27.12.21

Sueños, rebeldía y visión de ciudad en Despertar de Michael Ende

Imagen: Edgar Ende


 
Vivir sin la posibilidad de soñar es como renunciar a la vida o sumergirse quizás en una pesadilla ininterrumpida que sucede a diario, como si estuviésemos “viviendo un sueño dentro de otro sueño” (Borges, 1974, p.598), uno para el que ninguno está preparado. Soñar entonces es la manera de reivindicarnos a nosotros mismos en la sociedad de consumo, puesto que los ritmos y velocidades impuestos por dicho contexto socio-cultural son los que no están llevando a una postura intrascendente frente a la existencia, sin espacio para la reflexión en torno a esas “señales inconscientes” que subyacen en los sueños. Los cuerpos, los pensamientos y las diversas culturas se transforman sin alcanzar la catarsis planteada desde la literatura, por lo cual, todo sigue tan idéntico como en el día anterior: un simple boceto a blanco y negro carente de memoria y subastado por manos misteriosas en alguna venta de garaje. En esa “monotonía de pálpitos” es imposible "Mirar atrás. Está el camino / donde yacen despojos de la orgía / ¡Austeridad humana! / La soledad petrifica / nuestros platos” (Gamboa, 1998, p.5)

Lo anterior debe conducirnos a cuestiones ligadas a la creciente imposibilidad de soñar, de imaginar, de crear universos paralelos, de construir puentes indestructibles que nos brinden una vía de escape a esta realidad que tiende a modelar, a homogenizar y a idealizar los vivaces impulsos de los hombres. Pero al margen de hacernos especialistas en el ámbito de los sueños o de robarle el lugar histórico que Freud logró con tanto esfuerzo, lo que pretende el presente texto es un retorno a la “memoria de nuestros sueños”: a indagar acerca de lo que sucedió bajo las sábanas la noche anterior, a comentar con amigos y conocidos ese suceso inolvidable con la chica o el chico de la esquina, a narrar o escribir experiencias nocturnas, a escuchar atentos lo que nuestros hijos e hijas tienen para decir acerca de sus ratos de ingenuo letargo.

Gamboa dirá nuevamente que “la única esperanza / es la Palabra” (Ibid.), y los sueños son palabras invisibles que nos hablan en un lenguaje ininteligible que bien vale la pena desentrañar para “abrazarnos” a ese reflejo olvidado, a esa otra versión de nosotros mismos porque muchos “Se sienten viviendo y disfrutando de momentos en los que la vida respira, palpita y baila; pero es la muerte la que dicta los ritmos en la cotidianidad” (Hayek,2015,p.76). Esa muerte que he referido no se relaciona con el cierre biológico y natural de la vida, sino que más bien alude a la inexplicable renuncia de lo humano, de esos rasgos que trascienden las fibras corpóreas, los pálidos semblantes, las sonámbulas figuras, los grisáceos ojos, en fin, el descomunal desfile de almas interconectadas a un subsuelo estéril y silenciosamente distanciadas por las leyes competitivas de la actualidad; las cuales nos desgarran unos a otros, tirándonos de cabeza por las aceras “Luego hacia el abismo / dejar caer los ojos / y contemplar meciéndose / la nada entre la nada” (Gamboa, 1998, p.4).

En la banalidad de la vida nos encontramos sin encontrarnos, nos perdemos inevitablemente y retornar de ese sinsentido de apariencias es casi una utopía, porque el continuo movimiento de la cultura termina por validar los comportamientos de los individuos y de esa reconstrucción de las realidades emergen estos nuevos modos de vivir, estos simulacros cada vez más semejantes al “respirar” de hombres y mujeres. Lo complicado es que terminamos por “creer en las mentiras que rondan los ventanales de la vida” (Hayek, 2015, p. 75), y despertar de esa siniestra perplejidad es una especie de revelación poética, porque una vez observamos el estado de las cosas y nuestra pasividad frente al devenir del tiempo es posible que la voz en el espejo nos filtre lo siguiente por debajo de la puerta que no es puerta: “Aquello en lo que solía creer no es más que un papel arrugado en un bote de basura. La vida que creía vivir no es otra cosa que el espectro de la muerte observando desde una azotea” (p. 77).

Pero mientras unos esperan sin esperar la transmutación kafkiana de Gregorio, otros se mantienen aferrados a su propio destino y con ello han decidido no contemplar “Este verde poema, hoja por hoja” (Arturo, 2004, p. 25), al cual “lo mece un viento fértil, un esbelto / viento que amó del sur hierbas y cielos. / este poema es el país del viento” (Ibíd.). Los demás hemos decidido apostarle a las lecturas literarias, a las poesías de antaño, a las noctámbulas reflexiones, al paso lento por los caminos del ayer, a los acordes matutinos o a los buenos relatos que “abren un espacio para la escritura en medio de una mesa llena de libros” (Larrosa, 2003, p. 12), porque solo las historias de este tipo descorren el velo de la indiferencia para encender una lectura propia, un poema que pueda pertenecernos, una reflexión que logre raptarnos de esta enorme celda que habitamos, un paso lento que desande las huellas dadas, un acorde que nos recuerde aquella canción refundida y un relato que a todas luces sea la reconstrucción de nuestro destino. De manera puntual me refiero al cuento Despertar de Michael Ende, porque su hilo narrativo es la excusa perfecta para soñarnos y despertarnos interminablemente. Quizás el presente acercamiento analítico en torno al texto referenciado sea una contribución para alguna histeria colectiva que despunte en un “sonoro panfleto multitudinario” y entonces, armados de nuestros sueños y esperanzas, podremos decir a viva voz:

¡Adiós realidad impotable! Jamás viste los sonidos indómitos de estos valles y lagunas encantadas, cada vez eres más frágil y muda; cuanto más hablan de tu historia más desapareces, y la seducción que engendraste con frenéticas imágenes se derrite en esta tramoyo líquida sin que puedas descifrar las fonografías mutantes de la resistencia. Por eso, el crujido desesperado de las fibras ópticas que recargaban tu tecnotiranía, anuncia un espectáculo a punto de terminar sin aplausos (…) (García, 2014, p. 90)

Ahora intentaré encantarlos, seducirlos y recargarlos de fonografías mutantes con las sensaciones que el Despertar me ha dejado. Abro la verja de par en par hacia un pasadizo atravesado por “(…) una voz que me es brisa constante, / en mi canción moviendo toda palabra mía, / como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente, / toda hoja, noche y día, suavemente en el sur” (Arturo, 2004, p. 18). En primera instancia, el cuento de Ende llega a nosotros por medio de un payaso que “está solo en la pista” (Ende, 2008, p. 15). Este personaje viste de lentejuelas y ha reemplazado sus sonrisas por una lágrima que brilla debajo de su ojo izquierdo, mientras observa la “luz de las llamas” que alumbra “su cara blanca como la cal”. Dicha descripción viene después de la expresión “el circo arde”, pero ese circo es mucho más que el lugar de entretenimiento que todos vemos de vez en cuando en la gran ciudad, es el símbolo de la “única vida” que conocían y compartían los artistas que noche a noche se congregaban allí para demostrar sus dotes histriónicas, peripecias y malabares para una audiencia cualquiera. Y he aquí lo que anota el payaso después de tocar su trompeta en señal de despedida: “Todo es sueño. Sé que todo es sueño. Siempre lo supe desde que empecé a soñar que yo existía: este mundo no es real” (Ibíd.).

La certeza del payaso luego de su última tonada hace emerger al “otro” personaje de la historia, quien se mantendrá activo hasta el final del cuento. Esa presencia que habla con letra cursiva es la que se encarga de “abofetear” al payaso cuando el momento lo requiere y de paso va entablando un diálogo directo con el lector; puesto que le va compartiendo su forma peculiar de ver la vida, el mundo, la ciudad, los habitantes, las tempestades que circundan la tragedia y todo lo que acontece a las afueras de un sueño –su vida al interior del circo– que le ha sido arrebatado con violencia.

La confrontación dialógica propuesta por Ende nos sacude desde el inicio y de esa batalla nadie saldrá ileso, porque al término de la lectura es probable que miremos al cielo con desdén para lanzarle algunas palabras: “Señor. / Nos aburren tus auroras / y nos tienen fastidiados tus escandalosos crepúsculos. / ¿Por qué un mismo espectáculo todos los días / desde que le diste cuerda al mundo? (Versos del poema “Oración de los bostezadores” de Luis Vidales citado por Robledo, 2001, p. 87). Es lógico que esa conexión con el hilo narrativo del relato nos transfiera algo de la esencia del payaso y de su “consciencia”, debido a que las tensiones expuestas tienen un tono reflexivo que logra situarnos frente a la descomunal llamarada y en breves segundos lo que puede escucharse es “el crepitar de nuestra propia realidad”, que en muchos casos no es un “circo soñado” sino una ciudad atestada de “lluvia, alguna muerte / hojas secas, bocinas y nombres desolados / nubes que van creciendo en mi ventana / mientras la humedad trae lamentos y moscas” (Benedetti, 1994, p. 37).

Ende nos muestra las dos caras de la moneda: el ente pasivo que simplemente tenía alguna ocupación en la sociedad y el ser oculto al interior de sus vestiduras. Sobre este último se centrará la segunda etapa de este análisis, pues esa contraparte simboliza el subconsciente del payaso y fue necesaria una pérdida de lo real para que dicha dimensión regresara a escena, veamos lo que acota Machado (2014): “El tratamiento de lo Real por medio de lo Simbólico supone un ejercicio interpretativo basado en dos principios: dejar ser al lenguaje en su condición de enigma y devolver la palabra al sujeto en su decir” (p. 220); porque cuando ese decir sale a flote los enigmas se descifran por sí solos, y en esa transición cabría preguntarnos: ¿Lo seguro del mundo será acaso la constante desorientación que padecen los individuos? ¿Vivir aferrado a una profesión tiene como daño colateral ese “adormilamiento excesivo”? ¿Sentirnos en sociedad tendrá algo que ver con una “simple alucinación sin sentido”? ¿Podremos pertenecernos algún día para después tenernos todos juntos en un sueño colectivo vívido y palpitante?

Luego de las múltiples cuestiones es prudente decir que el Despertar de Ende nos reúne, nos cobija y nos invita a liberarnos de las cadenas del mundo interpretado, las cuales sujetan nuestros tobillos con grilletes dorados, ínfulas de un futuro inalcanzable y anhelos cuyo valor puede contarse en los millones de cadáveres dejados a la intemperie. Una vez que el circo se ha desplomado por el influjo de las llamas, el payaso deja de ser lo que era y debe enfrentar la vida como una persona común y corriente, como un desempleado más, como un desposeído de esos que vagan por calles y aceras: “Va hacia algún lugar / con un paquete bajo el brazo / en busca de alguien que le diga “entre usted” / (…) después de haber mirado en los periódicos / la lista de empleos” (Versos del poema “Un habitante” de Mario Rivero citado por Robledo, 2001, p. 89). Más adelante las incertidumbres se sobrevienen y el despertar no es para nada alentador:

Lentamente oscurece. (…) En las casas de alrededor no hay ninguna ventana iluminada. Están negras y vacías en la penumbra. A lo lejos se oyen gritos, luego algunos disparos y el duro tableteo de una metralleta. Son los habituales ruidos que anuncian la noche, la noche llena de asesinatos, llena de tormentos e interrogatorios, la noche en la que nadie confía en nadie. (Ende, 2008, p. 15)

La voz reflexiva aparece en seguida para decirle: “Está prohibido despertarse. El mero deseo de despertar se considera un intento de huida, de alta traición. Hay que mantenerlo en secreto” (p. 2). Las prohibiciones vienen de parte del mundo interpretado y las consecuencias son nefastas, porque caer en cuenta del devenir del tiempo debe ser un credo oculto, un pensamiento anónimo, una palabra muda, una sensación helada y un discernimiento incomunicable. En consecuencia, el artista y todo aquel que se atreva a despertar tendrá que tener como opciones el silencio, el destierro, el exilio, el olvido o la muerte. Además, los “motines emancipadores” no son bien vistos ante los ojos de los organismos de control y es por eso que los alardes de resistencia subyacen en las expresiones artísticas cualesquiera sean sus formas, en este caso, Ende con su relato nos comparte un “acto de resistencia de quien, frente al poder normalizador que torna a los ciudadanos en simples números o individuos, se afirma en la existencia y tiende a representarla o, mejor aún, recrearla, en ese gran viaje que es la escritura literaria” (Gaitán, 2014, p. 14). La voz interior del payaso nos afirma como seres válidos y como individuos que representan ese “status humano” que cada día mengua en su valor intrínseco por estar supeditado a los valores de cambio de la cotidianidad, y en ese ir y venir de horas y cifras la vida se acaba, miremos cómo lo expresa nuestro payaso: “Yo he esperado toda mi vida y me he hecho viejo con la esperanza de despertar, y mirad dónde estoy. Les envidio a todos por su despreocupación. Yo estoy preocupado” (2008, p. 17).

¡Preocupados! Todos deberíamos estar en similar situación. Más adelante nos encontramos con esta idea: “Al fin y al cabo no puedo ser el único que se ha dado cuenta. Tan listo no soy. Sólo se han puesto de acuerdo en no hablar de ello. ¿0 acaso quieren que sea precisamente así? ¿Les gusta a todos este sueño?” (Ende, 2008, p. 18) De nuevo se hacen necesarios algunos cuestionamientos: ¿Puede gustarnos un sueño que nos succiona la existencia? ¿Debemos entregarnos a una realidad soñada que de tajo amputa nuestros sueños? ¿Cuántas horas sin dormir serán necesarias para poder soñar? ¿Qué le diremos a esa figura extraña del espejo que ha sido diagnostica con insomnio crónico?

Cuando Ende escribe “se han puesto de acuerdo en no hablar de ello” hace referencia a ese silencio que resigna, a esa plegaria trasnochada que oye pero no escucha, a esa amargura que se ha adherido a la funda de la almohada, a ese clamor que todos expresan en las noches pero que nadie se atreve a pronunciar al despuntar el alba. “Somos tan listos” pero a la vez tan obedientes y tan ceñidos a un libreto escrito milenios atrás, y en dicho manual de instrucciones no hay espacio para revoluciones mortales, mucho menos para rebeldías y gestos controversiales que atenten contra la armonía en el Jardín del Edén o generen resquemores en la infinidad de estados que siguen unidos. ¡Si tan solo retornara esa libertad del pensamiento! ¡Si tan solo regresara el incesante fluir del alma al ritmo de un vals de primavera! Solo de ese modo nuestros rostros tomarían un semblante whitmaniano y un hermano cercano recitaría estas hermosas líneas:

Me gusta ver el vaho de mi aliento, / las ondas del río, / los hilos de seda que se cruzan entre los árboles, / las horquillas donde descansa la vid. / Me gusta oír los ecos, / los zumbidos, los murmurios de la selva. / Me gusta sentir el empuje amoroso de las raíces / al través de la tierra, / el latido de mi corazón, / la sangre que inunda mis pulmones (…)
(Whitman, 2006, p. 1)

Ende, Whitman y todos los artistas que fueron, son y serán nos conminan a despertar a través de sus obras. En esa reveladora travesía, mientras los latidos del corazón se acrecientan y nuestra sangre se verte por sitios recónditos, quizás vírgenes, tenemos que seguir mirando el mundo –sin importar que nuestras pupilas hayan sido cambiadas por lentes de contacto– e ir tomando pequeñas decisiones en aras de un levantamiento colectivo hacia el país de los sueños perdidos porque la vida lo vale: “Como caminan todos toda su vida sin conocer el momento siguiente, sin saber si con el próximo paso pisarán aún suelo firme o caerán en la nada. Este mundo es tan precario que cada paso es una decisión” (Ende, 2008, p. 21). La nada puede ser el final, pero esa sentencia epilogal podría girar hacia la orilla del todo, en la cual esperan todos y todas porque:

En el umbral gastado persiste un viento fiel, / repitiendo una sílaba que brilla por instantes. / Una hoja fina aún lleva su delgada frescura / de un extremo a otro extremo del año. / “Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida” (Arturo, 2004, p. 23)

¿Quién no desea un poco de ese dulce, una porción de esa vida? El dulce de la vida se cuela por las rendijas del caos existencial a través de las visiones artísticas que tenemos al alcance de la mano; porque la palabra resiste el advenimiento del porvenir, la pintura pervive entre matices grisáceos y sombrías estelas industrializadas, “la música para la cabeza” yace en clásicos vinilos, la arquitectura no se ha derrumbado a pesar de los sismos que agrietan la superficie y la fotografía sigue capturando cometas de papel, flores de la huerta natural y mariposas de verdes lejanías. El Despertar de Ende es ese bálsamo contra el olvido, como una infusión que se sirve a la mesa para recordar nuestros sueños, nuestra vida y en medio de esas evocaciones sucesivas reencontrarnos con empolvadas incógnitas de aquellas noches juveniles con amigos y esencias etílicas que nos convertían en “salvadores del mundo”.

No podemos negar que muchos alcanzamos un peldaño de la “escalera al cielo” y la comodidad del lugar nos ha ido absorbiendo poco a poco hasta desdibujar esos impulsos que en edades tempranas auguraban un cambio en la sociedad, pero en ocasiones nos encontramos como el payaso “viendo la llamarada” y al frotar nuestro rostro descubrimos un “rictus” de muerte que nos aterriza y vuelve nuestras miradas hacia el ayer que pasó, observamos la “mutación de ciudad de muchedumbres a ciudad de almas incomunicadas (…) saber que con quienes se había compartido una década ahora están exiliados, muertos o callados en sus casas o trabajos, contradiciendo con sus actos lo que juraron no ser cuando jóvenes” (Gaitán, 2014, p. 17). Mientras el calor derrite la pintura de nuestra cara, el viento de la pérdida nos tira sobre un andén cualquiera y desde un rincón se escucha con nitidez lo siguiente:

Mi existencia es incomprensible y ridícula. Pero nunca estuvo a mi alcance poder elegir otra. Uno no deja de ser quien es. La libertad existe siempre sólo en el futuro. En el pasado ya no se puede encontrar. Nadie puede escoger otro pasado. Todo lo que sucede tenía que suceder como sucedió. A posteriori todo es inevitable, a priori nada. Lo único que importa es despertar del sueño. A pesar de todo, corremos detrás de la libertad, no podemos hacer otra cosa, pero la libertad camina siempre un paso por delante como un espejismo, existe siempre en el próximo instante, siempre en el futuro. Y el futuro es oscuro, una pared negra, impenetrable ante nuestros ojos. No, pasa entre nuestros dos ojos, a través de la cabeza. Estamos ciegos. Cegados por el futuro. No vemos nunca lo que está ante nosotros, nunca el próximo segundo, hasta que nos rompemos la nariz contra él. Vemos sólo lo que hemos visto ya. Es decir, nada. (Ende, 2008, p. 21)

A partir de la cita anterior haré un acercamiento hacia “la visión de ciudad” que Ende nos entrega en su relato, y con ello cerraré la tercera y última fase del presente texto analítico. En las primeras líneas transcritas leemos “existencia incomprensible y ridícula”, “poder elegir otra”, “uno no deja de ser quien es” y “la libertad existe siempre sólo en el futuro”. La enumeración de palabras permite deducir que el payaso siempre supo lo que era y lo que podía llegar a ser al interior de la sociedad. Cuando él dice “incomprensible” y “ridícula” entiende que su forma de permanecer en el mundo no va de acuerdo a sus posibilidades de ser, es más, la vida que vive va en contravía a su propia vida porque tal vez la pasividad de la gente lo agobia y el adormilamiento colectivo le hastía profundamente. Ende nos muestra a un ser que se sabe absolutamente solo en una ciudad cuyo común denominador son:

(…) automóviles volcados, algunos arden aún un poco. Muchas ventanas están rotas y los cristales crujen debajo de las suelas. Pasa por encima de un perro muerto y más tarde, en un charco de aceite, ve un pájaro caído de espaldas con las alas extendidas. Probablemente le ha matado el humo. (Ende, 2008, p. 21)

Debido a ello, el payaso dirá que “la libertad existe siempre sólo en el futuro”. Más adelante completará su idea al expresar que dicha libertad no se puede encontrar en el pasado porque “nadie puede escoger otro pasado”. Una ciudad sin libertad es como una gran celda, pero cientos de presos sin sueños o anhelos de despertar es como “una macabra confabulación del destino”. Ende nos regala incontables imágenes de un pueblo sumido bajo el estricto control policial, el cual se despliega entre líneas con una sensación de terror “a salir” y a “dejar esa seguridad” de seguir quietos para así evitar los juicios gubernativos: “El payaso entra en una de las casas. Está iluminada turbiamente. Las puertas están destrozadas, en las viviendas encuentra sillas volcadas, muebles rotos, huellas de fuego, cortinas desgarradas” (Ende, 2008, pp. 21-22). Las descripciones del escritor no hablan de hermandad y tampoco pintan semblantes austeros ni rostros hermosos, puesto que en una ciudad reducida al miedo las miradas descienden a lugares caóticos y los ojos se degradan en una escalofriante continuidad:

Alrededor de una mesa hay personas sentadas, parecen llevar allí mucho tiempo, pues las arañas han tejido sus telas entre ellas. Las caras resecas como las de las momias enseñan los dientes o tienen las bocas abiertas como para una carcajada inaudible. El payaso descubre entre ellas a un joven delgado que duerme con la cabeza apoyada en los brazos. (Ende, 2008, p.22)

Ende nos propone un juego discursivo en el que lentamente usurpamos los vestidos del payaso y en ese instante nuestra propia realidad nos revela la misma mesa, el mismo tiempo y sentimos un imperceptible cosquilleo en las piernas. Al bajar los ojos descubrimos cientos de hilos finísimos que inmovilizan nuestros pies, al tiempo que la carcajada inaudible se lleva consigo cualquier intento por pedir ayuda. El escritor es contundente a través de la voz de su personaje y la travesía por esta ciudad del “despertar” no será un viaje de placer ni un recorrido vacacional, porque a nadie le agradan los parajes hostiles ni encontrar que “Sobre el polvo del tablero de la mesa hay números escritos, muchos números” (Ibíd.), y que una de esas cifras se le parece bastante.

La ciudad de Ende es como una “vidriera descomunal” atestada de vacíos, hombres de negro, ausencias distantes, inmovilidades, rostros impávidos y “bichos gigantescos, gusanos acorazados largos como un brazo que se yerguen con mil patitas trémulas, cochinillas y escarabajos del tamaño de una mano, grandes y negros como botas. En lo alto flota una gran esfera, pulida y metálica” (Ibíd.). Así pues, el payaso es el único ser reflexivo que deambula por las calles con su tragedia particular y con su discernimiento humano intacto, porque a medida que avanza la lectura nos va “lanzando” dardos que impactan “deliciosamente” en nuestros pensamientos y esas punzadas se sienten tan reales que una certeza de medianoche es inevitable: “El infierno es una pesadilla que no acaba nunca. Pero ¿cómo he entrado en él? ¿Qué tengo que hacer para despertar por fin?” (Ende, 2008, p. 23).

En esta ciudad “el futuro es oscuro, una pared negra, impenetrable ante nuestros ojos. No, pasa entre nuestros dos ojos, a través de la cabeza” –nos comenta el payaso, y esa percepción del futuro es sin duda la muerte. Esta hipótesis no es más que una evidencia de la actualidad, pues es imposible evitar los recuerdos de tantos sucesos escabrosos que se dan a diario en las selvas y países que sufren en carne propia los alcances de los conflictos sociales, algunos de los cuales continúan vigentes al cabo de muchos años. Por otro lado, cuando leemos “Estamos ciegos. Cegados por el futuro”, es imposible no asentir con la cabeza porque el porvenir nos ataca por todos los flancos: para ser alguien hay que ser un “maniquí” de la moda, un cantante de versos “contantes y sonantes”, un escritor cuyas letras “nos ayuden a superarnos” o un hábil orador de esos que abundan en el Congreso. Para Ende “Se trata de despertar. Es lo único que importa” (p. 28), pero justo ahora, ya, al leer las primeras líneas de su cuento si se pudiera o al contemplar que:

(...) aquella esperanza que cabía en un dedal / evidentemente no cabe en este sobre / con sucios papeles de tantas manos sucias / que me pagan, es lógico, en cada veintinueve / por tener los libros rubricados al día / y dejar que la vida transcurra, / gotee simplemente / como un aceite rancio. (Benedetti, 1994, p. 42)

La cuestión es ¿cómo contagiar a los demás con ese síntoma que resbala como un aceite rancio por nuestros cuerpos? ¿Cómo mostrar esta ciudad poblada de edificios y brillos fugaces que se nutre con la vida y los sueños de sus habitantes? ¿Cómo invitar a un recorrido por el callejón sin salida en el cual “se encuentra una rata, una rata enorme, casi tan grande como un perro” (p. 22)? ¿Cómo escribir una nota anónima que diga “Me dirijo a ti, al que me sueña, quien quiera que seas. Sé que no puedo hacer nada contra ti, tú eres el más fuerte. Llévame a donde quieras, pero ten presente que a mí ya no me engañas” (p. 23)?

Luego de leer a Ende surgen infinidad de perspectivas desde las cuales mirar el mundo, porque su invitación expresa a soñar, a imbuirse en aguas desconocidas a partir de la contradicción reflexiva es recurrente. De antemano espero que el presente texto logre la redención de un puñado de sueños o tal vez el rescate de unos cuantos entes suburbanos que caminan y seguirán caminando al exterior de estas márgenes. A ellos les digo que: “No tiene sentido huir. No hay ningún refugio. Lo que aquí sucede, sucede por todas partes. Sucede siempre. El que huye cae aún más en la trampa” (p.24).

A manera de conclusión, y al cabo de casi doce páginas de “bostezos”, “parpadeos”, “horizontes casi despiertos”, “amaneceres menos adormilados” y pálpitos que siguen despertando a una bandada de sueños que viajan a lo largo de un firmamento totalmente humano –casi fantasmal– pero humano a pesar de todo, tan solo anotaré lo siguiente:

¡Distinguido público, mis queridos soñadores! El número que viene a continuación es único en el mundo y exige la máxima concentración. Por eso rogamos completo silencio y un redoble de tambor. Este es el momento de la verdad, pero yo no sé, sinceramente, lo que es un momento y no sé nada de la verdad, y menos aún a quién me refiero con «yo». (p. 28)

Y por último, esto:

¿0 acaso nuestro soñador no sabe que sólo nos sueña a nosotros? ¿Puedo yo, un sueño, explicárselo para que despierte de una vez? Y explicadme una cosa, damas y caballeros, ¿qué sucede con un sueño cuando despierta el soñador? ¿Nada? ¿No sucede ya nada? Pero yo quiero salir de aquí, ¡en serio! No quiero seguir soñando que existo. Tampoco quiero dejarme soñar por no se sabe quién. ¿0 acaso nos soñamos todos los unos a los otros? ¿Somos un tejido de sueños, una selva de sueños sin límites y sin fondo? ¿Somos todos un cínico sueño que nadie sueña? (p. 30)



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Bibliografía

Arturo, A. (2004). Morada al Sur. Colombia: Edición a cargo de la Universidad Externado de Colombia. Recuperado de http://portal.uexternado.edu.co/pdf/ 1_decanaturaCultural/7moradaAlSu r-AurelioArturo.pdf

Benedetti, M. (1994). Antología poética. Buenos Aires: Editorial Suramericana. Recuperado de www.bsolot.info/wpcontent/pdf/Benedetti_MarioAntologia_poetica.pdf

Borges, J. (1974). Obras completas. Recuperado de https://literaturaargentina1unrn.files. wordpress.com/2012/04/borgesjorge-luis-obras-completas.pdf

Ende, M. (2008). Invitación a la meditación (selección de cuentos). Recuperado de http://www.taichichuaneskola.com/ pdf/invitacion_a_la_meditacion.pdf

Gaitán, J. (2014). Rebeldía y nostalgia en adiós a las muchedumbres, de José Ángel Cuevas. Revista Ergoletrías, 2(2), 13-18.

Gamboa, C. (1995). La rendija de los tiempos. Colombia: Editorial Grafilasser.

García, Y. (2014). Fonografías de bruma. Revista Ergoletrías, 2(2), 89-91.

Hayek. R. (septiembre-diciembre de 2014). De muertos vivientes y entes que mueren sin haber vivido. El Salmón Revista de Expresión Cultural, (24), 75-77.

Larrosa, J. (2003). La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. México: FCE.

Robledo, B. (2001). Antología de poesía colombiana para jóvenes. Colombia: Editorial Alfaguara S.A.

Whitman, W. (2006). Canto a mí mismo. Recuperado de http://www.battaletras.com/docs/can toamimismo.pdf

15.12.21

El reto de enfrentarse a sí mismo

Texto: Diana Stoyanova Tasseva en Símbolos y concepciones mágico-religiosos en Die Unendliche Geschichte de Michael Ende en Repositorio UNAM
Imagen: Chuck Groenink


 

La segunda prueba en el camino hacia el Oráculo del Sur es la Puerta del Espejo Mágico, donde uno mira su propio reflejo. Parecería sencillo, pero ¡acaso es fácil enfrentarse a la verdad acerca de sí mismo? El interior de uno puede ser tan insospechadamente lejano de la imagen que cada hombre tiene de sí. Voltear la mirada hacia adentro, inspeccionar hasta los rincones más escondidos y olvidados de la propia alma… la mirada inquisidora es una prueba dura y no por gusto en varias tradiciones religiosas parte de la ceremonia de iniciación es el aislamiento absoluto. En la soledad total, donde uno se encuentra desconectado por completo de cualquier tipo de estímulos externos, el hombre se conecta con su alma, se funde con su propia esencia: ¿Qué refleja el espejo? La verdad, la sinceridad, el contenido del corazón y la conciencia.

El espejo como símbolo es un instrumento para llegar a la sabiduría, porque revela la esencia verdadera de los seres, las cosas y los sucesos. Al igual que la luna, el espejo es un conocimiento reflejado, pero con un matiz distinto. Mientras la luna es conocimiento reflejado y transformado, gracias al poder del astro de mostrar los secretos insospechados de la oscuridad, el conocimiento reflejado del espejo no es transformador de la esencia, sino únicamente revelador de lo que en verdad es. Si para el bien parecido Atreyu, un guerrero ágil y diestro, no resulta conflictivo verse en el espejo como un niño gordo y pálido, es porque, por un lado, en cada ser bello y valiente hay un pequeño yo feo y cobarde y por otro lado, porque alguien que está listo para la sabiduría del oráculo, ya ha vencido las contradicciones dentro de sí mismo.

Únicamente alguien que se conoce a sí mismo hasta el detalle más velado y desagradable y se acepte tal como es, solo alguien así está listo para el conocimiento místico del universo. Atreyu se asombra ligeramente, pero no confronta ningún conflicto y traspasa el espejo, sintiéndose “como un niño recién nacido”. En esta imagen desdoblada -Atreyu y su reflejo- se ve la influencia de la tradición sufí. Los sufíes consideran que el mundo está compuesto por infinidad de imágenes que son irracionales en distinto grado del ser único divino reflejadas en espejos.

En La historia interminable, Bastián resulta ser la verdadera esencia del joven cazador del mundo fantástico y Atreyu es lo que el chico del mundo real anhela ser. Al traspasar la Puerta del Espejo Mágico, Atreyu y Bastián se funden el uno en el otro, se efectúa una especie de comunión entre los dos que los une con lazos invisibles: el niño amante de lecturas y el hábil cazador de Fantasia ya viven y respiran del mismo modo, con los mismos deseos de salvar el país de los sueños, con la misma disposición de revivir la magia. 

 

7.12.21

Michael Ende, algo más que cuentos

Texto: Grisel Georgina Vargas García en Repositorio UNAM
Imagen: Christian Pogo Zach


 
Análisis e interpretación de la novela-cuento Momo

Momo o la extraña historia de los ladrones del tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres nació de una idea. El autor tomó al pie de la letra la frase “no tengo tiempo” y de ahí desarrolló sus reflexiones acerca de cómo se podría ahorrar tiempo. Buscó alegorías que mostraran su posición ante este suceso. Sin embargo, el relato contiene mucho más que eso, pues es en sí un escrito sobre las relaciones humanas y sus procesos de convivencia.

En general, la forma del texto sugiere al lector imágenes que le servirán para estructurar su vida. Los escritos de M. Ende en general, y Momo en particular, tienen un gran valor pues son congruentes con las características de los cuentos de hadas tradicionales donde la lucha contra las dificultades de la vida es inevitable, es parte de la existencia humana y más aún la importancia de enfrentarlas y dominar los obstáculos.

Ende se dirige también a los adultos y no solo a los niños, como muchos consideran, porque la necesidad de una nueva conciencia libertaria solo podía darse a través de aquello que parece inofensivo; porque lo sencillo y claro de sus personajes y situaciones convocan a pensar e intentar una realidad distinta en la libertad y el amor.

Como la Alemania de la post guerra no ofrece la seguridad de una extensa familia o una comunidad perfectamente integrada, es importante proporcionar al niño imágenes de héroes que deben surgir al mundo real por sí mismos y que, aun ignorando originalmente las cosas fundamentales, encuentren en el mundo un lugar seguro, siguiendo su camino con una profunda confianza interior.

Una novela revestida de cuento infantil fue la mejor opción porque sus características de representación de personajes son importantes factores de socialización. Además, los procesos internos se externalizan y se hacen comprensibles al representarse por medio de los personajes de una historia. El propio Ende ha dicho que un escritor debe presentar los misterios de la vida y no resolverlos. En sus libros no se encuentran explicaciones, solo representaciones.

En la obra de Ende se pueden encontrar imágenes que ayudan (principalmente a niños y jóvenes) a estructurar de manera más adecuada sueños y aspiraciones; a canalizar la vida. Además, representa de forma imaginaria, la esencia del proceso de desarrollo humano en la sociedad actual.

Es un texto que los críticos de su época clasificaron como escapista, por no estar inmerso en los conceptos de la política social de la Alemania de la postguerra. Sin embargo, Momo o la extraña historia de los ladrones del tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres, genera un gran avance en la literatura que se realiza en esos momentos por ser innovadora y contestataria, por estar dentro de una problemática actual; así mismo, realiza una crítica al poder ejercido de manera indiscriminada. De igual forma, reivindica el derecho de todo ser humano a imaginar más allá de los estereotipos propuestos por la industria cultural.

Gracias a su talento, Ende arma una historia donde logra mantener vivo el interés del ser humano en su propia superación sin olvidar sus valores. Convoca a reflexionar sobre las ideas, formas de vida en general, vivir con tanta prisa e imaginar que “la vida debe ser algo parecido a lo que se exhibe en las revistas”

Ende afirma que una sociedad donde la ilusión no tiene cabida, necesita crear fuentes que han sido llamadas de “escape”, “médicos de almas” que cuentan historias mágicas donde las metáforas convoquen realidades, donde la felicidad sea una constante que no se relacione con la ausencia de problemas, sino con la capacidad de resolverlos satisfactoriamente. 
 
 

Diccionario de Fantasia -U-

Úckuck: diminutense muy fino, con traje de colores y sombrero rojo de copa, su pueblo habita ciudades enteras en las ramas de los árboles, cuyas casas se comunican entre sí mediante escalerillas, escalas de cuerda y toboganes. Su vista es mejor que la de otros seres y su cabalgadura es un caracol de carreras, de concha color rosa y silla y arreos plateados. Tarda seis días en llegar a la Torre de Marfil donde se reúne con los enviados que conoció en el Bosque de Haule y se convierten en grandes amigos.
[La historia interminable]


Uchaurichuuum: hombre del agua, llamado entre la gente del mar: nock con caparazón. Técnico de iluminación, muy inteligente y cuya encomienda es crear el Cristal de la Eternidad para contraer matrimonio con Sursulapitchi. Su caparazón es color turquesa y está cubierto de dibujos dorados, la piel de sus extremidades y cabeza es color lila y entre los dedos de pies y manos tiene membranas; su cara tiene aspecto humano y es hermosa, sin pelo pero con bigote, ojos color violeta tranquilos y serios algo tristes, cubiertos por gafas de oro.
Este personaje recuerda a los kappas (niño del río), criatura mitológica japonesa que habita en las profundidades de los lagos y ríos del país. Físicamente parecen niños de ocho a diez años, aunque su fuerza es superior a la de un hombre adulto. Su piel tiene una coloración semejante a la de los reptiles: del verde brillante al oscuro, azul o amarillo. Su torso y espalda se encuentran protegidos por un caparazón similar al de las tortugas y en lugar de labios tienen un pico pequeño. Su fuente de poder se encuentra en el líquido ubicado en una oquedad en la parte superior de su cabeza.
[Jim Botón y los 13 salvajes]


Unicornios: habitantes de Fantasia.
Seres silvestres con cuerpo de caballo, cabeza de ciervo purpúrea, pelaje blanco y ojos azules, provistos de un agudo cuerno en la frente, que en la base es blanco, en la punta es rojo y en el medio es plenamente negro. Pero la representación más habitual de este animal es la de un caballo blanco con patas traseras de antílope, barba de chivo y un largo y retorcido cuerno en la frente.
Su voz tiene el sonido de las campanas y su aparición es presagio del nacimiento de un rey virtuoso. Es de mala suerte que lo hieran o que hallen su cadáver. Mil años es el término natural de su vida.
Simboliza la castidad y aparece también como emblemático de la espada o la palabra de Dios. En alquimia, simboliza la fuerza viril, pura y penetrante del Spiritus Mercurialis.
[La historia interminable]


Universidad de Técnicas Mágicas de Hediondburgo: escuela de los Magos Negros.
[El ponche de los deseos]


Uschtu: Madre de la Intuición, uno de los tres Pensadores Profundos que enseñan el conocimiento en Guigam el Monasterio de las Estrellas. Su figura es humana pero su cabeza es de lechuza. Gobierna sobre la noche.
Los griegos identificaban a las lechuzas con el estudio y la reflexión y dedicaban estas aves a Palas Atenea, protectora de la ciudad de Atenas.
[La historia interminable]


Uyulala: llamada la Voz del Silencio y del Profundo Misterio. Habita en el Oráculo del Sur y su figura es solo audible, está donde se le oye y responde únicamente a las preguntas que se le formulan en verso. En su palacio, el tiempo no corre de la misma manera que en otros sitios.
[La historia interminable]



29.11.21

Un nombre en la Torre de Marfil

 
 
Un nombre en la Torre de Marfil. Psicoanálisis y psicología profunda a través de La historia Interminable de Michael Ende (1979)
 

La Historia Interminable es una conocida obra de literatura de fantasía salida de la pluma del escritor alemán Michael Ende en 1979, siendo objeto de atención académica en numerosas ocasiones (Hocke y Kraft, 1997; Boccarius, 1990). Para el caso que nos ocupa -el lazo entre esta obra literaria y el psicoanálisis- encontramos que una de las ópticas predominantes es la visión de la obra a partir de la lente del inconsciente colectivo jungiano y el Monomito conceptualizada por Joseph Campbell (2013), en especial aquello que tiene que ver con la estructura del rito iniciático (Jiménez, 2013). Esto no es una novedad en el género, ya que la literatura fantástica bebe y revive al tiempo las fuentes míticas de la humanidad en una época en la que éstas ya no son “el lenguaje religioso de nuestro tiempo” (Hillman, 2004, p. 20); no en vano una de las obras de fantasía más conocidas en la actualidad, El Hobbit (Tolkien, 2002), lleva por subtítulo Historia de una ida y una vuelta, frase que podría servir de síntesis al Monomito campbelliano.

El objetivo del presente trabajo, emparentado pero diferente a lo mencionado con anterioridad, es la búsqueda de la relación entre psicoanálisis y arte, entendiendo que el valor de dicho lazo no está en elaborar la psicobiografía del autor o pretender analizar su psique individual a través de su obra sino, por el contrario, entender que las intuiciones plasmadas en las obras de arte -literarias, en este caso- arrastran, simbólicamente, valiosas intuiciones sobre la mente humana que son posterior o paralelamente sistematizadas teóricamente por las hipótesis de la psicología o el psicoanálisis.

Esto es, a grandes rasgos, lo que Carl Gustav Jung denominó arte visionario (Montiel, 2012, p. 11), y que compone el primer eje rector del que partiremos: la hipótesis de que en las páginas de La Historia Interminable se halla, de forma latente, la larga búsqueda del alma del proceso de individuación jungiano y su relación con los arquetipos de su inconsciente colectivo.

El segundo eje, que parte de presupuestos psicoanalíticos diferentes, es la concepción del autor como pionero que ha sido propuesta desde la óptica estructuralista del psicoanálisis encabezada por Jacques Lacan (1988, p. 66) al afirmar, recogiendo a Freud, que “el artista precede”, implicando así que las obras artísticas son susceptibles de arrojar luz sobre las dinámicas ocultas de la vida psíquica (Regnault, 1995). En ese sentido comprobaremos cómo el viaje de ida y vuelta que nos propone Ende tiene mucho que ver con el mundo simbólico-imaginario, y el horror del vacío que supone la dimensión de lo Real.

En ambas propuestas encontramos la esencia de este trabajo, que no pretende ser psicoanálisis aplicado sino, por el contrario, mostrar las posibilidades del “arte aplicado al psicoanálisis”. Se toma el término de la propuesta de Blanca Sánchez cuando, abordando la relación entre arte y psicoanálisis en Lacan, indica:

El desafío permanente de Lacan de tratar de invertir la perspectiva freudiana del psicoanálisis aplicado al arte, nos permite deducir que hay en él un intento de construir (…) un modo de leer que permita sostener la idea del arte aplicado al psicoanálisis (Sánchez, 2015, p. 124).

Partiremos, además, de la noción de que “la teoría psicoanalítica es una tentativa de hacer comprensible dos hechos -la transferencia y la resistencia-, que surgen de un modo singular e inesperado al intentar referir los síntomas patológicos de un neurótico a sus fuentes en la vida del mismo. Toda investigación que reconozca estos dos hechos y los tome como punto de partida de su labor podrá ser denominada como psicoanálisis, aun cuando llegue a resultados distintos a los míos” (Freud, 1973, p.1900). En este sentido, y pese a distinguir las notables diferencias entre las teorías lacanianas y la psicología profunda jungiana, ambas se consideran aquí partes del rico marco teórico del psicoanálisis.

La Historia Interminable es, en el contexto de este trabajo, un relato sobre la narrativa personal de la subjetividad humana y los símbolos y figuras que la componen. Algunos de ellos guardan relación con apariciones de personajes o conceptos similares que son recurrentes en las narraciones y mitos de nuestra cultura -el mentor, el enemigo, el niño eterno-, desde las más fundantes hasta las más contemporáneas.

Una perspectiva de las dos que se presentan en este trabajo, la de la psicología arquetípica, señala que el núcleo común de dichas figuras simbólicas no es sino el contenido del inconsciente colectivo, estructura psíquica común a toda la humanidad sobre la que se sistematiza nuestro inconsciente personal. Para Jung, un arquetipo sería “un centro innato (…) con la capacidad para iniciar, influir y mediar en las características del comportamiento y la experiencia de los seres humanos, con independencia de su raza, cultura, época histórica o localización geográfica” (Stevens, 1993, p. 40), siendo la influencia de los factores personales y socioculturales lo que formarían los complejos del inconsciente personal jungiano. Estos arquetipos colectivos, es decir, comunes a todos los seres humanos, son expresados simbólicamente a través de las religiones y las narraciones, con las variaciones propias de las épocas históricas determinadas. Podría ser interesante indicar también que el concepto de inconsciente colectivo podría definirse también como el correlato psíquico de la predisposición genética de la especie a contar con determinado número de miembros.

La Historia Interminable se trata de una novela particular, que narra las vivencias de unos personajes determinados, escrita por un hombre en concreto, y en cierto contexto histórico, pero tiene algo de común. Como Bastián -el protagonista de la novela- al abrir el libro, y más tarde “vivirlo”, las personas también existimos en un mundo que es inexplicable por sí mismo, en una realidad -con aspectos internos y externos- que ama esconderse. A fin de cuentas, “En rigor nada tiene significado, pues cuando no existía ningún hombre pensante no había nadie que interpretara los fenómenos. Sólo tiene significado lo no comprensible. El hombre ha despertado en un mundo que no comprende y trata de interpretarlo” (Jung, 1970, p. 55). El viaje de Bastián sólo es un correlato del viaje que las personas tenemos oportunidad de emprender si queremos sacar la luz aquello que nos mueve: el proceso de individuación. Así, entendemos que “En esta perspectiva el autor y su obra se muestran a la vez como síntoma de una enfermedad de la cultura y como ejemplo de un singular proceso de curación” (Montiel, 2012, p. 12).

 
LO SIMBÓLICO Y LO IMAGINARIO FRENTE A LA NADA

La Historia Interminable también nos muestra, de un modo diferente al sistematizado por el estructuralismo y por las propuestas lacanianas, la importancia de la trama simbólico-imaginaria para proteger la vida anímica del abismo devorador de lo Real.

La novela es un relato de fantasía que nos narra el viaje de un niño al interior del mundo imaginario del libro que lee y cómo esto supone para él un “rito de paso”, y comparte con el psicoanálisis algunos elementos clave. El primero de ellos es la idea de que la fuerza motriz de los individuos está más allá de la lógica de su consciencia y que, por fuerza, “seguimos siendo unos extraños para nosotros mismos” (Nieztsche, 1970, p.877). El segundo, la importancia del lenguaje y del poder de los nombres que damos a las cosas, pero aún más, la importancia de lo que está más allá del lenguaje y la dimensión aterradora de lo que no podemos nombrar y las consecuencias que tiene este proceso fallido.

Nuestra primera reacción, habida cuenta del título y su contenido manifiesto, podría ser pensar que es la dimensión imaginaria la que tiene un peso crucial en el libro que nos ocupa. Sin embargo, muy pronto nos queda claro que la luz que arroja la narración tiene su foco puesto sobre el orden simbólico como eje central de su dinámica, y que es esta dimensión la fuerza de cohesión de los elementos que componen nuestro mundo ante la fuerza negativa que pretende devorarlo.

Una temprana indicación de esto la podemos encontrar en el principio mismo del libro:
 
 
Poco después descubrimos que es el letrero de la tienda de libros de Koreander, el cual, visto desde fuera, adopta un aspecto radicalmente diferente, ya que resulta imposible de comprender en un primer momento. Se trata de un primer atisbo de la importancia que tendrán la multiplicidad de ópticas y las relaciones que las atan. A fin de cuentas, lo único que nos permite entender el mensaje y no caer en la confusión es la operación de girar las letras: darles la vuelta mentalmente para que sean legibles, una ficción imaginaria que nos habla de que “no importa” si lo leemos del revés, pues es el mismo cartel. Sin embargo, ¿podemos encontrar diferencia mayor entre la que existe entre estar a un lado o al otro de una puerta? Quizá la que hay entre el cero y el uno, o entre un sí y un no.

Nuestro protagonista, Bastián Baltasar Bux, aún ignorante de estos mecanismos, acude a la librería de Koreander huyendo tanto de los matones de su colegio como de la frialdad de su padre. En un impulso, totalmente inexplicable para él, roba uno de los libros del anciano y huye a leerlo al desván de su colegio, haciendo novillos en lugar de ir a las clases.

Se nos dice que este comportamiento es extraño en un niño tímido y dócil como Bastián, pero pronto encontramos que, aparte del acoso que sufre en el colegio, el fallecimiento de su madre y la actitud distante y fría de su padre hacen de su casa un lugar tanto o más hostil que el primero. No se trata tanto de un acto de valentía como la temeridad que envuelve la huida:

De todas formas, le daba miedo el colegio, escenario de los fracasos diarios; le daban miedo los profesores, que le reñían amablemente o descargaban sobre él sus iras; miedo los otros niños que se reían de él (...) (Ende, 1989, p. 14).

Es entonces cuando Bastián abre el libro, la puerta al mundo de Fantasía que poco a poco le irá llamando hasta hacerle desaparecer, literalmente, entre sus páginas. Una puerta, podríamos decir, hacia lo imaginario, tan necesaria para Bastián ante la crudeza de su día a día:

"Me gustaría saber”, se dijo, “qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro sólo hay letras impresas sobre el papel, pero sin embargo... Algo debe pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera" (Ende, 1989, p. 17).

Es entonces cuando descubrimos que, tras la puerta hacia lo imaginario, la tinta de los caracteres de La Historia Interminable -la “nuestra”, el libro que leemos- pasa del rojo oscuro al verde. Es esta diferencia de colores lo que separa el mundo de Bastián -que nosotros leemos- del mundo fantástico del libro que ha robado. Un señalamiento de que sólo los resortes simbólicos, los de la relación y la diferencia, son necesarios para apuntalar el reino de lo imaginario y de que es éste el pacto que lo hace durar. Como veremos, es esta dialéctica simbólico-imaginaria la red que mantiene la cohesión de la propia novela.

La importancia de que esta trama exista, o más bien, de que deje de existir, la encontramos un poco más adelante, inmersos ya en la historia del libro que está leyendo Bastián. Fantasía es un reino imaginario, poblado por toda clase de criaturas legendarias y cuyo centro es la Torre de Marfil, aunque quizá lo realmente relevante en ese punto es que Fantasía no tiene fronteras: “En el reino sin fronteras de Fantasía no había nadie de quien tuviera que guardarse” (Ende, 1989, p. 28). La primera criatura que nos encontramos en la lectura, un “fuego fatuo infatuado”, nos avisa también de las operaciones de la dimensión imaginaria: “No era un hombrecito ni una mujercita, pues esas diferencias no existen entre los fuegos fatuos” (Ende, 1989, p. 21).

Con esto entendemos que el mundo de Fantasía está regido por la operación de lo imaginario, la identidad sin diferencia, la continuidad sin límite. Pero, como ya hemos podido ver, está enmarcado necesariamente por los límites diferenciales de lo simbólico.

Junto a Bastián, con sus ojos, desde su posición, vamos leyendo las primeras líneas y descubrimos que diversos emisarios están acudiendo a la Torre de Marfil con el mismo mensaje desde todo el territorio de ese mundo sin fin. Porque Fantasía se está muriendo:

Es difícil describirlo (…) todo empezó porque, un día el lago de Cálidocaldo ya no estaba allí... Simplemente había desaparecido (…) Donde estaba el lago ya no hay nada... Simplemente nada, ¿comprendéis? (...) No, tampoco es un agujero, un agujero es algo. Y allí no hay nada (Ende, 1989, p. 25).
Algo está fracasando horriblemente en Fantasía, y lo Real, en su nada aterradora, está comenzando a devorarlo todo. El apuntalamiento ha cedido, dejando de sostener lo imaginario y sabemos las consecuencias que esto está teniendo; la lógica del espejo (Lacan, 1986), la dirección de la mirada, se muere: “Como si uno se quedara ciego al mirar ese lugar” (Ende, 1989, p. 25).

Igual que se muere la Emperatriz Infantil, la Señora de los Deseos, la soberana que no gobierna, eterna pero siempre niña, que es el núcleo imaginario que sostiene toda la Fantasía:

Para ella, todos eran iguales. Sólo estaba allí, pero estaba allí de una forma especial: era el centro de toda la vida de Fantasía. Y todas las criaturas, buenas o malas, hermosas o feas, divertidas o serias, necias o sabias, todas, estaban allí sólo porque ella existía. Sin ella no podía subsistir nada, lo mismo que no puede subsistir un cuerpo humano sin corazón (p. 35).

Se nos presenta una imagen poderosa de dicha criatura. Sabemos que no distingue entre “bueno o malo”, sabemos que gobierna sin órdenes, sabemos que es una niña pero que nunca envejece, es decir, que no se desgasta y ninguna descarga la erosiona. También sabemos que vive en una Torre de Marfil, en el centro mismo de Fantasía, y que su enfermedad está matando su mundo: la Emperatriz guarda poderosas semejanzas con lo reprimido tal y como lo encontramos descrito en los textos psicoanalíticos (Laplanche y Pontalis, 2016, p. 388).

Sin embargo, el viaje del protagonista del libro que lee Bastián, quien a su vez es el protagonista del libro que nosotros leemos, le llevará a la misma conclusión que componen las tesis dinámicas descubiertas en los albores del siglo XX -y que ya tenían poderosos precedentes, definidos por otras vías- al hallar “la cura por la palabra” (Laín Entralgo, 2005).

“No obstante, sin nombre no puede vivir” (Ende, 1989, p. 61). La Emperatriz Infantil permanece innominada, y es ésa la herida que hace agonizar toda Fantasía, la grieta cada vez más amplia por la que se cuela la marea sin reflejo de lo Real, la Nada que todo lo devora hasta que parece que el que contempla el efecto de su disolución se ha quedado ciego. Tras esta falla, como pudiese verse en la actitud de la Vieja Morla, se arrastra la disolución del signo, el horror al vacío, y la sombra de la pulsión de muerte:

Todo se repite eternamente (...) el mundo está vacío y no tiene sentido. Todo se mueve en círculos. Nada es verdad. Nada es importante (...) ¿por qué no hemos de morir tú, yo, la Emperatriz Infantil, todos? Todo es una apariencia, un juego de la Nada (Ende, 1989, p. 60).

No parece haber esperanza puesto que, pese a ya conocer el remedio, éste no puede alcanzarse: ninguno de los seres de Fantasía, incluido el protagonista que nuestro protagonista lee, puede darle un nombre a la Emperatriz. Porque no hay solución desde lo imaginario, ya que es el reino de la ilusión; necesario, pero no suficiente. Se necesita algo más para hacerlo durar, de un modo similar a lo que ocurre con la Emperatriz Infantil. Un nombre, el paradigma de lo simbólico.

Y eso sólo puede ser introducido desde fuera, desde el entramado de significantes que proyectan la misma sombra de lo Real, esa que amenaza con devorarlo todo (Lacan, 1990).

Pese a la insuficiencia inexorable de lo simbólico-imaginario -que no es sin fracaso-, ante esa Nada, también se constata que es la única herramienta que tenemos para mantenerla a raya, para darle coherencia y significado a un mundo que carece de él, en el intento siempre renovado de convertir la inundación en una simple fuga de agua: nombres y más nombres para nuestra Emperatriz. Porque hay alguien que sí puede nombrarla: “Sólo él, Bastián, podía intervenir. Y tenía que hacerlo si no quería permanecer encerrado también en aquel círculo”. (Ende, 1989, p. 183).

Fantasía ha sido prácticamente devorada por la Nada: “Un grano de arena (...). Es todo lo que queda de mi reino sin fronteras (...)”. (Ende, 1989, p. 191). Sin embargo, el nombre dado por Bastián a la Emperatriz Infantil es el clavo simbólico que ha podido mantener la estructura en el último momento. Y es esto lo que brinda la posibilidad de mantener viva la subjetividad mediante las complejas dinámicas del deseo: “Fantasía renacerá de nuevo de tus deseos, Bastián, que se harán realidad a través de mí” (Ende, 1989, p. 188).

A fin de cuentas, para Bastián y su Fantasía, al igual que para los demás, la directriz sigue siendo la misma: “No cejar en cuanto al deseo” (Marinas, 2004, p. 134).

 
LOS ARQUETIPOS Y EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN

Para Carl Gustav Jung, el inconsciente personal se estructura sobre un estrato más profundo de la psique que no correspondería ya a las adquisiciones de la experiencia personal, sino que sería innato e idéntico a sí mismo para todas las personas (Jung, 1970, p. 10): el inconsciente colectivo.

Otras explicaciones útiles comparan esta forma innata de estructuración de la psique a la tendencia general de los seres humanos a contar con un determinado número de brazos y piernas (Montiel, 1997). Jung nos explica: “(...) tenemos que partir de la hipótesis de que el hombre no es una excepción entre las criaturas, en tanto, quiérase o no, posee como todo animal una psique preformada” (1970, p. 72).

Los contenidos del inconsciente colectivo son los arquetipos y éstos hacen su aparición de forma indirecta en mitos y leyendas (Jung, 1970, p. 11). Es importante tener en cuenta que, al tratarse de contenidos inconscientes, su paso al reino de lo consciente les impone un cambio de acuerdo a la psique individual en la que surgen y a las circunstancias que han determinado su desarrollo. En ese sentido, no sería posible encontrar de forma manifiesta arquetipos puros, sino únicamente derivados de los mismos, identificados como representaciones arquetípicas (Jung, 1970, p. 11), del mismo modo que encontramos “retoños” del inconsciente en la teoría freudiana (Laplanche y Pontalis, 2016, p. 118).

Como no es posible conocer de forma directa las predisposiciones psíquicas de los seres humanos, según un criterio funcional éstas deben ser nombradas como “imágenes primordiales” cuyo origen sería posible rastrear desde la rama del individuo hasta el tronco de la especie (Jung, 1970, p. 72). Es, entonces, “la forma específicamente humana de sus actividades” mentales más primitivas. Y es, precisamente, en la fantasía creadora, donde existe más facilidad para que se hagan visibles las mencionadas imágenes primordiales y donde encuentra su sentido el concepto de arquetipo.

Cabe recordar para nuestro trabajo la advertencia (Jung, 1970, p. 73), de que las emergencias arquetípicas no están en ningún caso limitadas en su contenido sino -y de forma parcial- en su forma. Es decir, el arquetipo es un elemento vacío que posibilita la forma de la representación.

A modo de ejemplo, podemos indicar algunas posibles representaciones del arquetipo de la Madre, que puede abarcar desde la madre y la abuela personales hasta las diosas-madre como Deméter o la Virgen del cristianismo como “madre universal”, pasando por representaciones más amplias como la patria, la universidad, o la Iglesia (Franz, 1995, p. 74).

Como ya ha sido mencionado, nuestra hipótesis de trabajo sostiene que a través de La Historia Interminable se nos presenta el viaje de un niño hacia el contacto con los arquetipos y la búsqueda de una respuesta que engloba todo su mundo, es decir, el proceso de individuación, por el cual la persona conecta de forma consciente con elementos de su psique ocultos, negados, inconscientes, hasta poder integrarlos al fin en sí misma. De este modo, “la realización de la unicidad del hombre individual es la meta del proceso de individuación” (Franz, 1995, p. 162). La búsqueda consciente del “sí mismo” (Selbst), el eje rector y guía inconsciente que engloba la totalidad de la psique del individuo, y que comúnmente se halla coartado o limitado por criterios utilitarios de la consciencia, es el fin del largo viaje hacia la individuación.

Y es precisamente un viaje de similares características el que emprende Atreyu, protagonista del libro que lee Bastián -que es, a su vez, el protagonista del libro que leemos-: un viaje para encontrar la cura que sane a la Emperatriz Infantil, el alma del mundo sin fronteras de Fantasía: “Ella te envía a lo desconocido a buscar algo que nadie conoce. Nadie puede ayudarte, nadie puede darte consejos y nadie puede predecir lo que te aguarda” (Ende, 1989, p. 43).

En el camino hacia el centro del sí mismo y, en general, hacia el autodescubrimiento de lo oculto en nuestra psique, caben pocos consejos y ninguna predicción: es el más personal de los caminos, uno que no existe antes de comenzar a recorrerlo, pues verdaderamente se hace al andar. Las pocas recomendaciones que le son dadas a Atreyu presentan, además, poderosos paralelismos con respecto a la búsqueda de uno mismo y su correlato de “unicidad” e integración psíquica: “Por eso debes ir sin armas. Debes dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir. Todo debe ser igual para ti: mal y bien, belleza y fealdad, necedad y sabiduría, igual que para la Emperatriz Infantil. Sólo debes buscar y preguntar, pero nunca juzgar por ti mismo” (Ende, 1989, p. 44).

No cuesta mucho detectar el parecido entre estas directrices y la regla de la asociación libre, en la que se debe verbalizar el contenido de la mente sin filtro voluntario alguno. Recuerda también a lo dicho por Bion (1982) acerca de entregarse al análisis “sin memoria ni deseo”, palabras que, aunque aplicadas al analista, sirven también para transitar los retorcidos caminos del inconsciente en primera persona.

En efecto, es un viaje que requiere ceder control, pues la verdad se encuentra en las sombras que arroja la luz de la razón. Se debe viajar sin armas, despojándose tanto de las de la consciencia como de aquellas que se portan de forma involuntaria. Hablamos, en este último caso, de las defensas, “operaciones cuya finalidad consiste en reducir o suprimir toda modificación susceptible de poner en peligro la integridad y la constancia del individuo” (Laplanche y Pontalis, 2016, p. 113).

También sin juicio valorativo, sin diferenciar lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, pues es precisamente en lo rechazado, en eso que se halla fuera de la ley del individuo, donde podemos encontrar los primeros retazos de las verdades que nos conducirán mucho más allá. No en vano aprendemos entonces que “Atreyu” significa “hijo de todos” (Ende, 1989, p. 45); se trata quizá de una representación del cazador que se haya dentro de cada una de las personas que deciden emprender la búsqueda de la respuesta a la enfermedad sin nombre de un mundo. El camino de Atreyu es el de Bastián, y es, también, el nuestro.

La búsqueda de la cura para su Emperatriz le conduce hasta las puertas del Oráculo del Sur, protegidas por dos esfinges guardianas que, como en la Tebas de Edipo, custodian celosamente la verdad:

(...) su rostro era el de un ser humano...por lo menos en cuanto a la forma, porque su expresión no era humana. Era difícil saber si aquel rostro sonreía, o reflejaba una tristeza inmensa o una indiferencia total. A Atreyu, después de contemplarlo durante un rato, le pareció lleno de maldad y de una crueldad abismales, pero en seguida tuvo que corregir su impresión al no encontrar en él más que serenidad (Ende, 1989, p. 82).

Figuras relacionadas con lo humano y que pese a ello -o por ello- resultan tan ajenas al individuo que podemos entender que guardan verdades que quizá sea mejor no conocer, aquellas que deben ocultarse de la luz de la razón porque amenazan los fundamentos mismos de la persona que creemos ser. Es precisamente el espacio que hay entre ambas esfinges lo que constituye la Puerta del Gran Enigma: una puerta que carece de batientes, pero que nadie puede cruzar salvo si sus guardianas cierran los ojos. En el caso contrario permanecerá infranqueable, pues sus ojos transmiten “todos los enigmas del mundo” (Ende, 1989, p. 88), y por tanto dejan paralizados a quienes caen bajo su mirada; al menos, hasta que puedan resolverlos todos. Su mirada sólo puede ser resistida por la de otra esfinge, y por ello se miran a los ojos eternamente.

Como Atreyu descubre, no hay ningún criterio comprensible por el que las esfinges dejen pasar a unas personas y a otras no: no es su valor, ni su bondad, ni su belleza las cualidades que respetan las criaturas. Ante la pregunta de cómo pasar entre ellas, no hay consejo posible: “Debes hacer lo que tengas que hacer (…). Esperar a que ellas decidan...sin saber por qué” (Ende, 1989, p. 88).

Entregarse a un viaje sin retorno hacia la verdad, sin memoria ni deseo, sin garantía alguna del resultado. Esa es la primera prueba -aprende Bastián a través de Atreyu, y nosotros con él- a afrontar en el camino hacia el autoconocimiento que supone la individuación, hacia afrontar lo rechazado y nombrar lo innombrable, y hacia la conquista de la integración psíquica. Todo ello a pesar de la angustia que nos protege de lo que no nos atrevemos a saber:

Atreyu tuvo miedo. No era tanto miedo al peligro que lo amenazaba; era un miedo que procedía de sí mismo. (…) era el miedo a lo incomprensible, a lo desmesuradamente grandioso, a la realidad de lo prepotente lo que hacía sus piernas cada vez más pesadas, hasta que le pareció tenerlas de plomo frío y gris. Sin embargo, siguió adelante (Ende, 1989. p. 95).

Poco después de aprender sobre la Puerta del Gran Enigma, Atreyu -y Bastián a través de él- conoce la Puerta del Espejo Mágico. Resulta interesante señalar que, al tiempo que lee la aventura de Atreyu, en ese punto descubre el espejo del desván en el que se encuentra:

Entonces Bastián se asustó, porque en un rincón oscuro se agitaba algo (…) un gran espejo de medio cuerpo, en el que se había visto borrosamente reflejado a sí mismo. (…) Realmente, no resultaba muy guapo con aquel cuerpo gordo, las piernas torcidas, y la cara pálida. Movió la cabeza lentamente y dijo en voz alta:

-¡No! (Ende, 1989, p. 92).

Es entonces cuando se desvela el misterio de la Puerta del Espejo Mágico, tan sencillo como atroz:

(...) cuando se está ante él, se ve uno a sí mismo... pero no como en un espejo corriente, desde luego. No se ve el exterior, sino el verdadero interior de uno, tal y como en realidad es. Quien quiera atravesarlo tiene que (…) penetrar en sí mismo. (…) los visitantes que se consideran especialmente intachables huyen gritando del monstruo que los mira irónicamente desde el espejo (Ende, 1989, p. 92).

Si tenemos en cuenta que el proceso de individuación puede resumirse como la integración de los aspectos que negamos de nosotros mismos, este espejo particular representa su primer guardián: la sombra.

La sombra es el arquetipo del enemigo (Stevens, 1993. p. 55.), todo lo que es rechazado por tratarse de aspectos demasiados crueles, animales o bárbaros de nosotros mismos. Es el eco bestial en los humanos que es negado por la luz de la razón y, precisamente por ello, por estar oculto y rechazado, muestra un aspecto más oscuro al de cualquier animal; después de todo, lo inhumano nunca fue tan terrible como lo humano.

Tal y como nos indica Stevens, reconocer nuestra sombra es una experiencia “potencialmente aterradora”, y por eso es común que se deposite en los otros mediante el mecanismo de proyección (1993, p. 55). Este conjunto de aspectos bestiales está alejado de la lógica de la civilización y por tanto, tanto individual como colectivamente, se deposita en el otro. Pero por eso es precisamente la puerta al proceso de individuación, aceptar lo inaceptable que hay en nosotros, ya que “sólo cuando me acepto a mí mismo puedo cambiar” (Rogers, 1961). Como en el proceso de individuación, quienes han podido cruzar la Puerta “tuvieron que vencerse a sí mismos. No se puede decir nada que valga para todos los casos. Para cada uno es diferente” (Ende, 1989, p. 93).

Y ya podemos intuir con qué se encuentra Atreyu cuando mira en el interior del Espejo:

(...) en lugar de una imagen aterradora vio algo con lo que no había contado en absoluto y que tampoco pudo comprender. Vio a un muchacho gordo y de pálido rostro (…) que, con las piernas cruzadas, se sentaba en un lecho de colchonetas y leía un libro (Ende, 1989, p. 98).

En efecto, Atreyu atraviesa la imagen de Bastián, su opuesto, un muchacho miedoso que carece de las cualidades de las que él goza: fuerza y valor. Pero tal vez, como la luz y la sombra, ambos no son tan opuestos estancos como son contrarios en relación: polos de una misma unidad tan contraria como indivisible.

La última barrera antes de que Atreyu pueda encontrar al Oráculo del Sur se trata de la Puerta Sin Llave: “Cuanto más se quiere entrar, tanto más se cierra la puerta. Pero cuando alguien logra olvidar sus intenciones y no querer nada... La puerta se abre sola ante él” (Ende, 1989, p. 93).

Existe un fuerte paralelismo entre esta última puerta y el proceso de autoconocimiento para integrar los aspectos negados del individuo. No se trata de renunciar a las dinámicas del deseo, como podría pensarse en un primer momento, ya que en todo el relato que compone La Historia Interminable, los deseos genuinos y en muchos casos irracionales devienen el motor del mundo de Fantasía y son, como veremos más adelante, su única posibilidad de salvación. Muy al contrario, el fragmento señalado se refiere al deseo consciente que nosotros podríamos traducir como “voluntad racional”, una capacidad sumamente útil en el desenvolvimiento de las personas en la vida cotidiana pero que tanto obstaculiza la exploración del inconsciente, ya que “es necesario prescindir de la actitud utilitaria de los proyectos conscientes con el fin de dejar paso al desarrollo interno de la personalidad” (Franz, 1995, p. 163). Como ya nos hizo sospechar Freud (2002), la voluntad consciente no es la certera luz de la razón ni es tan libre como pensamos, sino que está determinada por lo inconsciente y las defensas apuntaladas para evitar su exploración. En su lugar, dejarse arrastrar por la inercia de la subjetividad, de lo aparentemente absurdo o azaroso -como en la asociación libre-, o seguir determinado impulso inexplicable -aquí encontraríamos la tesis ya mencionada de Jung del sí mismo como guía interno- puede ser la respuesta adecuada.

Tras producirse la aceptación de la sombra -que en este caso quiere decir que Atreyu atraviese el mismo espejo en el que ve a Bastián-, y el compromiso con lo que de inexplicable hay en uno mismo -al “olvidar sus intenciones” para abrir la última Puerta-, el proceso continúa.

Seguimos la línea de la narración y lo que hay detrás de ella al entramado profundo de la individuación: “El sonido se acercó: era una voz que cantaba, muy bella y argentina y alta como la de un niño, pero que sonaba infinitamente triste e incluso parecía a veces sollozar” (Ende, 1989, p. 103).

El Oráculo del Sur, quien tiene todas las respuestas, no se trata de una sabia vidente ni de un anciano erudito, sino de la voz sin cuerpo de un niño triste. Quizá sea la misma voz que en cierto momento renunciamos a escuchar y tuvimos que encerrar tras puertas casi infranqueables. Una voz que, precisamente por hablar de la verdad, permanece siempre pospuesta, relegada a rincones ocultos de la psique: “Nunca ha ocurrido / que nadie me viera. / Soy un latido / siempre a la espera” (Ende, 1989, p. 104).

Incluso tras haber llegado Atreyu al lugar donde al fin puede escuchar la voz tenue del Oráculo, éste sólo puede comunicarse de forma indirecta, enigmática, y en verso. No de manera diferente a cómo se expresa lo inconsciente: mediante asociaciones “inexplicables”, sueños, lapsus, síntomas.

El simple contacto con ello de forma descarnada cambia algo en las personas, puesto que ya no pueden sustentar la imagen que hasta en ese momento tenían de sí. La identidad sufre, precisamente porque se ve asaltada por aspectos de la psique que habían quedado fuera de ella. No sólo la máscara que nos ponemos bajo un criterio de adaptación se desvela precaria -el arquetipo de la persona- (Stevens, 1993, p. 54), sino que todo lo que creíamos racional de nosotros mismos, lo que se encuentra iluminado por la luz de la consciencia, se tambalea.

Entendemos que esto es lo que siente Atreyu tras el enfrentamiento con su sombra cuando el oráculo le pregunta quién es: “-¿Quién soy? -murmuró-. No podría decirlo. Me parece que alguna vez sí lo he sabido. Pero, ¿es tan importante?” (Ende, 1989, p. 103).

Los destellos de intuición de ese tipo pueden ser breves, pero, como vemos, lo suficientemente poderosos como para cambiarlo todo. Atreyu, y Bastián, y nosotros como “meta-lectores”, enfrentamos y enfrentaremos, en algún momento, la revelación de que no somos quienes creíamos ser y, al tiempo, de que somos quien no creíamos ser. La creencia de la identidad personal es importante, incluso fundamental. Al fin de al cabo, sin ello nos enfrentaríamos directamente a la angustia psicótica de la disolución. Sin embargo, no resulta tan importante como lo que queda fuera de ella, precisamente porque es esto lo que conforma el terreno del análisis, el sendero retorcido proceso de individuación, y el campo de juego de la integración psíquica.

Atreyu sale de los dominios del Oráculo con la respuesta a su pregunta: la Emperatriz necesita un nombre, y por eso se muere, pero nadie dentro de Fantasía puede dárselo. Derrotado, vuelve con su soberana para anunciarle el fracaso de su aventura, pero ella le anuncia que sí hay una persona capaz de darle su nombre, pero no existe dentro de Fantasía: “Entraste en su imagen y la llevaste contigo” (Ende, 1989, p. 163).

De nuevo, encontramos el indicio, apuntado en la narrativa y teorizado sistemáticamente por el psicoanálisis, de que la capacidad para nombrar lo innominado requiere de aceptar lo negado y llevarlo con nosotros.

Recordemos ahora que la Emperatriz es soberana de un mundo sin fronteras, la niña más vieja que todos los demás seres, una figura sin edad. Su símbolo son dos serpientes, una blanca y una negra, devorándose en un doble ouroboros, símbolo del renacimiento y la unidad de opuestos.

Vemos el trazo paralelo que siguen La Historia Interminable y las teorías jungianas cuando encontramos que tras la acogida de la sombra aparece “otra figura interior” (Franz, 1995, p. 177), la expresión de aquello rechazado de forma más profunda aún que la sombra, y que en líneas generales podríamos definir como aquello asociado con lo masculino en la mujer y aquello asociado con lo femenino en el hombre: el arquetipo del ánimus y el ánima. Hacerse individuo, integrar lo escindido, es precisamente la meta del proceso: integrar ambas partes en la persona para hallar el sí mismo. Esta unidad del par supremo de contrarios es la sicigia “que da la promesa de unión y la hace realmente posible” (Stevens, 1993, p. 58).

Aunque los estereotipos y las normas político-culturales en torno al género eran más rígidas en la época en la que Jung escribe que en nuestros días, resulta importante tener en cuenta que tales diferencias siguen existiendo hoy en día, si bien de forma diferente, y que contravenir tales normas de separación deja una huella en los individuos.

Precisamente por su carácter oculto y rechazado, el ánima aparece como mediadora entre el yo y el sí mismo como dimensión de totalidad individual: sin ella, no habrá unicidad, habrá algo fundamental siempre separado de la experiencia. El papel del ánima como guía de la experiencia se encuentra plasmado en diversas obras culturales, entre las que podemos citar a la Beatriz de La Divina Comedia (Franz, 1995, p. 185).

Tras el atravesamiento de la sombra podemos comprender que la Emperatriz necesita un nombre, y lo mismo hace Bastián. En ese momento entiende que, si bien hasta ahora ha sido espectador pasivo del proceso, ahora debe tomar la responsabilidad en primera persona, y darle su nombre: Hija de la Luna.

El nombre no carece de importancia, pero lo descubrimos algo más tarde, cuando Bastián ya ha sido transformado en uno de los personajes de la misma novela que estaba leyendo y ha pasado de ser pasivo a activo, de paciente a agente del cambio. Es entonces cuando se le revela que el reino de Fantasía sólo podrá recuperarse del ataque devastador de la Nada gracias a sus deseos.

Como ya hemos citado previamente, la Emperatriz indica: “Fantasía nacerá de nuevo a través de tus deseos, Bastián, que se harán realidad a través de mí”. Para ello deberá ir solo, pero llevando siempre el símbolo de ella, el doble ouroborus ya mencionado, que en su parte posterior reza: Haz lo que quieras.

Es de relevancia mencionar que Hija de la Luna es el título de uno de los libros escritos por el conocido ocultista británico Aleister Crowley en 1917 (publicado en 1929). Crowley es uno de los representantes más conocidos de la filosofía de la Thelema, cuyos principios rectores más conocidos son “Haz tu voluntad, ésa es toda ley” y “Amor es ley, amor bajo la voluntad” (Booth, 2001). Podemos encontrar este primer principio sintetizado entre las páginas de nuestro libro:

-¿Qué significa -preguntó- «HAZ LO QUE QUIERAS»? Eso quiere decir que puedo hacer lo que me dé la gana, ¿no crees?

-(...) Quiere decir que debes hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil.(...) Es tu secreto más profundo, que no conoces.

-¿Cómo puedo descubrirlo entonces?

-Siguiendo el camino de los deseos, uno a uno, hasta llegar al último. Este camino te conducirá a tu verdadera voluntad. (…) exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre (Ende, 1989, p. 217).

Aquí vemos un correlato importante respecto al proceso de autoconocimiento e integración psíquica hasta devenir “individuo”. Este también es un camino largo, que requiere de la dinámica del deseo como motor de lo inconsciente, pero en el que hay que distinguir la voluntad verdadera de todo lo demás que se hace pasar por ella: el beneficio del síntoma, los mecanismos de defensa, el enrocamiento de la resistencia... El secreto mejor guardado, el núcleo del sí mismo, de lo que verdaderamente somos sin las grietas de aquello que nos ha escindido durante nuestro desarrollo, es la meta de ese camino.

Un camino que nunca es recto, como aprende Bastián en su larga andadura, cuando se lamenta de todos los rodeos que acaba dando para no conseguir nada:

-Lo hice todo mal -dijo- y lo entendí todo al revés. La Hija de la Luna me dio muchas cosas pero, con ellas, sólo traje la desgracia sobre mí y sobre Fantasía.

(…)

-No -respondió-, eso no lo creo. Seguiste el camino de los deseos y ese camino nunca es derecho. Diste un gran rodeo, pero era tu camino. ¿Y sabes por qué? Tú eres uno de esos que sólo pueden regresar cuando encuentran la fuente de donde brota el Agua de la Vida. Y ése es el lugar más secreto de toda Fantasía. (…) Cualquier camino que conduzca allí es en definitiva el verdadero” (Ende, 1989, p. 369).

Pero que no sea recto no quiere decir que no sea correcto, pues si después de recorrer varios caminos Bastián no está un paso más cerca de su verdadera voluntad, del último deseo, en realidad ha ganado comprensión, sabe ya los caminos que no debe recorrer:

La Casa del Cambio no se llama sólo así porque se cambie a sí misma, sino porque cambia también a quien entra en ella. Y eso era muy importante para el niño [Bastián], que hasta encontrarla siempre había querido ser otro, pero no cambiar (Ende, 1989, p. 364).

Es entonces, tras mostrarnos secuencialmente la necesidad de aceptar lo socialmente rechazado atravesando nuestra sombra, de ceder ante el empuje de lo incomprensible de nosotros, de encontrarnos con lo negado de nuestro interior y darle un nombre, y de seguir la ruta retorcida de nuestro mundo del deseo, cuando se nos muestra que ser “uno mismo” es lo contrario de una identidad estática: significa también cambiar en la dirección adecuada: “-Ahora has encontrado tu último deseo. (…) Tu Verdadera Voluntad es querer” (Ende, 1989, p, 371).

La única oportunidad de Bastián de regresar a su mundo es encontrar a alguien a quien querer en el cementerio de sueños, alguien de su mundo al que llevarle el Agua de la Vida, pues ésa es la manera de hacerse con ella. Una demanda de amor, quizá, como cimiento de todo el largo camino hacia el cambio y la comprensión de uno mismo:

Rápidamente cogió con las dos manos agua de las Aguas de la Vida y corrió hacia la puerta (...).

-¡Papá! -gritó-. ¡Papá! ¡Soy...Bastián...Baltasar... Bux! (Ende, 1989, p. 392).

Aunque el Agua de la Vida se derrama en el último momento, Bastián es capaz de volver a la realidad, alejarse del mundo sin fronteras de su Fantasía, habiendo aceptado lo negado de sí, sabiendo quién es. El cambio de uno mismo es sutil, pero profundo. Radical, pese a muchas veces no ser espectacular. Cambias sin cambiar quién eres, porque quizá lo único diferente es la dirección en la que se cambia.

Poder apartar una sombra. Poder encontrar en un padre pétreo y distante alguien a quien abrazar:

“El padre se sentaba inmóvil. Bastán se puso en pie y encendió la luz. Y entonces vio algo que jamás había visto antes. Vio lágrimas en los ojos de su padre. Y comprendió que, a pesar de todo, había podido traerle el Agua de la Vida” (Ende, 1989, p. 395).


CONCLUSIONES

La clave de bóveda de este trabajo ha sido la relación entre arte y psicoanálisis, y su meta principal arrojar luz sobre la cuestión de cómo dicha relación no es únicamente unidireccional, en el sentido de aplicar los postulados del psicoanálisis a la creación artística -en este caso, literaria- para el entendimiento de las dinámicas psíquicas que la subyacen sino, precisamente, invertir el sentido de esta conexión y aplicar el arte al psicoanálisis. Es éste carácter de avanzada de la obra literaria en la intuición de vida anímica y en relación con las sistematizaciones teóricas posteriores o paralelas, lo que Jacques Lacan identificó como “el artista precede”, y Carl Gustav Jung denominó “arte visionario”.

En lo concreto, hemos encontrado que La Historia Interminable, novela de fantasía publicada por Michael Ende en 1979, traza las líneas básicas de importantes postulados de estos dos autores. El doble viaje iniciático que propone la novela, es decir, el de Atreyu y el de Bastián, muestra la importancia estructural de la trama simbólico-imaginaria. En primer lugar, y recorriendo toda la obra literaria como su espina dorsal, encontramos que es la dinámica del verdadero deseo el motor principal de los seres humanos, subvirtiendo la lógica general, imaginaria, por la cual somos artífices conscientes de nuestros cambios, iluminados siempre por la luz de la razón y la voluntad. Como le ocurre también a Bastián, son nuestros deseos irracionales y espontáneos los que nos llevan lejos de casa, y de igual modo los que nos muestran el camino de vuelta.

También nos hemos topado por la importancia crucial de lo simbólico. Tanto para el apuntalamiento de las ilusiones de la dimensión imaginaria -como ya ha sido mencionado, las ediciones del libro tienen tinta de dos colores-, como para la estructuración general de la vida anímica: la necesidad de mantener un nombre en la Torre de Marfil para mantener viva Fantasía. La Emperatriz Infantil nos enseña que lo que permanece innominado enferma y hace enfermar nuestro mundo, y la gesta por encontrarle un nombre, por muy provisional que sea, es lo único que puede salvarnos de la angustia de la disolución. La Nada que ciega y devora, un correlato imperfecto, pero claro, de la dimensión anuladora de lo Real.

Asimismo, hemos tratado de exponer cómo La Historia Interminable traza el sendero del proceso de individuación teorizado por C. G. Jung, incluyendo el contacto con los arquetipos del inconsciente colectivo. El objetivo de este proceso -con sus evidentes diferencias en lo concreto- es común a todos los objetivos de curación o integración psíquica de las diferentes corrientes psicoanalíticas: aceptar lo rechazado, unir lo que de escindido hay en los individuos. Es precisamente por eso que la meta de la individuación es hallar el sí-mismo, entendiendo esto no cómo un concepto estático, sino, precisamente, como la necesidad de cambiar en la dirección correcta.

Para ello necesitamos la decisión, no voluntaria ni racional en última instancia, de entregarnos a una búsqueda que no sabemos dónde llevará, de ceder ante un empuje implícito, lo compartido tanto por Atreyu al atravesar la Puerta del Gran Enigma como por la persona que, asumiendo el papel de analizando, acepta la ayuda para explorar los significados ocultos de su inconsciente. Como aprende también Bastián, los caminos verdaderos son muchas veces retorcidos.

Y uno de los pasos fundamentales en este camino es enfrentar la propia sombra que arroja la luz de nuestra razón, no para vencerla ni para anularla, sino para atravesarla. Aceptar lo que de socialmente aberrante hay en nosotros mismos y que ha sido relegado a partes más oscuras de nuestra psique. Uno de los ejemplos más comunes en la línea jungiana es lo monstruoso, lo bestial, o lo incivilizado, pero no hemos de olvidar que ver en el espejo al Bastián que hay en todo Atreyu, el temor que late en toda valentía, es un proceso igualmente necesario para el autoconocimiento.

Sin embargo, esto dista mucho de ser el final. Hay partes más escindidas, divisiones más profundas, relacionadas con la diferenciación de género y lo que se asocia a ella. Aunque resulta evidente que existe una diferenciación biológica básica, tanto anatomía como genética son palabras que hemos dado a algo externo, real, que excede nuestra consciencia, y precisamente su percepción implica un tamiz del que no estamos exentos, y quizá la única herramienta sea ser conscientes (o lo más conscientes posible) de ello. Porque el pasado vive de algún modo en el presente, y esto no se refiere sólo a la historia estrictamente individual, sino también a la social y cultural.

Por ello, los elementos más profundos de nuestra psique, vida anímica abisal radicalmente diferente a lo que nada en nuestra superficie, lo que los jungianos llamaron ánima y ánimus, merece ser reconocido y aceptado: un nombre para nuestra Emperatriz Infantil.

Este paso fundamental hacia la unicidad es necesario para encontrar, como consigue Bastián, la verdadera voluntad, el deseo más profundo que nuclea lo que somos y en base al cual podemos ser nosotros mismos, es decir, cambiar en la dirección adecuada. Y el deseo tiene un objeto, es la forma particular de relación en la cual se estructura nuestra vida psíquica, pues lo objetal es lo único que genera vida en el significado más amplio del término.

Como aprende Bastián al final de su Historia Interminable, el Agua de la Vida sólo puede obtenerse si es para dársela a otro.

 

 
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