17.2.22

La enseñanza de 'Momo' de Michael Ende: la lentitud también es subversión

Texto: Monse Aguilar en Pijamasurf
Imagen: Lin Ching Che



Este maravilloso libro nos recuerda lo importante y necesario que es ir más despacio para poder disfrutar la vida.

Es común que en la temporada navideña mucha gente esté llena de cosas por hacer. El trabajo, las fiestas o posadas, buscar adornos, regalos o todo lo necesario para la cena. Cualquiera que sea el caso, es común en las sociedades del siglo XXI tener un ritmo de vida acelerado que abstrae por completo a las personas de lo que es realmente significativo en estas fechas. Aprender a ir más despacio, con más calma, con una menor exigencia de cumplir los requisitos sociales sobre cómo transitar el fin de año, podría significar posicionarnos disruptivamente contra el sistema.

Para entender mejor esta declaratoria de pereza social, no hay mejor recurso que un libro. Existen muchos tratados filosóficos que abordan las cuestiones del tiempo en las sociedades. Hay quienes se abocan al legítimo derecho al descanso en las sociedades de consumo y producción constantes. Hace algunos años el periodista canadiense Carl Honoré dijo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir, que estamos atrapados en la cultura de la prisa y de la falta de paciencia, en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de gozo, de disfrutar la vida. Vivir en este estado acelerado nos lleva a llenar nuestra existencia con nimiedades que no dejan tiempo para afrontar lo esencial.

A pesar de que nuestro modo de pensamiento rápido puede resultar adaptativo en muchas circunstancias, la falta de reflexión y de sosiego nos condena a la irracionalidad y a las malas decisiones. Esto es realmente peligroso en todo en lo que atañe a la determinación de los fines y a la organización de la vida en común. Sesgos como los de disponibilidad, polarización grupal, confirmación, género y raciales, tienen un efecto deformante sobre el juicio que muchas veces conduce a un miedo excesivo hacia acontecimientos improbables y, a la vez, una confianza infundada hacia situaciones que plantean un peligro genuino.

La prisa en la que vivimos no responde casi nunca a que tengamos cosas importantes que hacer con urgencia, sino a los requerimientos de un modo de vida que trata de mantenernos distraídos y ocupados todo el tiempo. En nuestras sociedades del rendimiento es imposible terminarlo todo, da igual si nos proponemos mucho o poco. La impresión de no poder concluir nunca algo satisfactoriamente deriva en un remolino que nos hunde incesantemente. Nos falta tiempo; para todo lo que hacemos utilizamos menos tiempo y, sin embargo, tenemos menos tiempo que la generación anterior. Cuanto más nos apresuramos, menos tiempo nos queda. Y el tiempo se convierte en un instrumento de dominación porque hay una insatisfacción constante por el tiempo (supuestamente) desperdiciado.

Por eso, la lección de Momo de Michael Ende es tan simple, sencilla y contundente. Aunque fue escrito muchos años atrás, podría decirse que se trata de lo que vivimos en la actualidad: la prisa, la competitividad malsana, la sensación de estar perdiendo el tiempo si uno no hace lo mismo que los demás y no es doblemente productivo. Habla de la incomunicación, de la incapacidad para disfrutar de momentos sencillos con personas queridas, de la dificultad para conectar unos con otros, del automatismo global y la mecanización de rutinas que nos van convirtiendo en seres grises.

¿Y qué es lo verdaderamente valioso? Esa es la pregunta sobre la que recae cada capítulo de Momo. Desde luego, lo valioso no es el dinero (cubiertas las necesidades básicas). Tampoco el tiempo en sí mismo, sino el buen uso que se haga de él. No es valioso ser un esclavo del trabajo, ni del chantaje, ni de la imitación del prójimo. No son valiosas las etiquetas, el encasillamiento, los prejuicios ni las apariencias. Lo importante está detrás de lo que cada uno elige para ser pleno y feliz, desde el reconocimiento de las propias capacidades y condiciones.

Por eso ir más despacio en esta vida llena de exigencias sobre el tiempo es un acto de rebeldía, revolucionario y subversivo.

La lentitud no siempre es calma o pereza, es simplemente el goce la existencia misma. 


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