Imagen: Ayesha L. Rubio
Puede que ahora en el interior de alguno de mis lectores surjan algunas preguntas. Pero me temo que no podré ayudarle. Y es que he de confesar que escribí esta historia de memoria, tal y como me la contaron. Nunca he conocido en persona ni a Momo ni a uno solo de sus amigos. No sé qué ha sido de ellos ni cómo les van las cosas hoy en día. Y en lo que se refiere a la gran ciudad, tan solo albergo algunas sospechas.
Preámbulo
Vivimos cada día nuestra guerra y nuestra paz. El mundo se empeña en que seamos productivos, serios, realistas… en que seamos lo que otros quieren que seamos y completar un molde que hace que, cuando muramos, en vez de ver nuestra vida pasar ante nuestros ojos, veamos la vida de otro.
Perseguir los sueños se convierte en un lema banal, digno de una mala conferencia de TED, y nos olvidamos de algo más importante: lo que realmente significa intentar ser feliz. Gran parte de mi alegría ha venido a través de los libros y no me arrepiento de ello.
Uno de los mayores regalos de nuestra vida es la lectura. Como profesor, suelo encontrarme con algún alumno que me dice que la lectura es aburrida, cuando creo que lo que quiere decir es que un libro en concreto le ha resultado aburrido. Pienso que todos tenemos nuestros intereses y leer sobre ciertos libros que nos llamen la atención es el primer paso para ir descubriendo otros libros.
Sobre las joyas literarias
A todos nos espera alguna joya literaria que amaremos por encima de todas las cosas; si hay suerte, más de una; es una pena, no hallarla. Leer es alimentar nuestra imaginación, nuestra alma, nuestra vida. No se puede obligar a leer, como decía Daniel Pennac, pero sí se puede ayudar a emprender este viaje y hoy hablaré de uno de esos libros con los que iniciar la aventura.
No creo demasiado en la moralina que suele destrozar una historia. Hace una década tuve la mala fortuna de leer El caballero de la armadura oxidada, una supuesta joya literaria que ni siquiera se molesta en camuflarse como una alegoría y que resulta ser un libro de autoayuda funesto, con un mensaje tan simplista que solo le puede gustar a esos yonquis de El principito (obra que han «estropeado» con tanto fusilarle citas) y las tiendas de Mr. Wonloquesea. Si es una joya literaria, es una de esas falsas joyas: chatarra pintada de dorado.
La importancia de Momo
En cambio, Momo de Michael Ende posee muchas moralejas y alegorías poco veladas, pero se sostiene en una historia bien escrita, con mucho de cuento, y con la sensación de que lo que me narran no ha salido de un cartelito motivador de marras de esos que pueblan las redes sociales.
Hablar de Momo es hablar de un clásico. La novela trata sobre una pequeña que cambia la vida de la ciudad donde aparece. Sin embargo, los Hombres de Gris, que roban el tiempo de las personas a cambio de lo material o lo útil, encuentran en Momo a su gran enemiga. La historia abarca lo que es la vida, el tiempo, la felicidad… A menudo, nuestra sociedad cae en la deshumanización y la búsqueda de todo aquello que genere beneficios y se olvida de aquello que realmente nos convierte en personas. Momo nos lo recuerda.
La búsqueda de Momo
Leer a Michael Ende (autor de la célebre La Historia Interminable) es como escuchar a alguien que nos narra un cuento con calidez y benevolencia, y, como docente, una de mis metas es poder leerlo algún día con los más jóvenes, saber si son capaces todavía de captar las metáforas y enseñanzas que guarda el libro, porque, pese a que se publicó hace varias décadas, sus mensajes siguen estando ahí y continúa siendo una obra más que recomendable.
Debo decir que considero que la literatura no tiene que quedarse en un rango de edad y, cuando digo que Momo es un clásico de la literatura, no me refiero solo a la literatura juvenil (decirlo de esa manera, me temo que sería decirlo con la boca pequeña). Momo no es solo para los más jóvenes, sino también para aquellos que tengan cualquier edad: nunca está de más recordar que estamos vivos.
¿Existen enseñanzas, moral, fábula en Momo de Michael Ende? Sí, por supuesto, pero no es tan endeble como para ser simplemente un compendio de citas vacías. Hay un argumento, hay unos personajes y hay una forma de ver el mundo. Es inevitable que, cuando concluyamos su lectura, no veamos a nuestro alrededor a esos Hombres Grises que se alimentan del tiempo y crean necesidades vacuas para ocupar nuestros días sin que nunca obtengamos ni un atisbo de felicidad.
El tiempo de Momo
Por favor, háganse un favor, redescubran la lectura y háganlo a través de Momo. Al ser una obra tan famosa, cuenta con diversas ediciones. Hay una reciente de Alfaguara, en tapa dura, por 12,95, con nueva impresión de 2018, que podrá hacer las delicias de todos aquellos que se acerquen a este fantástico clásico.
Como todos sabemos (aunque algunas veces finjamos que no), nuestros días se acabarán, el reloj de arena de nuestro tiempo se colmará, cualquier alegría o felicidad será olvidada cuando nuestras cenizas, como las cenizas de los cigarrillos de los Hombres Grises, se esparza en los océanos del tiempo.
Solo nosotros podemos decidir lo que hacer con el tiempo que se nos ha dado, como decía Gandalf, y, como nos enseñó Momo, la felicidad nace de nuestra humanidad, no de nuestra crueldad. Hoy, en estos días aciagos, ese mensaje es revolucionario.
Por eso, Momo sigue a Casiopea y nosotros deberíamos seguir a Momo.
Existe un misterio muy grande que, aun así, es totalmente cotidiano. Todas las personas son partícipes de ese misterio, todos lo conocen, pero solo unos cuantos piensan sobre ello alguna vez. La mayor parte de la gente se limita a tomarlo tal cual, y no muestra el menor asombro. Ese misterio es el tiempo. Hay calendarios y relojes para medirlo, aunque eso no significa gran cosa, ya que todos sabemos que una sola hora nos puede parecer una eternidad, pero de vez en cuando también puede pasar como un instante… Depende de lo que experimentemos durante esa hora. Porque el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón. […] Y cuanto más lo ahorraban los seres humanos, menos tenían.
Michael Ende, “Momo”.