21.5.21

Michael Ende, escritor conocido y desconocido

Texto: Sławomira Vogel en Guliwer
Imagen: portada de libro



Entre los escritores más populares del círculo de la lengua alemana actual, Michael Ende ha estado en la posición más alta durante muchos años. Sus obras (principalmente Momo y La historia interminable) abrieron las listas de los más vendidos en Alemania a principios de la década de 1980, llegando a ganar en ocasiones el título de libros de culto.

Estos son solo algunos de los epítetos con los que fue nombrado: un escritor para todas las edades, el maestro de fantasía que llena el mundo de sueños agradables y lo hace mejor, el autor de libros para jóvenes lectores más famoso del mundo, el que escribe libros infantiles para adultos, el escritor alemán más leído, el que cuenta historias para niños cuya profundidad se revela solo a los adultos, el que escribe no solo para niños y no solo es leído por adultos.

Después de su muerte, no fue olvidado. En Múnich, en las instalaciones de la Internationale Jugendbibliothek en el castillo de Blutenburg, se estableció en 1998 un museo dedicado a la memoria de este escritor. Su trabajo también se presentó en una exposición en la Literaturhaus Munchen (Michael Ende und seine phantastische Welt, 19-21 de junio de 1997).

Además de panegíricos entusiastas, los textos dedicados al escritor, también cuentan con voces ofensivas y críticas como: “En Michael Ende, el lector no se encuentra con ningún cuento de hadas, sino con textos de ocultismo con forma de cuento de hadas” y “En su obra, Ende presenta una alternativa a la Biblia y al cristianismo tradicional. Se refiere a la magia cuando emplea muchos elementos de los valores cristianos, lo que a su vez despierta la simpatía de numerosas personas humanistas y de orientación cristiana por su idea principal: salvar a la humanidad enferma y desesperada gracias a la imaginación mágica”.

Ya durante la vida del escritor, su trabajo despertó tanto admiración como voces de condena inequívoca. Para algunos fue un gurú, para otros fue un peligroso propagador de los supuestos de la Nueva Era y un adepto de la magia. Conocido en Polonia principalmente como autor de cuentos de hadas para niños (La historia interminable, Momo) de hecho, es un escritor mucho más versátil y a menudo, controvertido en sus puntos de vista.

Debutó a los dieciocho años con un soneto en 1947, escribió tres obras inéditas de teatro y una obra de radio. Solo las novelas que se acercan a los cuentos de hadas y a la literatura fantástica le dieron popularidad y fama.

Escribió cinco de ellas, solo dos se han traducido al polaco hasta ahora: Momo y los ladrones del tiempo (1973) y La historia interminable (1979). Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), Jim Botón y los 13 salvajes (1962) que se popularizó en la década de 1960 gracias al programa de televisión creado con marionetas de la "Augsburger Puppenkiste ARD" y distribuido en videocasetes; el hecho de que la Deutsche Bahn (Ferrocarriles Estatales Alemanes) utilizara personajes de los libros para anunciar sus servicios de transporte durante los años 1999 y 2000 también puede probar cómo se ha consolidado este texto en la conciencia colectiva. En 2000, la televisión alemana emitió una nueva versión animada de las aventuras de los héroes de Jim Botón. El ponche de los deseos (1989) inspirado en el método cabalístico de combinar letras y palabras.

También se reeditaron y reimprimieron muchas veces sus obras épicas más breves, cuyo destinatario es difícil de definir con claridad; basándose en una evaluación superficial, podrían clasificarse como literatura infantil (un término constantemente rebatido por Michael Ende), pero en muchos niveles de significado, probablemente sólo sean comprensibles para los lectores adultos. Ninguno de estos textos se ha traducido al polaco hasta ahora, por lo que mis propias traducciones son el primer intento de presentar esta parte del trabajo de Michael Ende a los lectores de literatura polaca.

Michael Ende es también autor de numerosos poemas en los que se puede encontrar una atmósfera de  sinsentido, diversión lingüística o simplemente una gran dosis de humor.

Otra área de su trabajo son las obras de teatro y los libretos de ópera (entre ellos Die Zaberflóte (1993) La flauta mágica, a la que Ende se ha atrevido a actualizar, por estar profundamente arraigado en la cultura del texto de Emanuel Schikaneder o La flauta mágica de Mozart.

Otro grupo de la producción literaria de Michael Ende son los libros destinados a lectores adultos que incluyen historias surrealistas como El espejo en el espejo. Un laberinto (1984); La prisión de la libertad (1992); El Goggolori (1984). El cazador de ratas (1993).

Según el supuesto de que la tarea del escritor es crear una conciencia social sobre las amenazas que le rodean, los textos individuales de Ende parecen ilustrar los cercanos males de la vida actual y su humor se convierte en una herramienta punzante para criticar un mundo en el que es imposible vivir, un mundo que se ha vuelto inhumano al rechazar la esfera de la espiritualidad, de lo trascendente, limitando el concepto de "realidad" al mundo disponible para el intelecto.

“Cambiar, hemos cambiado el mundo, tanto que pronto tendremos que buscarnos otro” afirma irónicamente el escritor, mencionando al mismo tiempo la razón principal de esta situación: “hasta qué punto hemos conseguido los hombres modernos desencantar nuestro mundo, despojarlo de todos sus misterios y milagros, echarlo a perder mediante la explicación racional”.

La eliminación de la dimensión espiritual de la realidad y la devastación del mundo interior conlleva, según Ende, la pérdida del sentido de la vida, un estado permanente de alienación y hambre de espiritualidad. Cuando se le preguntó sobre el propósito de su escritura, respondió que escribe para dar rienda suelta a la imaginación y así alcanzar la belleza, para mostrar la maravilla y el misterio del mundo a través de la belleza, para no convertirse sólo en un agitador, se refiere al humor como elemento primordial.

De esta forma, considera que ofrece una experiencia de tipo catártico, una experiencia especialmente necesaria para los adultos. Gracias a las lecturas aparentemente infantiles de sus libros, pueden volver a dar sentido a la vida y los valores humanos, perdidos debido a la dictadura del intelecto.

Ende llama utopía positiva a la esperanza, la seguridad y el sentido del significado, que es quizás la razón de la gran popularidad de sus obras en las sociedades occidentales secularizadas.

El escritor enfatiza repetidamente en entrevistas que, en su opinión, la crisis de la realidad [Wirklichkeitskriese] es, ante todo, una crisis religiosa (...) Existe un gran deseo de introducir un sentido de significado en la insoportablemente banal realidad de la vida cotidiana. Los cuentos de hadas de Ende, en el contexto de muchas obras contemporáneas dirigidas a los niños, atraen la atención por su tema único: la importancia de las cuestiones filosóficas y religiosas que se plantean en ellos supera las capacidades intelectuales de un pequeño lector.

Bruno Bettelheim enfatizó que la habilidad de leer parece sensible a un niño solo cuando trata cuestiones existenciales -contenidas en lo eterno, no solo en lo infantil- como "¿Para qué estoy viviendo?", "¿De dónde vengo?", "¿A dónde voy?", "¿Cómo vivir?"

A primera vista, los textos de Michael Ende parecen cumplir este importante criterio. Dios, la muerte, el cielo, los ángeles (El teatro de sombras de Ofelia), la sabiduría, el alma (Filemón el arrugado), la vida interior (Norberto Nucagorda), el significado del ser, el alma inmortal (El osito de peluche y otros animales), el sentido de confianza persistente (Tranquila Tragaleguas), el sentido de la cooperación en lugar de la competencia (La historia de la sopera y el cazo). Este, ciertamente no es el ámbito temático de las historias contemporáneas más populares leídas y contadas a los niños.

Una gran dosis de humor, una admirable fantasía propia de los cuentos de hadas y una colorida presentación, son sin duda una gran ventaja de la prosa de Ende. Por otro lado, el eclecticismo de la cosmovisión del escritor (referencias a la antroposofía de Rudolf Steiner, la religión del Lejano Oriente, elementos del cristianismo), cuestiona la digestibilidad de sus cuentos de hadas, especialmente para un niño lector que se deja a su suerte mientras lee. Los textos de Ende, un escritor poco conocido, esperan un estudio en profundidad y una justa valoración. 
 

A propósito de Momo de Michael Ende




Considerada como una obra para niños, siento que Momo es una obra escrita para adultos, solo que velando su mensaje en aquellos que por natura ya lo llevan dentro de sí, los niños.

Narrada de manera rigurosa y sencilla, pero especialmente con extremada dulzura, Momo es una obra para aquellos adultos que hoy no hemos comprendido nuestra existencia como un regalo maravilloso y un sendero simple de trasegar, camino que hemos convertido en carreteras de asfalto y vértigo. Por ser su protagonista una infante y sus demás personajes escuetos y simples se le ha clasificado como una obra para los niños. Igual ha ocurrido con El Principito y Alicia en el Pais de las Maravillas. No es mi pretensión discutir este asunto.

Si las obras infantiles son aquellas donde sus personajes son niños o adultos, sin más pretensiones que las de ser Seres Humanos cuyas acciones nos muestran la verdadera esencia de existir de una manera despejada, sin barroquismos innecesarios y que se desenvuelven en espacios fantasiosos y cotidianos, entonces hay que leer estas obras para niños.

Si son las obras para niños aquellas cuyas páginas son canto a la libertad y grito de protesta por un mundo que enclaustra y sujeta a relojes, cuya cuerda es manipulada por famélicos del poder y por nosotros mismos, insertos en su maquinaria y enloquecidos por empacar mas de lo que exige nuestro equipaje para este corto viaje por la galaxia, entonces habrá que leer mas obras infantiles.

Y si estas páginas son las que lanzan vituperios hermosos contra una sociedad consumista que asfixia y contamina, que nos separa a unos de otros para rivalizarnos y enfrentarnos a una competencia descarnada que se disuelve en rencores que carcomen, en sangre y en miseria, entonces hará más falta la lectura de estas obras.

Si son para chicos las obras que nos hacen hormigas siendo amigos de las hormigas y nos hacen sonreír ante una tarde iluminada o estremecer ante esa misma tarde renegrida y apenas alumbrada por truenos portentosos; si son las que nos hacen brotar lagrimas frente a un botón de rosa que se mustia o al lado del anciano que abandona sin reparos el espacio, entonces no podríamos pararlas de leer.

Frente a la sordera y automatismo de una sociedad suicida, montemos sobre la caparazón parlante de Casiopea y emprendamos con ella el viaje para que alcancemos así la velocidad a través de su parsimonia y sabiduría, sin olvidar una flor horaria en la solapa y en el pensamiento el lema aquel de “Ve con Momo”, que no es mas que ir al encuentro con nosotros mismos y entonces, cuando el barco que somos arribe ya a la orilla, sintamos gozosos que nuestro peregrinar no ha sido en vano.


4.5.21

Un niño gordo que solo quería leer

Texto: Miguel Ángel Hernández en El País
Imagen: Victoria Flores



QUERIDO BALTIAN BALTASAR BUX: Han pasado casi 30 años desde que leí por primera vez La historia interminable, pero todavía hoy soy capaz de evocar la agitación y el estremecimiento que sentí al llegar a casa y adentrarme en sus páginas, escondido bajo la colcha del sofá del salón. Yo también tenía 10 años, era un niño gordo que sólo quería leer, huía de algo —aunque en ese momento aún no tuviera claro exactamente de qué— y quería escapar hacia el mundo de los libros. Por eso entré sin dudarlo en la tienda del señor Koreander, robé contigo aquel libro de color cobre y páginas escritas en rojo y verde, y estuve a tu lado en el desván del colegio mientras te sumergías en el universo de Fantasía.

Yo fui tú, querido Bastian. Pero tú también fuiste yo. También tú estuviste conmigo, en la casa de la huerta, en el sofá granate de escay con los brazos craquelados. Todo el día y toda la noche. Y aprendí contigo que leer es una forma de no estar solo, un modo de vivir la vida de los otros, pero también de comprender, a través de los demás, que la vida propia tiene sentido.

Esta Navidad —quizá porque pensaba escribirte— he vuelto a abrir el libro mágico. He regresado a Fantasía, pero también a la memoria de aquellos días en los que te encontré por primera vez. He regresado a aquella tarde en que saqué prestado el libro de la biblioteca, me he visto a mí mismo debajo de la colcha del sofá, iluminando el texto con la linterna naranja de foco cuadrado que mi padre utilizaba algunos domingos para regar. He sentido la presencia cercana de mi madre. Y también he visto de nuevo el patio de mi colegio, el día que me llevé a clase el libro para finalizarlo en el recreo. Allí estaba todo de nuevo: el polvillo del chinarro en las manos y en los ojos, el sonido del papel de aluminio de mi bocadillo, las migajas del pan crujiente cayendo sobre las páginas del libro, la sirena llamando a clase. Y yo, terminando de leer ese libro interminable. Allí, pero contigo. En el desván de tu colegio. Atrapado por una imagen que me ha acompañado toda mi vida: un niño, en un lugar solitario, con un libro sobre las piernas. 
 
Todavía hoy, cada vez que leo, no importa dónde esté, mi mente se traslada a ese espacio. A ese tiempo maravilloso. El verdadero reino de Fantasía. Sigo siendo tú, querido Bastian. Aún hoy. Una última cosa: cuando leí con 10 años La historia interminable, todavía no sabía que los libros los escribían las personas. Lo único que me importaba era lo que había entre las páginas: las aventuras, las historias, los personajes. Tal vez por eso esta carta es para ti y no para Michael Ende. Porque en aquel momento tú eras lo único importante para mí. Bastian Baltasar Bux, no el autor que te había creado. El personaje, no el escritor. No podía imaginar en aquel entonces que, mucho tiempo después, yo llegaría a escribir algún libro y tendría la oportunidad de conocer el otro lado de Fantasía. Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. 
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