Considerada como una obra para niños, siento que Momo es una obra escrita para adultos, solo que velando su mensaje en aquellos que por natura ya lo llevan dentro de sí, los niños.
Narrada de manera rigurosa y sencilla, pero especialmente con extremada dulzura, Momo es una obra para aquellos adultos que hoy no hemos comprendido nuestra existencia como un regalo maravilloso y un sendero simple de trasegar, camino que hemos convertido en carreteras de asfalto y vértigo. Por ser su protagonista una infante y sus demás personajes escuetos y simples se le ha clasificado como una obra para los niños. Igual ha ocurrido con El Principito y Alicia en el Pais de las Maravillas. No es mi pretensión discutir este asunto.
Si las obras infantiles son aquellas donde sus personajes son niños o adultos, sin más pretensiones que las de ser Seres Humanos cuyas acciones nos muestran la verdadera esencia de existir de una manera despejada, sin barroquismos innecesarios y que se desenvuelven en espacios fantasiosos y cotidianos, entonces hay que leer estas obras para niños.
Si son las obras para niños aquellas cuyas páginas son canto a la libertad y grito de protesta por un mundo que enclaustra y sujeta a relojes, cuya cuerda es manipulada por famélicos del poder y por nosotros mismos, insertos en su maquinaria y enloquecidos por empacar mas de lo que exige nuestro equipaje para este corto viaje por la galaxia, entonces habrá que leer mas obras infantiles.
Y si estas páginas son las que lanzan vituperios hermosos contra una sociedad consumista que asfixia y contamina, que nos separa a unos de otros para rivalizarnos y enfrentarnos a una competencia descarnada que se disuelve en rencores que carcomen, en sangre y en miseria, entonces hará más falta la lectura de estas obras.
Si son para chicos las obras que nos hacen hormigas siendo amigos de las hormigas y nos hacen sonreír ante una tarde iluminada o estremecer ante esa misma tarde renegrida y apenas alumbrada por truenos portentosos; si son las que nos hacen brotar lagrimas frente a un botón de rosa que se mustia o al lado del anciano que abandona sin reparos el espacio, entonces no podríamos pararlas de leer.
Frente a la sordera y automatismo de una sociedad suicida, montemos sobre la caparazón parlante de Casiopea y emprendamos con ella el viaje para que alcancemos así la velocidad a través de su parsimonia y sabiduría, sin olvidar una flor horaria en la solapa y en el pensamiento el lema aquel de “Ve con Momo”, que no es mas que ir al encuentro con nosotros mismos y entonces, cuando el barco que somos arribe ya a la orilla, sintamos gozosos que nuestro peregrinar no ha sido en vano.
Narrada de manera rigurosa y sencilla, pero especialmente con extremada dulzura, Momo es una obra para aquellos adultos que hoy no hemos comprendido nuestra existencia como un regalo maravilloso y un sendero simple de trasegar, camino que hemos convertido en carreteras de asfalto y vértigo. Por ser su protagonista una infante y sus demás personajes escuetos y simples se le ha clasificado como una obra para los niños. Igual ha ocurrido con El Principito y Alicia en el Pais de las Maravillas. No es mi pretensión discutir este asunto.
Si las obras infantiles son aquellas donde sus personajes son niños o adultos, sin más pretensiones que las de ser Seres Humanos cuyas acciones nos muestran la verdadera esencia de existir de una manera despejada, sin barroquismos innecesarios y que se desenvuelven en espacios fantasiosos y cotidianos, entonces hay que leer estas obras para niños.
Si son las obras para niños aquellas cuyas páginas son canto a la libertad y grito de protesta por un mundo que enclaustra y sujeta a relojes, cuya cuerda es manipulada por famélicos del poder y por nosotros mismos, insertos en su maquinaria y enloquecidos por empacar mas de lo que exige nuestro equipaje para este corto viaje por la galaxia, entonces habrá que leer mas obras infantiles.
Y si estas páginas son las que lanzan vituperios hermosos contra una sociedad consumista que asfixia y contamina, que nos separa a unos de otros para rivalizarnos y enfrentarnos a una competencia descarnada que se disuelve en rencores que carcomen, en sangre y en miseria, entonces hará más falta la lectura de estas obras.
Si son para chicos las obras que nos hacen hormigas siendo amigos de las hormigas y nos hacen sonreír ante una tarde iluminada o estremecer ante esa misma tarde renegrida y apenas alumbrada por truenos portentosos; si son las que nos hacen brotar lagrimas frente a un botón de rosa que se mustia o al lado del anciano que abandona sin reparos el espacio, entonces no podríamos pararlas de leer.
Frente a la sordera y automatismo de una sociedad suicida, montemos sobre la caparazón parlante de Casiopea y emprendamos con ella el viaje para que alcancemos así la velocidad a través de su parsimonia y sabiduría, sin olvidar una flor horaria en la solapa y en el pensamiento el lema aquel de “Ve con Momo”, que no es mas que ir al encuentro con nosotros mismos y entonces, cuando el barco que somos arribe ya a la orilla, sintamos gozosos que nuestro peregrinar no ha sido en vano.
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