Texto: Tomás Rivera en Kindlegarten
Imagen: Zoe Huerta
Momo es una niña especial, con un gran talento muy particular: sabe escuchar, como nadie más sabe. Por eso, todos la quieren, y a nadie le importa que viva en un anfiteatro en ruinas y vista ropas viejas, raídas y demasiado grandes para ella. La felicidad que Momo insufla en todos los que la rodean se verá amenazada cuando los Hombres Grises roben su tiempo a las personas. Momo, ayudada por el Maestro Hora y su tortuga Casiopea, se enfrentará a los ladrones de tiempo, en una lucha en la que está en juego todo el mundo de los hombres.
Publicada en 1973, Momo, o la extraña historia de los ladrones del tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres (Momo oder Die seltsame Geschichte von den Zeit-Dieben und von dem Kind, das den Menschen die gestohlene Zeit zurückbrachte), es obra de Michael Andreas Helmut Ende. Escritor alemán, fue uno de los mayores exponentes de la literatura infantil y juvenil del Siglo XX. También escribió obras para adultos, teatro, crítica cinematográfica y, en sus inicios, guiones para cabaret. Quiso ser actor, pero tuvo que suspender sus estudios durante la Segunda Guerra mundial para incorporarse en el ejército alemán, del que desertó para formar parte de la resistencia antinazi. Residió la mayor parte de su vida adulta en Roma, donde escribió esta novela.
En una obra de Fantasía, pura y total. Está destinada al público juvenil, pero su doble nivel de lectura la hace apta para cualquier edad. Es asimismo una severa crítica hacia el capitalismo, el consumismo y la sociedad occidental moderna, lo que dificultó enormemente su publicación.
Michael Ende dedicó siete años a elaborar Momo, y el resultado fue una de las novelas de fantasía juvenil más influyente, leída, traducida y reeditada de la Historia. Su mensaje a favor de la vida sencilla y tradicional, y en contra del consumismo capitalista, sigue hoy día tan vigente como en el día en que fue escrita.
La novela, que en la edición de Alfaguara de 1987 incluye ilustraciones del propio autor, está dividida en tres partes, con un total de veintiún capítulos, titulados con una frase compuesta de dos elementos contrapuestos, como Una ciudad grande y una niña pequeña, Un viejo callado y un joven parlanchín, Demasiada comida y muy pocas respuestas o Miseria y abundancia.
Ende calificó Momo como una novela-cuento de hadas, y en verdad lo es, por varias razones. Una es su narración, de marcado carácter oral, que recuerda a la empleada habitualmente en los cuentos tradicionales; esa manera de relatar en la que en el narrador tiene presencia y se recrea en el propio acto de narrar y en su omnisciencia, usando no solo el pasado simple, sino también el pretérito imperfecto («Momo no sabía qué hacer», «La gente de los alrededores se reía de las invenciones de Gigi») y el pluscuamperfecto («La gran hora había pasado»), resultando en una oralidad muy acusada, en la que el narrador tiene la autoridad total sobre la historia que está contando, y de la que conoce hasta el más mínimo detalle.
Las otras son tanto la historia en sí misma como la atmósfera en la que Ende la enmarca, ambas dentro de las más pura forma de Fantasía. Un argumento fantasioso que transcurre en un escenario cotidiano, corriente, contagiándolo y volviéndolo igualmente fantástico.
La historia de Momo se desarrolla en una gran ciudad, anónima, de un país cuyo nombre no se cita, pero que por los antropónimos (Nicola, Girolamo, Nino, Paolo...) y por otros datos se sobreentiende que es Italia. El grueso de los acontecimientos transcurre en un pequeño barrio de la periferia, en el que los vecinos llevan una vida sencilla y apacible, y en el que existen las ruinas de un antiguo anfiteatro. Ruinas en las que un buen día, sin más, aparece Momo, cuya descripción es ya universal e inconfundible:
Publicada en 1973, Momo, o la extraña historia de los ladrones del tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres (Momo oder Die seltsame Geschichte von den Zeit-Dieben und von dem Kind, das den Menschen die gestohlene Zeit zurückbrachte), es obra de Michael Andreas Helmut Ende. Escritor alemán, fue uno de los mayores exponentes de la literatura infantil y juvenil del Siglo XX. También escribió obras para adultos, teatro, crítica cinematográfica y, en sus inicios, guiones para cabaret. Quiso ser actor, pero tuvo que suspender sus estudios durante la Segunda Guerra mundial para incorporarse en el ejército alemán, del que desertó para formar parte de la resistencia antinazi. Residió la mayor parte de su vida adulta en Roma, donde escribió esta novela.
En una obra de Fantasía, pura y total. Está destinada al público juvenil, pero su doble nivel de lectura la hace apta para cualquier edad. Es asimismo una severa crítica hacia el capitalismo, el consumismo y la sociedad occidental moderna, lo que dificultó enormemente su publicación.
Michael Ende dedicó siete años a elaborar Momo, y el resultado fue una de las novelas de fantasía juvenil más influyente, leída, traducida y reeditada de la Historia. Su mensaje a favor de la vida sencilla y tradicional, y en contra del consumismo capitalista, sigue hoy día tan vigente como en el día en que fue escrita.
La novela, que en la edición de Alfaguara de 1987 incluye ilustraciones del propio autor, está dividida en tres partes, con un total de veintiún capítulos, titulados con una frase compuesta de dos elementos contrapuestos, como Una ciudad grande y una niña pequeña, Un viejo callado y un joven parlanchín, Demasiada comida y muy pocas respuestas o Miseria y abundancia.
Ende calificó Momo como una novela-cuento de hadas, y en verdad lo es, por varias razones. Una es su narración, de marcado carácter oral, que recuerda a la empleada habitualmente en los cuentos tradicionales; esa manera de relatar en la que en el narrador tiene presencia y se recrea en el propio acto de narrar y en su omnisciencia, usando no solo el pasado simple, sino también el pretérito imperfecto («Momo no sabía qué hacer», «La gente de los alrededores se reía de las invenciones de Gigi») y el pluscuamperfecto («La gran hora había pasado»), resultando en una oralidad muy acusada, en la que el narrador tiene la autoridad total sobre la historia que está contando, y de la que conoce hasta el más mínimo detalle.
Las otras son tanto la historia en sí misma como la atmósfera en la que Ende la enmarca, ambas dentro de las más pura forma de Fantasía. Un argumento fantasioso que transcurre en un escenario cotidiano, corriente, contagiándolo y volviéndolo igualmente fantástico.
La historia de Momo se desarrolla en una gran ciudad, anónima, de un país cuyo nombre no se cita, pero que por los antropónimos (Nicola, Girolamo, Nino, Paolo...) y por otros datos se sobreentiende que es Italia. El grueso de los acontecimientos transcurre en un pequeño barrio de la periferia, en el que los vecinos llevan una vida sencilla y apacible, y en el que existen las ruinas de un antiguo anfiteatro. Ruinas en las que un buen día, sin más, aparece Momo, cuya descripción es ya universal e inconfundible:
El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a la gente que da mucha importancia al aseo y al orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor voluntad se podía decir si tenía ocho años sólo o ya tenía doce. Tenía el pelo muy ensortijado, negro, como la pez, y con todo el aspecto de no haberse enfrentado jamás a un peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza. Sólo en invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, descabalados, y además le quedaban demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que lo que encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda estaba hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, cuyas mangas se arremangaba alrededor de la muñeca. Momo no quería cortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. Y quién sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande, tan práctico y con tantos bolsillos.Además de su aspecto, Momo es única por su talento excepcional para escuchar los problemas y las preocupaciones de sus amigos y vecinos, de tal manera que tras hablar con ella éstos parecen desaparecer como por arte de magia. Junto a ella los niños se divierten más y mejor, los adultos enfrentados se reconcilian y la gente es feliz con sus vidas simples, sin importarles sus estrecheces económicas.
Porque Momo es un canto a la vida tradicional, a la existencia plácida y lenta de los pueblos y los barrios de siempre, en los que la gente vivía sin prisa, trabajando con amor a su tarea y disfrutando de su tiempo de ocio con su familia y amigos. Donde los ancianos se sentaban en una taberna a charlar tomando el humilde vaso de vino que podían permitirse, y los niños se divertían durante horas inventando miles de juegos con una simple caja de cartón o un trapo viejo.
Así, Ende presenta a los secundarios que pueblan el barrio: Nicola, el albañil; Nino, el tabernero, y su esposa Liliana; el señor Fusi, el barbero; un montón de niños como Paolo, María y su hermano Dedé, Massimo o Blanco, y los dos personajes más cercanos a Momo: Beppo Barrendero y Gigi Cicerone.
Beppo es un anciano callado, de ademanes lentos, que trabaja como barrendero. Habita en una infravivienda de latas y cartones, y muchos lo toman por loco; y Gigi es su antítesis: un joven lenguaraz y alocado, que inventa historias sin parar y desempeña tareas variopintas para vivir, como cicerone en el viejo anfiteatro (contando a los turistas las mentiras más disparatadas), paseador de perros, cartero de amor o guardián nocturno en un desguace.
La ruptura con este mundo acogedor, sosegado y feliz, es la irrupción en escena de los grandes villanos de esta historia: los Hombres Grises. Con traje, zapatos, bombín y maletín grises, fumando sin cesar cigarros puros y desplazándose en grandes autos lujosos, su presencia provoca un frío insoportable. Nadie puede verlos si ellos no quieren, y una vez vistos, nadie puede recordarlos.
Los hombres grises representan la antítesis de la sociedad tradicional, pues encarnan todo lo pernicioso y detestable de nuestra sociedad capitalista y consumista. Forman parte de la Caja de Ahorros de Tiempo, un trasunto de cualquier entidad bancaria, convenciendo a las personas de la conveniencia de ahorrar tiempo, centrándose en el trabajo y en la productividad, y abandonando otras ocupaciones improductivas, como las actividades de ocio, los momentos de reflexión, o el tiempo dedicado a la familia, los amigos, la pareja, los animales y cualquier pasión o afición que se tenga. La escena (titulada, con acierto por parte de Ende, La cuenta está equivocada pero cuadra) en la que el primer hombre gris aparece y se entrevista con el señor Fusi, es muy significativa, y asistimos impotentes a cómo el barbero renuncia a todo lo que da sentido a su vida (cuidar a su madre anciana, atender a su periquito, llevar cada día una flor a una amiga discapacitada, cantar en una coral, reunirse con sus amigos en la taberna, incluso sentarse quince minutos cada noche en la ventana a pensar en la jornada) para ahorrar tiempo, lo cual agria su carácter y lo obsesiona con el trabajo, que comienza a realizar sin pasión, sin disfrutar la tarea, de manera mecánica y despachando a los clientes sin darles conversación, para atenderlos más rápido, mientras controla cada movimiento de su aprendiz y oficiales.
He ahí la gran paradoja del ahorro de tiempo, que se constituye, en el relato de Ende, en una gran mentira. Cuanto más tiempo se ahorra, más rápido parece desaparecer el mismo. Es precisamente ahorrando que el tiempo de las personas se desvanece, sin que éstas disfruten su vida. ¿Por qué? Muy sencillo: los hombres grises son ladrones de tiempo. Roban el tiempo de las personas, alimentándose de él.
Por tanto, el motor de la trama es el enfrentamiento de los hombres grises con Momo, la única capaz de hacerles frente. Para ello, contará con la ayuda del Maestro Segundo Minucio Hora, el encargado de proporcionar el tiempo a los hombres, y de su tortuga Casiopea, que puede ver media hora en el futuro y comunicarse haciendo aparecer palabras en su concha. El Maestro Hora vive en la Calle de Jamás, en la Casa de Ninguna Parte, el lugar lleno de relojes de todo tipo en el que se crea el tiempo de cada persona, representando por unas hermosas flores horarias, que nacen en un estanque de aguas negras y lisas sobre las que oscila perpetuamente un péndulo de Foucault.
En esta contienda, los daños colaterales serán los amigos de Momo, que caen de diversas maneras en poder de los hombres grises, y a través de los cuales Michael Ende criticará con ferocidad al sistema educativo (las escuelas son llamadas «almacenes de niños»), por anular la imaginación y creatividad de los niños, y en la que incluso los juegos son una asignatura; así como al consumismo (en particular el orientado a los niños, a los que se crea la necesidad de sofisticados y caros juguetes, que requieren a su vez más y más complementos, pero que «no sirven para jugar»); al mercado laboral (los niños pasan el día solos, pues sus padres no pueden atenderlos) y en general a toda la sociedad occidental moderna, que aparece retratada como deshumanizada, sin espacio para las relaciones personales, y marcada por las prisas, el malhumor, la aspereza, y la obsesión con el ahorro de tiempo, en la que el trabajo ya no supone una realización para el trabajador, sino una tarea ingrata en la que lo importante no es la calidad del resultado ni del proceso, sino hacer la mayor cantidad de producción en el menor tiempo posible.
Un claro ejemplo lo vemos en Nicola, el albañil. De ser un hombre que amaba su trabajo, y lo realizaba con empeño y con la satisfacción de la tarea bien hecha, pasa a trabajar en los barrios nuevos, en grandes construcciones en las que se levanta un piso diario sin importar la durabilidad («demasiada arena en el mortero»), y al que la frustración de su orgullo profesional empuja a la depresión y el alcoholismo.
La crítica de Ende se extiende al modo que la sociedad actual trata a la diferencia, de manera que las personas que intentan oponerse a la visión dominante son tratadas como problemáticas y potencialmente peligrosas. Beppo, al contar la verdad sobre los hombres grises a las instituciones (la policía, en este caso), es considerado como enfermo mental e ingresado en un hospital psiquiátrico. Igualmente, los orfanatos se citan como lugares lúgubres y hostiles, «con rejas en las ventanas», donde los niños no reciben afecto, sino que son tratados como números e incluso maltratados.
Todo esto narrado con maestría por Ende, que dota a sus personajes de gran profundidad psicológica, huyendo de estereotipos y creando claroscuros en unos personajes muy humanos: la vanidad de Gigi, la rudeza de Nicola, la debilidad de Nino... rendijas como las que todos tenemos, y por las que los hombres grises pueden colar su insidia.
Por todo ello, Momo posee un doble nivel de lectura, como ya comentamos, que la convierte en mucho más que una simple novela de fantasía juvenil. Logra que, como lectores, reflexionemos sobre nosotros y sobre nuestro entorno, sobre la sociedad que hemos creado y sobre los defectos que todos sin excepción hemos adquirido. Y, lo más importante, sobre las cosas que de verdad nos realizan y nos hacen felices. Cosas que a menudo nos perdemos por «no tener tiempo», que con frecuencia no valoramos hasta que es demasiado tarde y que, casualmente, casi siempre son gratis.
Las películas:
La semilla de una versión fílmica de Momo estuvo ahí desde el principio, pues la idea nació para ser una película, aunque Michael Ende terminó convirtiéndola en un libro.
La ZDF me había pedido que adaptara un libro infantil para la televisión. Pero yo preferí escribir una historia propia. De modo que me senté y escribí una historia para el cine de una hora de duración sobre Momo y los Hombres Grises, que roban el tiempo a las personas. La película nunca se rodó, pero la historia se me quedó metida en la cabeza. Al cabo de un tiempo mi mujer me la recordó y así surgió el libro en mi casa de Italia.Las primera adaptación al cine data de 1985, y fue una coproducción italo-alemana (por entonces, aún República Federal Alemana) dirigida por Johannes Schaaf y rodada en alemán en los célebres estudios Cinecittá, de Roma. La debutante Radost Bokel encarnó a Momo, mientras que el veterano director John Huston interpretó al Maestro Hora. Estuvieron acompañados por Bruno Stori como Gigi, Leopoldo Trieste como Beppo, Armin Müller-Stah como jefe de los hombres grises, Mario Adorf como Nicola, y el propio Michael Ende, que se autointerpreta (en el Epílogo del libro, el autor explica que la historia le fue contada en un tren por un desconocido al que nunca más volvió a ver. En la película se reproduce tal escena, pudiéndose inferir que el hombre del tren es, pues, el propio Ende).
Radost Bokel debutó en el cine como Momo.
El filme intenta ser respetuoso y fiel al original, y el guión no introduce modificaciones sustanciales sobre el texto de Ende (hay detalles, como que Gigi es mayor que en el libro, y que canta en vez de contar historias). La factura es la propia de la época, con decorados de cartón piedra, como el anfiteatro y efectos especiales tradicionales (Casiopea es, según el plano, una tortuga real, un muñeco o un animatronic). Con el tiempo ha ido ganando un gusto añejo, y su atmósfera y ambientación han influido en películas fantásticas y de Ciencia-Ficción posteriores.
El formato cinematográfico permite al realizador contrastar los escenarios acogedores y la iluminación cálida de los barrios con la asepsia y la frigidez de la comisaría y la institución mental, de luz dura y ángulos agrestes. En particular, la escena del juicio de los hombres grises, rodada con luz azul, con un edificio brutalista de fondo, es impactante por la frialdad y el desasosiego que transmite.
Por su parte, las escenas que transcurren en la avenida principal son un homenaje al expresionismo alemán, con sus decorados pintados sobre fondo plano y su estética art-decó, casi dieselpunk.
La banda sonora chirría bastante para nuestras preferencias actuales, pues se apoya mucho en los sintetizadores y percusiones electrónicas que tan de moda estaban en aquella época, y que da a algunas escenas cierto aire de videoclip.
Como curiosidad, los autos lujosos de los hombres grises son Mercedes-Benz.
En el 2001, otra coproducción italo-alemana readaptó la novela, está vez en una cita de animación dirigida por Enzo D'Aló y titulada Momo alla conquista del tempo, rebautizada en España como Momo, una aventura a contrarreloj.
Si bien es fiel a la historia original en líneas generales, tiene un planteamiento bastante más sencillo, perdiéndose gran parte de la crítica social de Ende. Está muy enfocada al público infantil, y desaparece el doble nivel de lenguaje, quedándose en una entretenida cinta de aventuras y fantasía, pero despojada de la reflexión del autor sobre la sociedad moderna.
A nivel técnico es más que correcta, con una buena animación tradicional y un adecuado ritmo narrativo, pero en lo argumental los personajes resultan planos y estereotipados, sin los matices que Ende les dio en su texto, y que sí intenta respetar la cinta de 1985.
El movimiento Slow
Precisamente fue en Italia donde nació, en 1986, el Movimiento Slow, comenzando por la Slow Food, cuyo detonante fue la apertura de un McDonald's en la emblemática Piazza di Spagna de Roma. Vendrían después la Slow Fashion, el Slow Work, el Slow Schooling y hasta el Slow Sex, y más tarde las CittaSlow.
Cuestiones mercantiles aparte (Movimiento Slow, SlowFood y Cittaslow son marcas registradas, para poder utilizar sus logos y certificaciones se deben cumplir una serie de requerimientos, y siempre hay interesados que lo usan como lavado de imagen o con fines fraudulentos), el movimiento Slow, en conjunto, propugna el retorno a un modo de vida más tradicional, más tranquilo, más sostenible (uno de los principios del SlowFood es consumir productos locales y de temporada), más respetuoso con el Medio Ambiente, y más centrado en las personas, el bienestar y la actividad humana frente a la corporativa, reivindicando además la diversidad y las diferencias que hacen único a cada lugar, frente a la uniformización impuesta por el capitalismo.
El Movimiento Slow no ha parado de crecer desde su nacimiento, sin prisa (faltaría más) pero sin pausa, y hoy día está extendido por gran parte del planeta. En España existen en este momento seis CittaSlows.
Digamos que el principio filosófico principal es «desaprender» todo lo que conocemos, y reconducir nuestros hábitos vitales para evitar el estrés y recuperar el placer de vivir sin estar pendiente de horarios, dedicando tiempo a nosotros mismos, a nuestras aficiones y a las tareas cotidianas, como la alimentación (cocinar y comer con calma), el aseo, el descanso, el transporte... la Cittaslow extendería estos valores al conjunto de la población, apoyando el pequeño comercio tradicional frente a los centros comerciales, restringiendo la circulación rodada en beneficio de los peatones, creando zonas verdes, endureciendo la normativa de ruidos...
En resumen, un objetivo muy similar al perseguido por Michael Ende en Momo, que a mi juicio debería ser uno de los libros de cabecera de los adeptos a esta filosofía vital. Casiopea es un símbolo (parece que a Ende le gustaban las tortugas, ahí está también la Vetusta Morla de La Historia Interminable) de la lentitud sabia, firme, tenaz y constante, que se escapa sin esfuerzo de sus apresurados perseguidores. Es decir, «vísteme despacio, que tengo prisa».
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