doctoral sobre Gabriel García Márquez, había llegado a la Feria de Fráncfort para mantener una entrevista con Siegfried Unseld, el editor de la mítica Suhrkamp, para quien iba a desarrollar una colección de literatura española y latinoamericana. Michi tenía entonces una hija de cuatro años y hablaba con frecuencia de la necesidad de publicar en España, como ocurría en otros países europeos, una literatura infantil de calidad, pero su idea no acababa de cuajar.

Así, cuando Salinas, en un viaje a Barcelona, comentó con Barral y Castellet su idea de hacer una colección infantil y juvenil para la nueva Alfaguara, le hablaron de Michi Strausfeld.

La sintonía fue casi inmediata y Salinas y ella comenzaron a trabajar en lo que sería Alfaguara Infantil y Juvenil, que publicaría álbumes infantiles, libros para chicos de ocho a diez años y libros para jóvenes de hasta 14 años. Enric Satué se encargó del diseño, muy en sintonía con las colecciones de adultos.

En 1977 se publicaron los siete primeros títulos, entre ellos, Roald Dahl, El superzorro, con ilustraciones de Horacio Elena; John Gardner, Dragón, dragón, ilustrado por Gloria García; o Judith Kerr, Cuando Hitler robó el conejo rosa, con ilustraciones de la propia autora y uno de los más polémicos en su momento, Donde viven los monstruos de Maurice Sendak, que fue rápidamente contestado por las mentes biempensantes del momento.

Pero el gran éxito no sólo de la colección fue Michael Ende y su Historia interminable. Un libro que, aunque dirigido originariamente al público infantil, había saltado a las listas de los libros más vendidos para adultos en algunos países europeos como Alemania e Italia.

Una apuesta, contaba Salinas, con la que hubo que asumir grandes riesgos —el libro se tenía que imprimir con dos tintas, y con una cubierta distinta a las habituales y que encajara en las dos colecciones, literaria e infantil—, pero que finalmente fue un éxito arrollador.

Tanto que, unos años más tarde, cuando ya Alfaguara se había trasladado a la calle Príncipe de Vergara, y Jaime Salinas había aceptado el cargo de director general del Libro, por las oficinas empezó a aparecer un hombre de aspecto inquietante, que decía ser Michael Ende.

—Soy Michael Ende —decía entre educado y amenazante—, y quiero hablar con el editor.

Y contaba aquel Michael Ende cómo el Ende original había conseguido robarle del interior de su cabeza el argumento de La historia interminable, aún no conseguía comprender cómo, y que la obra y por tanto el dinero que generaba, le pertenecían a él, mientras que el otro Ende no era sino un impostor.

Tan reiteradas se hicieron sus visitas, tan obsesiva la historia que contaba (también de algún modo se estaba convirtiendo en interminable) que José María Guelbenzu salió un día de su despacho dispuesto a zanjar de una vez por todas el asunto.
Allí, de forma un tanto expeditiva, ordenó:

—Y si vuelve Michael Ende, de ninguna manera le dejéis entrar.

A lo que unos segundos más tarde, abriendo de nuevo la puerta del despacho, añadió:

—A no ser que sea Michael Ende, claro.


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