17.2.22

Michael Ende, Atreyu y la libertad

Texto: José Papparelli  en El Correo de España
Imagen: SebastianMeschenmoser




“Olvidan el pasado y el futuro, olvidan las preguntas y los deseos. Oh, sí, están tranquilos y contentos con lo que tienen, pues carecen de memoria y de la posibilidad de comparar. Sólo poseen el momento. Los esclavos que no conocen más que la esclavitud son esclavos dóciles. Los prisioneros que únicamente conocen la existencia de la cárcel no sufren por su falta de libertad. (…) Renuncio para siempre a la falsedad del libre albedrío, pues es una serpiente que se devora a sí misma. La libertad total es la falta total de libertad”.

Estas palabras pertenecen a Michael Ende, escritor y novelista alemán, extraídas de su obra “La prisión de la libertad”. Ende, conocido mundialmente por su obra “La historia interminable” publicada en 1979 y traducida a más de 40 idiomas, fue llevada al cine en 1984 con un éxito arrollador. Tanto la novela como el film marcaron a toda una generación de jóvenes que hoy ya son adultos y seguramente buenos padres de familia.

La novela de Michael Ende está protagonizada por Bastián, un niño atrapado por un enigmático libro, titulado “La historia interminable", que cuenta la paulatina, progresiva e inexorable destrucción del Reino de Fantasía frente al avance de la devastadora Nada. Quien puede impedir la tragedia y salvar a la Emperatriz infantil es Atreyu, un joven guerrero, audaz y valiente. A lomos de su dragón blanco luchará incansablemente para salvar a su país de la Nada y la oscuridad que se cierne sobre él.

Atreyu es un arquetipo, un modelo del héroe, y su camino está plagado de dificultades, pero finalmente cumple con su misión y su destino salvífico. El joven guerrero posee una naturaleza orgullosa, pero carece de soberbia; es tenaz, magnánimo y tiene coraje a toda prueba. Atreyu es todo un símbolo empleado por Ende, que despertó la esperanza en millones de jóvenes y adolescentes que buscaban algo más que entretenimiento en una novela de fantasía.

Atreyu, ese joven heroico que se entrega por su país y su comunidad, tiene como guía la libertad, pero guiada y limitada por el bien y empleada como espada para acabar con la Nada y la oscuridad. El héroe de “la historia interminable” acabó convirtiéndose en un modelo de vida para muchos, en un mundo cada vez más alejado de la tradición y los valores perennes.

Ende, tanto en “La historia interminable”, como en “La prisión de la libertad”, demostró un interés especial en los valores esenciales del ser humano y nos recordó que los dóciles esclavos que solo conocen la prisión no sufren por la falta de libertad, ya que la desconocen. También nos advierte que cuando la libertad no tiene límite, en realidad termina acabando consigo misma.

Seamos como Michael Ende, seamos como Atreyu, orgullosos de lo nuestro, pero no soberbios. Seamos atrevidos, valientes y entregados a los nuestros. Seamos como ellos, seamos libres, pero de verdad. 
 

La enseñanza de 'Momo' de Michael Ende: la lentitud también es subversión

Texto: Monse Aguilar en Pijamasurf
Imagen: Lin Ching Che



Este maravilloso libro nos recuerda lo importante y necesario que es ir más despacio para poder disfrutar la vida.

Es común que en la temporada navideña mucha gente esté llena de cosas por hacer. El trabajo, las fiestas o posadas, buscar adornos, regalos o todo lo necesario para la cena. Cualquiera que sea el caso, es común en las sociedades del siglo XXI tener un ritmo de vida acelerado que abstrae por completo a las personas de lo que es realmente significativo en estas fechas. Aprender a ir más despacio, con más calma, con una menor exigencia de cumplir los requisitos sociales sobre cómo transitar el fin de año, podría significar posicionarnos disruptivamente contra el sistema.

Para entender mejor esta declaratoria de pereza social, no hay mejor recurso que un libro. Existen muchos tratados filosóficos que abordan las cuestiones del tiempo en las sociedades. Hay quienes se abocan al legítimo derecho al descanso en las sociedades de consumo y producción constantes. Hace algunos años el periodista canadiense Carl Honoré dijo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir, que estamos atrapados en la cultura de la prisa y de la falta de paciencia, en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de gozo, de disfrutar la vida. Vivir en este estado acelerado nos lleva a llenar nuestra existencia con nimiedades que no dejan tiempo para afrontar lo esencial.

A pesar de que nuestro modo de pensamiento rápido puede resultar adaptativo en muchas circunstancias, la falta de reflexión y de sosiego nos condena a la irracionalidad y a las malas decisiones. Esto es realmente peligroso en todo en lo que atañe a la determinación de los fines y a la organización de la vida en común. Sesgos como los de disponibilidad, polarización grupal, confirmación, género y raciales, tienen un efecto deformante sobre el juicio que muchas veces conduce a un miedo excesivo hacia acontecimientos improbables y, a la vez, una confianza infundada hacia situaciones que plantean un peligro genuino.

La prisa en la que vivimos no responde casi nunca a que tengamos cosas importantes que hacer con urgencia, sino a los requerimientos de un modo de vida que trata de mantenernos distraídos y ocupados todo el tiempo. En nuestras sociedades del rendimiento es imposible terminarlo todo, da igual si nos proponemos mucho o poco. La impresión de no poder concluir nunca algo satisfactoriamente deriva en un remolino que nos hunde incesantemente. Nos falta tiempo; para todo lo que hacemos utilizamos menos tiempo y, sin embargo, tenemos menos tiempo que la generación anterior. Cuanto más nos apresuramos, menos tiempo nos queda. Y el tiempo se convierte en un instrumento de dominación porque hay una insatisfacción constante por el tiempo (supuestamente) desperdiciado.

Por eso, la lección de Momo de Michael Ende es tan simple, sencilla y contundente. Aunque fue escrito muchos años atrás, podría decirse que se trata de lo que vivimos en la actualidad: la prisa, la competitividad malsana, la sensación de estar perdiendo el tiempo si uno no hace lo mismo que los demás y no es doblemente productivo. Habla de la incomunicación, de la incapacidad para disfrutar de momentos sencillos con personas queridas, de la dificultad para conectar unos con otros, del automatismo global y la mecanización de rutinas que nos van convirtiendo en seres grises.

¿Y qué es lo verdaderamente valioso? Esa es la pregunta sobre la que recae cada capítulo de Momo. Desde luego, lo valioso no es el dinero (cubiertas las necesidades básicas). Tampoco el tiempo en sí mismo, sino el buen uso que se haga de él. No es valioso ser un esclavo del trabajo, ni del chantaje, ni de la imitación del prójimo. No son valiosas las etiquetas, el encasillamiento, los prejuicios ni las apariencias. Lo importante está detrás de lo que cada uno elige para ser pleno y feliz, desde el reconocimiento de las propias capacidades y condiciones.

Por eso ir más despacio en esta vida llena de exigencias sobre el tiempo es un acto de rebeldía, revolucionario y subversivo.

La lentitud no siempre es calma o pereza, es simplemente el goce la existencia misma. 


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