Darwan: secretaria de Max Muto, señorita morena y experta en magia. [Max Muto viajero por el mundo del sueño]
Dedé: hermanito de María y amigo de Momo. [Momo y los ladrones del tiempo]
Deseolandia: país donde “desear sirve para algo”, no se encuentra lejos de nuestro mundo pero es muy difícil llegar ahí, de hecho solo se entra si a uno lo invitan personalmente. La mayoría de magos son de este país. [La escuela de magia]
Desierto Occidental: comienza justo detrás del palacio de la Vieja Cortesana, se llega a él a través de la entrada de servicio posterior, cruzando la gigantesca cocina. [Max Muto viajero por el mundo del sueño]
Desván: grande y oscuro, huele a polvo y naftalina, el tejado está construido con planchas de cobre, fuertes vigas ennegrecidas se pierden en la oscuridad del armazón del tejado, cuenta con un tragaluz y en él hay toda clase de trastos, pizarras, algunos animales disecados,entre ellos una gran lechuza, un águila real y un zorro, colchonetas y mantas militares grises. [La historia interminable]
Diabólica Superior: escuela de los Magos Negros. [El ponche de los deseos]
Diminutenses: pequeños hombrecitos con trajecillos de colores y sombreros de copa roja, construyen ciudades enteras en las ramas de los árboles, las casas se unen entre sí por escalerillas, cuerdas y toboganes. Su medio de transporte más común son los caracoles, cuyos caparazones son color rosa y llevan sillas y bridas plateadas. [La historia interminable]
Dolores Siempresespanta: gacela presente en la junta animal. [Norberto Nucagorda]
Dragones: lanzan humo y fuego por boca, nariz y orejas; son de diferentes especies, unos diminutos como lirones, otros como trenes, unos se mueven como sapos, otros como orugas alargadas; algunos son delgados como postes, algunos no tienen patas, otros zumban como avispas gigantes. [Jim Botón y los 13 salvajes]
Dragón de la suerte: criatura del aire, con alegría desenfrenada, muy grande y blanco con ojos color rubí. Su voz suena como campanas y respira aire y calor por todo el cuerpo. Su forma recuerda a los dragones orientales. [La historia interminable]
Dragón dorado de la sabiduría: la cabeza tiene cierto parecido a un león, cuerpo esbelto y largo, piel recubierta de dibujos y signos y voz de sonido sordo parecido a un gran gong de bronce; conoce todos los misterios y acepta como amos a Jim Botón y Lucas; antes conocido como Señora Maldiente. [Jim Botón y los 13 salvajes]
Droehn: profesor de Bastián, en la materia de Historia, hombre delgado, casi siempre de mal humor, a quien le gusta especialmente poner en ridículo a Bastián delante de todos. [La historia interminable]
Duendes: habitantes de Fantasia. Viven casi siempre en el subsuelo, pues son espíritus de tierra, pero también pueden encontrarse en zonas pantanosas, grutas y en algunos apartamentos situados en sótanos húmedos. Habitualmente tiene aspecto de hombrecillos viejos y llenos de arrugas. Tienen unas narices extremadamente largas y puntiagudas y suelen ir vestidos con prendas de colores tierra, como el verde, rojo y marrón, son muy aficionados a llevar sombrero. Se les encuentra sobre todo en colinas, pantanos y cuevas a primera hora de la mañana.
Michael Ende era de Baviera, nació un 12 de Noviembre de 1929 y escribió libros. Libros mágicos y sorprendentes, libros en los que la dicotomía realidad-fantasía se difuminaba. Él fue el autor de una de las obras más celebradas de los últimos tiempos de literatura juvenil, aunque a él no le agradara especialmente esa etiqueta, un libro que tuvo un éxito comercial apabullante gracias también a un film que pobremente captaba la auténtica esencia de un volumen repleto de sorpresas filosóficas y compleja simbología. Y es que Ende incluso demandó judicialmente a los productores de la película tras contemplar el desatino y quiso que no se vinculara su obra con semejante producto de consumo exclusivamente infantil. Él mismo, entre otras cosas, comentó lo siguiente:
Pero las eventualidades quisieron que esta obra fuera en realidad más conocida por esa película que por las letras, y aunque no fuera ni mucho menos la mejor presentación para la novela, la lanzó al estrellato irremediablemente.
Y así sucede que a la mayoría de los fans de la película, insuflados de la nostalgia infantil que todo lo idealiza, defienden el celuloide y no les acaba ni de gustar el libro (la segunda parte, arguyen, es "complicada") ni logran comprender el verdadero trasfondo de la obra.Y los fans del libro suelen renegar de una película (con sus tristísimas secuelas) que no se acerca ni por asomo al barroco y enigmático universo de Ende.
Pero es lo que tiene encasillar obras inclasificables en general. Y La historia interminable definitivamente no es para niños.
No obstante, sin ánimo de entrar en polémicas inútiles, esta Tabla Esmeralda está dedicada al libro, ese gran desconocido, no a la película, que no es mas que su reflejo turbio; y, por supuesto, a su autor, Michael Ende.
Michael Ende era hijo del pintor surrealista Edgar Ende, con el que tuvo siempre una relación muy especial y al que homenajeó en una de sus obras, Der Spiegel im spiegel (1983), El espejo en el espejo, una recopilación de historias laberínticas de corte onírico-borgiano e inesperada violencia y penumbra. Edgar fue un artista de cierta fama y colega de André Breton; de pensamiento platónico y profundamente espiritual, más cercano quizás a William Blake que a la escuela francesa en ideario, aunque sus influencias plásticas eran evidentes: Magritte, de Chirico. El propio Michael diría de su padre:
(...) estaba convencido de la realidad de un mundo espiritual, situado más allá de nuestra percepción sensorial. Con esto no debe creerse que él tomara por esa realidad espiritual las imágenes que contemplaba por vía meditativa. Él insistía una y otra vez en que esas imágenes no eran, por supuesto, la realidad espiritual, pero que justamente a través de ellas, a través de lo extraño, curioso, chocante, encontraba su expresión ese mundo espiritual. Según él, el contacto con el verdadero mundo espiritual va unido, sobre todo para el hombre moderno, a una vivencia de shock, precisamente de ahí viene ese miedo subconsciente ante ella, un miedo que suele quedar encubierto bajo la capa de rechazo burlón o escepticismo lógico.
Un hombre singular que no tardó en llamar la atención del régimen nazi que lo proscribió e incluyó dentro de la Entartete Kunst o el Arte Degenerado, junto a otros artistas como Otto Dix o Paul Klee. Pero esa prohibición y el consiguiente exilio en su propia patria, desaparecieron al finalizar la guerra, volviendo a retomar los pinceles hasta su muerte en 1965.
Línea Infinita (1951)
Criado en un ambiente muy cargado a nivel cultural, Michael Ende pasó su infancia y adolescencia; y por si faltaba poco, acudió a una escuela muy especial: una escuela Waldorf. Las escuelas Waldorf tenían (y tienen) un sistema pedagógico revolucionario innovado por su fundador, Rudolf Steiner. Este peculiar filósofo y pedagogo, fue la figura clave para la creación de la Antroposofía, y aunque no compartiera su ideología, trabajó también como secretario general de la Sociedad Teosófica alemana durante años... y era un gran fan de Goethe y Nietzsche. Entre otras muchísimas e interesantes cosas.
Con la dureza de la guerra, su militancia en un grupo anti-nazi (Frente Libre Bávaro) y deserción del ejército a los 16 años, a Michael Ende no le quedó mucho dinero para comenzar sus estudios universitarios, así que optó por la Academia de Artes Escénicas de Munich Otto Falckenberg, afilliada al Teatro de Cámara de la ciudad, para estudiar interpretación, que era lo que más se acercaba a lo que él deseaba ser: escritor de obras teatrales.
Y así, a partir de los años 50, se dedicó a diversas actividades artísticas que fueron desde ser actor, escribir críticas de películas y libros en la radio alemana a ser guionista de números nocturnos para cabarets. Hasta que por fin, en 1960, consiguió el reconocimiento en su patria gracias al Premio Nacional de Literatura Alemana que recibió por Jim Botón y Lucas el Maquinista.
Debemos aclarar que Michael Ende no era un autor de literatura infantil, y esta confusión resultó fuente de frustraciones para Ende. Él aseveraba que escribía para niños de 8 a 80 años, que se dirigía al niño interior de todo ser humano, lo que no quiere decir que sus obras sean para peques. Este “estigma” de escritor para niños lo incordió a lo largo de su vida... y no habría tenido nada de malo si lo hubiera sido, pero la cuestión es que no lo fue.
Es innegable que siempre tuvo una especial tendencia, marca de la casa, de mezclar fantasía y realidad con sorprendente naturalidad; y que quizás por ello se le haya considerado autor para niños o adultos jóvenes de manera injusta. La obra de Ende es bastante compleja y se debería leer en diferentes niveles.
Pero centrándonos en la obra que hoy nos incumbe, La Historia Interminable, podemos decir que tuvo una génesis singular. Michael Ende tenía planteada una novela corta, pero conforme iba adentrándose en las historias que iba creando, se dió cuenta de que se le estaban yendo de las manos. Solicitó continuas prórrogas a su editor, aplazamientos al no poder controlar el hecho de que el libro crecía y se alimentaba a sí mismo. Ende se encontraba cada vez más imbuído de su propia obra, su progresión le resultó casi incontrolable y le costó alcanzar una conclusión. El mismo proceso creativo del libro hizo honor a su título: se hizo interminable. Pero no todo quedó allí. Esta obra tenía características muy especiales, y exigió por su propia naturaleza, una serie de condiciones físicas de fabricación e impresión, que pospuso todavía más su publicación.
Pero, finalmente, 3 años después de que se esbozara la primera idea original del libro, en 1979, salió a la luz en Alemania, La Historia Interminable.
En España se publicó en 1983 y tuvimos además la gran suerte de contar con uno de los mejores germanistas de estos lares, Miguel Sáenz, que realizó una excelente y minuciosa traducción para Alfaguara.
Las primeras ediciones poseyeron esas peculiaridades que contribuyeron a la demora de su publicación y que, en siguientes ediciones, salvo en las de bolsillo, se fueron respetando:
- Cubiertas cobre o marrón de aspecto envejecido con un símbolo muy representativo en ella dominando la portada: dos serpientes, una blanca y otra negra, que se muerden la cola una a la otra.
- Letras capitulares ilustradas a manos de Roswitha Quadflieg, bellamente ornamentadas al estilo de las miniaturas medievales.
- Impresión a dos tintas, cobre y verde esmeralda, como así lo exige tanto el argumento como la misma naturaleza del libro.
Pero, ¿qué es La Historia Interminable? Pues es un libro dentro de un libro. Una historia dentro de una historia, que está dentro de otra historia y así de manera sin fin...de manera infinita, que invoca la idea de recursividad, del tiempo circular, de que la fantasía y la realidad son parte de lo mismo. No es casual la elección de Michael Ende, como símbolo globalizador de su obra, de un ouróboros: serpiente o dragón que se muerde a sí misma la cola formando un círculo y que refiere directamente al concepto de eternidad, de la naturaleza cíclica del cosmos, del monismo alquímico que se apoya en Lavoisier para expresar que todo es uno (εν το παν), la unión entre inconsciente-consciente (realidad-fantasía), el concepto filosófico de eterno retorno, etc.
La Historia Interminable de Michael Ende es una alegoría contemporánea magnífica sobre los dilemas que afronta la conciencia en su inmersión en el mundo de los símbolos y los mitos culturales. Un homenaje fabuloso a la historia de la literatura y a la filosofía de todas las épocas y lugares. Su argumento, sintetizado, es el reflejo de ello: la búsqueda vital del protagonista, de sí mismo como ser humano físico y espiritual, y de su verdadera Voluntad. Un viaje iniciático para hacer valer la famosa máxima filosófica griega de γνῶθι σεαυτόν, conócete a ti mismo. Esa búsqueda de su verdadera Voluntad es claramente influjo de Nietzsche, cuyo legado se percibe a lo largo de la novela con claridad. Aunque también se advierten a Novalis, Las Mil y una Noches, Freud, Borges, Shakespeare o a la Alicia de Carroll.
Es la búsqueda épica del héroe, como la de Jasón o la de Frodo, rezumante de arquetipos reconocibles que ahondan y renuevan lo atávico.
Está claro que una lectura superficial del libro, como mero relato de aventuras de dos niños en un mundo quimérico y extraordinario, puede llegar a deslumbrar tanto por su exuberancia que, llegada la segunda parte del libro, la mayor parte de los lectores están ya más que saciados de Fantasía. Y el problema es ese. No es un simple libro de aventuras. El mismo Ende, con habilidad y sutileza, anima a una lectura en un segundo nivel. Y a cada lector además de manera personal y única porque el propio argumento exige en cierta forma su intervención. Si se desea comprender la historia, ya no se puede ser un mero espectador, la conexión libro-lector es necesariamente activa, no pasiva.
El libro, como antes hemos mencionado, está dividido en dos partes y una sin la otra no tienen sentido.
En la primera se nos cuenta del misterioso y prohibido libro que un niño gordo, torpe y carente de afecto, roba de la tiendecita de libros de un malencarado librero llamado Karl Konrad Koreander. Allí, en ese enigmático libro, Bastián Baltasar Bux, el niño cobarde y débil, leerá las aventuras de un niño que es en todo su opuesto: valiente, amado por todo su pueblo y capaz, Atreyu. Este audaz y heroico muchacho, ha sido enviado a una misión: encontrar al salvador de su mundo, Fantasía, que está siendo devorada por una nada que la reduce a la no-existencia. Esa nada además parece estar relacionada con una extraña dolencia que sufre la soberana de su mundo, la Emperatriz Infantil, que lo envía para hallar cura a tamaña desolación. En su búsqueda se unirá el famoso dragón de la buena suerte, Fújur, e irá acompañado también del símbolo de autoridad y poder de la Emperatriz Infantil, el Áuryn, ouróboros omnipresente.
Michael Ende nos conduce hasta el punto de que el que era lector del libro, se convierte en el actor principal de la historia, pues es el único que puede salvar Fantasía. Él, un niño obeso y miedoso, es el héroe que necesita la Emperatriz Infantil para salvar Fantasía otorgándole un nuevo nombre.
Y así comienza el legendario Enûma Eliš:
Cuando en lo alto el cielo no había sido todavía nombrado, ni había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme...
Este poema babilonio, en sus primeros versos, donde nos indica muy elocuentemente que lo que no tiene nombre NO EXISTE, es el argumento filosófico al que acude Ende para explicarnos que para dar vida a algo hay que nombrarlo, otorgarle su esencia. Y debe ser un acto consciente, voluntario. Pero Bastián, antes de darle un nombre a la Emperatriz, tiene que advertir y aceptar la auténtica realidad a través de la Emperatriz Infantil y la indescifrable figura, arquetípica también, del Viejo de la Montaña Errante, que es el genuino escribiente de La Historia Interminable. Bastián enfrenta el hecho de que él forma parte de esa historia que está leyendo y que su obstinada impasibilidad hacia ella, lo obliga a repetir a él, a todos, una y otra vez, en un bucle sin fin, sus propias vivencias desde el momento en que se hace con el libro hasta entonces. Sólo él dándole un nombre, puede romper ese círculo, ese Eterno Retorno y crear un nuevo camino, su propio camino, donde encontrarse a sí mismo y a su Voluntad Verdadera.
La segunda parte del libro es la inclusión de Bastián en Fantasía.
De lector pasa a ser protagonista de su propia vida. Y es en Fantasía donde comienza una segunda búsqueda mucho más importante que la anterior: que es la de sí mismo.
Para ello, la Emperatriz Infantil lo dota del Áuryn, también llamado el Esplendor o el Pentáculo, que le concederá todo deseo que surja de su mente pero a un precio: le robará un recuerdo de su vida del mundo real.
A través de sus deseos, va moldeando lo que él cree que es su voluntad, y corre multitud de aventuras donde se va descubriendo que todo es vanidad salvo...
Y Bastián acaba sin recordar quién era en realidad, aferrado a un último recuerdo que no sabe ni ubicar ni comprender... y que pierde también.
La Historia Interminable puede interpretarse desde diferentes perspectivas. La más evidente sería la de que fantasía y realidad son necesarias en el proceso de creación de cualquier artista o ser humano. La fantasía se necesita como fuente e inspiración, si se olvida o se pervierte (la nada que destruye en la primera parte del libro) se mata la libertad creativa y la propia creatividad, generando mentiras; y si por el contrario se olvida la realidad centrando la atención y esfuerzos en la fantasía, la mente se pierde en sí misma olvidando el verdadero objetivo de crear en el mundo físico, en la realidad.
Evidentemente, se podría ir capítulo a capítulo, párrafo a párrafo y desmigajar el simbolismo de cada figura, cada personaje e incluso cada palabra; porque tienen un significado más allá de lo aparente.
Por ejemplo, Atreyu no es solo un niño de piel verde olivácea, valiente e inteligente, no es solo la representación del héroe clásico: es la antítesis de Bastián y por ello, es el mismo Bastián. Ambos son el reflejo de uno y de otro, dos caras de una misma moneda, una serpiente oscura y otra clara que se muerden mutuamente la cola. Así lo vemos, por primera vez, con la llegada de Atreyu a la segunda puerta del Oráculo de Uyulala, la del espejo que revela el auténtico ser del que se mira, donde en vez de verse a sí mismo en su superficie, vislumbra con nitidez a Bastián.
Hay otro ejemplo brillante de esta simbología y alegorías tan propias de Ende como el viaje de Bastián por el Templo de las Mil Puertas, que es un laberinto de la voluntad. Allí se ve obligado a elegir, a escoger una puerta tras otras (cada una de estas puertas es distinta y tiene su propia naturaleza). Una elección le lleva obligatoriamente a otra y así, sin fin, si no logra definir lo que de verdad desea. Ese deseo en la novela es encontrarse con Atreyu, encontrarse a sí mismo. Y después de ello, descubrir algo más. Es también una representación diáfana del recorrido vital de todo ser humano, de lo que se acepta y a lo que se renuncia. Cada elección supone una responsabilidad y una negación de otra opción posible.
Es comprensible el mosqueo que pilló herr Ende cuando, tras todo lo que intentó evocar y plasmar en su novela, esta quedara reducida a una banal historieta para niños sin chicha alguna. Y no nos estamos refiriendo a que el lenguaje cinematográfico sea distinto del literario, a que las adaptaciones de libros en el cine suelen ser casi siempre decepcionantes en comparación porque eliminan tal subtrama, personaje o modifican tal capítulo; o de las exigencias de cuatro frikazos intransigentes. Lo que indignó a Ende fue que la médula del libro ni siquiera se rozó en la película, reduciéndola a los cuatro tópicos del cine de fantasía Hollywoodienses. Pero obviamente, esa primera adaptación es miel sobre hojuelas si es equiparada con los adefesios que la continuaron, incluidas versiones animadas y series televisivas. Y este traspiés en el cine (a pesar de que sea muy querido por mucha gente) ha impedido durante muchos años (y lo sigue haciendo) una aprehensión y cabal valoración de La Historia Interminable.
Por ello, desde la Tabla Esmeralda, os instamos aabordar esta maravillosa obra con otros ojos, obviando el mundo del celuloide y los prejuicios.
Michael Ende reinó en la fantasía mucho antes que J. K. Rowlling y su Harry Potter o las sagas de tinta de Cornelia Funke. El escritor alemán se adueñó de los mundos imaginarios con libros como Momo y La historia interminable, que sedujeron a millones de lectores adolescentes (y adultos) de varias generaciones.
Ende falleció el 28 de agosto de 1995 a los 65 años en Sttutgart a causa de un cáncer.
A disgusto con la realidad y la sociedad en la que vivió se pasó la vida buscando alternativas imaginarias. Para él había dos tipos de literatura: la que declara abiertamente que es ficción y la que simula que es realidad. Merlín de la palabra, se convirtió en el Rey Midas de la literatura fantástica gracias al éxito universal de su Historia interminable, aparecida en 1979, traducida a casi 40 idiomas y con ventas multimillonarias. Todo un fenómeno, fue el libro más vendido en Alemania durante cuatro años y dio pie a tres películas. Es la historia de Bastián Baltasar Bux, un niño gordito y e infeliz que, como la Alicia de Lewis Carroll, salta al otro lado del espejo a través de un libro robado. Atrapado en un mundo fantástico plagado de elfos y gnomos, descubre que él mismo protagoniza el libro. Montado en los lomos de Fújur el dragón volador, Bastián no encontrará el camino de vuelta del reino de Fantasía.
Llevada al cine por primera vez en 1984 en una versión de Wolfgan Petersen infiel a la historia, Ende echó pestes de una carísima superproducción que le sacó de sus casillas. La tildó de “gigantesco melodrama comercial, hecho de cursilería, peluche y plástico” y retiró su nombre de los títulos de crédito. Sería, con todo, un éxito de taquilla que George Miller explotaría aún en 1990 y 1994. Hubo además dos series, una de animación.
De rostro y maneras afables, con pinta de filósofo despistado, Michael Ende abandonó Alemania en los años 60 para instalarse en Italia. Unicornio era el nombre de su casa en Genzano, cerca de Roma, donde buscó refugio y evasión del estricto realismo alemán. Ansiaba una respiración fluida que se le hacía difícil en una Alemania “plagada de normas”. Allí escribió su gran libro en una peripecia también inacabable, alentado por Mariko Sato, su segunda esposa, responsable de la versión japonesa de sus obras.
Nacido en el 12 de noviembre de 1929 en Garmisch-Partenkirchen, Michael Ende fue hijo de la fisioterapeuta Luise Bartholomä y del pintor surrealista Edgar Ende. Su padre, artista “degenerado” para el régimen nazi, le descubrió “el arte como una pintura fantástica del mundo”. Desde niño se acostumbró a vivir en un mundo dual. El bohemio ambiente familiar no tenía relación alguna con el mundo exterior. Miembro de la agrupación antinazi Frente Libre Bávaro, el joven Ende tuvo que dejar los estudios para hacer el servicio militar. Quería ser explorador y acabó como escenógrafo rendido al teatro de Bertold Bretch. “No encontré comedias que me inspiraran –explicaba—, de modo que comencé a escribirlas yo mismo”.
Probó suerte sin éxito como actor en Múnich. Escribió piezas de cabaret político, hizo crítica de cine y trabajó para la radio durante varios años. Perdió el empleo y un amigo dibujante le solicitó un texto infantil. Tras ser rechazado por varios editores, fue el principio de una carrera jalonada de premios que arrancó con Jim Botón y Lucas el maquinista (1960), traducida a 20 lenguas y premio Nacional de Literatura Alemana, y Jim Botón y los trece salvajes (1962).
A dos tintas Su fascinación por los números y la tipografía le llevó a imponer estrictas condiciones para la edición de La historia interminable. Se imprimió a dos tintas y todos los capítulos comenzaban con las letras del alfabeto dibujadas. Los colores distinguían los dos planos en los que discurría la historia, mientras que las cabeceras de los 26 capítulos expresaban su fascinación porque la literatura universal se hubiera escrito con sólo 26 letras.
Su otro gran éxito internacional fue Momo, aparecido en 1973. Es la historia de una niña que lucha contra los “hombres grises” que roban el tiempo a las personas y que quiere devolvérselo a quienes carecen de él. “Ese es el auténtico robo del tiempo que realizan los hombres grises, y son de ese color, porque lo gris es la depreciación absoluta de la vida”, diría de su alegoría contra el trabajo sistemático y desagradable.
Interesado por las filosofías orientales y los grandes místicos, creía que lo mágico no se opone a lo racional y que “la lógica de la realidad no es la única que existe”. Admirador de Borges y deudor de El Aleph, reconocía en Novalis a otro de sus maestros. Heredero declarado de Shakespeare, de Tolkien y sobre todo de Holderin y los románticos alemanes, creía que el hombre “está hecho de la materia de los sueños” y a ella se aferró reivindicando la imaginación como la salida más efectiva para los males de la humanidad.
Para Ende, la fantasía era una verdadera salvaguarda en un tiempo marcado por el terror la guerra y la tragedia. “La fantasía es más necesaria que nunca en el siglo que vivimos”, explicó en una de sus visitas a España en 1993. Sus inquietudes ecologistas le llevaron a escribir una ópera, La danza macabra de Hamelin, en la que, recreando la historia del flautista, planteaba una metáfora sobre los desastres naturales que a su juicio sólo conducían a la muerte.
Su bibliografía se completa con El libro de los monicacos (1970), Tragasueños (1978), Jojo: Historia de un saltimbanqui (pieza teatral de 1982), El Goggolori (1984), El espejo en el espejo (1986), El ponche de los deseos (1989) y el heterogéneo Carpeta de apuntes (1994), que alterna ensayos autobiográficos con relatos fantásticos y de aventura.
La historia interminable nació en Casa Unicornio, la morada italiana a la que se mudó Michael Ende cuando se dio cuenta de que en Alemania rechazaban la literatura fantástica por considerarla un género meramente escapista. Allí fue vecino de estrellas como Anthony Quinn o Anita Eckberg en un pueblo, Genzano, que había puesto en el mapa literario otro cuentista: Hans Christian Andersen, que ubicó en él parte de su primera novela, El improvisador.
En esa localidad próxima a Roma vivió Ende hasta que murió su esposa, la actriz Ingeborg Hoffmann, y se acabó de convertir en una celebridad de las letras. “Cuando me encargó el trabajo de ilustrar La historia interminable ya era muy famoso”, explica a Vanity Fair Roswitha Quadflieg, la artista que convirtió la novela en un objeto único del que se han vendido, y aún se venden, millones de copias en todo el mundo.
Efectivamente, el éxito del escritor ya era considerable gracias a títulos como Momo y Jim Botón y por eso su editor, Hansjörg Weitbrecht, viajó hasta Genzano para negociar el tema y los plazos del siguiente libro. Ende se lo vendió como la historia de un niño atrapado en un mundo de fantasía. No le hizo falta mucho más para convencer al representante del sello Thienemanns Verlag de que debía publicar la historia que tiene como protagonistas a un crío del mundo real, Bastián Baltasar Bux, y a otro de Fantasía llamado Atreyu cuyos mundos se entrelazan a medida que avanza la trama.
Una escritura complicada
El anecdotario sobre el proceso creativo que recoge la web dedicada al autor explica que Ende se quedó colgado de esa historia, que hacía peticiones extrañas a Weitbrecht, a quien le escribía para contarle que si no cumplía los plazos de entrega era porque Bastián se negaba a salir de Fantasía. Lo más preocupante era que Ende afirmaba no poder hacer nada, pues como escritor sentía la obligación de seguir a su personaje hasta donde le llevara.
Visto de forma aislada, puede parecer que la escritura de La historia interminable volvió loco a su creador, pero no era la primera vez que el comportamiento de Ende preocupaba a las personas de su entorno. Unos años antes, abandonó de manera abrupta y traumática su carrera de actor de teatro sin causa aparente. Su amigo y biógrafo Peter Boccarius habla de “una crisis artística”, pero no da más detalles. La cuestión es que lo apartó de los escenarios para siempre y fue entonces cuando se volcó en la literatura, donde tampoco aterrizó con buen pie, pues hasta diez editoriales rechazaron sus primeros manuscritos.
En una crisis parecida se encontraba cuando entregó La historia interminable en 1979, casi dos años más tarde del plazo acordado. El retraso se debió también a sus exigencias sobre el aspecto que debía tener el volumen, que obligaron al editor a regresar a Genzano para negociar con Ende. El autor quería tapas de piel y una portada con incrustaciones de nácar aunque tras una dura negociación todo lo que consiguió es que se respetara su decisión de que fuera Roswitha Quadflieg la encargada de ilustrar los entornos y a los protagonista de La historia interminable. “Me pidió que me uniera al equipo porque tres años antes habíamos hecho juntos dos libros infantiles en la editorial Urachhaus”, explica la artista a Vanity Fair. Y la elección no pudo ser más acertada.
Roswitha Quadflieg, en rojo y verde
Quadflieg fue una artista precoz: en 1973, con 24 años, abrió un taller editorial en Hamburgo donde se dedicó a editar clásicos de la literatura universal con sus propios dibujos, estampaciones y encuadernaciones. Cuando Ende la llamó, sus obras ya formaban parte de colecciones públicas y privadas de Alemania y de otros países europeos.
“El de La historia interminable fue un trabajo estupendo: yo no había cumplido aún 30 años y M.E. estuvo presente en todo el proceso, muy pendiente de todo y eso fue un privilegio para mí”. Su recuerdo de aquella etapa es muy positivo, pero insiste en algo: todo lo referente a las ilustraciones y el aspecto fue idea de ella. “Sí, también lo de imprimir el texto en dos colores”, confirma la creadora sobre uno de los aspectos que hizo tan especial el libro para sus primeros lectores.
“En La historia interminable había dos niveles: nuestro mundo y el mundo de Fantasía. Y pensé que sería buena idea ayudar al lector e identificar el primero con el rojo y el segundo con el verde”, dice una mujer que tras cerrar su taller en 2003 se dedicó a escribir y lleva publicadas ya 19 novelas.
Otra de las propuestas de Quadflieg fue la de abrir cada capítulo con una letra capital ilustrada con muchos detalles. No imaginaba que eso supondría un problema para los traductores: Miguel Sáenz, encargado de la versión española, se las vio y se las deseó para encontrar siempre la palabra que empezara con la misma letra que el texto original.
Roswitha cuenta que también su tarea fue larga y delicada, pues Ende no era el único que estaba pendiente de todo: también el editor la supervisaba. A Weitbrecht lo define como “parsimonioso” y lo recuerda algo reticente por lo que podía suponer económicamente imprimir los textos en dos colores. “El libro, como objeto, se sigue apreciando mucho”, opina Marta Latorre, editora adjunta de Alfaguara Infantil y Juvenil, sello que tiene los derechos en España y para quien no cabe duda de que la impresión en dos tonos y el cuidado que se puso en todos los detalles tuvieron mucho peso en el impacto que causó La historia interminable.
La edición en España
“Cuando te llega un libro así, donde ha habido un trabajo de equipo evidente y se ha calculado y mimado todo, hay que ser muy respetuoso”, dice Latorre sobre el trabajo de su editorial, que comercializó el libro en España en 1983. Ese respeto pasaba por elegir un buen traductor y el entonces director de Alfaguara, Jaime Salinas, junto a la editora Michi Strausfeld tuvieron claro que Miguel Sáenz, responsable de textos en español de Thomas Bernhard, Franz Kafka o William Faulkner, debía ser el elegido.
Así lo explicó el aludido en 2014 en una charla celebrada en la Casa del Lector de Madrid, donde habló con su colega Noemí Risco sobre las dificultades que le planteó el libro. Una de ellas fue trasladarlo a español sin que perdieran sentido ni fuerza nombres propios como Fantasía o Fújur. Otro, la multitud de referencias a otras obras literarias que había a lo largo de toda la novela. Pero el esfuerzo valió la pena pues la traducción le dio a Saénz el Premio Nacional de Traducción de Literatura Infantil y Juvenil de 1983.
Las ventas también fueron muy bien aunque las cifras en España no son fáciles de obtener porque cuando Random House compró Alfaguara, ésta se separó de Santillana, que se quedó la versión del libro para colegios, y por eso Latorre sólo puede facilitar a Vanity Fair los ejemplares vendidos desde la última edición, que data de 2007. “Unos 55.000 libros”, informa la editora sobre un volumen que aunque salió hace 40 años sigue apareciendo en el top 100 de los más solicitados entre el público infantil y juvenil. “Sólo Momo, también de Ende, y algunos títulos de Roald Dahl como Matilda,Las brujas o Charlie y la fábrica de chocolate se le pueden comparar”.
Cambio de colores
La última edición se reimprimió en 2015, pero las letras ya no eran rojas y verdes como en el original. “Se hizo en granate y azul por una cuestión de legibilidad”, informa la editora sobre una cuestión que suscitó alguna decepción entre los lectores que ya conocían el libro. No se hizo por una cuestión económica, dice, pues a dos tintas cualquier libro es más costoso independientemente del tono que se elija.
Pero sí hay algo que ha cambiado de la primera edición a la última: los procesos de impresión. “Entonces eran más complicados y se necesitaba más personal para llevarlos a cabo”, explica Cristóbal Fernández, de la imprenta Cevagraf. El responsable de ventas explica que “en 1983 se usaba un sistema de planchas que no permitía imprimir directamente sobre papel y eso hacía el proceso más largo y más laborioso”.
Hoy, dice el experto, imprimir en dos pantones (colores) sigue siendo más caro, pero lo que eleva el precio de verdad en un libro como La historia interminable son los acabados. Fernández explica que ediciones como algunas que han hecho casas británicas o estadounidenses con adornos incrustados en la portada se hacen con siliconas que permiten impresiones en relieve “Eso sí sube el importe”, dice Cristóbal, que informa de que ese es un tipo de virguería que las editoriales sólo piden si tienen claro que el libro será un best-seller. “Y si es así, los tirajes son muy grandes y por tanto el precio tampoco sube tanto”.
Algunos de esos libros más peculiares o primeras ediciones como la que publicó el sello neoyorquino Dutton en 1983 pueden alcanzar en webs especializadas precios de hasta 650 euros.
La película, otro bajón para Ende
Ende acabó de convertirse en una estrella tras la publicación de La historia interminable y acaparó numerosos premios alemanes y europeos. Quedó contento con el resultado, pero no con el trabajo que le vino encima: cinco años de presentaciones, lecturas públicas y entrevistas que acentuaron su lado más sombrío. “No es bueno para el alma”, le confesó a Boccarius, a quien también le explicó que temía pasar a la historia sólo por La historia interminable.
Para colmo de sus males, llegó la película, de cuyo guion y apuesta estética no pudo cambiar nada por contrato, pero sí logró quitar su nombre de los créditos. La cinta se estrenó en 1984 y sólo unos días antes de que su esposa muriera y su tono, siempre algo apesadumbrado, un punto apocalíptico y algo sermoneador, se volvió aún más oscuro tras el fallecimiento de Ingeborg. Se pudo comprobar cuando visitó España en 1990 para inaugurar un curso de literatura en El Escorial al que lo invitó María Kodama. Allí dijo varias cosas como esta: “Cuando el mundo regrese al mundo, cuando sombra y luz se unan en claridad, entonces con una nueva palabra secreta desaparecerá toda la sustancia errónea”.
Misticismo y nazismo
Ninguna de esas ideas y expresiones eran nuevas en boca del hijo de Edgar Ende, pintor surrealista que educó a su primogénito bajo los preceptos del esoterista Rudolf Steiner. Con su progenitor compartió Michael charlas sobre religión y filosofía y heredó de él su afición por la literatura mística, algo en lo que les acompañaba la madre, Luise Bartholoma, una vendedora de joyas que tras el divorcio se recicló en masajista y también pintó algunos lienzos que se conservan en el archivo sobre Michael Ende que hay en Munich.
Muchos de esos conocimientos y preocupaciones que aprendió o tuvo de niño, los tuvo que ocultar con el auge del nazismo, pero muchos de ellos están en La historia interminable. Por ejemplo, la falta de imaginación entendida como una enfermedad del alma, que Eden identificó en la novela con la Nada, la misma que lo sacó de Alemania y lo llevó hasta Italia, donde le pareció que los males de la sociedad moderna que tanto le preocupaban tardaban más en llegar. Por eso una de las lecturas más frecuentes que se hacen de este libro es que Ende quiso hacerle un homenaje a la capacidad creativa del ser humano.
El autor, sin embargo, se negó siempre a hacer una interpretación definitiva de su obra más célebre porque creía que cualquiera que hiciera cada uno de sus lectores sería válida. La que hace la editora Marta Latorre explica por qué, 40 años después, sigue atrayendo a la gente: “Es un libro buenísimo y aunque marcó a una generación, sigue impactando a las nuevas. También a los adultos y creo que eso pasa porque La historia interminable habla de crecer, algo que no sólo hacen los niños”.
Texto: Manuel Vázquez Martínez de Ordoñana en El diario vasco
Escribió de todo para ganar dinero. Fue el único hijo de un padre que influyó mucho en él. Se casó en dos ocasiones, no tuvo descendencia, aunque le hubiera gustado. Conoció la muerte y la destrucción ya en su infancia, pero hasta los últimos días de sus sesenta y seis años no dejó de pensar ni de transmitir historias desde el punto de vista de un niño.
Este es el perfil de Michael Ende (1929-1995). Un hombre cuyo legado creativo tuvo adherido el sello de la imaginación. Una persona exigente consigo misma, que no estaba segura del éxito de sus escritos. Un individuo que, por su vasto conocimiento sobre las distintas religiones, la literatura, la pintura…, inserta muchas referencias culturales. Un tipo que se sintió feliz al conseguir ver su obra premiada en varias ocasiones y se desilusionó al contemplar su obra llevada a la pantalla. Un ser humano que supo de las desgracias de la vida tempranamente y aún así pretendió sembrar la felicidad en sus lectores.
Con ocho años su amigo muere de neumonía, con doce años asiste a los bombardeos sobre Múnich, además la escuela le enseña de una forma muy dramática que era un fracasado y que no servía para nada. Intenta ahogarse, pero no logra suicidarse y se siente culpable de causar más preocupaciones a sus padres que estaban también sufriendo los avatares de la guerra.
Su padre fue uno de los primeros pintores del surrealismo alemán, una corriente artística que los nazis consideraron “degenerada”, por lo que le prohibieron ejercer su profesión: no podía exponer ni vender sus cuadros. Vivía para su pintura; cuando le preguntaban cuál había sido su idea a la hora de crear determinado cuadro respondía que él no había tenido ideas y que quien tenía que tenerlas era el que lo contemplaba. En cuanto al arte, fue intransigente, no se doblegó, por lo que tuvo la admiración de su hijo. No quiso ganarse la vida de otra forma y eso llevó a su madre, Luisa Bartholomä, fisioterapeuta, a sostener la casa trabajando como masajista.
Admira a su padre; le debe lo que es. “Tengo que decir que mi padre ha influido mucho en mi vida artística, no solamente porque su obra pictórica ha dado forma a mi creatividad literaria, sino también porque la ha liberado de la condicionante basura realista”. Así explica Ende la creación de sus historias surrealistas, puesto que las imágenes que veía en las paredes de casa eran extrañas, surrealistas.
Por la actividad de su padre, siendo él un niño, la familia se traslada a Múnich, ciudad donde viven los artistas alemanes y toda la bohemia cultural. Este rico mundo le influirá. Aquí también conocerá Michael a una persona muy entrañable para él: el pintor Fanti quien narra muchas fábulas a todos los niños del barrio: “Ya de pequeño aprendí todas las teorías (también aquellas que hoy en día todavía son revolucionarias) sobre el arte y la literatura en una familia de pocos recursos económicos, pero con una rica vida interior.”
Cuando escribe pretende descubrirse a sí mismo; por este motivo no elabora un plan, porque, según dice, de hacerlo, sería introducir en el libro lo que ya sabe. De esta manera, trabajar en un libro se convierte cada vez en un nuevo viaje cuya meta desconoce. Este método suyo, que consiste en dejarse guiar únicamente por las imágenes —de ahí que sus obras sean tan visuales—, le exige a su vez una gran concentración que en ocasiones le lleva al borde de la locura. “Al escribir siempre entro en una grave crisis en la que, de repente, tengo que movilizar todas las energías. Energías que yo no sabía que tenía. Así experimento algo nuevo en mí mismo.”
No son miras pedagógicas o didácticas las que impulsan su obra. La elección de la forma de sus libros solo se debe a razones artísticas y poéticas. Si se quiere contar determinados hechos maravillosos, se tiene que describir el mundo de tal manera que esos hechos sean posibles y probables en él, para lo cual es básico servirse del tono de voz, del estilo y, por supuesto, de la visualización; debe imaginarse con exactitud todo lo que se quiere contar y describir.
Sus textos resultan inconfundibles por los valores y características que presentan: la creatividad, que tanto abunda en él, la concibe como algo que viene de la parte oculta del mundo, como algo que no se puede medir, contar o pesar y que está ligada a la cuestión de la libertad humana; el humor, que se sustrae a cualquier intención y al que define siempre como humano, amable y pariente cercano de la sabiduría; los símbolos que representan los valores y las alusiones al lector, quien siempre forma parte de su obra. “Los valores no existen por sí solos, tienen que ser creados y renovados constantemente para que existan. La misión de los autores es crear y recrear ese valor. Por esto, lo que pretende el artista y el poeta no es explicar el mundo sino presentar mundos.”
Lo que cuenta no va dirigido a la crítica sino al público. Con su obra intenta deleitar a los niños para que encuentren situaciones divertidas y, al mismo tiempo, pretende que los adultos entren en un proceso de reflexión personal. Está convencido de que las etiquetas de literatura infantil, juvenil y de adultos pertenecen solamente a los fines comerciales. Tiene muy claro que lo que todos se merecen es una literatura de calidad que les haga disfrutar. “Las grandes novelas de literatura juvenil son aquellas que se pueden leer con cualquier edad y en función de la que lo hagas vas a entender un mensaje u otro. Son historias en las que lo único que importa es el corazón, las sonrisas y ser feliz.”
Y sin embargo, Ende se tiene por un narrador de historias que no escribe en absoluto para los niños. No piensa nunca en ellos durante el proceso de escritura. “Escribo los libros que me habría gustado leer de niño porque el niño que fui una vez sigue hoy viviendo en mí. Me acojo a las palabras de un gran poeta francés: cuando hemos dejado definitivamente de ser niños, ya hemos muerto.” Y se queja de la diferencia de trato; mientras que a la obra de un pintor como Chagall se le denomina “auténtica”, al escritor o poeta que introduce en sus libros un mundo maravilloso infantil similar se le cuelga la etiqueta —todavía peyorativa— de “autor de libros infantiles”.
Cree que los grandes filósofos y pensadores no han hecho otra cosa que replantearse las viejísimas preguntas de los niños. Las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno y divino niño que hay en ellos. Ese niño que nunca pierde la capacidad de asombrarse, de preguntar, de entusiasmarse. El impulso real, verdadero, que le mueve mientras escribe es el placer del juego, libre y espontáneo, de la imaginación. “El juego, si sigue siendo juego de verdad, no puede nunca moralizar.”
Resulta compleja su forma de pensar respecto a su concepción sobre la literatura. Declara que la literatura se hace pasar por irreal y que, por eso, crea realidad. Mientras que la literatura fantástica parte del supuesto de que la única realidad que podemos describir es la que inventamos nosotros mismos. Michael califica la literatura fantástica, la fantasía, no como una vía de escape de la realidad, sino como una parte integrante de la misma. “La ficción, la fantasía, necesita de la vida”.
En su país, durante los treinta años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial todo género de literatura que no se consideraba socialmente relevante pasaba a ser literatura de evasión, de huida de la realidad y, en consecuencia, totalmente rechazable. “Incluso con mis amigos tenía que justificar continuamente mis escritos hasta que me di cuenta de lo estúpido que era eso. Yo no pido que lean mis libros ni quiero enseñar a nadie, solo quiero escribir. ¿Qué hay de mi propia diversión al escribir, de crear los libros que quisiera leer? Hoy vivimos en una era totalmente ideológica, donde se cree un deber emitir un mensaje para los demás.”
Su primera obra narrativa (Jim Botón y Lucas el maquinista), que tardó ocho años en publicarla, obtuvo un prestigioso premio, pero la crítica de la época rechazó su fantasía. Por esta razón, decidió abandonar su país, huir de ese acoso intelectual para poder dedicarse a esa literatura que enlaza con la idea mágica del mundo a la que no estaba dispuesto a renunciar. “En mi opinión, no puede hacerse ninguna crítica de la sociedad si no va acompañada de una representación utópica del mundo”.
Es entonces cuando un alemán como él marcha a Italia en los años sesenta. Reside cerca de Roma, y allí se casa con la cantante Ingeborg Hoffman (la conoció en un concierto de jazz en 1949); permanece veintitrés años hasta que muere ella (como él, de cáncer) y regresa a Múnich. Se volverá a casar dos años más tarde con la traductora de sus textos al japonés, Mariko Sato, país donde tuvo muy buena acogida.
Hablar de Michael Ende es hablar inevitablemente de su libro más famoso. Todo el mundo le conoce como el autor de La historia interminable (1979). Esa historia donde Bastián está leyendo un libro y se mete tanto que acaba formando parte de él. Le llevó su tiempo concebirla, pero sobre todo finalizarla. Hasta el penúltimo capítulo no supo dónde estaba la salida del país fantástico. La obra fue llevada al cine en tres ocasiones. Con ninguna de ellas estuvo satisfecho; es más, luchó para que su nombre no apareciera en los títulos de crédito puesto que solo veía un interés económico en la filmación y no lo que su obra significaba. Por el contrario, las representaciones teatrales fueron más acertadas.
En 1973 aparece Momo tras seis años de trabajo en él. Es un pequeño gran libro, desafortunadamente no tan conocido como el anterior. Atesora una historia actual donde se hace hincapié en: lo imprescindible que es la amistad; lo necesario que es administrar y perder el tiempo, lo fundamental que es tomar parte en muchas responsabilidades, lo básico que es priorizar… Y sobre todo, el don que tiene la niña protagonista: sabe escuchar. No en vano, la estatua que hay suya en Hanover sostiene entre las manos una oreja. El valor del tiempo, el valor de la imaginación, están muy presentes en este libro. Pese a su caráctyer didáctico, Momo fue prohibido inicialmente en la República Democrática Alemana. El libro se consideró contrarrevolucionario y subversivo, hasta que dos años más tarde salió una edición soviética.
Pero Michael Ende dejó un extenso legado además de lo ya mencionado. Publicó unos treinta libros que recogen diversidad de géneros: novelas, cuentos, teatro, ensayo, poesía… Así como artículos, críticas cinematográficas, aforismos…
No hay que olvidarse de que sus inicios giran en torno al teatro; estudió en la escuela de arte dramático, trabajó como actor y escribió varias obras dramáticas, antes de sumergirse en lo narrativo. Y su incursión en este mundo de las historias infantiles tuvo lugar por casualidad, cuando un amigo suyo le pide que escriba un texto para complementar un libro ilustrado.
Sin duda, un gran escritor que vale la pena releer para que su mundo fantástico abra nuestra imaginación y nos ayude a crear otros mundos paralelos en los que seguir siendo felices. Nuestro logro sería que su voz no acabe aquí, como su apellido cuyo significado es fin.
Texto: Ausencia y presencia del rito iniciático en La historia interminable: Una lectura sobre la función de la ausencia y presencia del rito en la novela y en las sociedades occidentales de fin de siglo XX por Alfredo Martín Torrada
En 1988, a través de su libro La causa de los adolescentes, Françoise Dolto planteaba, como una de las problemáticas más emblemáticas de la juventud de la sociedad moderna, los efectos negativos de la ausencia de ritos de iniciación, encargados de marcar y legitimizar el momento del traspaso de la etapa de la juventud a la adultez.
Distintas reactualizaciones de esas problemáticas pueden ser encontradas en diferentes trabajos, como el de José Sánchez Parga -El oficio del antropólogo: crítica de la razón (inter) cultural (2005)-, el de Rosana Reguillo Cruz -Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto (2000)-, o en los artículos de Cecilia Balladini y Norma Fernández -“Ritos de pasaje y de iniciación como búsqueda identitaria juvenil” (2012) y “La previa: ritual tribal de la cultura actual” (2013), respectivamente- por mencionar sólo algunos, de entre tantos.
La vigencia de las consecuencias de la ausencia de los ritos de iniciación, en la juventud moderna, también se hace tangible en el estudio de Sergio Muñoz Chacón, “En busca del Pater Familias: Construcción de identidad masculina y paternidad en adolescentes y jóvenes” (2001). En el cual el autor analiza las formas en la que los varones jóvenes enfrentan el desafío de dejar de ser niños, para convertirse en jóvenes que aspiran a la adultez.
La reflexión propuesta por Dolto, acerca de los modos en los que la ausencia de los ritos de pasaje (o de iniciación) afectan y condicionan la existencia de los (y las) jóvenes, sigue justificando su relevancia a partir de dos cuestiones que Muñoz Chacón destaca (en el artículo de su autoría ya señalado), vinculadas a dos temas de imperiosa actualidad: la violencia de género y la marginación social.
Al respecto del primero, lo que el autor describirá, será cómo los hombres, en el momento en que comienzan a despegarse de la niñez, comienzan a experimentar un impulso social que los lleva a alejarse, y a actuar en contra, de aquellas identidades que se entienden como contrarias al concepto clásico de la masculinidad.
Apoyándose en una cita de José Olavarría,[1] Muñoz Chacón afirma:
Para los hombres, la adolescencia y juventud es el momento cuando tienen que demostrar que ya no son niños y se ven obligados a manifestar una clara diferenciación con las antítesis por excelencia de la masculinidad tradicional: la mujer y el homosexual. En este sentido, “(es la) etapa de las pruebas, de los ritos de iniciación que permiten a un varón “ser hombre”. Aquello que ha sido caracterizado como “de la naturaleza de los hombres”, de su corporeidad, sería internalizado por los adolescentes/jóvenes como “lo masculino”. En esta etapa se fortalecería la homofobia, el sexismo y el heterosexismo y se harían demostraciones de ello ejerciendo violencia sobre aquellos/as que “la naturaleza” ha resuelto que son inferiores, débiles, pasivos, afeminados. Es el momento de demostrar que los varones son “verdaderamente hombres” (Olavarría, 1999 b). (Muñoz Chacón, 2001: 245).
Ante la falta de ritos de iniciación que legitimasen el fin de esa etapa (el de la adolescencia y la juventud) para iniciar la de la vida adulta, lo que termina extendiéndose es ese periodo de transición en el que el sujeto masculino «fortalecería la homofobia, el sexismo y el heterosexismo y se harían demostraciones de ello ejerciendo violencia sobre aquellos/as que ´la naturaleza´ ha resuelto que son inferiores, débiles, pasivos afeminados» (Muñoz Chacón, Ibídem).
En cuanto al segundo, la cuestión de la marginación social, lo que le interesa destacar a Muñoz Chacón es la imposibilidad de sectores marginados (o de menores recursos) de constituirse como sujetos de valor dentro de una comunidad en la que el rito de pasaje al mundo de la adultez ha quedado reducido a la conclusión de los estudios universitarios, a los que no toda la población tiene las mismas facilidades de acceso (y, especialmente, de finalización):
En las sociedades modernas dichos ritos han perdido su sentido, o por lo menos su ejecución formal, mediante ceremonias públicas ha desaparecido o quedado reducida a grupos específicos económicos o sociales, siendo que el pasaje de la niñez o juventud a la edad adulta se vuelve más problemático porque no hay muchas evidencias que puedan sancionarlo. (...)
De esta forma al señalar un autor que “... si buscamos un equivalente del rito de pasaje adolescente en nuestra sociedad podemos ver que, en el presente, los desafíos esforzados que se designan para servir como demostración decisiva en los roles prestigiosos de nuestra sociedad, probablemente no sean tanto el vigor físico como la propia independencia personal y la capacidad para pensar y trabajar. Los proyectos académicos, las disertaciones y tesis se acercan más a esta descripción” (Larson, citado en Krauskopf, Ob.cit), expresa la situación de un sector que considera el período de juventud a partir de un largo proceso educativo dirigido a la formación profesional que, se inicia en la primaria y finaliza en la educación universitaria. Lo intelectual es sobredimensionado y aspectos biológicos, físicos y emocionales fundamentales para el adolescente son pasados por alto. Sin mencionar que dichas aspiraciones sólo pueden ser compartidas por un número reducido de individuo. (Muñoz Chacón, 2001: 248-249).
Lo que se genera para el autor, a través de este vacío al que quedan sometidos jóvenes y adolescentes, a partir de la ausencia de ritos u operaciones que convaliden y sentencien su ingreso al mundo adulto, es una violencia que deja de estar orientada al sexo opuesto y a aquellas configuraciones identitarias que puedan ser consideradas como contrarias a lo masculino, para dar lugar a una violencia destinada, incluso, contra ellos mismos.
...una forma de mostrar el paso de la niñez a la juventud es mediante comportamientos de riesgo como fumar, beber, conducir autos, usar drogas, sexualidad promiscua, etc. (Muñoz Chacón, 2001: 249).
En La historia interminable, novela sobre la cual girará este trabajo, la fábula comienza con el personaje de Bastian escapando de la violencia que sus propios compañeros de clases ejercen contra él. Quien, víctima de la cobardía, ejecuta, como única respuesta posible, una carrera que le permite escapar del enfrentamiento, y que lo llevar a ocultarse en la librería de la cual toma el libro que se convertirá en su propio rito de iniciación. Permitiéndole, al final de su lectura, la apropiación de la identidad y del coraje.
La presencia del rito y su importancia en La historia interminable.
En la presentación del personaje de Bastian, de La historia interminable, se encuentran todos aquellos rasgos que Dolto, a causa de la pérdida de la tradición de los ritos iniciáticos, encuentra en los jóvenes de las sociedades occidentales modernas.
El personaje de Bastian es presentado como un niño aislado del mundo, temeroso, rodeado de una inmensa soledad, al cual le resulta imposible hacer uso de sus propias fuerzas, o plantarse ante la sociedad como alguien de valor.
La muerte de la madre de Bastian, y la depresión a la que tal acontecimiento lleva al padre, dejan al personaje en una completa soledad: “Después, todo había cambiado entre su padre y Bastian. (…). Antes, había jugado de buena gana con él. A veces, hasta le había contado o leído historias. Pero todo aquello había terminado. Ya no podía hablar con su padre. Alrededor de este había como una pared invisible que nadie podía atravesar. (Ende, 1993: 36).
Posteriormente a que Bastian no regrese a su casa, y luego de que hayan transcurrido varias horas, es el propio discurso el que pone en duda la preocupación de su padre por él, al presentar esa preocupación en forma de interrogante: “Si es que lo había notado, su padre debía de haber notado ahora, como muy tarde, que Bastian no había vuelto a casa. ¿Se estaría preocupando? Quizá saldría a buscarlo. Quizá habría avisado ya a la policía. Quizá transmitirían avisos por radio” (Ende, 1993: 94).
Esta soledad es, además, enunciada de manera explícita en otro pasaje de la novela: “Nadie podía comprender mejor que Bastian lo que eso significaba. Aunque su padre viviera aún. Y aunque Atreyu no tuviera padre ni madre. Sin embargo, Atreyu había sido educado por todos los hombres y mujeres juntos y era el ´el hijo de todos´, mientras que él, Bastián, en el fondo no tenía a nadie… Era un ´un hijo de nadie´. (Ende, 1993: 45).
La ausencia de una concepción valorativa del personaje de Bastian sobre sí mismo, por otro lado, (otro de los rasgos que Dolto señala en los adolescentes como consecuencia de la ausencia de ritos de iniciación) puede observarse en la descripción, basada en el temor, que desde el discurso se hace sobre él: “De todas formas, le daba miedo el colegio, escenario de sus fracasos diarios; le daban miedo los profesores, que le reñían amablemente o descargaban sobre él sus iras; miedo los otros niños, que se reían de él y perdían oportunidad de demostrarle lo torpe y lo débil que era” (Ende, 1993:14).
Ante todos y cada uno de estos escenarios (y ante los compañeros que lo persiguen, ante el padre que puede sentir vergüenza de él –“No, lo único que podía hacer era marcharse; a cualquier parte, muy lejos. Su padre no debía saber nunca que su hijo se había vuelto ladrón” (Ende, 1993: 14)) los únicos recursos que posee el personaje de Bastian son el de huir y el de esconderse.
El personaje que luego funcionará como su alter ego (su doble) y que posee algunos rasgos similares a Bastian (la edad, la ausencia de un entorno familiar que lo contenga, la situación excepcional en el que la historia lo ubica) es investido, por el contrario, con todos los rasgos opuestos. Y el elemento principal que posibilita esas distinciones es la existencia, dentro del mundo de ese otro personaje, Atreyu, de un rito iniciático, que concede al sujeto la posibilidad de constituirse (a través de la prueba) en un ser de valor dentro de la sociedad.
El rito de iniciación, de hecho, es el medio por el cual es presentada la figura de Atreyu, cuando el médico Cairón llega a pueblo preguntando por él:
-¿Dónde están los cazadores y cazadoras? –resopló, quitándose el sombrero y secándose la frente.
Una mujer de pelo blanco, con un bebé en los brazos, respondió:
-Todos han ido de caza. No volverán hasta dentro de tres o cuatro días.
-¿Está Atreyu con ellos? –preguntó el centauro.
-Sí, extranjero, pero, ¿de qué lo conoces?
(Ende, 1993: 41)
La descripción que se hace en el discurso de los jóvenes “pieles verdes”, tribu a la que pertenece Atreyu y que mantiene con vida el rito de iniciación, se encuentra repleta de rasgos de valoración positiva: “Llevaban una vida sumamente sobria, severa y dura, y sus hijos, tanto los chicos como las chicas, eran educados en el valor, la nobleza y el orgullo. Tenían que aprender a soportar el calor, el frío y las privaciones y poner a prueba su arrojo.” (Ende, 1993: 40).
En la tribu en la que se desarrolla Atreyu, entonces, a diferencia de lo que ocurre en las sociedades modernas contemporáneas (a la cual pertenece Bastian), existe un aprendizaje al que son sometidos los y las jóvenes del pueblo, por medio del cual van adquiriendo los valores que luego deberán legitimizar a través del rito de iniciación al que son sometidos.
El impedimento, necesario para la estructura del relato, del cumplimiento de Atreyu con el rito, le impide dar prueba de su valor como individuo dentro del grupo social (recordemos que a través de ese rito se realizará como cazador y por tanto como persona autosuficiente que ya no depende de los otros para conseguir el alimento para vivir) y eso justifica su enojo dentro relato:
-¿Qué quieres de mí, extranjero? –preguntó- ¿por qué has venido a mi tienda? ¿Y por que me has privado de mi caza? Si hubiera matado hoy al gran búfalo –y mi flecha estaba ya en la cuerda cuando me llamaron- mañana sería un cazador. Ahora tendré que esperar un año entero. ¿Por qué?
(Ende, 1993: 43)
La situación familiar de Atreyu, descontextualizada socialmente, es aún peor que la de Bastian. Este último ha perdido a su madre, pero la ha tenido. Tiene un padre ausente, pero quizás recuperable. Atreyu, en cambio, no tiene padre ni madre. Y sin embargo se encuentra, frente al mundo, repleto de herramientas con las cuales afrontar las adversidades[2].
La diferencia fundamental, entre las virtudes de uno y las carencias del otro, radica, sobre todo, en ese conjunto de “hombres y mujeres” por los que “Atreyu había sido educado”. Hombres y mujeres conocedores y conocedoras del valor del rito iniciático, que ofrece a los jóvenes de la tribu la oportunidad de demostrar (ante el mundo y ante sí mismos) el valor de sus propias capacidades; y la oportunidad de ser reconocidas por ellas.
Es la existencia, dentro del mundo de Atreyu (y la ausencia en el mundo de Bastian) del acompañamiento de “una sociedad que les permiten animarse a correr un riesgo, dado que se les espera del otro lado del río” (Dolto, 1990: 28).
La necesidad de interrupción del rito de iniciación en Atreyu para posibilitar su identificación con Bastian y la configuración del tema del doble.
El momento en el que el médico Cairón llega a la Tribu de los Pieles Verdes, en busca del héroe Atreyu coincide con el momento preciso en el que joven héroe está a punto de llevar a cabo el rito de iniciación, a través del cual se convertirá en cazador y, por tanto, será considerado uno más dentro de la población de la tribu.
La interrupción de ese rito se vuelve fundamental en la trama de la novela, ya que es esa interrupción la que permite ubicar a Atreyu y a Bastian de un mismo lado del mundo. El de los jóvenes.
Al no haberse convertido en cazador, el personaje de Atreyu sigue estando desprovisto de tanta legitimidad como está desprovisto Bastian, quien de esta manera encuentra en Atreyu un par. Uno que es capaz de hacer todo lo que él anhela.
El paso de la adultez de Atreyu al mundo adulto, al mundo de los cazadores, en cambio, hubiera alejado al personaje de la capacidad de representar la figura en la que se siente atrapado Bastian: la de un niño al que se le ha quitado (ante la ausencia del rito en las sociedades modernas) la posibilidad (tal como se le ha quitado a Atreyu por medio de la interrupción de su caza) de ser reconocido como adulto. De ser reconocido como un ser capaz de ser autónomo y de valerse por sí mismo. Lo que equivale a decir, de valer.
Esta identificación, posibilitada por la interrupción del rito de iniciación que empareja a ambos personajes, se encuentra presente en el pasaje ya citado anteriormente (“A pesar de todo, Bastian se alegraba de que, de esa forma, tuviera algo en común con Atreyu” (Ende, 1993: Op. Cit.)), pero, además, y de manera mucho más explícita, ante el desafío que debe enfrentar Atreyu frente a la Puerta del Espejo Mágico:
Delante de él (…) la Puerta del Espejo Mágico. (…). Contaba con que, como había descrito Énguivuck, se le aparecería en el espejo alguna imagen espantosa de sí mismo, pero aquello –al haber dejado atrás todo miedo- le parecía sin importancia.
No obstante, en lugar de una imagen aterradora vio algo con lo que no había contado en absoluto y que tampoco pudo comprender. Vio a un muchacho gordo de pálido rostro –aproximadamente de la misma edad que él- que, con las piernas cruzadas, se sentaba en un lecho de colchonetas y leía un libro. Estaba envuelto en unas mantas grises y desgarradas. Los ojos del muchacho eran grandes y parecían muy tristes. (Ende, 1993: 101)
La imagen del muchacho reflejado en el espejo es la imagen del propio Bastian, quien encuentra en la figura de Atreyu todos aquellos atributos con los cuales a él le gustaría contar. Con la inclusión del tema del doble, al aunar a ambos personajes en una sola imagen, lo que la novela presenta son las diferentes configuraciones que puede alcanzar un mismo joven, según cuál sea el trato que los adultos le brinden, y las herramientas que le otorguen para poder dar cuenta del verdadero valor que reside en él.
La lectura de la Historia interminable (libro tomado por Bastian antes de escapar de la librería del señor Koreander) como rito o pasaje de iniciación en el personaje de Bastian, a través del cual reconstruye su identidad y consigue su legitimización dentro del mundo adulto.
En la segunda hipótesis de este trabajo, lo que nos animamos a afirmar fue la existencia dentro de la novela de un segundo rito iniciático, esta vez sí recorrido y finalizado con éxito. Ese segundo pasaje o rito de iniciación consiste en la lectura que realiza Bastian del libro robado al principio de la historia.
Es a través de esa lectura que Bastian consigue recuperar el valor y su relación con el padre.
En las páginas finales, durante el encuentro que el personaje tiene con su padre, la escucha que este realiza de Bastian no aparece bajo la descripción de una conversación asimétrica entre adulto y niño, sino como el diálogo de pares que han atravesado una misma tragedia (sin duda, la de la muerte de la madre de Bastian). Si al principio de la novela se describe la negación del padre hacia su hijo como un interlocutor válido (“Bastian comprendía que su padre estaba triste. También él había llorado entonces muchas noches. (…). Pero aquello había pasado poco a poco. Y, después de todo, él estaba allí. ¿Por qué no hablaba su padre con él, por qué no hablada de mamá, de cosas importantes, y no solamente de lo imprescindible?” (Ende, 1993: 37); luego del reencuentro entre padre e hijo la conversación se tornará posible: “Su padre lo escuchaba como nunca lo había escuchado. Comprendía lo que Bastian le contaba”. (Ende, 1993: 413).
Además del reconocimiento del padre hacia el hijo, como alguien cuyas palabras son dignas de ser escuchadas, como alguien cuyas experiencias tienen valor, la transformación de Bastian se hace evidente en la historia a partir de las elecciones que hace al momento de enfrentar sus conflictos. Encerrado en la escuela, y sin nadie que le abra la puerta, es la experiencia de haber atravesado con éxito el rito de iniciación, lo que le otorga el coraje que posibilita su salida:
Bastian subió otra vez al primer piso y se dirigió a la ventana. La abrió y salió afuera.
El andamio se componía sólo de vigas verticales, entre las cuales, a intervalos fijos, había tablas horizontales. Las tablas se balancearon con el peso de Bastian. Por un segundo sintió vértigo y tuvo miedo, pero los dominó. Para quien había sido Rey de Perelín, no había problemas. (Ende, 1993: 412).
Ante el encuentro con el padre, y al momento de dar explicaciones acerca de su ausencia, elije contar la verdad.
Y frente a la posibilidad de que su padre ocupe su lugar, cuando decide de enfrentar al señor Koreander, Bastian rechaza el ofrecimiento. Es en ese último acto, precisamente, en el que la transformación de Bastian (llevada adelante por medio de la realización con éxito de su rito iniciático) resulta finalmente confirmada.
El enfrenamiento con el librero, despreciador del mundo infantil (es ese mismo personaje quien declara: “Mira, chico, yo no puedo soportar a los niños. Ya sé que está de moda hacer muchos aspavientos cuando se trata de vosotros… Pero eso no reza conmigo. No me gustan los niños en absoluto.” (Ende, 1993: 8)) representa el enfrentamiento con el mundo adulto, y otorga a Bastian la oportunidad de demostrar su capacidad para poder introducirse y luchar en ese mundo. Es en última instancia, y fundamentalmente, aquel acto el que, finalmente, le otorga el reconocimiento del padre:
Los ojos de Bastian brillaban. Luego dijo indeciso:
-Sin embargo, antes tengo que hacer otra cosa. Tengo que ir a ver al señor Koreander y decirle que le robé el libro y que lo he perdido.
El padre le cogió la mano.
-Oye Bastian: Si quieres puedo hacerlo por ti.
Batian movió la cabeza.
-No. -Decidió-. Es asunto mío. Quiero hacerlo yo mismo. Y lo mejor es que lo haga enseguida.
Se levantó y se puso el abrigo. El padre no dijo nada, pero en la mirada que lanzó a su hijo había sorpresa y respeto. El chico nunca se había portado antes así.
-Creo –dijo finalmente le padre- que yo también necesitaré algún tiempo para acostumbrarme a los cambios.
(Ende, 1993: 414-415).
Conclusiones.
En la novela de Michael Ende las ideas volcadas por Francoise Dolto acerca de la importancia de los ritos de iniciación y las consecuencias de su ausencia en las sociedades occidentales modernas se ven reflejadas a partir de las acciones que concadenan la historia y de las modalizaciones que se hacen presentes en el discurso.
La presencia del rito sirve, en primer lugar, para dar cuenta de los atributos positivos del personaje de Atreyu. Es valiente, y está dispuesto a abandonar la etapa de la niñez para ser reconocido como miembro de valor en su comunidad (el pasaje de iniciación lo llevará a convertirse en un cazador).
Si el rito de iniciación de Atreyu no alcanza a ser llevado a cabo, es porque la historia requiere de la identificación entre los personajes para que la narración avance. La interrupción, entonces, adquiere sentido porque, sin la concreción del rito, Atreyu sigue permaneciendo dentro del mundo juvenil, ese del cual Bastian no tiene forma de salir.
El valor del rito propuesto por Dolto se encuentra reflejado a partir de los atributos que la enunciación deposita en Atreyu, y en la transformación que consigue realizar con éxito Bastian.
Es el rito de iniciación el que alienta y promueve los rasgos de Atreyu que Bastian anhela, y que él no es capaz de desarrollar ante la falta de incentivo que su sociedad le propone para que estos sean considerados. La falta de acompañamiento del mundo adulto hacia Bastian inhibe el desarrollo de sus posibilidades como ser y lo aísla del mundo adulto.
Esta falta de acompañamiento, provoca, asimismo, el aislamiento en el que se encuentra el personaje de Bastian, sobre el cual se manifiesta Dolto en su análisis sobre la juventud de las sociedades occidentales modernas.
Bastian no puede poseer aquellos rasgos que provocan su admiración por Atreyu, porque Bastian no cuenta con ningún rito o pasaje que lo aliente a desarrollar el valor u otras cualidades que el día de mañana le permitirá entrar al mundo adulto.
La situación original de Bastian, a diferencia de la de Atreyu, coincide plenamente con la descripción que Dolto realiza de los jóvenes, y será sólo luego de atravesar su propio rito iniciático (representado en la novela por su lectura del libro robado) que logrará superar la muerte de su infancia, y obtener el reconocimiento del mundo adulto.
Es así, que en la novela de Ende, el problema que presenta Dolto (en relación a la ausencia de ritos de iniciación a través de los cuales los jóvenes puedan incorporarse a la sociedad como pares de valor) es resuelto por la experiencia transformadora de la literatura, que facilita, a Bastian, el descubrimiento de aquellos atributos latentes en él, que por sí solo no hubiera sido capaz de reconocer y de asumir como propios.
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[1]
La cita Olavarría se encuentra referida en el artículo de Muñoz Chacón
como: Olavarría José. Adolescentes/jóvenes: qué poco sabemos de ellos.
Chile, FLACSO Chile, 1999b. Red de masculinidad
http://www.flacso.cl/masculinidad.htm#inicio
[2]
Ante las dudas de Cairón acerca de Atreyu como posible salvador de
Fantasía, y confundido por la extraña elección de la Emperatriz
Infantil, en su despedida de Atreyu, Cairón cae en la cuenta del
verdadero valor del personaje:
“El muchacho se volvió e
iba a salir ya de la tienda cuando el centauro lo llamó otra vez.
Mientras estaban frente a frente el viejo le puso ambas manos sobre los
hombros, lo miró con una sonrisa respetuosa en los ojos y dijo despacio:
-Creo que empiezo a comprender por qué te eligió la Emperatriz
Infantil, Atreyu. (Ende, 1993: 46).
Bibliografía:
Ende, Michael (1993): La historia interminable. R.B.A. Editores. Barcelona, España.
Barthes, Roland (2004): S/Z. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, Argentina.
Dolto, Francoise (1990): La causa de los adolescentes. Seix Barral. Buenos Aires, Argentina.
----------------------- (1990b): La importancia de decirle a los niños la verdad. Ed. Paidos. Buenos Aires, Argentina.
Ende, Michael (1996): “Pensamientos de un indígena centroeuropeo”, en Carpeta de apuntes. Alfaguara. Buenos Aires, Argentina.
Gómez Robledo, Xavier (1980): “El análisis textual de Roland Barthes”, ponencia presentada en el IV Coloquio Nacional Universitario sobre Lengua Escrita. Colima, Colombia.
Muñoz Chacón, Sergio (2001): “En busca del Pater Familias: Construcción de identidad masculina y paternidad en adolescentes y jóvenes”. En Adolescencia y juventud en América Latina, Donas Burak, Solum (Comp.). Libro Universitario Regional. Cartago, Costa Rica.
Balladini, Cecilia (2012): “Ritos de pasaje y de iniciación como búsqueda identitaria juvenil”, en publicación virtual Observatorio de jóvenes. Disponible en www.perio.unlp.edu.ar/node/175 (última visita 11/07/2018).
Fernández, Norma (2013): “La previa: ritual tribal de la cultura actual”. Ponencia en Jornada anual Centro Oro.
Reguillo Cruz, Rosana (2000): Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto. Enciclopedia latinoamericana de sociocultura y comunicación. Editorial Norma. Buenos Aires, Argentina.
Sánchez Parga, José (2005): El oficio del antropólogo: crítica de la razón (inter) cultural. Ed. Caap. Quito, Ecuador.
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MICHAEL ENDE
Biografía y artículos en español acerca del autor de 'La historia interminable' y 'Momo'.
12.11.1929-28.08.1995
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