Texto: Colpisa en Opera Mundi Magazine
Imagen: Tanagorn Prateepsukjit
Michael Ende reinó en la fantasía mucho antes que J. K. Rowlling y su Harry Potter o las sagas de tinta de Cornelia Funke. El escritor alemán se adueñó de los mundos imaginarios con libros como Momo y La historia interminable, que sedujeron a millones de lectores adolescentes (y adultos) de varias generaciones.
Ende falleció el 28 de agosto de 1995 a los 65 años en Sttutgart a causa de un cáncer.
A disgusto con la realidad y la sociedad en la que vivió se pasó la vida buscando alternativas imaginarias. Para él había dos tipos de literatura: la que declara abiertamente que es ficción y la que simula que es realidad. Merlín de la palabra, se convirtió en el Rey Midas de la literatura fantástica gracias al éxito universal de su Historia interminable, aparecida en 1979, traducida a casi 40 idiomas y con ventas multimillonarias. Todo un fenómeno, fue el libro más vendido en Alemania durante cuatro años y dio pie a tres películas. Es la historia de Bastián Baltasar Bux, un niño gordito y e infeliz que, como la Alicia de Lewis Carroll, salta al otro lado del espejo a través de un libro robado. Atrapado en un mundo fantástico plagado de elfos y gnomos, descubre que él mismo protagoniza el libro. Montado en los lomos de Fújur el dragón volador, Bastián no encontrará el camino de vuelta del reino de Fantasía.
Llevada al cine por primera vez en 1984 en una versión de Wolfgan Petersen infiel a la historia, Ende echó pestes de una carísima superproducción que le sacó de sus casillas. La tildó de “gigantesco melodrama comercial, hecho de cursilería, peluche y plástico” y retiró su nombre de los títulos de crédito. Sería, con todo, un éxito de taquilla que George Miller explotaría aún en 1990 y 1994. Hubo además dos series, una de animación.
De rostro y maneras afables, con pinta de filósofo despistado, Michael Ende abandonó Alemania en los años 60 para instalarse en Italia. Unicornio era el nombre de su casa en Genzano, cerca de Roma, donde buscó refugio y evasión del estricto realismo alemán. Ansiaba una respiración fluida que se le hacía difícil en una Alemania “plagada de normas”. Allí escribió su gran libro en una peripecia también inacabable, alentado por Mariko Sato, su segunda esposa, responsable de la versión japonesa de sus obras.
Nacido en el 12 de noviembre de 1929 en Garmisch-Partenkirchen, Michael Ende fue hijo de la fisioterapeuta Luise Bartholomä y del pintor surrealista Edgar Ende. Su padre, artista “degenerado” para el régimen nazi, le descubrió “el arte como una pintura fantástica del mundo”. Desde niño se acostumbró a vivir en un mundo dual. El bohemio ambiente familiar no tenía relación alguna con el mundo exterior. Miembro de la agrupación antinazi Frente Libre Bávaro, el joven Ende tuvo que dejar los estudios para hacer el servicio militar. Quería ser explorador y acabó como escenógrafo rendido al teatro de Bertold Bretch. “No encontré comedias que me inspiraran –explicaba—, de modo que comencé a escribirlas yo mismo”.
Probó suerte sin éxito como actor en Múnich. Escribió piezas de cabaret político, hizo crítica de cine y trabajó para la radio durante varios años. Perdió el empleo y un amigo dibujante le solicitó un texto infantil. Tras ser rechazado por varios editores, fue el principio de una carrera jalonada de premios que arrancó con Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), traducida a 20 lenguas y premio Nacional de Literatura Alemana, y Jim Botón y los trece salvajes (1962).
A dos tintas
Su fascinación por los números y la tipografía le llevó a imponer estrictas condiciones para la edición de La historia interminable. Se imprimió a dos tintas y todos los capítulos comenzaban con las letras del alfabeto dibujadas. Los colores distinguían los dos planos en los que discurría la historia, mientras que las cabeceras de los 26 capítulos expresaban su fascinación porque la literatura universal se hubiera escrito con sólo 26 letras.
Su otro gran éxito internacional fue Momo, aparecido en 1973. Es la historia de una niña que lucha contra los “hombres grises” que roban el tiempo a las personas y que quiere devolvérselo a quienes carecen de él. “Ese es el auténtico robo del tiempo que realizan los hombres grises, y son de ese color, porque lo gris es la depreciación absoluta de la vida”, diría de su alegoría contra el trabajo sistemático y desagradable.
Interesado por las filosofías orientales y los grandes místicos, creía que lo mágico no se opone a lo racional y que “la lógica de la realidad no es la única que existe”. Admirador de Borges y deudor de El Aleph, reconocía en Novalis a otro de sus maestros. Heredero declarado de Shakespeare, de Tolkien y sobre todo de Holderin y los románticos alemanes, creía que el hombre “está hecho de la materia de los sueños” y a ella se aferró reivindicando la imaginación como la salida más efectiva para los males de la humanidad.
Para Ende, la fantasía era una verdadera salvaguarda en un tiempo marcado por el terror la guerra y la tragedia. “La fantasía es más necesaria que nunca en el siglo que vivimos”, explicó en una de sus visitas a España en 1993. Sus inquietudes ecologistas le llevaron a escribir una ópera, La danza macabra de Hamelin, en la que, recreando la historia del flautista, planteaba una metáfora sobre los desastres naturales que a su juicio sólo conducían a la muerte.
Su bibliografía se completa con El libro de los monicacos (1970), Tragasueños (1978), Jojo: Historia de un saltimbanqui (pieza teatral de 1982), El Goggolori (1984), El espejo en el espejo (1986), El ponche de los deseos (1989) y el heterogéneo Carpeta de apuntes (1994), que alterna ensayos autobiográficos con relatos fantásticos y de aventura.
Michael Ende reinó en la fantasía mucho antes que J. K. Rowlling y su Harry Potter o las sagas de tinta de Cornelia Funke. El escritor alemán se adueñó de los mundos imaginarios con libros como Momo y La historia interminable, que sedujeron a millones de lectores adolescentes (y adultos) de varias generaciones.
Ende falleció el 28 de agosto de 1995 a los 65 años en Sttutgart a causa de un cáncer.
A disgusto con la realidad y la sociedad en la que vivió se pasó la vida buscando alternativas imaginarias. Para él había dos tipos de literatura: la que declara abiertamente que es ficción y la que simula que es realidad. Merlín de la palabra, se convirtió en el Rey Midas de la literatura fantástica gracias al éxito universal de su Historia interminable, aparecida en 1979, traducida a casi 40 idiomas y con ventas multimillonarias. Todo un fenómeno, fue el libro más vendido en Alemania durante cuatro años y dio pie a tres películas. Es la historia de Bastián Baltasar Bux, un niño gordito y e infeliz que, como la Alicia de Lewis Carroll, salta al otro lado del espejo a través de un libro robado. Atrapado en un mundo fantástico plagado de elfos y gnomos, descubre que él mismo protagoniza el libro. Montado en los lomos de Fújur el dragón volador, Bastián no encontrará el camino de vuelta del reino de Fantasía.
Llevada al cine por primera vez en 1984 en una versión de Wolfgan Petersen infiel a la historia, Ende echó pestes de una carísima superproducción que le sacó de sus casillas. La tildó de “gigantesco melodrama comercial, hecho de cursilería, peluche y plástico” y retiró su nombre de los títulos de crédito. Sería, con todo, un éxito de taquilla que George Miller explotaría aún en 1990 y 1994. Hubo además dos series, una de animación.
De rostro y maneras afables, con pinta de filósofo despistado, Michael Ende abandonó Alemania en los años 60 para instalarse en Italia. Unicornio era el nombre de su casa en Genzano, cerca de Roma, donde buscó refugio y evasión del estricto realismo alemán. Ansiaba una respiración fluida que se le hacía difícil en una Alemania “plagada de normas”. Allí escribió su gran libro en una peripecia también inacabable, alentado por Mariko Sato, su segunda esposa, responsable de la versión japonesa de sus obras.
Nacido en el 12 de noviembre de 1929 en Garmisch-Partenkirchen, Michael Ende fue hijo de la fisioterapeuta Luise Bartholomä y del pintor surrealista Edgar Ende. Su padre, artista “degenerado” para el régimen nazi, le descubrió “el arte como una pintura fantástica del mundo”. Desde niño se acostumbró a vivir en un mundo dual. El bohemio ambiente familiar no tenía relación alguna con el mundo exterior. Miembro de la agrupación antinazi Frente Libre Bávaro, el joven Ende tuvo que dejar los estudios para hacer el servicio militar. Quería ser explorador y acabó como escenógrafo rendido al teatro de Bertold Bretch. “No encontré comedias que me inspiraran –explicaba—, de modo que comencé a escribirlas yo mismo”.
Probó suerte sin éxito como actor en Múnich. Escribió piezas de cabaret político, hizo crítica de cine y trabajó para la radio durante varios años. Perdió el empleo y un amigo dibujante le solicitó un texto infantil. Tras ser rechazado por varios editores, fue el principio de una carrera jalonada de premios que arrancó con Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), traducida a 20 lenguas y premio Nacional de Literatura Alemana, y Jim Botón y los trece salvajes (1962).
A dos tintas
Su fascinación por los números y la tipografía le llevó a imponer estrictas condiciones para la edición de La historia interminable. Se imprimió a dos tintas y todos los capítulos comenzaban con las letras del alfabeto dibujadas. Los colores distinguían los dos planos en los que discurría la historia, mientras que las cabeceras de los 26 capítulos expresaban su fascinación porque la literatura universal se hubiera escrito con sólo 26 letras.
Su otro gran éxito internacional fue Momo, aparecido en 1973. Es la historia de una niña que lucha contra los “hombres grises” que roban el tiempo a las personas y que quiere devolvérselo a quienes carecen de él. “Ese es el auténtico robo del tiempo que realizan los hombres grises, y son de ese color, porque lo gris es la depreciación absoluta de la vida”, diría de su alegoría contra el trabajo sistemático y desagradable.
Interesado por las filosofías orientales y los grandes místicos, creía que lo mágico no se opone a lo racional y que “la lógica de la realidad no es la única que existe”. Admirador de Borges y deudor de El Aleph, reconocía en Novalis a otro de sus maestros. Heredero declarado de Shakespeare, de Tolkien y sobre todo de Holderin y los románticos alemanes, creía que el hombre “está hecho de la materia de los sueños” y a ella se aferró reivindicando la imaginación como la salida más efectiva para los males de la humanidad.
Para Ende, la fantasía era una verdadera salvaguarda en un tiempo marcado por el terror la guerra y la tragedia. “La fantasía es más necesaria que nunca en el siglo que vivimos”, explicó en una de sus visitas a España en 1993. Sus inquietudes ecologistas le llevaron a escribir una ópera, La danza macabra de Hamelin, en la que, recreando la historia del flautista, planteaba una metáfora sobre los desastres naturales que a su juicio sólo conducían a la muerte.
Su bibliografía se completa con El libro de los monicacos (1970), Tragasueños (1978), Jojo: Historia de un saltimbanqui (pieza teatral de 1982), El Goggolori (1984), El espejo en el espejo (1986), El ponche de los deseos (1989) y el heterogéneo Carpeta de apuntes (1994), que alterna ensayos autobiográficos con relatos fantásticos y de aventura.
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