Texto: Carlos Augusto Puerta Gil en Revista Reflexiones y Saberes
Imagen: Friedrich Hechelmann
Introducción.
Quiero iniciar esta reflexión con una pregunta que nos hicimos un compañero y yo, a propósito de diferentes lecturas que realizamos como pretexto para avanzar en nuestro doctorado. Esta pregunta es latente en nuestras vidas. Pasa desapercibida porque desde antes de ser conscientes de nuestro uso de razón está latente; es parte de nuestro existir como la piel, los ojos y los oídos; es una realidad que vivimos a diario. Amanece, anochece; llegan el mediodía, la medianoche y el domingo; se va el lunes; se acaba un año e inicia otro; termina una época e inicia otra, y todo parece normal.
Con lo anterior, esta pregunta que nos planteamos fue “¿qué es el tiempo?” El cuestionamiento surgió porque en las lecturas abordadas en nuestro proceso de formación doctoral, el tiempo aparece como una variable importante en la evolución del universo y de la tierra, en el surgimiento de la vida y, por supuesto, en nuestra propia vida, porque un día nacemos, luego crecemos, nos realizamos con una persona, alcanzamos nuestros sueños y otro día, así como nacimos, sin preguntas, simplemente morimos y volvemos a las entrañas de la tierra, del tiempo. El tiempo es parte de todo ese acontecer, es lo que impulsa a siempre actuar. Vimos entonces que, a pesar de ser cotidiano (y por serlo casi resulta imperceptible, pues cuando menos pensamos ya estamos al borde del morir), el tiempo es fundamental en las dinámicas del universo y, en consecuencia, de nuestras vidas.
El hombre ha intentado responder esta pregunta a lo largo de la historia. Han surgido teorías, paradigmas, concepciones y reflexiones en diferentes líneas, y desde los campos filosófico, psicológico, ético, epistemológico, sociológico, antropológico, físico y matemático, entre otros. Por ejemplo, Aristóteles (como se citó en García, 1989) dijo que el tiempo es “el movimiento, según el antes y el después” (p. 40). Por su parte, Nietzsche (como se citó en Galparsoro, 2010) lo definió como una serie infinita de períodos cíclicos idénticos (p. 1). Para Kant (como se citó en López, 2016), el tiempo “es dado a priori. En él tan sólo es posible toda la realidad de los fenómenos. Todos ellos pueden desaparecer, pero el tiempo mismo (como la condición universal de su posibilidad) no puede ser suprimido”. Esta visión de tiempo de Kant se soporta más en la experiencia de la persona: como dice el mismo López (2016), es más intuitivo. Para Newton -físico- (como se citó en García, 1989) “el tiempo es absoluto, verdadero y matemático, en sí mismo y por su naturaleza, fluye uniformemente sin relación a ninguna cosa externa” (p. 44). Einstein (como se citó en García, 1989), entre tanto, afirma que el tiempo no es absoluto sino relativo: “hemos de caer en la cuenta de que nuestros juicios en que interviene el tiempo son siempre juicios sobre sucesos simultáneos” (p. 56). Esto quiere decir: si estoy situado en Medellín, conversando por teléfono con alguien que se encuentra en España, y digo “acaba de llegar el bus al estacionamiento, ya son las 7:00 a.m.”, para mí es esa hora, pero la otra persona mira su reloj y, para ella, son las 2:00 p.m. Se puede observar que el concepto en Einstein depende del observador, de la ubicación y su concepción de tiempo, puesto que cada uno está ubicado en su contexto y, por tanto, no se puede generalizar.
Lo anterior, muestra que no existe una concepción absoluta o única sobre el tiempo; más bien, hay diferentes miradas respecto del mismo, las cuales muestran que cada observador da un significado al tiempo, según su vivencia y su relación con él. Cada mirada es tan válida como la otra, y cada una complementa las demás, así como cada teoría contribuye al descubrimiento de los misterios de la vida. No hay verdades absolutas, sino respuestas momentáneas que se pulen en el decurso, con el descubrimiento, hallazgo y manifestación de nuevas respuestas. La vida revela, pero también esconde.
Estas concepciones se muestran solo para dar una idea sobre el tiempo y las formas como lo concibe el hombre, pero seguramente existen muchas otras. Ahora bien, ¿por cuestionarse sobre el tiempo? Cabe decir que en el mundo y en la época en los que estamos inmersos, vivimos a prisa, corriendo, y poco tiempo nos queda para el disfrute. Algunos dirán que puede ser una concepción psicológica, relacionada con lo que dice Kant: el tiempo es intuitivo y depende la experiencia del observador.
Lo dicho lleva a pensar que lo obvio en apariencia no lo es tanto. La vida parece obvia, pero no lo es; tiene un entramado complejo que la presenta como simple. El cuerpo mismo, el nuestro, es un tejido de sistemas, todos los cuales están vinculados y estrechamente conectados; si uno solo se afecta, el cuerpo completo se afecta. La tierra se rige por el mismo principio, todo está vinculado. Pero bien sabemos que entre la vida y la muerte hay una línea sutil, la cual hace que siempre haya un equilibrio, y que precisamente lo opuesto es lo que hace que haya vida: la complementariedad. Para que haya vida debe existir la muerte, y viceversa. Es el juego de los opuestos, el juego del equilibrio: orden y desorden, caos y armonía, tiempo y espacio. Encontramos estas metáforas en la esencia de la naturaleza. Todo este juego es sutil, como el tiempo. La tierra recorre 30 kilómetros cada segundo y no nos damos cuenta; el tiempo es imperceptible, es suave. Esto lleva a decir que el tiempo y la vida misma están asociados al movimiento, como lo veíamos en el párrafo anterior. El tiempo está asociado al fluir; bien lo decía Heráclito: “ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”. El río es la metáfora del tiempo, del universo; todo discurre. En este mismo sentido, Machado (1969), en el canto 29 de su poema “Proverbios y cantares” expresa lo siguiente en forma poética:
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar
caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar. (p. 138).
La vida es un eterno fluir, un movimiento y dinámica constantes. Al volver la vista atrás todo se ha diluido, como lo establece Machado, pero también lo vemos en la Biblia cuando Lot le dice a Edith, su mujer, que no mire atrás porque allá está el tiempo pasado; atrás ya no hay nada que mirar, el tiempo se desvanece. El tiempo disipa las acciones, pero posibilita construir otras, reconfigurarnos, nacer a cada instante, andar por nuevas sendas.
Momo o la extraña historia de los ladrones del tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres
Las reflexiones anteriores me llevaron a leer una novela que fue nombrada en una conferencia a la que asistí en 2015; dicha exposición llevaba por nombre “Filosofía de la educación. La memoria y el mal (Filosofía de la educación-II)”, y fue organizada por las universidades
Autónoma Latinoamericana, San Buenaventura, Católica de Oriente, Católica del Norte y de Antioquia. Me llamó la atención porque la referencia —realizada por Joan-Carles Mèlich, invitado y ponente central— estaba relacionada con el tiempo y, paradójicamente, la protagonista era una niña que se adueñaba de él. El punto central de la obra era, pues, el tiempo.
La novela en cuestión lleva por título Momo. Fue escrita en 1973 por Michael Ende, autor alemán, reconocido especialmente por La historia interminable o La historia sin fin, obra publicada en 1979 y llevada al cine en 1984 por Wolfgang Petersen. Momo es una breve y deliciosa historia que dedica sus 255 páginas a mostrar la forma cómo el hombre vive sumergido en el dilema de aprovechar o no el tiempo, y cómo invertirlo para que su vida sea más placentera o más trágica. Allí se plantea como eje central que el tiempo es vida, y quien no lo tiene es un hombre gris, está muerto y vive esclavizado por él.
El título original de la novela (acortado por las editoriales que la distribuyen) es Momo o la extraña historia de los ladrones del tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres. Así entonces, la literatura también tiene una mirada sobre el tiempo: en Proverbios y cantares, como se mostró, Machado lo expresa de manera poética y filosófica; y a su turno, mediante la prosa, Ende también elabora una reflexión interesante sobre el tiempo, como lo han hecho muchos otros autores. Sin embargo, me interesa centrarme en el personaje de Momo, puesto que el arte también tiene su mirada sobre el tiempo, y Ende acude a la fantasía para llevarnos a reflexionar sobre este asunto.
Momo es una niña que vive en un anfiteatro y en un tiempo indeterminado, por lo que puede escuchar a todos. En este anfiteatro se juega, se divierte, se dirimen asuntos y se presentan conflictos; allí, los niños crean juegos fantasiosos como, por ejemplo, viajar en un barco por el mar. De pronto, el tiempo se les termina a todos, ya no son dueños de su tiempo; viven a prisa; su mayor riqueza se esfumó; están angustiados y afrontan la tragedia de vivir atrapados en el tiempo. Ya no es posible contar historias a Momo; los niños deben ir a la escuela y los viajes fantasiosos en barco desaparecen. Llegan las muñecas de los hombres grises, pero Momo las rechaza. Es la única a quien no se le acaba el tiempo; conserva entonces su mayor tesoro y riqueza. No obstante, como se dijo, ya no hay quien le cuente sus historias; nadie tiene tiempo porque todos se lo han entregado a los hombres grises, excepto Momo.
Con lo anterior, cabe decir que la tesis central de la novela radica en que quien tiene el tiempo, tiene la vida y vive; y quien no tiene tiempo, no tiene vida, no vive. Al respecto, Mèlich (2015) sostiene que hoy vivimos en el imperio de la velocidad. Por tanto, no hay tecnología sin velocidad; la primera impone la segunda y, paulatinamente, hemos quedado atrapados en este axioma.
Así entonces, a mayor velocidad, mejor será la tecnología, pero Mélich aboga no por la primera en el aprovechamiento del tiempo, sino por el tiempo adecuado. Es uno de los aspectos que surge en Momo: hay tiempo para escuchar, compartir y dormir, y para el otro. Cuando escuchaba, Momo reconocía al otro; es decir, hay tiempo para el reconocimiento y acercamiento al otro.
En uno de los apartados de la novela, Ende (2015) manifiesta lo siguiente: “existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana, todo el mundo participa de ella, todo el mundo lo conoce, muy pocos se paran a pensar en ella. Esta cosa es el tiempo” (p. 59). Como se dijo, el tiempo pasa desaparecido; no percibimos su discurrir, o si lo hacemos es un asunto inconsciente. Sabemos que amanece, que anochece, que cumplimos años, que salimos a vacaciones, que fijamos fecha para la boda, y conocemos la fecha en que ingresamos a una empresa. El anochecer o el amanecer solo es un indicativo de acostarnos o levantarnos, pero pocas veces nos detenemos a pensar que es una oportunidad más de vida y que seguimos vivos, motivo que justifica disfrutar y compartir.
El fragmento citado en el párrafo anterior resalta el modo en que la cotidianidad suele hacer que los actos se tornen mecánicos e inconscientes. El tiempo es parte de nuestra vida y discurrir; no obstante, pasa imperceptible, o es eso lo que da a entender el autor. Y un poco más adelante afirma “el tiempo es vida”, la vida es el tiempo mismo. Como se vio en las primeras líneas, una de las concepciones de tiempo está asociada al fluir, como lo dice Newton, pero también es una concepción intuitiva, experiencial y vivencial, según Kant. Esta idea aparece en la novela cuando el autor expresa “hay calendarios y relojes para medirlo, pero esto significa poco, porque todos sabemos que, a veces, una hora puede parecernos una eternidad, y otra, en cambio, pasa en un instante” (Ende, 2015, p. 59). El tiempo, por tanto, es parte de la vida, es la vida misma, dice el autor, y esta última reside en el corazón (Ende, 2015, p. 59).
Lo anterior, lleva a pensar que el tiempo, como la vida, es indefinible. Bien sabemos que el hombre lleva años, siglos, preguntándose por la vida; empero, no es objeto de esta reflexión definir ninguno de los dos términos, porque mientras más se ahonda en la búsqueda de esta respuesta, más incomprensible son estos conceptos, y las respuestas llevan a otros interrogantes.
Cada respuesta, entonces, devela algo nuevo, a la vez que oculta e invita a descubrir otros misterios. Tanto es así, que los físicos y matemáticos han elaborado fórmulas para intentar apresar dichos misterios. Entre tanto, los poetas y artistas han formulado metáforas para intentar aproximarse a estos conceptos indefinibles de vida y tiempo, aunados a la manera de Ende (2015), quien dice “para vivir de verdad hay que tener tiempo” (p. 62). Para disfrutar la vida, hay que ser dueño del tiempo.
Uno de los aspectos importantes y llamativos de Momo es que ella es una niña. En el anfiteatro en el que vive se escucha el murmullo, el eco de los viejos tiempos. Como se expuso, allí se reunían todos a vivir: conversaban, jugaban, cantaban y bailaban. Era lugar de encuentro de ancianos, adultos y niños; allí llegaban el barrendero, el artista, el dueño del restaurante, las mujeres con sus niños en brazos, con sus esposos, el peluquero, los niños. No ganaban mayor cosa, pero eran felices con lo devengado. Su principal riqueza era el tiempo —ese tiempo adecuado del que habla Mélich—.
Como ejemplo de lo anterior, Beppo Barrendero, uno de los personajes de la novela, barría las calles; disfrutaba su trabajo, especialmente al amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. “Lo hacía despaciosamente, pero con constancia: a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso – inspiración – barrida. Paso – inspiración – barrida” (Ende, 2015, p. 38). Su riqueza era, pues, disfrutar y aprovechar su tiempo, era dueño del mismo. Este personaje contaba a Momo (quien escuchaba sin interrumpir) lo siguiente:
(…) nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente (…) de repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. (Ende, 2015, p. 39).
“Caminante, se hace camino al andar”, dice Machado, y Ende, por intermedio de Beppo Barrendero, expresa que se vive paso a paso. De este modo, en Momo se conjugan cualidades y características que parten de su capacidad de saber ser dueña del tiempo, así como de escuchar a los otros y ayudarles a usarlo. Así entonces, Momo escucha porque es dueña de su tiempo, no tiene prisa. Al principio vivía sola, pero luego el anfiteatro donde vive se convierte en escenario de vida. El tiempo allí parece detenido porque Momo reconoce al otro, lo comprende y lo hace dueño de su tiempo. Al respecto, Mèlich (2015) dice que Momo tenía el don de la compasión que María Zambrano llama “piedad”, la cual se asume como saber tratar adecuadamente al otro. La lentitud es fundamental para Momo porque le permite escuchar y, por tanto, devolver el tiempo a todos sus amigos, quienes conviven y comparten con ella; Momo es el tiempo mismo. En una de las escenas de la novela, esta lentitud se hace manifiesta cuando todos los hombres grises la buscan a ella. Ellos corren, pero Momo, en compañía de su mascota, una tortuga llamada Casiopea, camina lentamente al ritmo del animal, que la guía por senderos que la hacen invisible. Empero, lo que la hace invisible es su lentitud; la prisa no permite que los hombres grises la vean. La lentitud permite a Momo, igualmente, llegar a la casa del Maestro Hora. Así pues, la importancia de este concepto se ve reflejada de forma clara en la novela estudiada.
Mientras Momo es dueña del tiempo —vive, disfruta, comparte y escucha, con lo cual da sentido a este último—, los hombres grises son ladrones del tiempo, con el pretexto de ahorrarlo, porque este se vuelve dinero, progreso y desarrollo; el dinero da estatus y calidad de vida. En esta obra maravillosa, Ende (2015) dice a lo anterior “sin tiempo no hay vida”. En la obra, así como en la vida cotidiana y real, hay personas para las cuales nadie tenía tiempo: los niños. Por eso, en la novela se dirigen al anfiteatro para encontrarse. Sin embargo, Momo es una niña especial en tanto posee algo que no tiene ningún otro niño (y casi nadie lo tiene): la habilidad de escuchar. Según Ende, todos dicen saber escuchar, pero no es verdad: “hay muy poca gente que sabe escuchar porque la mayoría de la gente aparentemente escucha, pero en realidad lo que hacen, es decir: cuéntame lo que te pasa, se sube de jerarquía, se siente más importante que el otro” (Mèlich, 2015). Momo, en cambio, sí sabía escuchar de verdad con sus cinco sentidos; y cuando se hacía evidente que Momo sí escuchaba, niños, jóvenes, adultos, mujeres, hombres y ancianos podían continuar viviendo, podían ver el mundo de otra manera. El tiempo era de cada uno; era suyo.
Referencias
Ende, M. (2005). Momo (2 Ed.). Bogotá, Colombia: Alfaguara Juvenil.
Galparsoro, J. I. (2010). Infinito y tiempo en Nietzsche. Ontology Studies, 10, 183-198. Recuperado de www.raco.cat/index.php/Ontology/article/download/245085/328240
García, M. (1989). El tiempo en la física: de Newton a Einstein. Revista Enrahonar, 15, 39-59. Recuperado de https://ddd.uab.cat/pub/enrahonar/0211402Xn15/0211402Xn15p39.pdf
López, J. M. (2016). Espacio y tiempo según Kant. Recuperado de http://mas.lne.es/cartasdeloslectores/carta/24439/espacio-tiempo-segun-kant.html
Machado, A. (1969). Antología Poética. Madrid, España: Salvat.
Mèlich, J-C. (2015). La representación del mal. Conferencia que se dio en el marco del Curso: Filosofía de la educación. La memoria y el mal (Filosofía de la educación-II). Conferencia organizada por: Universidad Católica de Oriente, Universidad San Buenaventura, Universidad de Antioquia y Fundación Universitaria Católica del Norte. Documento inédito. Medellín, Colombia.
Referencias
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Referencias