Texto: Rafael Sánchez en Inspiración
Imagen: Miki de Goodaboom
Tal vez una de las virtudes más añoradas de la infancia sea la fantasía. Esa posibilidad que tienen los niños de imaginar escenarios y personajes insólitos resulta, con el paso del tiempo, maravillosa y envidiable. A medida que acumulamos años, la realidad se va apoderando de nuestras mentes, y aquella preciada capacidad se va atrofiando hasta terminar relegada al plano de la noche, en el que todos, al soñar, fantaseamos cuando dormimos. Por eso el fenómeno de los escritores adultos que plasman mundos fantásticos resulta tan intrigante: ¿cómo logran desprenderse de la preocupación por pagar cada mes la renta o la hipoteca?, ¿cómo vivir al margen de la penosa realidad, de sus dilemas e injusticias?
Michael Ende nació en Alemania en 1929. Alrededor de 1933, comenzó en su país el régimen nazi, de modo que su infancia se vio perturbada por una ola sanguinaria de violencia que culminaría con la segunda Guerra Mundial. Tal vez en dicha experiencia se encuentre la semilla de sus invenciones, que podrían ser un intento por distanciarse, al menos temporalmente, de la barbarie del mundo adulto. Su imaginación le abriría puertas que conducirían a mundos maravillosos, poblados por seres de toda factura que debían enfrentarse a riesgos inimaginables.
En Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), Ende experimenta con una realidad en la que un bebé, Jim, es entregado en una canasta a los habitantes de un diminuto país llamado Lummerland. Cuando el niño crece, emprende un viaje acompañado de Lucas el maquinista y Emma, una locomotora capaz de hacer viajes por caminos insospechados. La travesía, los escenarios imposibles y los habitantes de naturalezas ignotas se convertirán en una constante en la obra del escritor.
En Momo (1973), el autor da vida a una niña huérfana —cuyo mundo es cercano a la realidad de nuestros días— que vive en las ruinas de un anfiteatro. Momo sobrevive gracias a la gentileza de algunos vecinos, aunque siempre con el riesgo de que una institución de seguridad social la descubra y la envíe a un orfanato; mientras tanto, es libre, y aunque no tiene conciencia de su condición o del peligro que corre, los adultos saben que es preferible que siga viviendo con precariedad antes que ser adocenada y engullida por la tutela gubernamental. Cabe mencionar que ella es capaz de hacerse cargo de sí misma y no precisa del cuidado constante de los mayores; de hecho, son ellos quienes la buscan constantemente para que los escuche y los ayude a encontrar su sabiduría oculta.
La novela gira en torno a un bien irrecuperable y a las consecuencias de la forma en que los adultos encaran su pérdida. El alejamiento entre los amigos, el abandono emocional de los infantes por parte de sus padres, la abdicación en la búsqueda del amor o la desatención a los viejos, son otros de los puntos focales de la obra de Michael Ende que se encuentran presentes en Momo —sin mencionar el pasaje sobre el narrador de historias que, víctima del éxito vacío y mercantilizado, terminará por repetirse y volverse aburrido para sí mismo. Todo lo antes mencionado suena bastante familiar y terrenal, pues se trata de una representación del mundo que todos habitamos; sin embargo, en el caso de Momo, al percatarse de la existencia de tales problemas, comienza a escuchar el "llamado del héroe" y a descubrir que hay un mundo alterno, una sociedad secreta que es responsable de la desdicha de sus amigos y de la ciudad entera; los integrantes de esa sociedad se mueven en un plano casi invisible, por lo que resulta difícil ubicarlos, y los caracteriza una uniformidad cercana a la pesadilla. Nos encontramos ante un libro cuya esencia es la fantasía, pero que no deja de lado la realidad de nuestro civilizado género humano.
Orfandad y heroísmo
Jim Botón y Momo son dos niños sin padres que viven a expensas de la generosidad de quienes los rodean; no obstante, quizá sea precisamente la orfandad lo que les confiera la determinación y el valor para afrontar las desventuras del destino. Algo similar ocurre en La historia interminable (1979), magnífica novela en la que comenzamos por conocer a Bastian, un niño huérfano de madre que sólo cuenta con un padre demasiado ocupado con sus propios asuntos. Bastian sufre la violencia de sus compañeros de clase, quienes se burlan de él por ser obeso y no muy brillante. Pero el niño también es un lector apasionado que terminará enredándose en una serie de extraños sucesos para los que no está preparado —¿quién lo estaría?—, pero a los cuales no podrá resistirse.
Bastian leerá para nosotros el contenido del libro La historia interminable o, en otras palabras, leeremos ese libro junto con él. En su interior, encontraremos a un puñado de seres que habitan un mundo alterno: un hombre de piedra, un fuego fatuo, un silfo nocturno que viaja montado en murciélago y un hombre diminuto cuya cabalgadura es un caracol, son los personajes que nos introducen al reino de Fantasía —a lo largo de la novela presenciamos el cambio de estafeta entre personajes, por lo que la continuidad de la trama recae en nuevos actores. Aquí, la idea de la travesía planteada en Jim Botón y Lucas el maquinista alcanza su punto máximo: el camino del héroe está conformado por varios mundos, cuyas reglas no obedecen a lo conocido y ponen en riesgo a quien decida atravesarlo.
Cada vez que Bastian hace una pausa en su lectura, regresamos al tiempo y al espacio narrativo que él habita para saber lo que está pensando y sintiendo; el niño lector admira la valentía y la fortaleza de Atreyu, el niño cazador también huérfano a quien se le encomienda realizar una búsqueda misteriosa e inabarcable; la admiración de Bastian por dicho personaje del reino de Fantasía es tan grande, que sufre cada vez que éste se encuentra en peligro. Y nosotros, desde nuestra propia realidad, también velamos por los personajes y reímos o sufrimos a su lado.
Como ocurre en Momo, La historia interminable nos hace reflexionar sobre la posible pérdida de algo que a todos nos debería parecer precioso, y sin cuya existencia la vida se volvería muy ingrata. El éxito o fracaso de la empresa —que consiste en recuperar un bien único e intangible— se encuentra en manos de los niños; sus aliados mágicos —Ártax el caballo o Fujur el dragón blanco— les serán de gran ayuda en los momentos más difíciles, pero por sí mismos éstos y otros colaboradores carecen de las cualidades que se presentan como exclusivas de los infantes.
La historia interminable —una novela ambiciosa y efectiva— se considera la cúspide de la fantasía literaria de Michael Ende. Es redonda en más de un sentido, una lectura imperdible en cualquier momento de nuestra vida, al igual que cualquiera de los otros mundos creados por el escritor alemán quien, con sus ojos de niño, intentaba encontrar la realidad a través de la fantasía.
Imagen: Miki de Goodaboom
Tal vez una de las virtudes más añoradas de la infancia sea la fantasía. Esa posibilidad que tienen los niños de imaginar escenarios y personajes insólitos resulta, con el paso del tiempo, maravillosa y envidiable. A medida que acumulamos años, la realidad se va apoderando de nuestras mentes, y aquella preciada capacidad se va atrofiando hasta terminar relegada al plano de la noche, en el que todos, al soñar, fantaseamos cuando dormimos. Por eso el fenómeno de los escritores adultos que plasman mundos fantásticos resulta tan intrigante: ¿cómo logran desprenderse de la preocupación por pagar cada mes la renta o la hipoteca?, ¿cómo vivir al margen de la penosa realidad, de sus dilemas e injusticias?
Michael Ende nació en Alemania en 1929. Alrededor de 1933, comenzó en su país el régimen nazi, de modo que su infancia se vio perturbada por una ola sanguinaria de violencia que culminaría con la segunda Guerra Mundial. Tal vez en dicha experiencia se encuentre la semilla de sus invenciones, que podrían ser un intento por distanciarse, al menos temporalmente, de la barbarie del mundo adulto. Su imaginación le abriría puertas que conducirían a mundos maravillosos, poblados por seres de toda factura que debían enfrentarse a riesgos inimaginables.
En Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), Ende experimenta con una realidad en la que un bebé, Jim, es entregado en una canasta a los habitantes de un diminuto país llamado Lummerland. Cuando el niño crece, emprende un viaje acompañado de Lucas el maquinista y Emma, una locomotora capaz de hacer viajes por caminos insospechados. La travesía, los escenarios imposibles y los habitantes de naturalezas ignotas se convertirán en una constante en la obra del escritor.
En Momo (1973), el autor da vida a una niña huérfana —cuyo mundo es cercano a la realidad de nuestros días— que vive en las ruinas de un anfiteatro. Momo sobrevive gracias a la gentileza de algunos vecinos, aunque siempre con el riesgo de que una institución de seguridad social la descubra y la envíe a un orfanato; mientras tanto, es libre, y aunque no tiene conciencia de su condición o del peligro que corre, los adultos saben que es preferible que siga viviendo con precariedad antes que ser adocenada y engullida por la tutela gubernamental. Cabe mencionar que ella es capaz de hacerse cargo de sí misma y no precisa del cuidado constante de los mayores; de hecho, son ellos quienes la buscan constantemente para que los escuche y los ayude a encontrar su sabiduría oculta.
La novela gira en torno a un bien irrecuperable y a las consecuencias de la forma en que los adultos encaran su pérdida. El alejamiento entre los amigos, el abandono emocional de los infantes por parte de sus padres, la abdicación en la búsqueda del amor o la desatención a los viejos, son otros de los puntos focales de la obra de Michael Ende que se encuentran presentes en Momo —sin mencionar el pasaje sobre el narrador de historias que, víctima del éxito vacío y mercantilizado, terminará por repetirse y volverse aburrido para sí mismo. Todo lo antes mencionado suena bastante familiar y terrenal, pues se trata de una representación del mundo que todos habitamos; sin embargo, en el caso de Momo, al percatarse de la existencia de tales problemas, comienza a escuchar el "llamado del héroe" y a descubrir que hay un mundo alterno, una sociedad secreta que es responsable de la desdicha de sus amigos y de la ciudad entera; los integrantes de esa sociedad se mueven en un plano casi invisible, por lo que resulta difícil ubicarlos, y los caracteriza una uniformidad cercana a la pesadilla. Nos encontramos ante un libro cuya esencia es la fantasía, pero que no deja de lado la realidad de nuestro civilizado género humano.
Orfandad y heroísmo
Jim Botón y Momo son dos niños sin padres que viven a expensas de la generosidad de quienes los rodean; no obstante, quizá sea precisamente la orfandad lo que les confiera la determinación y el valor para afrontar las desventuras del destino. Algo similar ocurre en La historia interminable (1979), magnífica novela en la que comenzamos por conocer a Bastian, un niño huérfano de madre que sólo cuenta con un padre demasiado ocupado con sus propios asuntos. Bastian sufre la violencia de sus compañeros de clase, quienes se burlan de él por ser obeso y no muy brillante. Pero el niño también es un lector apasionado que terminará enredándose en una serie de extraños sucesos para los que no está preparado —¿quién lo estaría?—, pero a los cuales no podrá resistirse.
Bastian leerá para nosotros el contenido del libro La historia interminable o, en otras palabras, leeremos ese libro junto con él. En su interior, encontraremos a un puñado de seres que habitan un mundo alterno: un hombre de piedra, un fuego fatuo, un silfo nocturno que viaja montado en murciélago y un hombre diminuto cuya cabalgadura es un caracol, son los personajes que nos introducen al reino de Fantasía —a lo largo de la novela presenciamos el cambio de estafeta entre personajes, por lo que la continuidad de la trama recae en nuevos actores. Aquí, la idea de la travesía planteada en Jim Botón y Lucas el maquinista alcanza su punto máximo: el camino del héroe está conformado por varios mundos, cuyas reglas no obedecen a lo conocido y ponen en riesgo a quien decida atravesarlo.
Cada vez que Bastian hace una pausa en su lectura, regresamos al tiempo y al espacio narrativo que él habita para saber lo que está pensando y sintiendo; el niño lector admira la valentía y la fortaleza de Atreyu, el niño cazador también huérfano a quien se le encomienda realizar una búsqueda misteriosa e inabarcable; la admiración de Bastian por dicho personaje del reino de Fantasía es tan grande, que sufre cada vez que éste se encuentra en peligro. Y nosotros, desde nuestra propia realidad, también velamos por los personajes y reímos o sufrimos a su lado.
Como ocurre en Momo, La historia interminable nos hace reflexionar sobre la posible pérdida de algo que a todos nos debería parecer precioso, y sin cuya existencia la vida se volvería muy ingrata. El éxito o fracaso de la empresa —que consiste en recuperar un bien único e intangible— se encuentra en manos de los niños; sus aliados mágicos —Ártax el caballo o Fujur el dragón blanco— les serán de gran ayuda en los momentos más difíciles, pero por sí mismos éstos y otros colaboradores carecen de las cualidades que se presentan como exclusivas de los infantes.
La historia interminable —una novela ambiciosa y efectiva— se considera la cúspide de la fantasía literaria de Michael Ende. Es redonda en más de un sentido, una lectura imperdible en cualquier momento de nuestra vida, al igual que cualquiera de los otros mundos creados por el escritor alemán quien, con sus ojos de niño, intentaba encontrar la realidad a través de la fantasía.