21.11.18

La fantasía necesita de la vida


Texto: Manuel Vázquez Martínez de Ordoñana en El diario vasco



Escribió de todo para ganar dinero. Fue el único hijo de un padre que influyó mucho en él. Se casó en dos ocasiones, no tuvo descendencia, aunque le hubiera gustado. Conoció la muerte y la destrucción ya en su infancia, pero hasta los últimos días de sus sesenta y seis años no dejó de pensar ni de transmitir historias desde el punto de vista de un niño.

Este es el perfil de Michael Ende (1929-1995). Un hombre cuyo legado creativo tuvo adherido el sello de la imaginación. Una persona exigente consigo misma, que no estaba segura del éxito de sus escritos. Un individuo que, por su vasto conocimiento sobre las distintas religiones, la literatura, la pintura…, inserta muchas referencias culturales. Un tipo que se sintió feliz al conseguir ver su obra premiada en varias ocasiones y se desilusionó al contemplar su obra llevada a la pantalla. Un ser humano que supo de las desgracias de la vida tempranamente y aún así pretendió sembrar la felicidad en sus lectores.

Con ocho años su amigo muere de neumonía, con doce años asiste a los bombardeos sobre Múnich, además la escuela le enseña de una forma muy dramática que era un fracasado y que no servía para nada. Intenta ahogarse, pero no logra suicidarse y se siente culpable de causar más preocupaciones a sus padres que estaban también sufriendo los avatares de la guerra.

Su padre fue uno de los primeros pintores del surrealismo alemán, una corriente artística que los nazis consideraron “degenerada”, por lo que le prohibieron ejercer su profesión: no podía exponer ni vender sus cuadros. Vivía para su pintura; cuando le preguntaban cuál había sido su idea a la hora de crear determinado cuadro respondía que él no había tenido ideas y que quien tenía que tenerlas era el que lo contemplaba. En cuanto al arte, fue intransigente, no se doblegó, por lo que tuvo la admiración de su hijo. No quiso ganarse la vida de otra forma y eso llevó a su madre, Luisa Bartholomä, fisioterapeuta, a sostener la casa trabajando como masajista.

Admira a su padre; le debe lo que es. “Tengo que decir que mi padre ha influido mucho en mi vida artística, no solamente porque su obra pictórica ha dado forma a mi creatividad literaria, sino también porque la ha liberado de la condicionante basura realista”. Así explica Ende la creación de sus historias surrealistas, puesto que las imágenes que veía en las paredes de casa eran extrañas, surrealistas.

Por la actividad de su padre, siendo él un niño, la familia se traslada a Múnich, ciudad donde viven los artistas alemanes y toda la bohemia cultural. Este rico mundo le influirá. Aquí también conocerá Michael a una persona muy entrañable para él: el pintor Fanti quien narra muchas fábulas a todos los niños del barrio: “Ya de pequeño aprendí todas las teorías (también aquellas que hoy en día todavía son revolucionarias) sobre el arte y la literatura en una familia de pocos recursos económicos, pero con una rica vida interior.”

Cuando escribe pretende descubrirse a sí mismo; por este motivo no elabora un plan, porque, según dice, de hacerlo, sería introducir en el libro lo que ya sabe. De esta manera, trabajar en un libro se convierte cada vez en un nuevo viaje cuya meta desconoce. Este método suyo, que consiste en dejarse guiar únicamente por las imágenes —de ahí que sus obras sean tan visuales—, le exige a su vez una gran concentración que en ocasiones le lleva al borde de la locura. “Al escribir siempre entro en una grave crisis en la que, de repente, tengo que movilizar todas las energías. Energías que yo no sabía que tenía. Así experimento algo nuevo en mí mismo.”

No son miras pedagógicas o didácticas las que impulsan su obra. La elección de la forma de sus libros solo se debe a razones artísticas y poéticas. Si se quiere contar determinados hechos maravillosos, se tiene que describir el mundo de tal manera que esos hechos sean posibles y probables en él, para lo cual es básico servirse del tono de voz, del estilo y, por supuesto, de la visualización; debe imaginarse con exactitud todo lo que se quiere contar y describir.

Sus textos resultan inconfundibles por los valores y características que presentan: la creatividad, que tanto abunda en él, la concibe como algo que viene de la parte oculta del mundo, como algo que no se puede medir, contar o pesar y que está ligada a la cuestión de la libertad humana; el humor, que se sustrae a cualquier intención y al que define siempre como humano, amable y pariente cercano de la sabiduría; los símbolos que representan los valores y las alusiones al lector, quien siempre forma parte de su obra. “Los valores no existen por sí solos, tienen que ser creados y renovados constantemente para que existan. La misión de los autores es crear y recrear ese valor. Por esto, lo que pretende el artista y el poeta no es explicar el mundo sino presentar mundos.”

Lo que cuenta no va dirigido a la crítica sino al público. Con su obra intenta deleitar a los niños para que encuentren situaciones divertidas y, al mismo tiempo, pretende que los adultos entren en un proceso de reflexión personal. Está convencido de que las etiquetas de literatura infantil, juvenil y de adultos pertenecen solamente a los fines comerciales. Tiene muy claro que lo que todos se merecen es una literatura de calidad que les haga disfrutar. “Las grandes novelas de literatura juvenil son aquellas que se pueden leer con cualquier edad y en función de la que lo hagas vas a entender un mensaje u otro. Son historias en las que lo único que importa es el corazón, las sonrisas y ser feliz.”

Y sin embargo, Ende se tiene por un narrador de historias que no escribe en absoluto para los niños. No piensa nunca en ellos durante el proceso de escritura. “Escribo los libros que me habría gustado leer de niño porque el niño que fui una vez sigue hoy viviendo en mí. Me acojo a las palabras de un gran poeta francés: cuando hemos dejado definitivamente de ser niños, ya hemos muerto.” Y se queja de la diferencia de trato; mientras que a la obra de un pintor como Chagall se le denomina “auténtica”, al escritor o poeta que introduce en sus libros un mundo maravilloso infantil similar se le cuelga la etiqueta —todavía peyorativa— de “autor de libros infantiles”.

Cree que los grandes filósofos y pensadores no han hecho otra cosa que replantearse las viejísimas preguntas de los niños. Las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno y divino niño que hay en ellos. Ese niño que nunca pierde la capacidad de asombrarse, de preguntar, de entusiasmarse. El impulso real, verdadero, que le mueve mientras escribe es el placer del juego, libre y espontáneo, de la imaginación. “El juego, si sigue siendo juego de verdad, no puede nunca moralizar.”

Resulta compleja su forma de pensar respecto a su concepción sobre la literatura. Declara que la literatura se hace pasar por irreal y que, por eso, crea realidad. Mientras que la literatura fantástica parte del supuesto de que la única realidad que podemos describir es la que inventamos nosotros mismos. Michael califica la literatura fantástica, la fantasía, no como una vía de escape de la realidad, sino como una parte integrante de la misma. “La ficción, la fantasía, necesita de la vida”.

En su país, durante los treinta años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial todo género de literatura que no se consideraba socialmente relevante pasaba a ser literatura de evasión, de huida de la realidad y, en consecuencia, totalmente rechazable. “Incluso con mis amigos tenía que justificar continuamente mis escritos hasta que me di cuenta de lo estúpido que era eso. Yo no pido que lean mis libros ni quiero enseñar a nadie, solo quiero escribir. ¿Qué hay de mi propia diversión al escribir, de crear los libros que quisiera leer? Hoy vivimos en una era totalmente ideológica, donde se cree un deber emitir un mensaje para los demás.”

Su primera obra narrativa (Jim Botón y Lucas el maquinista), que tardó ocho años en publicarla, obtuvo un prestigioso premio, pero la crítica de la época rechazó su fantasía. Por esta razón, decidió abandonar su país, huir de ese acoso intelectual para poder dedicarse a esa literatura que enlaza con la idea mágica del mundo a la que no estaba dispuesto a renunciar. “En mi opinión, no puede hacerse ninguna crítica de la sociedad si no va acompañada de una representación utópica del mundo”.

Es entonces cuando un alemán como él marcha a Italia en los años sesenta. Reside cerca de Roma, y allí se casa con la cantante Ingeborg Hoffman (la conoció en un concierto de jazz en 1949); permanece veintitrés años hasta que muere ella (como él, de cáncer) y regresa a Múnich. Se volverá a casar dos años más tarde con la traductora de sus textos al japonés, Mariko Sato, país donde tuvo muy buena acogida.

Hablar de Michael Ende es hablar inevitablemente de su libro más famoso. Todo el mundo le conoce como el autor de La historia interminable (1979). Esa historia donde Bastián está leyendo un libro y se mete tanto que acaba formando parte de él. Le llevó su tiempo concebirla, pero sobre todo finalizarla. Hasta el penúltimo capítulo no supo dónde estaba la salida del país fantástico. La obra fue llevada al cine en tres ocasiones. Con ninguna de ellas estuvo satisfecho; es más, luchó para que su nombre no apareciera en los títulos de crédito puesto que solo veía un interés económico en la filmación y no lo que su obra significaba. Por el contrario, las representaciones teatrales fueron más acertadas.

En 1973 aparece Momo tras seis años de trabajo en él. Es un pequeño gran libro, desafortunadamente no tan conocido como el anterior. Atesora una historia actual donde se hace hincapié en: lo imprescindible que es la amistad; lo necesario que es administrar y perder el tiempo, lo fundamental que es tomar parte en muchas responsabilidades, lo básico que es priorizar… Y sobre todo, el don que tiene la niña protagonista: sabe escuchar. No en vano, la estatua que hay suya en Hanover sostiene entre las manos una oreja. El valor del tiempo, el valor de la imaginación, están muy presentes en este libro. Pese a su caráctyer didáctico, Momo fue prohibido inicialmente en la República Democrática Alemana. El libro se consideró contrarrevolucionario y subversivo, hasta que dos años más tarde salió una edición soviética.

Pero Michael Ende dejó un extenso legado además de lo ya mencionado. Publicó unos treinta libros que recogen diversidad de géneros: novelas, cuentos, teatro, ensayo, poesía… Así como artículos, críticas cinematográficas, aforismos…

No hay que olvidarse de que sus inicios giran en torno al teatro; estudió en la escuela de arte dramático, trabajó como actor y escribió varias obras dramáticas, antes de sumergirse en lo narrativo. Y su incursión en este mundo de las historias infantiles tuvo lugar por casualidad, cuando un amigo suyo le pide que escriba un texto para complementar un libro ilustrado.

Sin duda, un gran escritor que vale la pena releer para que su mundo fantástico abra nuestra imaginación y nos ayude a crear otros mundos paralelos en los que seguir siendo felices. Nuestro logro sería que su voz no acabe aquí, como su apellido cuyo significado es fin.

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