22.5.19

Crítica de Jim Botón y Lucas el Maquinista de Michael Ende.

Texto: Mario Regueira en Criaturas
Imagen: Mathias Weber


Es el inicio, el primer libro para niños que publica un desconocido Michael Ende, un nombre destinado a ganar una gran reputación internacional. Y como en todos los principios, podemos reconocer en él algunos de los factores que, años más tarde, aparecerían en su trabajo. Así, lo primero que sale a la luz, ya en las primeras líneas, es la imaginación abrumadora, casi incontrolable, que el autor convertiría en su sello personal. Porque Ende fue una de esas figuras que se atrevieron a escribir aferrándose a la fantasía como guía principal, renunciando a estructuras o universos preestablecidos y arriesgando todo, a veces incluso la misma coherencia interna, para ser fieles a ella. Tal vez por eso mencionó tantas veces que su padre era un pintor surrealista, 

Lummerland es una pequeña isla ("aproximadamente el doble de grande que nuestra casa") gobernada por un rey y una cantidad de habitantes que se pueden contar con los dedos de una mano. Lucas, uno de ellos, pasea por el reino con su locomotora Emma, ​​y ​​otra, la señora Queé recibirá un buen día, un paquete extraño que contiene a un chico de cabello negro, Jim Botón. Así comienza la historia de amistad entre los dos protagonistas, quienes en algún momento, y por las razones del espacio reducido que supone un habitante nuevo e inesperado en Lummerland, deciden irse con la locomotora Emma para viajar por el mundo. La cantidad de maravillas que se encuentran en su viaje son una nueva fanfarria de imaginación creativa. Aunque el reino de Mandala, su primera parada, tiene cierta inspiración oriental, sigue siendo fascinante la forma en que aparecen sus habitantes, costumbres y gastronomía. 

De la misma manera, en ningún momento se explica que Emma pueda andar en el suelo (y aún por otros medios) sin la necesidad de vías de hierro, algo similar sucede con la perspectiva del autor. La libertad absoluta y casi caprichosa de Michael Ende es uno de los elementos más notables del libro y, sin duda, continúa creando una fuerte empatía en el lector más joven, más acostumbrado a aceptar un pacto ficticio que no requiere grandes mecanismos de coherencia interna. 

Con cierta frecuencia se ha hablado de la supuesta acusación antinazi que oculta este trabajo. Es bastante cierto que Jim Botón y Lucas el Maquinista es una historia que juega a favor de la diversidad cultural, donde el valor de la cooperación es exaltado y el autoritarismo y la violencia son ridiculizados. Aun así, y aunque está claro que el autor (parte de una familia con represalias) ha dejado algunas referencias a esto, es algo arriesgado leer la novela en una clave alegórica compleja. La posición política que puede tener la historia es la misma que cualquier ejercicio de imaginación aporta al pensamiento uniforme y gris. Al mismo tiempo, y teniendo en cuenta que este libro se sitúa más de medio siglo atrás, las personas más exigentes aún pueden encontrar pequeñas muestras de representación de las minorías: el exotismo bienintencionado con el que aparecen las culturas no occidentales, o el pequeño papel que se le da a los personajes femeninos, por ejemplo, que contrastan con muchas de las tendencias de la literatura actual. Nada que detenga la fantasía que construye Ende ni sea un impedimento real para que la novela funcione. 

Más allá de los paralelismos y las posibles interpretaciones, Jim Botón y Lucas el Maquinista continúa funcionando en la medida en que la imaginación abrumadora lo hace en el mundo. Abrir sus páginas sigue siendo como abrir una caja de juguetes llena de maravillas, una invitación a subrayar la lógica del mundo y divertirse al mismo tiempo. 


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